/ sábado 15 de agosto de 2020

Tufo a autoritarismo

La iniciativa empezó en el Congreso Local de Oaxaca. Los inspirados legisladores de Morena, decidieron prohibir la venta a menores, de bebidas azucaradas y alimentos envasados de alto contenido proteico. Lo que nos faltaba: Los diputadetes nos van a decir lo que hay que hacer con nuestros hijos.

La mentada norma, que sanciona a quien distribuya, done, regale, venda y suministre a un menor de edad, una “bolsa de papitas”, cayó como un bendito aguacero, en medio de la sequía de problemas críticos, a los que se ignora o se hace a un lado.

El chistorete, por supuesto, proviene del excelentísimo consentido de Palacio Nacional –López Gatell-, quien atribuye la dramática mortandad del coronavirus, a la gordura de los mexicanos.

Lo de que estamos “pasados de peso” es una verdad, pero, lo que se calla es la mala estrategia para combatir al Covid y la irresponsabilidad de un tlatoani, que sigue sin usar el cubrebocas.

La obesidad es un problema con muchas aristas. La vida cambió, la mujer se incorporó a la planta productiva, las distancias a los trabajos son largas y se acabó la comida en familia. De los platillos complicados se pasó a la preparación rápida, en el poco tiempo que queda libre.

En cuanto al cada vez más satanizado consumo de refrescos, habría que tomar en cuenta que, en varios estados de la República la escasez de agua potable es una realidad y Oaxaca ocupa uno de los primeros lugares en esta problemática.

¿Y las fritangas callejeras y caseras, verdadera fuente para echarse kilos encima? El año pasado, en las cuentas de adquisiciones de la Presidencia, salió a relucir el fuerte consumo de longaniza. El escándalo del gasto de más de 300 mil pesos, por unos cuantos kilos –Lo destapó el senador panista, Julen Rementería-, se silenció a toda velocidad. Pero, ¿ha visto usted a AMLO, zampar como descosido, alimentos grasosos, fritos, en exceso condimentados? El ejemplo del máximo gurú nacional, cunde.

El meollo de la ley, que ahora quieren llevar a nivel federal, es la intromisión en la vida privada de los individuos. Si gobierno y congreso, se meten hasta en lo que comemos, lo mismo hará en otros ángulos de esa libertad, que están empeñados en atropellar.

Podrían pensar en campañas publicitarias que alienten a tener buenos hábitos y a transmitirlos a los niños en las escuelas. Prohibir no es solución a ningún conflicto. Al contrario, desde Adán y Eva, la fruta prohibida es la que más atrae.

¿Y, en la realidad, quién va a vigilar que se cumpla? De entrada se fomenta el mercado negro –como ocurre con el tabaco, por los altos precios- y se llama a la corrupción de inspectores, policías y demás recua de autoridades que aprovecharán para llenarse la bolsa de “mordidas”.

Comer un dulce, un chocolate es parte de la infancia y si se hace con medida, a nadie perjudica. El inculcar buenos hábitos debe provenir de los padres y no de una legislación absurda, hecha para distraer de la crisis de la pandemia y económica.

Debieran ocuparse tan “diligentes” hacedores de leyes, en observar la creciente y demencial militarización del país. Fuerzas Armadas convertidas en constructores, administradores de los “bancos del bienestar”, de las aduanas, los puertos y cuantas otras encomiendas, inconstitucionales, les endosa el tabasqueño. ¿Que no son corruptos? Es falso y ya se verá. Debería tenernos con los pelos de punta, pero parece un tema fuera del interés nacional.

La iniciativa empezó en el Congreso Local de Oaxaca. Los inspirados legisladores de Morena, decidieron prohibir la venta a menores, de bebidas azucaradas y alimentos envasados de alto contenido proteico. Lo que nos faltaba: Los diputadetes nos van a decir lo que hay que hacer con nuestros hijos.

La mentada norma, que sanciona a quien distribuya, done, regale, venda y suministre a un menor de edad, una “bolsa de papitas”, cayó como un bendito aguacero, en medio de la sequía de problemas críticos, a los que se ignora o se hace a un lado.

El chistorete, por supuesto, proviene del excelentísimo consentido de Palacio Nacional –López Gatell-, quien atribuye la dramática mortandad del coronavirus, a la gordura de los mexicanos.

Lo de que estamos “pasados de peso” es una verdad, pero, lo que se calla es la mala estrategia para combatir al Covid y la irresponsabilidad de un tlatoani, que sigue sin usar el cubrebocas.

La obesidad es un problema con muchas aristas. La vida cambió, la mujer se incorporó a la planta productiva, las distancias a los trabajos son largas y se acabó la comida en familia. De los platillos complicados se pasó a la preparación rápida, en el poco tiempo que queda libre.

En cuanto al cada vez más satanizado consumo de refrescos, habría que tomar en cuenta que, en varios estados de la República la escasez de agua potable es una realidad y Oaxaca ocupa uno de los primeros lugares en esta problemática.

¿Y las fritangas callejeras y caseras, verdadera fuente para echarse kilos encima? El año pasado, en las cuentas de adquisiciones de la Presidencia, salió a relucir el fuerte consumo de longaniza. El escándalo del gasto de más de 300 mil pesos, por unos cuantos kilos –Lo destapó el senador panista, Julen Rementería-, se silenció a toda velocidad. Pero, ¿ha visto usted a AMLO, zampar como descosido, alimentos grasosos, fritos, en exceso condimentados? El ejemplo del máximo gurú nacional, cunde.

El meollo de la ley, que ahora quieren llevar a nivel federal, es la intromisión en la vida privada de los individuos. Si gobierno y congreso, se meten hasta en lo que comemos, lo mismo hará en otros ángulos de esa libertad, que están empeñados en atropellar.

Podrían pensar en campañas publicitarias que alienten a tener buenos hábitos y a transmitirlos a los niños en las escuelas. Prohibir no es solución a ningún conflicto. Al contrario, desde Adán y Eva, la fruta prohibida es la que más atrae.

¿Y, en la realidad, quién va a vigilar que se cumpla? De entrada se fomenta el mercado negro –como ocurre con el tabaco, por los altos precios- y se llama a la corrupción de inspectores, policías y demás recua de autoridades que aprovecharán para llenarse la bolsa de “mordidas”.

Comer un dulce, un chocolate es parte de la infancia y si se hace con medida, a nadie perjudica. El inculcar buenos hábitos debe provenir de los padres y no de una legislación absurda, hecha para distraer de la crisis de la pandemia y económica.

Debieran ocuparse tan “diligentes” hacedores de leyes, en observar la creciente y demencial militarización del país. Fuerzas Armadas convertidas en constructores, administradores de los “bancos del bienestar”, de las aduanas, los puertos y cuantas otras encomiendas, inconstitucionales, les endosa el tabasqueño. ¿Que no son corruptos? Es falso y ya se verá. Debería tenernos con los pelos de punta, pero parece un tema fuera del interés nacional.