/ viernes 25 de marzo de 2022

Tres años de perder una oportunidad histórica: relocalización

El Secretario de Hacienda y Crédito Público recién declaró que México ya está trabajando para aprovechar la tendencia de relocalización industrial de empresas transnacionales, a fin de que vengan al país. Excelente, pero vamos bastante tarde y, en cambio, persisten prácticas y actitudes desde el gobierno que siguen frenando y aun ahuyentando la inversión productiva.

Llevamos tres años perdidos ante esta oportunidad, efectivamente histórica, que debimos abordar estratégicamente, al menos desde la aprobación del TMEC, para impulsar un verdadero relanzamiento de México como eje manufacturero y del comercio global.

En sentido inverso, se mantiene un clima de negocios antagónico a la iniciativa privada y de deterioro en dos factores fundamentales para invertir: certidumbre jurídica, de capa caída en México ante una tendencia de arbitrariedad política; y de especial relevancia para la industria: certeza de abasto energético suficiente, a bajo costo y limpio, esto último, indispensable para que las empresas cumplan con nuevas exigencias internacionales de huella de carbono y criterios socioambientales y de gobernanza (ESG). A eso hay que sumar niveles crecientes de delincuencia en gran parte del país, lo cual incluye afectaciones y riesgos directos para las operaciones logísticas, por ejemplo, con bloqueos de vías ferroviarias y extorsión.

La oportunidad sigue ahí, pero el tiempo corre y quizá no tengamos más que otros tres años para hacerla realidad.

Básicamente, las empresas buscan resiliencia en sus cadenas de suministro: reducir vulnerabilidades y mejorar la capacidad de respuesta ante choques e interrupciones, sean por conflictos políticos y bélicos, como el que hoy tiene lugar en Ucrania, pero también epidemias, fenómenos naturales o escaladas proteccionistas. Se trata de tener encadenamientos más confiables en función de las circunstancias presentes y futuras.

La estrategia incluye diversificar el suministro y trabajar en sitios que ofrezcan la mayor estabilidad y confiabilidad. Tal como pueden brindarla países con tratados comerciales y más cercanos a las etapas finales de la producción y los mercados, tanto territorialmente como en huso horario. De eso se trata el nearshoring y el reshoring.

Según datos del Banco Mundial, hasta 50% de las empresas estadounidenses está reubicando alguna parte de su operación, o considera hacerlo. El 20% busca acercarlas.

Las ventajas de México son evidentes: la vecindad con el mayor mercado del mundo y el TMEC; la integración productiva y logística regional y el desarrollo manufacturero ya existentes; las complementariedades económicas con Estados Unidos, comenzando por ofrecer menores costos que los habría de llevar una planta directamente a ese país, además de los otros 11 tratados de libre comercio y ese acceso privilegiado a 46 naciones.

Por si fuera poco, las nuevas reglas de origen que incorporó el TMEC generan tanto incentivos adicionales como presión al proceso de reshoring. En 2023 entra en vigor el requisito, para no pagar aranceles, de que 75% de la integración de los vehículos provenga de la región.

Claramente, hace sentido para sectores como el automotriz y sus proveedores traer líneas de producción desde Asia y otras regiones. En particular, hay una gran oportunidad en Tier 2, el suministro a proveedores directos de fabricantes de equipo original, y Tier 3. Incluso podríamos atraer manufacturas de mayor sofisticación, como la de chips, de los que ha habido agudos problemas de abasto, al grado de provocar paros en las plantas y hasta inflación.

Esa perspectiva no sólo atañe a empresas estadounidenses, sino de todo el mundo, en particular las que exportan al mercado estadounidense. Para las empresas chinas, hace clic tener a México como plataforma para sus exportaciones a Estados Unidos, máxime con el antagonismo comercial, económico y político con China. Pero también puede serlo con Europa, como puente transocéanico. Más que competir con el canal de Panamá por un paso rápido, la oportunidad está en ser un corredor logístico con valor agregado industrial, acogiendo procesos finales y aprovechando nuestro tratado de libre comercio con la Unión Europea.

Todo esto revaloriza a México para atraer inversiones. Tanto o más que lo visto tras la firma del TMEC desde 1994, hasta que el empuje declinó con el auge de China y su ingreso a la OMC en 2001. Hoy puede darse el gran regreso, con un auténtico relanzamiento industrial. Ya somos el onceavo exportador mundial (fe de erratas: en el artículo publicado el 23 de febrero sobre el dilema contrarreforma eléctrica o TMEC dijimos que octavo, sitio que corresponde a exportación agropecuaria). Podríamos escalar peldaños rápidamente y disparar el crecimiento.

Este sería el momento de acordar, gobierno e iniciativa privada, una política industrial o de fomento visionaria, como la que impulsó el salto al desarrollo de Japón o Corea del Sur. Sería ideal, y podría incluir recuperar el proyecto de las Zonas Económicas Especiales para incrementar el estímulo a la inversión mientras llevamos desarrollo al Sur Sureste. Pero antes, o por lo pronto, ayudaría mucho resolver lo que justo ahora detiene la inversión.

Traer a nuestro país una planta es una excelente opción, pero probablemente no si en el balance gravitan fuertes dosis de incertidumbre legal, energética y de seguridad pública. Desde el gobierno se dice que se estrechan negociaciones con los socios comerciales, pero las pláticas entre funcionarios y políticos servirán de muy poco si no se resuelve lo básico.


El Secretario de Hacienda y Crédito Público recién declaró que México ya está trabajando para aprovechar la tendencia de relocalización industrial de empresas transnacionales, a fin de que vengan al país. Excelente, pero vamos bastante tarde y, en cambio, persisten prácticas y actitudes desde el gobierno que siguen frenando y aun ahuyentando la inversión productiva.

Llevamos tres años perdidos ante esta oportunidad, efectivamente histórica, que debimos abordar estratégicamente, al menos desde la aprobación del TMEC, para impulsar un verdadero relanzamiento de México como eje manufacturero y del comercio global.

En sentido inverso, se mantiene un clima de negocios antagónico a la iniciativa privada y de deterioro en dos factores fundamentales para invertir: certidumbre jurídica, de capa caída en México ante una tendencia de arbitrariedad política; y de especial relevancia para la industria: certeza de abasto energético suficiente, a bajo costo y limpio, esto último, indispensable para que las empresas cumplan con nuevas exigencias internacionales de huella de carbono y criterios socioambientales y de gobernanza (ESG). A eso hay que sumar niveles crecientes de delincuencia en gran parte del país, lo cual incluye afectaciones y riesgos directos para las operaciones logísticas, por ejemplo, con bloqueos de vías ferroviarias y extorsión.

La oportunidad sigue ahí, pero el tiempo corre y quizá no tengamos más que otros tres años para hacerla realidad.

Básicamente, las empresas buscan resiliencia en sus cadenas de suministro: reducir vulnerabilidades y mejorar la capacidad de respuesta ante choques e interrupciones, sean por conflictos políticos y bélicos, como el que hoy tiene lugar en Ucrania, pero también epidemias, fenómenos naturales o escaladas proteccionistas. Se trata de tener encadenamientos más confiables en función de las circunstancias presentes y futuras.

La estrategia incluye diversificar el suministro y trabajar en sitios que ofrezcan la mayor estabilidad y confiabilidad. Tal como pueden brindarla países con tratados comerciales y más cercanos a las etapas finales de la producción y los mercados, tanto territorialmente como en huso horario. De eso se trata el nearshoring y el reshoring.

Según datos del Banco Mundial, hasta 50% de las empresas estadounidenses está reubicando alguna parte de su operación, o considera hacerlo. El 20% busca acercarlas.

Las ventajas de México son evidentes: la vecindad con el mayor mercado del mundo y el TMEC; la integración productiva y logística regional y el desarrollo manufacturero ya existentes; las complementariedades económicas con Estados Unidos, comenzando por ofrecer menores costos que los habría de llevar una planta directamente a ese país, además de los otros 11 tratados de libre comercio y ese acceso privilegiado a 46 naciones.

Por si fuera poco, las nuevas reglas de origen que incorporó el TMEC generan tanto incentivos adicionales como presión al proceso de reshoring. En 2023 entra en vigor el requisito, para no pagar aranceles, de que 75% de la integración de los vehículos provenga de la región.

Claramente, hace sentido para sectores como el automotriz y sus proveedores traer líneas de producción desde Asia y otras regiones. En particular, hay una gran oportunidad en Tier 2, el suministro a proveedores directos de fabricantes de equipo original, y Tier 3. Incluso podríamos atraer manufacturas de mayor sofisticación, como la de chips, de los que ha habido agudos problemas de abasto, al grado de provocar paros en las plantas y hasta inflación.

Esa perspectiva no sólo atañe a empresas estadounidenses, sino de todo el mundo, en particular las que exportan al mercado estadounidense. Para las empresas chinas, hace clic tener a México como plataforma para sus exportaciones a Estados Unidos, máxime con el antagonismo comercial, económico y político con China. Pero también puede serlo con Europa, como puente transocéanico. Más que competir con el canal de Panamá por un paso rápido, la oportunidad está en ser un corredor logístico con valor agregado industrial, acogiendo procesos finales y aprovechando nuestro tratado de libre comercio con la Unión Europea.

Todo esto revaloriza a México para atraer inversiones. Tanto o más que lo visto tras la firma del TMEC desde 1994, hasta que el empuje declinó con el auge de China y su ingreso a la OMC en 2001. Hoy puede darse el gran regreso, con un auténtico relanzamiento industrial. Ya somos el onceavo exportador mundial (fe de erratas: en el artículo publicado el 23 de febrero sobre el dilema contrarreforma eléctrica o TMEC dijimos que octavo, sitio que corresponde a exportación agropecuaria). Podríamos escalar peldaños rápidamente y disparar el crecimiento.

Este sería el momento de acordar, gobierno e iniciativa privada, una política industrial o de fomento visionaria, como la que impulsó el salto al desarrollo de Japón o Corea del Sur. Sería ideal, y podría incluir recuperar el proyecto de las Zonas Económicas Especiales para incrementar el estímulo a la inversión mientras llevamos desarrollo al Sur Sureste. Pero antes, o por lo pronto, ayudaría mucho resolver lo que justo ahora detiene la inversión.

Traer a nuestro país una planta es una excelente opción, pero probablemente no si en el balance gravitan fuertes dosis de incertidumbre legal, energética y de seguridad pública. Desde el gobierno se dice que se estrechan negociaciones con los socios comerciales, pero las pláticas entre funcionarios y políticos servirán de muy poco si no se resuelve lo básico.