/ viernes 12 de agosto de 2022

Ucrania, China y la realpolitik

Según el historiador y periodista británico A. J. P. Taylor: “Bismarck peleó guerras ‘necesarias’ y mató a miles; los idealistas del siglo XX pelearon guerras ‘justas’ y mataron a millones”. (Se recomienda ver, por cierto, esta joya de la televisión del siglo pasado: https://www.youtube.com/watch?v=4eutKA8G-MA).

En esta época en que la idea del “fin de la historia” ha sido rebasada por el regreso de la historia y la venganza de la geografía, conviene repasar el pensamiento de personajes como Otto von Bismarck o Henry Kissinger –éste último llamó a Bismarck el “Revolucionario Blanco”. Hacerlo podría evitar que, en medio de la actual transición geopolítica global, los tomadores de decisiones confundan guerras justas con guerras necesarias. En particular, lo que sucede actualmente en Ucrania y Taiwán, reabre la discusión sobre las guerras necesarias y las guerras de elección.

Desde el principio de la invasión rusa a Ucrania, en este espacio se ha expuesto lo que podría propiciar un fino equilibrio de poder en Europa –se ha expuesto, respetuosamente, consciente de que se trata del futuro de Ucrania, un país digno de ser libre. En términos generales, se trata del incremento de las capacidades militares defensivas ucranianas, sin que esto implique formar parte de la OTAN; el fortalecimiento de una alianza económica con Europa Occidental; y el mantenimiento territorial, ya sin Crimea o el Donbás.

Para el caso de Taiwán, resulta por demás interesante el artículo de Sascha Glaeser Lessons From Ukraine: Why America Shouldn´t Fight for Taiwan, en la revista The National Interest. Para Glaeser, un eventual ataque de China a Taiwán tendría que generar una respuesta militar moderada por parte de Estados Unidos, similar a la de Ucrania, a fin de evitar un conflicto convencional o llegar, incluso, al escalamiento nuclear. La anexión de Taiwán por parte de China, Glaeser sugiere, no tendría que convertirse en un desastre para Estados Unidos.

Cabe apuntar que no suscribo en su totalidad el argumento de Glaeser. No apoyar a Taiwán enviaría un mensaje confuso a los aliados naturales de Estados Unidos en la región, particularmente Japón, India y Singapur. Sin embargo, la situación en Ucrania y Taiwán pone de relieve que mientras para Occidente estas guerras son de elección –por más justas que sean–, para Rusia y China, respectivamente, por su historia y seguridad nacional, son guerras de necesidad. Guerras que, de paso, representan serios riesgos para el mundo entero.

Por cierto, conviene preguntarse qué implicaciones podría tener para Latinoamérica la reciente visita de Nancy Pelosi a Taiwán. Al final, se trata de una región en la que, tras 20 años de presencia, China pasó de ser un actor de influencia a un competidor estratégico de Estados Unidos. Será relevante monitorear algún acto reflejo de Beijing en lo económico o político-diplomático, que pueda ser parte de una lógica disuasiva.

Por último, sobre el tema de disuasión. Algunos colegas han señalado que la visita de Nancy Pelosi pudo haber sido un acto de disuasión estratégica estadounidense, a fin de prevenir un acto mayor de China sobre Taiwán. Es una hipótesis pertinente que tendría que incluirse en el análisis. No obstante, considerando la magnitud de la respuesta china, cabría preguntarse en qué medida un acto de disuasión dirigido a Beijing, paradójicamente disuadirá a Washington de futuras acciones a favor de Taiwán. Las hipótesis están vivas.

Consultor

Según el historiador y periodista británico A. J. P. Taylor: “Bismarck peleó guerras ‘necesarias’ y mató a miles; los idealistas del siglo XX pelearon guerras ‘justas’ y mataron a millones”. (Se recomienda ver, por cierto, esta joya de la televisión del siglo pasado: https://www.youtube.com/watch?v=4eutKA8G-MA).

En esta época en que la idea del “fin de la historia” ha sido rebasada por el regreso de la historia y la venganza de la geografía, conviene repasar el pensamiento de personajes como Otto von Bismarck o Henry Kissinger –éste último llamó a Bismarck el “Revolucionario Blanco”. Hacerlo podría evitar que, en medio de la actual transición geopolítica global, los tomadores de decisiones confundan guerras justas con guerras necesarias. En particular, lo que sucede actualmente en Ucrania y Taiwán, reabre la discusión sobre las guerras necesarias y las guerras de elección.

Desde el principio de la invasión rusa a Ucrania, en este espacio se ha expuesto lo que podría propiciar un fino equilibrio de poder en Europa –se ha expuesto, respetuosamente, consciente de que se trata del futuro de Ucrania, un país digno de ser libre. En términos generales, se trata del incremento de las capacidades militares defensivas ucranianas, sin que esto implique formar parte de la OTAN; el fortalecimiento de una alianza económica con Europa Occidental; y el mantenimiento territorial, ya sin Crimea o el Donbás.

Para el caso de Taiwán, resulta por demás interesante el artículo de Sascha Glaeser Lessons From Ukraine: Why America Shouldn´t Fight for Taiwan, en la revista The National Interest. Para Glaeser, un eventual ataque de China a Taiwán tendría que generar una respuesta militar moderada por parte de Estados Unidos, similar a la de Ucrania, a fin de evitar un conflicto convencional o llegar, incluso, al escalamiento nuclear. La anexión de Taiwán por parte de China, Glaeser sugiere, no tendría que convertirse en un desastre para Estados Unidos.

Cabe apuntar que no suscribo en su totalidad el argumento de Glaeser. No apoyar a Taiwán enviaría un mensaje confuso a los aliados naturales de Estados Unidos en la región, particularmente Japón, India y Singapur. Sin embargo, la situación en Ucrania y Taiwán pone de relieve que mientras para Occidente estas guerras son de elección –por más justas que sean–, para Rusia y China, respectivamente, por su historia y seguridad nacional, son guerras de necesidad. Guerras que, de paso, representan serios riesgos para el mundo entero.

Por cierto, conviene preguntarse qué implicaciones podría tener para Latinoamérica la reciente visita de Nancy Pelosi a Taiwán. Al final, se trata de una región en la que, tras 20 años de presencia, China pasó de ser un actor de influencia a un competidor estratégico de Estados Unidos. Será relevante monitorear algún acto reflejo de Beijing en lo económico o político-diplomático, que pueda ser parte de una lógica disuasiva.

Por último, sobre el tema de disuasión. Algunos colegas han señalado que la visita de Nancy Pelosi pudo haber sido un acto de disuasión estratégica estadounidense, a fin de prevenir un acto mayor de China sobre Taiwán. Es una hipótesis pertinente que tendría que incluirse en el análisis. No obstante, considerando la magnitud de la respuesta china, cabría preguntarse en qué medida un acto de disuasión dirigido a Beijing, paradójicamente disuadirá a Washington de futuras acciones a favor de Taiwán. Las hipótesis están vivas.

Consultor