/ miércoles 13 de mayo de 2020

Un Covid-19 distinto

Hay grupos sintomáticos y grupos asintomáticos. Al igual que las diferencias que se presentan entre unos y otros, hay grandes distingos entre clases socioeconómicas, capacidades y condiciones.

Poco se piensa en las personas con alguna incapacidad, como lo puede ser la ceguera, las parálisis, la sordera e incluso, quienes tienen síndrome de Down, o cualquier otra forma de lo que puede ser una limitación.

La vida, para esos segmentos poblacionales, es más dura. La invidencia –a pesar de que hay quien la enfrenta a solas-, requiere de ayuda: el que alguien te tome el codo para cruzar una calle, para sortear obstáculos imprevistos, para actividades que, quienes tenemos la suerte de ver, ignoramos.

Los perros guía, al igual que los dueños, también están sufriendo los alcances de la pandemia, en cuanto a cambios en sus horarios de salida, de ejercicio, de vigilancia de su propietario.

Qué decir de quien está atado a una silla de ruedas y no cuenta con compañía. Los que tienen una discapacidad están entrenados para enfrentarla y, probablemente son mucho más fuertes que los que gozamos de todos nuestros sentidos. Sin embargo, el cambio que ha supuesto la cuarentena los puede limitar en su asistencia a clases, a un trabajo y, por supuesto, a aquellos que sobreviven gracias a la venta de cualquier dulce o chuchería, en la vía pública de las ciudades.

Hay miles y miles de personas en condición de calle, entre ellos un alto porcentaje de niños, adolescentes y jóvenes. Comen de las limosnas que obtienen, desaparecidas en avenidas fantasmales. Además de las carencias propias de su condición, también se esfumaron, por el encierro obligatorio, las pocas organizaciones civiles que les prestan apoyo.

Unos cuantos ciudadanos, de los de primera, se arriesgan a preparar comidas y entregarlas a los necesitados, aunque en muchos casos los indigentes no saben que en esos lugares les dan alimentos. A diferencia de tantas autoridades omisas y negligentes, fueron los narcos los que entregaron despensas, vergüenza nacional que traspasó fronteras.

El endemoniado virus y su necesidad de aislamiento, cierra canales de la existencia propia, de quienes se encuentran en la miseria y la marginación. De lo poco que recibían, menos y con mayores dificultades.

También sufren al doble, las mujeres embarazadas y próximas a dar a luz, en la duda de si podrán recibir atención médica o si podrán conseguir una partera. A pesar de la precariedad de los servicios de salud, para las embarazadas en la pobreza, había manera de ingresar a una institución de salud. El coronavirus tiene a la mayoría de los hospitales saturados y, para acabarla de fastidiar, hay madres que se infectan del virus.

Ya no es sólo el que el hijo nazca en buenas condiciones, sino además, sin haberse contagiado. Hay casos en los que se libra la enfermedad y el niño nace en perfectas condiciones, aunque su madre no pueda conocerlo, hasta dar negativo en las pruebas.

El coronavirus vino a golpear, en particular, a los más desprotegidos, a quienes arrastran males propios de su penosa existencia; a los desnutridos, a los obesos –que son un alto porcentaje-, a los hipertensos y a quienes tienen tuberculosis y otras afecciones de la miseria.

Parece que estos seres humanos son inexistentes para las autoridades, empezando por el propio tlatoani, que no han tenido una palabra de consuelo ni solidaridad, para estas tantas víctimas.


catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Hay grupos sintomáticos y grupos asintomáticos. Al igual que las diferencias que se presentan entre unos y otros, hay grandes distingos entre clases socioeconómicas, capacidades y condiciones.

Poco se piensa en las personas con alguna incapacidad, como lo puede ser la ceguera, las parálisis, la sordera e incluso, quienes tienen síndrome de Down, o cualquier otra forma de lo que puede ser una limitación.

La vida, para esos segmentos poblacionales, es más dura. La invidencia –a pesar de que hay quien la enfrenta a solas-, requiere de ayuda: el que alguien te tome el codo para cruzar una calle, para sortear obstáculos imprevistos, para actividades que, quienes tenemos la suerte de ver, ignoramos.

Los perros guía, al igual que los dueños, también están sufriendo los alcances de la pandemia, en cuanto a cambios en sus horarios de salida, de ejercicio, de vigilancia de su propietario.

Qué decir de quien está atado a una silla de ruedas y no cuenta con compañía. Los que tienen una discapacidad están entrenados para enfrentarla y, probablemente son mucho más fuertes que los que gozamos de todos nuestros sentidos. Sin embargo, el cambio que ha supuesto la cuarentena los puede limitar en su asistencia a clases, a un trabajo y, por supuesto, a aquellos que sobreviven gracias a la venta de cualquier dulce o chuchería, en la vía pública de las ciudades.

Hay miles y miles de personas en condición de calle, entre ellos un alto porcentaje de niños, adolescentes y jóvenes. Comen de las limosnas que obtienen, desaparecidas en avenidas fantasmales. Además de las carencias propias de su condición, también se esfumaron, por el encierro obligatorio, las pocas organizaciones civiles que les prestan apoyo.

Unos cuantos ciudadanos, de los de primera, se arriesgan a preparar comidas y entregarlas a los necesitados, aunque en muchos casos los indigentes no saben que en esos lugares les dan alimentos. A diferencia de tantas autoridades omisas y negligentes, fueron los narcos los que entregaron despensas, vergüenza nacional que traspasó fronteras.

El endemoniado virus y su necesidad de aislamiento, cierra canales de la existencia propia, de quienes se encuentran en la miseria y la marginación. De lo poco que recibían, menos y con mayores dificultades.

También sufren al doble, las mujeres embarazadas y próximas a dar a luz, en la duda de si podrán recibir atención médica o si podrán conseguir una partera. A pesar de la precariedad de los servicios de salud, para las embarazadas en la pobreza, había manera de ingresar a una institución de salud. El coronavirus tiene a la mayoría de los hospitales saturados y, para acabarla de fastidiar, hay madres que se infectan del virus.

Ya no es sólo el que el hijo nazca en buenas condiciones, sino además, sin haberse contagiado. Hay casos en los que se libra la enfermedad y el niño nace en perfectas condiciones, aunque su madre no pueda conocerlo, hasta dar negativo en las pruebas.

El coronavirus vino a golpear, en particular, a los más desprotegidos, a quienes arrastran males propios de su penosa existencia; a los desnutridos, a los obesos –que son un alto porcentaje-, a los hipertensos y a quienes tienen tuberculosis y otras afecciones de la miseria.

Parece que estos seres humanos son inexistentes para las autoridades, empezando por el propio tlatoani, que no han tenido una palabra de consuelo ni solidaridad, para estas tantas víctimas.


catalinanq@hotmail.com

@catalinanq