/ jueves 29 de agosto de 2019

Trump y el arte de la inconstancia

Primero, Trump anunció de manera inesperada que planeaba imponer aranceles a un rango mucho más amplio de productos chinos. Después, hizo que sus funcionarios declararan a China un país manipulador de divisas (cabe señalar que es uno de los pocos pecados económicos que los chinos no han cometido). En seguida, quizá por temor a los efectos políticos que tendrían los precios más elevados de muchos productos de China durante la temporada vacacional como resultado del aumento en los aranceles, decidió posponer su aplicación... aunque no los canceló.

Pero esperen, aún hay más. Como era de esperar, China respondió a los nuevos aranceles de Estados Unidos con otros aranceles a las importaciones estadounidenses. Trump, al parecer enfurecido, declaró que elevaría todavía más sus aranceles y dijo que les ordenaría a las empresas estadounidenses retirar sus negocios de China (sin considerar que no tiene facultades legales para hacerlo). Luego, durante la cumbre del Grupo de los Siete celebrada en Biarritz dio a entender que “lo estaba pensando”, y más tarde la Casa Blanca emitió una declaración en la que indicó que en realidad desearía haber elevado todavía más los aranceles.

Por supuesto, ahí no termina la cosa. El lunes, Trump dijo que los chinos se habían comunicado para expresar su interés en reanudar las conversaciones comerciales. No obstante, los chinos no confirmaron esta información, y Trump se ha distinguido por no ser una fuente confiable cuando se trata de reuniones internacionales. Por ejemplo, declaró que “los Líderes Mundiales” (él usó las mayúsculas) le habían preguntado: “¿Por qué los medios de comunicación estadounidenses odian tanto a tu país?”, una afirmación de lo más inverosímil.

Hay que recordar que todo esto ocurrió en un intervalo de tan sólo un mes. Ahora imaginen cómo sería estar a cargo de una empresa y querer tomar decisiones en medio de este caos trumpiano.

El problema es que una política comercial inestable e impredecible crea una situación muy distinta. Si tu empresa depende de que la economía global opere sin complicaciones, los berrinches de Trump harán que consideres posponer tus planes de inversión; después de todo, podrías estar a punto de perder el acceso a tus mercados de exportación, a tu cadena de suministros, o ambos. Peor aún, tampoco es un buen momento para invertir en negocios que compiten con importaciones, porque la experiencia nos dice que es muy probable que Trump se arrepienta de sus amenazas. Así que todo se queda varado y la economía sufre las consecuencias.

Al mismo tiempo, la economía estadounidense se ha ido ralentizando conforme se agota el breve impulso generado por el recorte fiscal de 2017. Un líder distinto quizá reflexionaría un poco sobre sus acciones. Pero Trump, siendo Trump, prefiere culpar a todos los demás y arremeter contra quien pueda. Por supuesto, la misma actitud agresiva de Trump en el ámbito comercial, agrava la ralentización económica. Así que es muy posible que caigamos en un círculo vicioso: la economía se debilita, el inconstante Trump le reclama a China (e incluso a otros, quizá empezando por Europa) y esto, a su vez, debilita la economía, y así sucesivamente. Si el proteccionismo es malo, el proteccionismo errático, impuesto por un líder inestable con un ego inseguro, es todavía peor.

Primero, Trump anunció de manera inesperada que planeaba imponer aranceles a un rango mucho más amplio de productos chinos. Después, hizo que sus funcionarios declararan a China un país manipulador de divisas (cabe señalar que es uno de los pocos pecados económicos que los chinos no han cometido). En seguida, quizá por temor a los efectos políticos que tendrían los precios más elevados de muchos productos de China durante la temporada vacacional como resultado del aumento en los aranceles, decidió posponer su aplicación... aunque no los canceló.

Pero esperen, aún hay más. Como era de esperar, China respondió a los nuevos aranceles de Estados Unidos con otros aranceles a las importaciones estadounidenses. Trump, al parecer enfurecido, declaró que elevaría todavía más sus aranceles y dijo que les ordenaría a las empresas estadounidenses retirar sus negocios de China (sin considerar que no tiene facultades legales para hacerlo). Luego, durante la cumbre del Grupo de los Siete celebrada en Biarritz dio a entender que “lo estaba pensando”, y más tarde la Casa Blanca emitió una declaración en la que indicó que en realidad desearía haber elevado todavía más los aranceles.

Por supuesto, ahí no termina la cosa. El lunes, Trump dijo que los chinos se habían comunicado para expresar su interés en reanudar las conversaciones comerciales. No obstante, los chinos no confirmaron esta información, y Trump se ha distinguido por no ser una fuente confiable cuando se trata de reuniones internacionales. Por ejemplo, declaró que “los Líderes Mundiales” (él usó las mayúsculas) le habían preguntado: “¿Por qué los medios de comunicación estadounidenses odian tanto a tu país?”, una afirmación de lo más inverosímil.

Hay que recordar que todo esto ocurrió en un intervalo de tan sólo un mes. Ahora imaginen cómo sería estar a cargo de una empresa y querer tomar decisiones en medio de este caos trumpiano.

El problema es que una política comercial inestable e impredecible crea una situación muy distinta. Si tu empresa depende de que la economía global opere sin complicaciones, los berrinches de Trump harán que consideres posponer tus planes de inversión; después de todo, podrías estar a punto de perder el acceso a tus mercados de exportación, a tu cadena de suministros, o ambos. Peor aún, tampoco es un buen momento para invertir en negocios que compiten con importaciones, porque la experiencia nos dice que es muy probable que Trump se arrepienta de sus amenazas. Así que todo se queda varado y la economía sufre las consecuencias.

Al mismo tiempo, la economía estadounidense se ha ido ralentizando conforme se agota el breve impulso generado por el recorte fiscal de 2017. Un líder distinto quizá reflexionaría un poco sobre sus acciones. Pero Trump, siendo Trump, prefiere culpar a todos los demás y arremeter contra quien pueda. Por supuesto, la misma actitud agresiva de Trump en el ámbito comercial, agrava la ralentización económica. Así que es muy posible que caigamos en un círculo vicioso: la economía se debilita, el inconstante Trump le reclama a China (e incluso a otros, quizá empezando por Europa) y esto, a su vez, debilita la economía, y así sucesivamente. Si el proteccionismo es malo, el proteccionismo errático, impuesto por un líder inestable con un ego inseguro, es todavía peor.