/ martes 28 de junio de 2022

Todos somos jesuitas

La semana pasada nuevamente México se sacudió por la terrible noticia del asesinato de Javier Campo Morales y Joaquín César Mora Salazar, dos misioneros jesuitas, en el templo de la comunidad de Cerocahui, municipio de Urique, en la sierra de Chihuahua. También un civil, identificado como S.J., perdió la vida. Así, los mexicanos confirmamos que la inseguridad constituye uno de los grandes problemas de nuestra Nación. Se manifiesta en dos formas: la inseguridad que vive la población, afectada por el aumento de los delitos, y el auge del narcotráfico, que se explica por una pésima estrategia de "seguridad" dirigida por el gobierno fallido de cuarta y, desde luego, por la imperante y creciente impunidad que, lastimosamente promueve la administración federal, afectando a millones de personas de bien en nuestra querida patria.

El tema es que, gracias al impacto social y mediático de este tipo de hechos, los mexicanos nos entremos de la trágica realidad que vive nuestro querido México. Desde fines de 2019, se comenzaron a difundir afirmaciones en medios de comunicación, de académicos, políticos, e incluso algunos militares estadounidenses y miembros activos de la CIA, indicando que México es un «Estado fallido», fracasado, al borde del caos. En todos los casos, se da a entender que el gobierno pierde el control de la situación, las mafias del crimen organizado se apoderan del Estado a través de la corrupción y la población se siente cada vez más desprotegida, pierde la confianza en la justicia, la policía y los gobernantes y, recurre a la autoprotección.

Los crímenes y homicidios cometidos por la delincuencia organizada lamentablemente se incrementaron durante la presente administración, pero eso no ha impedido que la presencia del Ejército siga aumentando. Los miembros desplegados pasaron de los cerca de 50,000 con Calderón, a máximos de 150,000 bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador —contando al Ejército y efectivos de la Guardia Nacional, la institución que pasó de ser una promesa electoral para restar presencia al Ejército, a un cuerpo de mando militar.

Es decir, los abrazos y no balazos dejan una estela de muerte de civiles de las cuales poco se habla, hombres, mujeres, niños y niñas, que nada tenían que ver con los hechos que les quitó la vida. Hoy, en México, esto se manifiesta diariamente en una creciente violencia, concentrada en los enfrentamientos entre organizaciones criminales y entre estas y las fuerzas de seguridad. Las estructuras de seguridad, inteligencia y justicia de nuestro país se encuentran sobrepasadas y corrompidas y, es necesario que el presidente reconozca y encare el problema.

La semana pasada nuevamente México se sacudió por la terrible noticia del asesinato de Javier Campo Morales y Joaquín César Mora Salazar, dos misioneros jesuitas, en el templo de la comunidad de Cerocahui, municipio de Urique, en la sierra de Chihuahua. También un civil, identificado como S.J., perdió la vida. Así, los mexicanos confirmamos que la inseguridad constituye uno de los grandes problemas de nuestra Nación. Se manifiesta en dos formas: la inseguridad que vive la población, afectada por el aumento de los delitos, y el auge del narcotráfico, que se explica por una pésima estrategia de "seguridad" dirigida por el gobierno fallido de cuarta y, desde luego, por la imperante y creciente impunidad que, lastimosamente promueve la administración federal, afectando a millones de personas de bien en nuestra querida patria.

El tema es que, gracias al impacto social y mediático de este tipo de hechos, los mexicanos nos entremos de la trágica realidad que vive nuestro querido México. Desde fines de 2019, se comenzaron a difundir afirmaciones en medios de comunicación, de académicos, políticos, e incluso algunos militares estadounidenses y miembros activos de la CIA, indicando que México es un «Estado fallido», fracasado, al borde del caos. En todos los casos, se da a entender que el gobierno pierde el control de la situación, las mafias del crimen organizado se apoderan del Estado a través de la corrupción y la población se siente cada vez más desprotegida, pierde la confianza en la justicia, la policía y los gobernantes y, recurre a la autoprotección.

Los crímenes y homicidios cometidos por la delincuencia organizada lamentablemente se incrementaron durante la presente administración, pero eso no ha impedido que la presencia del Ejército siga aumentando. Los miembros desplegados pasaron de los cerca de 50,000 con Calderón, a máximos de 150,000 bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador —contando al Ejército y efectivos de la Guardia Nacional, la institución que pasó de ser una promesa electoral para restar presencia al Ejército, a un cuerpo de mando militar.

Es decir, los abrazos y no balazos dejan una estela de muerte de civiles de las cuales poco se habla, hombres, mujeres, niños y niñas, que nada tenían que ver con los hechos que les quitó la vida. Hoy, en México, esto se manifiesta diariamente en una creciente violencia, concentrada en los enfrentamientos entre organizaciones criminales y entre estas y las fuerzas de seguridad. Las estructuras de seguridad, inteligencia y justicia de nuestro país se encuentran sobrepasadas y corrompidas y, es necesario que el presidente reconozca y encare el problema.