/ sábado 14 de julio de 2018

Un día del abogado muy traqueteado

No podré dejar de escribir. Ha sido mi vicio, mi gusto, mi pasión. En la secundaria, la prepa y la UNAM escribía periodiquitos con papel carbón y con esténciles.

También he escrito editoriales por más de 40 años en diversos periódicos, de los cuales 42 han sido en El Sol de México. En este gran diario he estado desde 1977 en el cual, el entonces Presidente y Director General, don Mario Vázquez Raña me aceptó para la sección editorial.

Siempre escribo lo que veo o escucho y que tiene importancia para mí. Lo escribo, lo reescribo, lo vuelvo a corregir y lo guardo. Pero una tarde viví un episodio especial que quiero narrar porque son momentos de mi vida en los cuales tengo acceso a ciertos hechos que son ajenos para la mayoría y que deseo compartir.

Corría el año de 2005. Nos enteramos por los medios de comunicación que había sido identificado en Estados Unidos, Alfredo Ríos Galeana, aquel famoso delincuente que escapó en tres ocasiones a la reclusión, y que de ser jefe de la policía judicial del Estado de México y luego director de una corporación policíaca llamada Barapem (Batallón de radio patrullas del Estado de México), se convirtió en asalta bancos, secuestrador y homicida. Ríos Galeana nació en octubre de 1950.

Se mantuvo escondido, y en 1989 cruzó la frontera hacia los Estados Unidos auxiliado por polleros, para evitar su identificación. En el sur de Los Angeles vivió, al parecer administrando un negocio de limpieza de oficinas. Pero un día tuvo que acudir a hacer un trámite oficial y presentar su huella digital. Esta huella fue registrada automáticamente en el sistema AFIS de la Procuraduría del DF, sistema que reconoce las huellas de los delincuentes, aunque hayan transcurrido muchos años.

Fue detenido y repatriado. Yo sabía que tarde o temprano llegaría al edificio en el cual yo desempeñaba mi trabajo, el famoso “búnker”.

La tarde del 12 de julio de 2005 me enteré que estaba por llegar el probable delincuente. Más o menos a las 19 horas salí de mi oficina y caminé hasta la puerta de acceso. Me percaté que habría como 50 reporteros esperando entrar; y también noté policías agazapados y medio escondidos en las esquinas y en pocos vehículos. Le pregunté a los agentes judiciales y me dijeron que estaban listos a recibir a Ríos Galeana”.

En los pasillos, en el vestíbulo, en los escalones de entrada y en la calle se sentía la tensión, se percibía el típico ambiente de alerta, de revisión, de desconfianza en el que se imbuye toda la policía judicial cuando se dan estas situaciones, situaciones que son únicas y que les puedo narrar.

Regresé a mi oficina. Cerca de las 20 horas decidí retirarme. Descendí las escalinatas que dan al estacionamiento, al sótano, lugar por el cual he visto ingresar muchísimos delincuentes, no de esta importancia, y quienes son subidos por el elevador a diferentes Fiscalías a sus respectivas diligencias.

Al llegar al sótano me percaté que el elevador estaba detenido por dos judiciales lo cual me dio idea de que el momento estaba cerca. A punto de abordar mi coche empecé a escuchar las sirenas y las luces de las torretas que ya venían descendiendo por la rampa del estacionamiento: una camioneta blanca marca Dodge, blindada y con vidrios polarizados, que llegó hasta la puerta misma del elevador; le seguían tres o cuatro vehículos más; y a pie venían corriendo unos 30 elementos del GERI (grupo especializado de reacción inmediata), uniformados de negro, con armas largas y cascos, quienes rodearon inmediatamente la camioneta para permitir el descenso del detenido, ubicándose de tal forma que cubrían todo el espacio del sótano.

Debo advertir a ustedes que en el famoso estacionamiento solo estábamos la persona que conducía mi vehículo y yo, y toda esta parafernalia policial que se mueve para trasladar a un detenido de este nivel. Nadie más. Me acerqué lo más que pude, unos 5 metros, y pude ver cuando Ríos Galeana descendió. Llevaba una camisola de color guinda y estaba esposado por atrás. Dos comandantes inmediatamente se cubrieron sus rostros, bajando sus pasamontañas, lo tomaron del cinturón y le dieron tal empujón contra el muro que se golpeó la cara duramente (tácticas policiales) y empezaron a darle instrucciones, primero pegado a la pared cercana al elevador, para después introducirlo y subirlo al 5° piso para la presentación a la prensa.

Eran exactamente las 20 horas. Salí del estacionamiento y me impresioné de ver la cantidad de vehículos y motocicletas policíacas y de medios de comunicación que había en la calle.

Al llegar a casa ví por la televisión las escenas del bunker a las 21.30 horas, cuando fue trasladado el detenido al Reclusorio Sur.

Esa fue la historia de aquel 12 de julio de 2005, día del abogado, y que no quiero que se me olvide. Por eso lo escribí y lo guardé. No tiene más valor que el testimonial. Lo referente a detenciones, careos, procesos, sentencias ustedes habrán sabido con certeza por los medios de comunicación.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx

No podré dejar de escribir. Ha sido mi vicio, mi gusto, mi pasión. En la secundaria, la prepa y la UNAM escribía periodiquitos con papel carbón y con esténciles.

También he escrito editoriales por más de 40 años en diversos periódicos, de los cuales 42 han sido en El Sol de México. En este gran diario he estado desde 1977 en el cual, el entonces Presidente y Director General, don Mario Vázquez Raña me aceptó para la sección editorial.

Siempre escribo lo que veo o escucho y que tiene importancia para mí. Lo escribo, lo reescribo, lo vuelvo a corregir y lo guardo. Pero una tarde viví un episodio especial que quiero narrar porque son momentos de mi vida en los cuales tengo acceso a ciertos hechos que son ajenos para la mayoría y que deseo compartir.

Corría el año de 2005. Nos enteramos por los medios de comunicación que había sido identificado en Estados Unidos, Alfredo Ríos Galeana, aquel famoso delincuente que escapó en tres ocasiones a la reclusión, y que de ser jefe de la policía judicial del Estado de México y luego director de una corporación policíaca llamada Barapem (Batallón de radio patrullas del Estado de México), se convirtió en asalta bancos, secuestrador y homicida. Ríos Galeana nació en octubre de 1950.

Se mantuvo escondido, y en 1989 cruzó la frontera hacia los Estados Unidos auxiliado por polleros, para evitar su identificación. En el sur de Los Angeles vivió, al parecer administrando un negocio de limpieza de oficinas. Pero un día tuvo que acudir a hacer un trámite oficial y presentar su huella digital. Esta huella fue registrada automáticamente en el sistema AFIS de la Procuraduría del DF, sistema que reconoce las huellas de los delincuentes, aunque hayan transcurrido muchos años.

Fue detenido y repatriado. Yo sabía que tarde o temprano llegaría al edificio en el cual yo desempeñaba mi trabajo, el famoso “búnker”.

La tarde del 12 de julio de 2005 me enteré que estaba por llegar el probable delincuente. Más o menos a las 19 horas salí de mi oficina y caminé hasta la puerta de acceso. Me percaté que habría como 50 reporteros esperando entrar; y también noté policías agazapados y medio escondidos en las esquinas y en pocos vehículos. Le pregunté a los agentes judiciales y me dijeron que estaban listos a recibir a Ríos Galeana”.

En los pasillos, en el vestíbulo, en los escalones de entrada y en la calle se sentía la tensión, se percibía el típico ambiente de alerta, de revisión, de desconfianza en el que se imbuye toda la policía judicial cuando se dan estas situaciones, situaciones que son únicas y que les puedo narrar.

Regresé a mi oficina. Cerca de las 20 horas decidí retirarme. Descendí las escalinatas que dan al estacionamiento, al sótano, lugar por el cual he visto ingresar muchísimos delincuentes, no de esta importancia, y quienes son subidos por el elevador a diferentes Fiscalías a sus respectivas diligencias.

Al llegar al sótano me percaté que el elevador estaba detenido por dos judiciales lo cual me dio idea de que el momento estaba cerca. A punto de abordar mi coche empecé a escuchar las sirenas y las luces de las torretas que ya venían descendiendo por la rampa del estacionamiento: una camioneta blanca marca Dodge, blindada y con vidrios polarizados, que llegó hasta la puerta misma del elevador; le seguían tres o cuatro vehículos más; y a pie venían corriendo unos 30 elementos del GERI (grupo especializado de reacción inmediata), uniformados de negro, con armas largas y cascos, quienes rodearon inmediatamente la camioneta para permitir el descenso del detenido, ubicándose de tal forma que cubrían todo el espacio del sótano.

Debo advertir a ustedes que en el famoso estacionamiento solo estábamos la persona que conducía mi vehículo y yo, y toda esta parafernalia policial que se mueve para trasladar a un detenido de este nivel. Nadie más. Me acerqué lo más que pude, unos 5 metros, y pude ver cuando Ríos Galeana descendió. Llevaba una camisola de color guinda y estaba esposado por atrás. Dos comandantes inmediatamente se cubrieron sus rostros, bajando sus pasamontañas, lo tomaron del cinturón y le dieron tal empujón contra el muro que se golpeó la cara duramente (tácticas policiales) y empezaron a darle instrucciones, primero pegado a la pared cercana al elevador, para después introducirlo y subirlo al 5° piso para la presentación a la prensa.

Eran exactamente las 20 horas. Salí del estacionamiento y me impresioné de ver la cantidad de vehículos y motocicletas policíacas y de medios de comunicación que había en la calle.

Al llegar a casa ví por la televisión las escenas del bunker a las 21.30 horas, cuando fue trasladado el detenido al Reclusorio Sur.

Esa fue la historia de aquel 12 de julio de 2005, día del abogado, y que no quiero que se me olvide. Por eso lo escribí y lo guardé. No tiene más valor que el testimonial. Lo referente a detenciones, careos, procesos, sentencias ustedes habrán sabido con certeza por los medios de comunicación.

Premio Nacional de Periodismo

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx