Desde su llegada al poder, Donald Trump ha expresado y mantiene aversión por las palabras tratado y libre. Será por ello que insiste en llamar acuerdo comercial al entendimiento que, en principio, ha sido ya cerrado con México y que en los próximos días debería extenderse a Canadá para dar forma a lo que en esencia habrá de considerarse la renovación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en vigor desde 1994.
Fobias aparte, pacto, acuerdo o tratado, bilateral o trilateral, el documento cuya concertación fue anunciada por los presidentes Trump y Peña Nieto es un logro lo mismo para Estados Unidos que para los gobiernos saliente y entrante de México, y debe serlo para Canadá, el tercer país integrante del área económica de Norteamérica.
Cuestiones tan espinosas como las reglas de origen para la producción y exportaciones de la industria automotriz, la temporalidad de la producción y exportación de productos agropecuarios o la pretendida extinción del Tratado que estará vigente y sujeta a revisión cada seis años, fueron resueltas tras largas conversaciones en las que ambos países cedieron partes sin cancelar las posibilidades del intercambio comercial con reglas justas.
El acuerdo entre México y Estados Unidos beneficia también a la administración del futuro presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, cuyo representante tuvo una participación activa en las negociaciones que culminaron el sábado pasado. López Obrador tiene también sus aversiones, sus intenciones de cambios en relación con la administración anterior. Cada quién las suyas. Si para Trump el TLCAN fue un tratado de horrible contenido, para López Obrador las fobias no sólo se enfocan hacia el avión presidencial, la residencia de Los Pinos o la obra del aeropuerto de Texcoco, sino muchas de las reformas que puso en práctica el gobierno de Enrique Peña Nieto. Entre ellas la energética y su posible cancelación que a última hora en las negociaciones para el TLCAN, fue cuestionada por la parte norteamericana. Según los informes preliminares del acuerdo entre los dos países la administración de López Obrador no cambiará las modificaciones constitucionales de esa Reforma; mantendrá los más de cien contratos para la exploración y producción de yacimientos petroleros y para la comercialización de los combustibles. A cambio de ello, en el acuerdo comercial se reconoce la soberanía de México para mantener el control de la energía, impulsar una mayor explotación de yacimientos y llevar a cabo la política que considere más conveniente en futuras licitaciones en materia de energéticos.
Las reticencias del gobierno de Donald Trump para reconocer el carácter de tratado de libre comercio a lo que él se empeña en llamar simples acuerdos, no deberán ser obstáculo para la integración económica y de cooperación de América del Norte incluyendo a Canadá, cuya representación participa ya en las negociaciones que deberán concluir a más tardar en los primeros días de septiembre próximo. Si el llamar acuerdo al Tratado de Libre Comercio es, por parte de Donald Trump un capricho, no lo es la persistencia de un mecanismo de concertación en el que estén presentes todas las partes de la zona norteamericana. Los beneficios que el TLCAN ha representado para los tres países, la fortaleza de ese instrumento dentro de la economía mundial, así lo demuestran. De ahí la insistencia de la representación de México por mantener la trilateralidad del Tratado, el acuerdo o pacto, como se llame, pero que sirva al desarrollo y el bienestar de nuestras comunidades.
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