/ martes 9 de julio de 2019

Trump y sus guerras comerciales

La declaración de Donald Trump de que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar” seguramente pasará a los libros de historia como una expresión clásica, pero no en el buen sentido. La realidad es que Trump no está ganando sus guerras comerciales. Es cierto, sus aranceles han dañado a China y a otras economías extranjeras, pero también han dañado a Estados Unidos. Los economistas del Banco de la Reserva Federal de Nueva York calculan que el hogar promedio acabará pagando más de mil dólares al año en precios más elevados.

Pero ¿por qué están fallando las guerras comerciales de Trump? México es una pequeña economía al lado de un gigante, así que uno podría pensar —Trump con toda seguridad así lo hizo— que sería fácil de intimidar. China es una superpotencia económica por derecho propio, pero nos vende mucho más de lo que nos compra, lo cual podríamos imaginar que la vuelve vulnerable a la presión estadounidense. Entonces, ¿por qué Trump no puede imponer su voluntad económica?

Argumentaría que hay tres motivos.

Primero, creer que podemos ganar fácilmente las guerras comerciales refleja el mismo tipo de solipsismo que ha pervertido de manera tan desastrosa nuestra política respecto a Irán. Demasiados estadounidenses en posiciones de poder parecen incapaces de comprender la realidad de que no somos el único país con una cultura, historia e identidad características.

En específico, la idea de que China de entre todas las naciones aceptará un acuerdo que parece una rendición humillante ante Estados Unidos es sencillamente una insensatez.

Segundo, los “hombres de los aranceles” de Trump viven en el pasado, fuera de contacto con las realidades de la economía moderna. Hablan con nostalgia de las políticas de William McKinley. Pero en aquel entonces la pregunta “¿dónde se hizo esto?” por lo general tenía una respuesta simple. En la actualidad, casi todos los productos manufacturados son resultado de una cadena de valor global que cruza múltiples fronteras nacionales.

Por último, la guerra comercial de Trump es impopular —de hecho, obtiene resultados bastante bajos en las encuestas— y lo mismo sucede con él.

Esto vuelve a Trump políticamente vulnerable a las represalias extranjeras. Puede que China no compre tanto de Estados Unidos en comparación con lo que le vende, pero su mercado agrícola es fundamental para los electores de los estados agrícolas a los que Trump necesita aferrarse desesperadamente. Así que la visión de Trump de una victoria comercial sencilla se está convirtiendo en una guerra política de desgaste que su persona probablemente sea menos capaz de aguantar que los líderes de China, aun cuando la economía China esté resintiendo el golpe.

Entonces, ¿cómo terminará esto? Las guerras comerciales casi nunca tienen victorias claras, pero suelen dejar cicatrices perdurables en la economía mundial. Los aranceles a los camiones ligeros que Estados Unidos impuso en 1964 en un esfuerzo infructuoso para obligar a Europa a comprar nuestro pollo congelado todavía están en vigor, 55 años después.

La declaración de Donald Trump de que “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar” seguramente pasará a los libros de historia como una expresión clásica, pero no en el buen sentido. La realidad es que Trump no está ganando sus guerras comerciales. Es cierto, sus aranceles han dañado a China y a otras economías extranjeras, pero también han dañado a Estados Unidos. Los economistas del Banco de la Reserva Federal de Nueva York calculan que el hogar promedio acabará pagando más de mil dólares al año en precios más elevados.

Pero ¿por qué están fallando las guerras comerciales de Trump? México es una pequeña economía al lado de un gigante, así que uno podría pensar —Trump con toda seguridad así lo hizo— que sería fácil de intimidar. China es una superpotencia económica por derecho propio, pero nos vende mucho más de lo que nos compra, lo cual podríamos imaginar que la vuelve vulnerable a la presión estadounidense. Entonces, ¿por qué Trump no puede imponer su voluntad económica?

Argumentaría que hay tres motivos.

Primero, creer que podemos ganar fácilmente las guerras comerciales refleja el mismo tipo de solipsismo que ha pervertido de manera tan desastrosa nuestra política respecto a Irán. Demasiados estadounidenses en posiciones de poder parecen incapaces de comprender la realidad de que no somos el único país con una cultura, historia e identidad características.

En específico, la idea de que China de entre todas las naciones aceptará un acuerdo que parece una rendición humillante ante Estados Unidos es sencillamente una insensatez.

Segundo, los “hombres de los aranceles” de Trump viven en el pasado, fuera de contacto con las realidades de la economía moderna. Hablan con nostalgia de las políticas de William McKinley. Pero en aquel entonces la pregunta “¿dónde se hizo esto?” por lo general tenía una respuesta simple. En la actualidad, casi todos los productos manufacturados son resultado de una cadena de valor global que cruza múltiples fronteras nacionales.

Por último, la guerra comercial de Trump es impopular —de hecho, obtiene resultados bastante bajos en las encuestas— y lo mismo sucede con él.

Esto vuelve a Trump políticamente vulnerable a las represalias extranjeras. Puede que China no compre tanto de Estados Unidos en comparación con lo que le vende, pero su mercado agrícola es fundamental para los electores de los estados agrícolas a los que Trump necesita aferrarse desesperadamente. Así que la visión de Trump de una victoria comercial sencilla se está convirtiendo en una guerra política de desgaste que su persona probablemente sea menos capaz de aguantar que los líderes de China, aun cuando la economía China esté resintiendo el golpe.

Entonces, ¿cómo terminará esto? Las guerras comerciales casi nunca tienen victorias claras, pero suelen dejar cicatrices perdurables en la economía mundial. Los aranceles a los camiones ligeros que Estados Unidos impuso en 1964 en un esfuerzo infructuoso para obligar a Europa a comprar nuestro pollo congelado todavía están en vigor, 55 años después.