/ martes 6 de noviembre de 2018

Un partido definido por sus mentiras

Se trata de un problema republicano (y no sólo es Trump). Los demócratas no son santos, pero en general sus campañas tienen que ver con problemas verdaderos, y por lo general, de hecho, defienden más o menos lo que afirman defender. Los republicanos no y la total deshonestidad de las campañas electorales republicanas debería ser en sí misma un problema político determinante, porque a estas alturas define la naturaleza del partido.

¿Sobre en qué mienten los republicanos? Como dije, casi sobre todo.

No obstante, hay dos temas importantes. Mienten sobre su agenda, fingiendo que sus políticas ayudarán a la clase media y a la trabajadora cuando, más bien, harán lo contrario. También sobre los problemas que enfrenta Estados Unidos, publicitando una amenaza imaginaria por parte de atemorizantes personas de piel morena y atribuyendo, cada vez más, esa amenaza a conspiradores judíos. Están recurriendo a un clásico: el miedo racial. No obstante, vender miedo racial era más fácil en los ochenta y principios de los noventa, cuando EU realmente sufría de altos niveles de delincuencia en los barrios pobres de las ciudades. Desde entonces, los delitos violentos han disminuido. ¿Qué le queda a un alarmista? La respuesta: mentir.

Las mentiras no han cesado desde el discurso de la toma de protesta de Trump, que transmitió una visión falsa de la “carnicería estadounidense”. No obstante, se han vuelto mucho más extremas, llegando al grado de retratar a una pequeña caravana de refugiados, que se encuentra a 1609 kilómetros de la frontera, como una invasión amenazante e inminente, que de algún modo está plagada de terroristas enfermos del Medio Oriente.

Ahora está la insinuación añadida de que siniestros financiadores judíos son los verdaderos culpables detrás de esta invasión. Porque ahí es donde siempre acaba la gente que hace este tipo de cosas.

Lo fundamental que debemos entender es que estas no son sólo mentiras feas y destructivas. Más que eso, moldean la naturaleza del Partido Republicano. Ahora resulta imposible tener integridad intelectual y consciencia mientras se sigue siendo un republicano fiel al partido. Algunos conservadores tienen estos atributo, pero casi todos ellos han dejado el partido, o están al borde de la excomunión.

Los que quedan son fanáticos dispuestos a hacer lo que sea para hacerse del poder, o bien, cínicos dispuestos a estar de acuerdo con todo por una tajada del botín. Así mismo, resulta tonto imaginar que hay algún límite en qué tan lejos estaría dispuesto a ir un partido de fanáticos y cínicos. Cualquiera que pudiera tener un escollo, alguna línea roja infranqueable de mal comportamiento, ya ha tomado la salida.

Por eso la campaña republicana construida enteramente con base en mentiras debería por sí misma ser un problema político: una razón para votar por los demócratas incluso si quieren recortes fiscales. Ya que no sólo estamos hablando de un partido que vende malas ideas mediante declaraciones falsas. La adicción a las mentiras también lo ha convertido —hay que decirlo sin cortapisas— en un partido de gente mala.

Se trata de un problema republicano (y no sólo es Trump). Los demócratas no son santos, pero en general sus campañas tienen que ver con problemas verdaderos, y por lo general, de hecho, defienden más o menos lo que afirman defender. Los republicanos no y la total deshonestidad de las campañas electorales republicanas debería ser en sí misma un problema político determinante, porque a estas alturas define la naturaleza del partido.

¿Sobre en qué mienten los republicanos? Como dije, casi sobre todo.

No obstante, hay dos temas importantes. Mienten sobre su agenda, fingiendo que sus políticas ayudarán a la clase media y a la trabajadora cuando, más bien, harán lo contrario. También sobre los problemas que enfrenta Estados Unidos, publicitando una amenaza imaginaria por parte de atemorizantes personas de piel morena y atribuyendo, cada vez más, esa amenaza a conspiradores judíos. Están recurriendo a un clásico: el miedo racial. No obstante, vender miedo racial era más fácil en los ochenta y principios de los noventa, cuando EU realmente sufría de altos niveles de delincuencia en los barrios pobres de las ciudades. Desde entonces, los delitos violentos han disminuido. ¿Qué le queda a un alarmista? La respuesta: mentir.

Las mentiras no han cesado desde el discurso de la toma de protesta de Trump, que transmitió una visión falsa de la “carnicería estadounidense”. No obstante, se han vuelto mucho más extremas, llegando al grado de retratar a una pequeña caravana de refugiados, que se encuentra a 1609 kilómetros de la frontera, como una invasión amenazante e inminente, que de algún modo está plagada de terroristas enfermos del Medio Oriente.

Ahora está la insinuación añadida de que siniestros financiadores judíos son los verdaderos culpables detrás de esta invasión. Porque ahí es donde siempre acaba la gente que hace este tipo de cosas.

Lo fundamental que debemos entender es que estas no son sólo mentiras feas y destructivas. Más que eso, moldean la naturaleza del Partido Republicano. Ahora resulta imposible tener integridad intelectual y consciencia mientras se sigue siendo un republicano fiel al partido. Algunos conservadores tienen estos atributo, pero casi todos ellos han dejado el partido, o están al borde de la excomunión.

Los que quedan son fanáticos dispuestos a hacer lo que sea para hacerse del poder, o bien, cínicos dispuestos a estar de acuerdo con todo por una tajada del botín. Así mismo, resulta tonto imaginar que hay algún límite en qué tan lejos estaría dispuesto a ir un partido de fanáticos y cínicos. Cualquiera que pudiera tener un escollo, alguna línea roja infranqueable de mal comportamiento, ya ha tomado la salida.

Por eso la campaña republicana construida enteramente con base en mentiras debería por sí misma ser un problema político: una razón para votar por los demócratas incluso si quieren recortes fiscales. Ya que no sólo estamos hablando de un partido que vende malas ideas mediante declaraciones falsas. La adicción a las mentiras también lo ha convertido —hay que decirlo sin cortapisas— en un partido de gente mala.