/ miércoles 4 de marzo de 2020

¿Tolerancia?

Una palabra que choca, que a muchos hace que nos rehierva el buche; que implica un “lo aguanto, porque no hay de otra”, o “qué asco la mentalidad de este fulano”. Suena a una especie de obligación impuesta por la fuerza.

Habría que referirse a las diferencias entre unos y otros, con el término “Respeto”. Con mayúsculas en cuanto a su significado. Es absolutamente válido que otros piensen de forma diversa, que tengan distintas aspiraciones, incluso, otro color de piel, de fisonomía, de estatura, de clase socioeconómica. Si se trata de cuestiones políticas, ni qué añadir. Hay que respetar en su integridad, al otro.

Viene a colación por la repasada que le pusieron un par de hombres a Margarita Zavala y a Felipe Calderón. Al expresidente lo abordó un individuo en un avión. A ella la enfrentó un joven en algún lugar de México. Ambos, llamémosles “agresores”, carentes de argumentos.

Fuimos críticos ácidos del Calderonato, como lo hemos sido de los anteriores y sucesivos mandatarios. Los analistas estamos para criticar los actos de gobierno y no para aplaudirlos, como monos de cilindrero.

Para condenar los errores de un Régimen hay que aportar argumentación y pruebas, lo que en el caso del par de “contestatarios” brilló por su ausencia. Emilio Ruggerio, el personajillo que se fue contra Felipe, dicen que es un tenor que lleva 25 años viviendo en el extranjero. ¿Tendrá idea de lo que en realidad ocurre en México, quien reside fuera?

Escupió una punta de sandeces y encima fue incapaz de pronunciar el nombre de su “héroe”, López Obrador. Demostró su incapacidad para escuchar lo que le decía Calderón, en plena pose “operística”, para que lo grabaran y conseguir sus cinco minutos de gloria. Ahora amenaza con que lo va a demandar, porque lo amenazaron sus escoltas: ¡Delirium tremens de un protagónico!

El joven que interpeló a Margarita fue menos majadero, aunque tampoco escuchó.

Un México dividido por el lenguaje de odio cotidiano, de un Presidente que sigue sin entender que, ni todos pensamos igual, ni todos le vamos a aplaudir ni a ensalzar la confrontación constante, contra los que piensan distinto.

Su lenguaje de campaña permanente, sube de diapasón. Utiliza majaderías, grita como desaforado y le habla al auditorio, como quien se dirige a un rebaño. Se deshace en compromisos, los regaña como a párvulos e intenta ocultar la realidad. Inocula veneno, acrecienta los resentimientos y fomenta la violencia, azote de esta República.

Calderón es uno de sus enemigos, aunque les llame adversarios, más visible. Insiste en que le robó la presidencia, a pesar de que se la ganaron aunque sólo fuera por unas décimas. Confirma su falta de democracia y su forma de manipular masas, siempre haciéndose la víctima.

Siembra vientos y ya levanta tempestades. ¿Cuánto vamos a tardar en ver un crimen de odio? ¿Un atentado contra cualquiera de los tantos a los que minimiza, ridiculiza, difama, agravia, desde su púlpito mañanero?

La violencia verbal constante –lo sabe cualquiera-, lleva a la física. Se empieza por hacerse de palabras para acabar en los golpes o las balas. Confrontar a una sociedad, con base en la mentira y la injuria, es de una irresponsabilidad inaudita. Fomentar la venganza, el escarnio y lo peor del ser humano, resulta hasta delincuencial.

Inconcebible que alguien que se dice Presidente de todos, esté acabando de destruir el tejido social, la convivencia, la indispensable unidad.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Una palabra que choca, que a muchos hace que nos rehierva el buche; que implica un “lo aguanto, porque no hay de otra”, o “qué asco la mentalidad de este fulano”. Suena a una especie de obligación impuesta por la fuerza.

Habría que referirse a las diferencias entre unos y otros, con el término “Respeto”. Con mayúsculas en cuanto a su significado. Es absolutamente válido que otros piensen de forma diversa, que tengan distintas aspiraciones, incluso, otro color de piel, de fisonomía, de estatura, de clase socioeconómica. Si se trata de cuestiones políticas, ni qué añadir. Hay que respetar en su integridad, al otro.

Viene a colación por la repasada que le pusieron un par de hombres a Margarita Zavala y a Felipe Calderón. Al expresidente lo abordó un individuo en un avión. A ella la enfrentó un joven en algún lugar de México. Ambos, llamémosles “agresores”, carentes de argumentos.

Fuimos críticos ácidos del Calderonato, como lo hemos sido de los anteriores y sucesivos mandatarios. Los analistas estamos para criticar los actos de gobierno y no para aplaudirlos, como monos de cilindrero.

Para condenar los errores de un Régimen hay que aportar argumentación y pruebas, lo que en el caso del par de “contestatarios” brilló por su ausencia. Emilio Ruggerio, el personajillo que se fue contra Felipe, dicen que es un tenor que lleva 25 años viviendo en el extranjero. ¿Tendrá idea de lo que en realidad ocurre en México, quien reside fuera?

Escupió una punta de sandeces y encima fue incapaz de pronunciar el nombre de su “héroe”, López Obrador. Demostró su incapacidad para escuchar lo que le decía Calderón, en plena pose “operística”, para que lo grabaran y conseguir sus cinco minutos de gloria. Ahora amenaza con que lo va a demandar, porque lo amenazaron sus escoltas: ¡Delirium tremens de un protagónico!

El joven que interpeló a Margarita fue menos majadero, aunque tampoco escuchó.

Un México dividido por el lenguaje de odio cotidiano, de un Presidente que sigue sin entender que, ni todos pensamos igual, ni todos le vamos a aplaudir ni a ensalzar la confrontación constante, contra los que piensan distinto.

Su lenguaje de campaña permanente, sube de diapasón. Utiliza majaderías, grita como desaforado y le habla al auditorio, como quien se dirige a un rebaño. Se deshace en compromisos, los regaña como a párvulos e intenta ocultar la realidad. Inocula veneno, acrecienta los resentimientos y fomenta la violencia, azote de esta República.

Calderón es uno de sus enemigos, aunque les llame adversarios, más visible. Insiste en que le robó la presidencia, a pesar de que se la ganaron aunque sólo fuera por unas décimas. Confirma su falta de democracia y su forma de manipular masas, siempre haciéndose la víctima.

Siembra vientos y ya levanta tempestades. ¿Cuánto vamos a tardar en ver un crimen de odio? ¿Un atentado contra cualquiera de los tantos a los que minimiza, ridiculiza, difama, agravia, desde su púlpito mañanero?

La violencia verbal constante –lo sabe cualquiera-, lleva a la física. Se empieza por hacerse de palabras para acabar en los golpes o las balas. Confrontar a una sociedad, con base en la mentira y la injuria, es de una irresponsabilidad inaudita. Fomentar la venganza, el escarnio y lo peor del ser humano, resulta hasta delincuencial.

Inconcebible que alguien que se dice Presidente de todos, esté acabando de destruir el tejido social, la convivencia, la indispensable unidad.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq