/ miércoles 15 de enero de 2020

Todos somos los responsables

Cuando nos encontramos frente a un suceso tan lamentable como el que sucedió hace apenas unos días dentro del Colegio Cervantes en Torreón, Ciahuila, surgen una serie de justificaciones que se enfocan exclusivamente al caso mediático, provocando que muchas de esas supuestas causas sean ligeras, sin sustento e, incluso, hasta irresponsables afectando la percepción del suceso y la propia reputación de las familias.

Culpar es muy sencillo, atribuirle responsabilidad a situaciones inverosímiles más, sin embargo, reflexionar y atajar el problema de raíz es algo que pocas personas hacen, optando por la versión más simple y sin sustento, de tal manera que nos demuestra que nuestro asombro es temporal sin importar el daño que muchas otras acciones del mismo tipo solo que sin mediatizarse siguen surgiendo día a día.

Lo ocurrido en Torreón, si lo analizamos, no es un caso aislado, sino producto de una escalada de violencia en todos los sectores de la sociedad mexicana. Este incidente se suma a los cientos o miles de niños sicarios que se involucran en el crimen organizado como la única vía (o eso creen) para abandonar la pobreza en la que están sumergidos, además de los conflictos entre comunidades y entidades enteras que están en fuego cruzado de grupos criminales.

Las razones de este atentado fueron atribuidas a un videojuego y la cercanía que tenía el menor que perpetró la agresión en la que murió su profesora y él mismo por disparos de fuego. Se señaló de botepronto que todo tenía su origen en la violencia fomentada por el juego de video, sin embargo, esa es la simpleza a la que debemos huir cuando se trate de estudiar este tipo de casos.

Lo cierto es que la forma en que vestía el niño el día de los hechos se asemeja a la que utilizó uno de los jóvenes autores de la llamada “Masacre en Columbine” en el que mataron a 15 personas de una secundaria e hirieron a 24 más por medio del uso de armas de fuego. Sirva de referencia que, en ese momento, los analistas atribuyeron como una de las causas principales para llevar a cabo estos lamentables actos el tipo de música que escuchaban ambos jóvenes, sin importar sus antecedentes delictivos y la desintegración familiar y social a la que estaban sujetos.

Así, eliminando cualquier visión simplista, es momento que nos asumamos como responsables todos los integrantes de la sociedad mexicana. Responsables por la desintegración del tejido social que, en antaño, nos había colocado como una de las sociedades más cohesionadas y consientes de la educación de nuestros hijos. Responsables de olvidar el papel de los niños y jóvenes en nuestra sociedad y del ejemplo que servimos a diario con nuestras acciones.

Este tipo de sucesos tan lamentables nos recuerda que la lucha contra grupos criminales va más allá de estrategias de seguridad pública, por el contrario requiere del compromiso de todas y todos los mexicanos para devolver la tranquilidad a las familias y regenerar la célula familiar sin importar su conformación. Hoy debemos velar más por nuestros niños y menos por las banalidades. Que lo sucedido en Torreón no se convierta en un caso aislado sino un elemento emblemático de que urgen acciones inmediatas para no perder a nuestra juventud.

Cuando nos encontramos frente a un suceso tan lamentable como el que sucedió hace apenas unos días dentro del Colegio Cervantes en Torreón, Ciahuila, surgen una serie de justificaciones que se enfocan exclusivamente al caso mediático, provocando que muchas de esas supuestas causas sean ligeras, sin sustento e, incluso, hasta irresponsables afectando la percepción del suceso y la propia reputación de las familias.

Culpar es muy sencillo, atribuirle responsabilidad a situaciones inverosímiles más, sin embargo, reflexionar y atajar el problema de raíz es algo que pocas personas hacen, optando por la versión más simple y sin sustento, de tal manera que nos demuestra que nuestro asombro es temporal sin importar el daño que muchas otras acciones del mismo tipo solo que sin mediatizarse siguen surgiendo día a día.

Lo ocurrido en Torreón, si lo analizamos, no es un caso aislado, sino producto de una escalada de violencia en todos los sectores de la sociedad mexicana. Este incidente se suma a los cientos o miles de niños sicarios que se involucran en el crimen organizado como la única vía (o eso creen) para abandonar la pobreza en la que están sumergidos, además de los conflictos entre comunidades y entidades enteras que están en fuego cruzado de grupos criminales.

Las razones de este atentado fueron atribuidas a un videojuego y la cercanía que tenía el menor que perpetró la agresión en la que murió su profesora y él mismo por disparos de fuego. Se señaló de botepronto que todo tenía su origen en la violencia fomentada por el juego de video, sin embargo, esa es la simpleza a la que debemos huir cuando se trate de estudiar este tipo de casos.

Lo cierto es que la forma en que vestía el niño el día de los hechos se asemeja a la que utilizó uno de los jóvenes autores de la llamada “Masacre en Columbine” en el que mataron a 15 personas de una secundaria e hirieron a 24 más por medio del uso de armas de fuego. Sirva de referencia que, en ese momento, los analistas atribuyeron como una de las causas principales para llevar a cabo estos lamentables actos el tipo de música que escuchaban ambos jóvenes, sin importar sus antecedentes delictivos y la desintegración familiar y social a la que estaban sujetos.

Así, eliminando cualquier visión simplista, es momento que nos asumamos como responsables todos los integrantes de la sociedad mexicana. Responsables por la desintegración del tejido social que, en antaño, nos había colocado como una de las sociedades más cohesionadas y consientes de la educación de nuestros hijos. Responsables de olvidar el papel de los niños y jóvenes en nuestra sociedad y del ejemplo que servimos a diario con nuestras acciones.

Este tipo de sucesos tan lamentables nos recuerda que la lucha contra grupos criminales va más allá de estrategias de seguridad pública, por el contrario requiere del compromiso de todas y todos los mexicanos para devolver la tranquilidad a las familias y regenerar la célula familiar sin importar su conformación. Hoy debemos velar más por nuestros niños y menos por las banalidades. Que lo sucedido en Torreón no se convierta en un caso aislado sino un elemento emblemático de que urgen acciones inmediatas para no perder a nuestra juventud.