/ lunes 9 de diciembre de 2019

Un país bajo presión

La renegociación del TLCAN generó fricciones y rupturas en América del Norte que debieron llegar a su fin con la firma del TMEC: los socios de Estados Unidos habían cedido a los objetivos de Donald Trump.

Pero hoy parece claro que eso no será suficiente y que Canadá sí avizoró los problemas que enfrentaría el presidente norteamericano y postergó su ratificación hasta que Estados Unidos lo hiciera. México lo aprobó rápido.

La evidencia reciente muestra que se tiene un acuerdo legal signado por los representantes de los tres países, pero sin respaldo político para hacerse realidad.

El problema no es menor: se siguen planteando temas como si no se hubieran tratado durante la negociación. En América del Norte, el agotamiento dela globalización de los años 90 no cede su paso al comercio administrado que Donald Trump impone a sus principales socios económicos. La razón es que no constituye un programa integral de desarrollo que genere consensos internos.

En Estados Unidos la confrontación de poderosos intereses políticos y económicos ha puesto en entredicho la viabilidad de que el TMEC vea la luz.

Como resultado, México sigue enfrentando las consecuencias de un cambio de época que no termina por llegar: se busca que ceda más y de forma unilateral.

Primero fue la parte laboral. La mayoría demócrata en la Cámara de Representantes instrumentó una estrategia muy efectiva al utilizar este aspecto como argumento para frenar la aprobación del TMEC.

Sin lugar a duda que el mercado laboral mexicano vive uno de los mayores momentos de precarización en su historia moderna: décadas de bajo crecimiento, una apertura comercial indiscriminada, informalidad, bajos salarios y elevada mortandad de empresas nacionales han gestado una diferencia abismal entre las remuneraciones que se pagan en Estados Unidos con las de México.

Según el Bureau of Labor Statistics de Estados Unidos: en 1975 los costos de compensación de un trabajador mexicano en las manufacturas representaba 24 por ciento de un estadounidense. Hoy ronda 13 por ciento.

Resolver la precarización laboral de México es algo impostergable, pero pretender hacerlo sólo mediante la presión política o decretos unilaterales es inviable. Para hacerlo se requiere un programa integral de desarrollo económico que no está en la mesa de negociación.

Algo similar ocurre con las reglas de origen, uno de los aspectos precursores de la renegociación del TLCAN que ha vuelto a la luz. Ello muestra que lo firmado en el TMEC no bastó para eliminar las discrepancias.

Lo citado representa una presión exterior para México que se asocia a los pendientes internos: el crecimiento económico nulo de 2019 no da fortaleza para negociar.

Tampoco la caída de la inversión y la recesión industrial. Para evitarlo México debió aplicar una estrategia integral de fortalecimiento productivo de su mercado interno. Hoy paga el costo de no hacerlo.

La falta de aprobación del TMEC abre la puerta a una posibilidad altamente riesgosa: que la relación económica con México sea utilizada como parte de la campaña política en Estados Unidos, lo cual sería muy delicado, particularmente después de los problemas de inseguridad que involucraron ciudadanos norteamericanos.

Por ello México debe aplicar una estrategia de reactivación que atenúe la presión que se llegará con el 2020.

La renegociación del TLCAN generó fricciones y rupturas en América del Norte que debieron llegar a su fin con la firma del TMEC: los socios de Estados Unidos habían cedido a los objetivos de Donald Trump.

Pero hoy parece claro que eso no será suficiente y que Canadá sí avizoró los problemas que enfrentaría el presidente norteamericano y postergó su ratificación hasta que Estados Unidos lo hiciera. México lo aprobó rápido.

La evidencia reciente muestra que se tiene un acuerdo legal signado por los representantes de los tres países, pero sin respaldo político para hacerse realidad.

El problema no es menor: se siguen planteando temas como si no se hubieran tratado durante la negociación. En América del Norte, el agotamiento dela globalización de los años 90 no cede su paso al comercio administrado que Donald Trump impone a sus principales socios económicos. La razón es que no constituye un programa integral de desarrollo que genere consensos internos.

En Estados Unidos la confrontación de poderosos intereses políticos y económicos ha puesto en entredicho la viabilidad de que el TMEC vea la luz.

Como resultado, México sigue enfrentando las consecuencias de un cambio de época que no termina por llegar: se busca que ceda más y de forma unilateral.

Primero fue la parte laboral. La mayoría demócrata en la Cámara de Representantes instrumentó una estrategia muy efectiva al utilizar este aspecto como argumento para frenar la aprobación del TMEC.

Sin lugar a duda que el mercado laboral mexicano vive uno de los mayores momentos de precarización en su historia moderna: décadas de bajo crecimiento, una apertura comercial indiscriminada, informalidad, bajos salarios y elevada mortandad de empresas nacionales han gestado una diferencia abismal entre las remuneraciones que se pagan en Estados Unidos con las de México.

Según el Bureau of Labor Statistics de Estados Unidos: en 1975 los costos de compensación de un trabajador mexicano en las manufacturas representaba 24 por ciento de un estadounidense. Hoy ronda 13 por ciento.

Resolver la precarización laboral de México es algo impostergable, pero pretender hacerlo sólo mediante la presión política o decretos unilaterales es inviable. Para hacerlo se requiere un programa integral de desarrollo económico que no está en la mesa de negociación.

Algo similar ocurre con las reglas de origen, uno de los aspectos precursores de la renegociación del TLCAN que ha vuelto a la luz. Ello muestra que lo firmado en el TMEC no bastó para eliminar las discrepancias.

Lo citado representa una presión exterior para México que se asocia a los pendientes internos: el crecimiento económico nulo de 2019 no da fortaleza para negociar.

Tampoco la caída de la inversión y la recesión industrial. Para evitarlo México debió aplicar una estrategia integral de fortalecimiento productivo de su mercado interno. Hoy paga el costo de no hacerlo.

La falta de aprobación del TMEC abre la puerta a una posibilidad altamente riesgosa: que la relación económica con México sea utilizada como parte de la campaña política en Estados Unidos, lo cual sería muy delicado, particularmente después de los problemas de inseguridad que involucraron ciudadanos norteamericanos.

Por ello México debe aplicar una estrategia de reactivación que atenúe la presión que se llegará con el 2020.