*Por Juan Arellanes
La amenaza existencial del cambio climático producido por el consumo de combustibles fósiles, ha generado un relato esperanzador: la transición energética, cuya premisa es instalar infraestructuras de energías renovables para suplantar los sistemas basados en combustibles fósiles reduciendo así las emisiones de gases de efecto invernadero. Numerosos actores globales, desde países hasta gigantes corporativos, han adoptado la retórica del "cero emisiones netas". Sin embargo, la ejecución de este ambicioso plan ha revelado desafíos y contradicciones.
En los últimos años se ha producido un fervor mundial por la transición energética, con países como los de la Unión Europea, Estados Unidos y China estableciendo objetivos audaces. La promesa de un futuro impulsado por energías renovables parecía más factible que nunca, especialmente después de la drástica disminución de emisiones en 2020, producto del confinamiento global.
Pero la reducción de emisiones se debió a la disminución temporal del consumo de combustible, no a la expansión de energías renovables. En cuanto la economía se “reabrió”, regresó el consumo masivo de carbón, petróleo y gas. El relato de la transición energética no está respaldado por ninguna evidencia de sustitución. Aunque se produzca un crecimiento espectacular de infraestructuras de energía renovable, la demanda de combustibles fósiles no ha dejado de crecer.
Tras la reapertura, la cadena de suministro global se resintió, la inflación en el mercado energético se desató y proyectos de energías renovables fueron cancelados debido al encarecimiento de materias primas. La energía renovable, después de décadas de disminución de costos, ahora se enfrenta a una tendencia inflacionaria.
La transición no promete abandonar los combustibles fósiles, sino alcanzar "cero emisiones netas", confiando en mecanismos institucionales y tecnologías aún no existentes para compensar emisiones futuras. Los científicos climáticos denuncian los compromisos de "cero emisiones netas": aseguran que sólo se busca proteger los intereses comerciales en lugar de abordar el cambio climático de manera efectiva. Para hacerlo, se requieren recortes inmediatos y sostenidos en las emisiones de carbono, lo cual significa reducir el consumo de combustibles fósiles.
La narrativa optimista se desvanece frente a las complejidades reales y las contradicciones inherentes de un proceso inédito: la humanidad no conoce la transición energética. Nunca hemos renunciado a algún recurso energético, siempre hemos acumulado nuevas fuentes.
Pero el desafío es existencial, así que no puede haber lugar para el derrotismo. Es esencial un enfoque realista, transparente y honesto. Ni las renovables, el auto eléctrico y el hidrógeno verde son la solución mágica, ni los combustibles fósiles serán eternos, ni el cambio climático esperará paciente mientras decidimos actuar. El relato actual deberá evolucionar hacia una estrategia que demandará no sólo buenas intenciones sino decisiones dolorosas. La más importante de ellas: una reducción drástica del consumo energético, especialmente en actividades no esenciales. Pero la mayoría de los tomadores de decisiones aún no están listos para ello.
*Profesor de Geopolítica de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México