/ miércoles 22 de junio de 2022

Un balance de la IX Cumbre de las Américas 

Por: Paola A. Hernández Ozuna*


“América para los americanos”. Con esa frase, el presidente de Perú, Pedro Castillo, cerraba su discurso inaugural en la reciente IX Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, California del 6 al 10 de junio. La evocación de las palabras de James Monroe (1823) tenía para el mandatario peruano otro sentido: el de resignificar la carga hegemónica de la frase para establecer el necesario acercamiento, la inclusión y la cooperación de los países del hemisferio en igualdad de condiciones. Sin embargo, la política interamericana nunca se ha basado en buenas intenciones ni en buenos deseos.

Históricamente, el alcance de las Cumbres de las Américas, tanto en términos de poder como discursivos, ha estado marcado por lo que la política exterior estadounidense establece como prioritario en las relaciones interamericanas. Con el gobierno demócrata de Joe Biden, ¿se podía esperar algo diferente en Los Ángeles? La respuesta nunca fue clara. A pesar de que Estados Unidos fue el anfitrión y con ello, simbólicamente, demostró su interés por retomar el acercamiento con América Latina -que, en su momento fracturó su antecesor, Donald Trump-, su postura excluyente y el ámpula que generó esto en algunos gobiernos latinoamericanos, como el de México, Argentina y Chile, restó impulso a una Cumbre en la que se trataron temas de gran importancia regional.

Después de los bajos niveles de interlocución y diálogo, la IX cumbre sería la oportunidad de poner sobre la mesa las pautas de la cooperación hemisférica y avanzar en temas apremiantes como el de la recuperación económica postpandemia, el cambio climático y la gestión migratoria. Sin embargo, el clima generalizado fue el de la fragmentación. Estados Unidos tenía su propia agenda de discusión, pero los otros 20 participantes, entre países caribeños, centroamericanos y sudamericanos, tenían diversas agendas. México proclamando la refundación del orden interamericano; Chile promoviendo la protección de los océanos y señalando su política exterior feminista; Argentina demandando el regreso del BID a manos latinoamericanos, por mencionar algunos ejemplos.

Los países de América Latina no llegaron a la cumbre con una agenda concertada, ni una estrategia común que impulsara acciones verdaderamente inclusivas y dialogadas. La acendrada fragmentación político, ideológica y económica latinoamericana limitó su capacidad de acción y su incidencia en la agenda hemisférica. Ni siquiera la crítica de la exclusión de Nicaragua, Venezuela y Cuba, o el repudio al embargo económico hacia esta última, pudo incentivar acciones conjuntas de los gobiernos “progresistas” de la región.

Para Estados Unidos, el “América para los americanos” sigue estando unida -aunque con ciertos matices- a lo que planteaba Monroe y no tanto a lo que plantea Castillo. La visión de las relaciones hemisféricas del gobierno norteamericano sólo forma parte de la gran estrategia de política exterior que busca reestablecer la primacía del país en el sistema internacional, de cara a la transición hegemónica global que tiene a China como su principal competidor.

Ante ese escenario, el balance general de la Cumbre indica una permanencia de la incertidumbre en la agenda de cooperación interamericana que, a pesar de débiles pasos hacia adelante -como la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección- no ha podido ser disipada. Desafortunadamente, las voces críticas de América Latina no fueron suficientes para inclinar la balanza hacia la construcción de un liderazgo que reuniera, en una decisiones concertada, propuestas concretas y acciones contundentes. Para que América sea de los americanos tiene que ir de Sur a Norte, que es dónde, según Gabriel Boric, empieza el continente


*Especialista en política exterior de México y en política internacional latinoamericana.

Por: Paola A. Hernández Ozuna*


“América para los americanos”. Con esa frase, el presidente de Perú, Pedro Castillo, cerraba su discurso inaugural en la reciente IX Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, California del 6 al 10 de junio. La evocación de las palabras de James Monroe (1823) tenía para el mandatario peruano otro sentido: el de resignificar la carga hegemónica de la frase para establecer el necesario acercamiento, la inclusión y la cooperación de los países del hemisferio en igualdad de condiciones. Sin embargo, la política interamericana nunca se ha basado en buenas intenciones ni en buenos deseos.

Históricamente, el alcance de las Cumbres de las Américas, tanto en términos de poder como discursivos, ha estado marcado por lo que la política exterior estadounidense establece como prioritario en las relaciones interamericanas. Con el gobierno demócrata de Joe Biden, ¿se podía esperar algo diferente en Los Ángeles? La respuesta nunca fue clara. A pesar de que Estados Unidos fue el anfitrión y con ello, simbólicamente, demostró su interés por retomar el acercamiento con América Latina -que, en su momento fracturó su antecesor, Donald Trump-, su postura excluyente y el ámpula que generó esto en algunos gobiernos latinoamericanos, como el de México, Argentina y Chile, restó impulso a una Cumbre en la que se trataron temas de gran importancia regional.

Después de los bajos niveles de interlocución y diálogo, la IX cumbre sería la oportunidad de poner sobre la mesa las pautas de la cooperación hemisférica y avanzar en temas apremiantes como el de la recuperación económica postpandemia, el cambio climático y la gestión migratoria. Sin embargo, el clima generalizado fue el de la fragmentación. Estados Unidos tenía su propia agenda de discusión, pero los otros 20 participantes, entre países caribeños, centroamericanos y sudamericanos, tenían diversas agendas. México proclamando la refundación del orden interamericano; Chile promoviendo la protección de los océanos y señalando su política exterior feminista; Argentina demandando el regreso del BID a manos latinoamericanos, por mencionar algunos ejemplos.

Los países de América Latina no llegaron a la cumbre con una agenda concertada, ni una estrategia común que impulsara acciones verdaderamente inclusivas y dialogadas. La acendrada fragmentación político, ideológica y económica latinoamericana limitó su capacidad de acción y su incidencia en la agenda hemisférica. Ni siquiera la crítica de la exclusión de Nicaragua, Venezuela y Cuba, o el repudio al embargo económico hacia esta última, pudo incentivar acciones conjuntas de los gobiernos “progresistas” de la región.

Para Estados Unidos, el “América para los americanos” sigue estando unida -aunque con ciertos matices- a lo que planteaba Monroe y no tanto a lo que plantea Castillo. La visión de las relaciones hemisféricas del gobierno norteamericano sólo forma parte de la gran estrategia de política exterior que busca reestablecer la primacía del país en el sistema internacional, de cara a la transición hegemónica global que tiene a China como su principal competidor.

Ante ese escenario, el balance general de la Cumbre indica una permanencia de la incertidumbre en la agenda de cooperación interamericana que, a pesar de débiles pasos hacia adelante -como la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección- no ha podido ser disipada. Desafortunadamente, las voces críticas de América Latina no fueron suficientes para inclinar la balanza hacia la construcción de un liderazgo que reuniera, en una decisiones concertada, propuestas concretas y acciones contundentes. Para que América sea de los americanos tiene que ir de Sur a Norte, que es dónde, según Gabriel Boric, empieza el continente


*Especialista en política exterior de México y en política internacional latinoamericana.