/ miércoles 15 de agosto de 2018

¿Una cuarta revolución?

Las tres grandes transformaciones de México han sido precedidas de luchas armadas, pero sobre todo han desembocado en un cambio profundo, político y social en la vida del país.

Las guerras por la Independencia no habrían tenido sentido si no hubieran desembocado en la Constitución de 1824 que definió el federalismo como forma de organización de la sociedad; la revolución de Ayutla terminó con la dictadura de Antonio López de Santana y produjo, con la Constitución de 1857, las leyes de Reforma y el camino hacia la modernidad del país. La Revolución iniciada en 1910 liquidó el antiguo régimen y la consecuencia de la lucha armada fue la Constitución de 1917, un nuevo orden jurídico que introdujo el elemento social y recogió las aspiraciones de justicia de los más amplios sectores. Las grandes transformaciones del país, como las de otras partes del mundo, se han basado en principios sostenidos por generaciones de ideólogos y visionarios que han imaginado y llevado a la práctica ideales convertidos en cambios fundamentales. Las revoluciones han subvertido el orden establecido con nuevos instrumentos constitucionales que las caracterizan.

En el umbral del arribo del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se habla de una cuarta transformación del país que sería comparable a las de la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana, las tres consecuencia de luchas con un contenido esencialmente ideológico y generadoras de las constituciones que cambiaron profundamente el orden jurídico y la vida política, social y económica del país.

Al enunciar una cuarta transformación de México, se genera la duda sobre lo que esta afirmación significaría en el futuro inmediato y a mediano y largo plazos de nuestra sociedad. La idea de una cuarta transformación no está precedida de una exposición clara, rotunda, de las ideas que deberían nutrir un verdadero cambio. Los ideales de la Independencia, la Reforma y la Revolución están aún en vías de convertirse en realidad. Pero no es con una incierta subversión del orden como podría lograrse una cuarta transformación de la sociedad.

Hablar de una cuarta transformación sin el sustento de una nueva estructura jurídica es mucho decir. Son loables los planteamientos de la administración que encabezará Andrés Manuel López Obrador para terminar con lacras que la sociedad padece como la corrupción, la impunidad, la desigualdad social y económica y los abusos de la autoridad. Pero esas metas, en estado larvario, no son suficientes para comparar a sus promotores, aun en el caso de que se realicen, con los patriotas de la Independencia, con Benito Juárez y los ideólogos de la Reforma ni con quienes forjaron la gran transformación de la Constitución de 1917, Venustiano Carranza y los luchadores del movimiento armado iniciado en 1910.

La idea de un gobierno que a fuerza de reducir sus dimensiones choca con la dignidad de un aparato republicano que ante los ojos del ciudadano debe estar revestido de un ritual, un protocolo en el que se reconoce respetabilidad y signo inequívoco de autoridad. Una transformación de la vida pública del país no puede consistir en la renuncia a la forma, el rito, la liturgia con los que el hombre común identifica a la autoridad. Pretender que esos signos exteriores representan una cuarta transformación del país, una nueva revolución equiparable a nuestros grandes movimientos sociales, políticos y económicos es una exageración.

Srio28@prodigy.net.mx



Las tres grandes transformaciones de México han sido precedidas de luchas armadas, pero sobre todo han desembocado en un cambio profundo, político y social en la vida del país.

Las guerras por la Independencia no habrían tenido sentido si no hubieran desembocado en la Constitución de 1824 que definió el federalismo como forma de organización de la sociedad; la revolución de Ayutla terminó con la dictadura de Antonio López de Santana y produjo, con la Constitución de 1857, las leyes de Reforma y el camino hacia la modernidad del país. La Revolución iniciada en 1910 liquidó el antiguo régimen y la consecuencia de la lucha armada fue la Constitución de 1917, un nuevo orden jurídico que introdujo el elemento social y recogió las aspiraciones de justicia de los más amplios sectores. Las grandes transformaciones del país, como las de otras partes del mundo, se han basado en principios sostenidos por generaciones de ideólogos y visionarios que han imaginado y llevado a la práctica ideales convertidos en cambios fundamentales. Las revoluciones han subvertido el orden establecido con nuevos instrumentos constitucionales que las caracterizan.

En el umbral del arribo del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se habla de una cuarta transformación del país que sería comparable a las de la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana, las tres consecuencia de luchas con un contenido esencialmente ideológico y generadoras de las constituciones que cambiaron profundamente el orden jurídico y la vida política, social y económica del país.

Al enunciar una cuarta transformación de México, se genera la duda sobre lo que esta afirmación significaría en el futuro inmediato y a mediano y largo plazos de nuestra sociedad. La idea de una cuarta transformación no está precedida de una exposición clara, rotunda, de las ideas que deberían nutrir un verdadero cambio. Los ideales de la Independencia, la Reforma y la Revolución están aún en vías de convertirse en realidad. Pero no es con una incierta subversión del orden como podría lograrse una cuarta transformación de la sociedad.

Hablar de una cuarta transformación sin el sustento de una nueva estructura jurídica es mucho decir. Son loables los planteamientos de la administración que encabezará Andrés Manuel López Obrador para terminar con lacras que la sociedad padece como la corrupción, la impunidad, la desigualdad social y económica y los abusos de la autoridad. Pero esas metas, en estado larvario, no son suficientes para comparar a sus promotores, aun en el caso de que se realicen, con los patriotas de la Independencia, con Benito Juárez y los ideólogos de la Reforma ni con quienes forjaron la gran transformación de la Constitución de 1917, Venustiano Carranza y los luchadores del movimiento armado iniciado en 1910.

La idea de un gobierno que a fuerza de reducir sus dimensiones choca con la dignidad de un aparato republicano que ante los ojos del ciudadano debe estar revestido de un ritual, un protocolo en el que se reconoce respetabilidad y signo inequívoco de autoridad. Una transformación de la vida pública del país no puede consistir en la renuncia a la forma, el rito, la liturgia con los que el hombre común identifica a la autoridad. Pretender que esos signos exteriores representan una cuarta transformación del país, una nueva revolución equiparable a nuestros grandes movimientos sociales, políticos y económicos es una exageración.

Srio28@prodigy.net.mx