/ martes 15 de octubre de 2019

Trump, poco inteligente

Lo más sorprendente acerca de la crisis constitucional que estamos enfrentando actualmente es que haya tardado tanto en suceder. Desde el principio era obvio que el presidente de Estados Unidos es un autócrata en potencia que no tolera que restrinjan su poder de ninguna manera y considera que la crítica es una forma de traición.

Además, es respaldado por un partido que ha rechazado la legitimidad de su oposición durante muchos años. Lo que estamos viviendo en este momento era inevitable.

Lo que aún está por verse es el resultado. Si la democracia sobrevive —lo cual está muy lejos de ser una certeza— será gracias en gran medida a un toque impredecible de buena suerte: la deficiencia mental de Donald Trump.

No quiero decir que Trump es estúpido. Un hombre estúpido no se las habría ingeniado para timar a tanta gente a lo largo de tantos años.

Tampoco me refiero a que esté loco, aunque sus discursos y tuits (“mi gran e inigualable sabiduría”, los kurdos no nos ayudaron en Normandía) parecen cada vez más disparatados.

Sin embargo, sí es holgazán, totalmente desinteresado y demasiado inseguro como para escuchar un consejo o admitir que cometió un error.

La noticia que me hizo pensar en estos términos, curiosamente, fue la revisión presupuestaria más reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso, la cual proyecta un déficit fiscal para 2019 de casi un billón de dólares, un aumento de más de 300 mil millones de dólares en comparación con el déficit que Trump heredó.

No obstante, la política nacional de Trump ha consistido en la lucha descendente de clases sociales típica del Partido Republicano. Ni un centavo de esos 300 mil millones de dólares fue destinado a prestaciones sociales, ni al plan de infraestructura que tanto ha prometido y nunca ha ejecutado. En cambio, fue canalizado, en su mayoría, a los recortes fiscales para las empresas y los ricos que han hecho muy poco para estimular la inversión.

Al mismo tiempo, Trump ha continuado su obsesión personal con los aranceles, a pesar de la evidencia creciente de que están afectando el crecimiento. La conclusión más amplia es que, si Trump fuera más astuto y moderado, el camino hacia la autocracia pudo haber continuado sin obstáculos.

Cuenta con el respaldo de un partido, cuyos representantes electos no han dado ninguna señal de escrúpulos democráticos.

Prácticamente ejerce un control estatal sobre los medios noticiosos, gracias a Fox News y al resto del imperio de Murdoch. Ya ha logrado corromper a agencias gubernamentales clave, entre ellas el Departamento de Justicia.

El hecho de que siga respaldando con firmeza a un hombre que es tan evidente y grotescamente inadecuado para el cargo dice mucho sobre el Partido Republicano (aunque algunos republicanos de las bases ahora respaldan la solicitud del juicio político). No obstante, aquellos que queremos que sobreviva el Estados Unidos que conocemos, debemos agradecer que Trump es tan inmaduro e incompetente.

Lo más sorprendente acerca de la crisis constitucional que estamos enfrentando actualmente es que haya tardado tanto en suceder. Desde el principio era obvio que el presidente de Estados Unidos es un autócrata en potencia que no tolera que restrinjan su poder de ninguna manera y considera que la crítica es una forma de traición.

Además, es respaldado por un partido que ha rechazado la legitimidad de su oposición durante muchos años. Lo que estamos viviendo en este momento era inevitable.

Lo que aún está por verse es el resultado. Si la democracia sobrevive —lo cual está muy lejos de ser una certeza— será gracias en gran medida a un toque impredecible de buena suerte: la deficiencia mental de Donald Trump.

No quiero decir que Trump es estúpido. Un hombre estúpido no se las habría ingeniado para timar a tanta gente a lo largo de tantos años.

Tampoco me refiero a que esté loco, aunque sus discursos y tuits (“mi gran e inigualable sabiduría”, los kurdos no nos ayudaron en Normandía) parecen cada vez más disparatados.

Sin embargo, sí es holgazán, totalmente desinteresado y demasiado inseguro como para escuchar un consejo o admitir que cometió un error.

La noticia que me hizo pensar en estos términos, curiosamente, fue la revisión presupuestaria más reciente de la Oficina de Presupuesto del Congreso, la cual proyecta un déficit fiscal para 2019 de casi un billón de dólares, un aumento de más de 300 mil millones de dólares en comparación con el déficit que Trump heredó.

No obstante, la política nacional de Trump ha consistido en la lucha descendente de clases sociales típica del Partido Republicano. Ni un centavo de esos 300 mil millones de dólares fue destinado a prestaciones sociales, ni al plan de infraestructura que tanto ha prometido y nunca ha ejecutado. En cambio, fue canalizado, en su mayoría, a los recortes fiscales para las empresas y los ricos que han hecho muy poco para estimular la inversión.

Al mismo tiempo, Trump ha continuado su obsesión personal con los aranceles, a pesar de la evidencia creciente de que están afectando el crecimiento. La conclusión más amplia es que, si Trump fuera más astuto y moderado, el camino hacia la autocracia pudo haber continuado sin obstáculos.

Cuenta con el respaldo de un partido, cuyos representantes electos no han dado ninguna señal de escrúpulos democráticos.

Prácticamente ejerce un control estatal sobre los medios noticiosos, gracias a Fox News y al resto del imperio de Murdoch. Ya ha logrado corromper a agencias gubernamentales clave, entre ellas el Departamento de Justicia.

El hecho de que siga respaldando con firmeza a un hombre que es tan evidente y grotescamente inadecuado para el cargo dice mucho sobre el Partido Republicano (aunque algunos republicanos de las bases ahora respaldan la solicitud del juicio político). No obstante, aquellos que queremos que sobreviva el Estados Unidos que conocemos, debemos agradecer que Trump es tan inmaduro e incompetente.