/ sábado 18 de diciembre de 2021

Una vuelta más al sol...

Llegó el fin de año, rapidito. Nuestra conciencia y nuestra armonía con el medio ambiente es cada vez más necesaria porque estamos afectados y confinados por un bicho atroz: Covid 19. Y para superarlo necesitamos de mucha energía mental, de pensamientos armoniosos y de meditación.

Hemos terminado el mes de noviembre, mes del año que en el calendario antiguo era el noveno mes de un año que solo tenía diez, con diciembre (décimo) al final. Ese noveno mes fue movido, y pasó a ser el décimo primero cuando el emperador romano Julio César tuvo la feliz idea de crear el mes de julio, y a César Augusto el de agosto, intercalándolos en la mejor época del calendario. Obviamente diciembre pasó de ser el décimo mes al duodécimo. Son los caprichos de la historia. ¿O deberé decir, los caprichos de los gobernantes?

Al principio, se representó a noviembre bajo la figura de un sacerdote de la diosa Isis vestido con una túnica de lino con la cabeza calva y apoyado en un altar sobre el cual había una cabeza de cabrito, animal que se sacrificaba a la diosa precisamente en el mes de noviembre. La diosa Isis era una diosa egipcia, hermana y esposa de Osiris. Representaba la madre, la reina y la diosa de todos los dioses.

Los modernos representan a noviembre bajo la forma de un personaje vestido de hoja seca con una mano apoyada en el signo de Sagitario y la otra sosteniendo un cuerno de la abundancia, de donde salen ciertas raíces, último presente que nos ofrece la tierra antes del terrible invierno.

Como los seres humanos con nuestras conductas hemos modificado el clima del planeta, ahora los fríos invernales empiezan a sentirse desde los días finales de octubre. Hemos convertido a las ciudades en grandes planchas de cemento y han desaparecido las esplendorosas arboledas que antes adornaban el paisaje; todo en “beneficio” de la modernidad, esa modernidad que parece tener más afanes perjudiciales que positivos. Cuando yo era chiquillo, los inviernos los pasaba usando una camisita, y de vez en cuando un chaleco suéter. Y no es que fuera la edad, porque hoy veo a los jovencitos usando sus tremendos chamarrones para protegerse de la inclemencia.

Noviembre en el hemisferio norte del planeta empieza a azotarnos con tormentas invernales, y las personas tienen que sacar su ropa de invierno, que oficialmente inicia el 21 de diciembre. A ese grado hemos llegado. En noviembre, que es el fin del otoño, caen las hojas, mueren las flores, se apaga la naturaleza que se prepara para guardar sus provisiones para el duro invierno. Esto solo ocurre en el hemisferio norte del planeta, porque en el sur, las estaciones son a la inversa.

Ahora ya noviembre terminó, que debe ser un mes anunciador del fin del año, de las festividades familiares (que estarán muy limitadas o casi prohibidas por el maldito virus), y de las costumbres de embellecer casas, calles, comercios con adornos navideños que levantan el espíritu.

Pero ¿Y la pandemia? Nos dijeron nuestras autoridades sanitarias que el aplanamiento de la curva era un hecho, y que para fines de año estaríamos triunfando sobre el infeliz virus que ha deshecho o separado a familias, a oficinas, a comercios, a escuelas, etc. Pero yo veo en las calles a seres humanos sin cubrebocas, y seguramente no guardarán las necesarias precauciones para evitar el contagio. Hace falta más conciencia social, más insistencia gubernamental en todos sentidos, lo necesitamos todos, lo necesita México. No debemos desesperar.

Volviendo a nuestro tema sobre la armonía del ser humano con la madre tierra y con el planeta, tenemos experiencia conocida sobre el orden, la constancia, la perpetua renovación del mundo material que nos rodea. Frágil y transitoria como es cada una de sus partes, inquietas y migratorias como son sus elementos, sin embargo, perdura. Está sujeto por una ley de permanencia, y aunque está siempre muriendo, siempre vuelve a la vida.

La disolución no hace más que dar nacimiento a nuevos modos de organización, y una muerte es la madre de mil vidas. Cada hora, por lo tanto, no es más que un testimonio de cuán efímera y, sin embargo, cuán segura y cierta es la gran totalidad.

Es como una imagen en el agua, que es siempre la misma, aunque el agua fluye constantemente.

El sol se esconde para levantarse de nuevo; el día es tragado por la oscuridad de la noche, para nacer de ella, tan puro como si nunca se hubiera apagado. La primavera se convierte en verano, y a través del verano y otoño en invierno, para retornar, con mayor seguridad, a triunfar sobre esa tumba hacia la cual se ha acercado rápidamente desde su primera hora.

Nosotros lloramos los capullos de mayo porque se van a marchitar, pero sabemos que un día mayo se vengará de noviembre, por la rotación de ese solemne círculo que nunca se detiene; que nos enseña, en la cúspide de nuestra esperanza, que seamos siempre equilibrados, y en la profundidad de la desolación, que nunca desesperemos...


Fundador de Notimex

Premio Primera Plana

pacofonn@yahoo.com.mx

Llegó el fin de año, rapidito. Nuestra conciencia y nuestra armonía con el medio ambiente es cada vez más necesaria porque estamos afectados y confinados por un bicho atroz: Covid 19. Y para superarlo necesitamos de mucha energía mental, de pensamientos armoniosos y de meditación.

Hemos terminado el mes de noviembre, mes del año que en el calendario antiguo era el noveno mes de un año que solo tenía diez, con diciembre (décimo) al final. Ese noveno mes fue movido, y pasó a ser el décimo primero cuando el emperador romano Julio César tuvo la feliz idea de crear el mes de julio, y a César Augusto el de agosto, intercalándolos en la mejor época del calendario. Obviamente diciembre pasó de ser el décimo mes al duodécimo. Son los caprichos de la historia. ¿O deberé decir, los caprichos de los gobernantes?

Al principio, se representó a noviembre bajo la figura de un sacerdote de la diosa Isis vestido con una túnica de lino con la cabeza calva y apoyado en un altar sobre el cual había una cabeza de cabrito, animal que se sacrificaba a la diosa precisamente en el mes de noviembre. La diosa Isis era una diosa egipcia, hermana y esposa de Osiris. Representaba la madre, la reina y la diosa de todos los dioses.

Los modernos representan a noviembre bajo la forma de un personaje vestido de hoja seca con una mano apoyada en el signo de Sagitario y la otra sosteniendo un cuerno de la abundancia, de donde salen ciertas raíces, último presente que nos ofrece la tierra antes del terrible invierno.

Como los seres humanos con nuestras conductas hemos modificado el clima del planeta, ahora los fríos invernales empiezan a sentirse desde los días finales de octubre. Hemos convertido a las ciudades en grandes planchas de cemento y han desaparecido las esplendorosas arboledas que antes adornaban el paisaje; todo en “beneficio” de la modernidad, esa modernidad que parece tener más afanes perjudiciales que positivos. Cuando yo era chiquillo, los inviernos los pasaba usando una camisita, y de vez en cuando un chaleco suéter. Y no es que fuera la edad, porque hoy veo a los jovencitos usando sus tremendos chamarrones para protegerse de la inclemencia.

Noviembre en el hemisferio norte del planeta empieza a azotarnos con tormentas invernales, y las personas tienen que sacar su ropa de invierno, que oficialmente inicia el 21 de diciembre. A ese grado hemos llegado. En noviembre, que es el fin del otoño, caen las hojas, mueren las flores, se apaga la naturaleza que se prepara para guardar sus provisiones para el duro invierno. Esto solo ocurre en el hemisferio norte del planeta, porque en el sur, las estaciones son a la inversa.

Ahora ya noviembre terminó, que debe ser un mes anunciador del fin del año, de las festividades familiares (que estarán muy limitadas o casi prohibidas por el maldito virus), y de las costumbres de embellecer casas, calles, comercios con adornos navideños que levantan el espíritu.

Pero ¿Y la pandemia? Nos dijeron nuestras autoridades sanitarias que el aplanamiento de la curva era un hecho, y que para fines de año estaríamos triunfando sobre el infeliz virus que ha deshecho o separado a familias, a oficinas, a comercios, a escuelas, etc. Pero yo veo en las calles a seres humanos sin cubrebocas, y seguramente no guardarán las necesarias precauciones para evitar el contagio. Hace falta más conciencia social, más insistencia gubernamental en todos sentidos, lo necesitamos todos, lo necesita México. No debemos desesperar.

Volviendo a nuestro tema sobre la armonía del ser humano con la madre tierra y con el planeta, tenemos experiencia conocida sobre el orden, la constancia, la perpetua renovación del mundo material que nos rodea. Frágil y transitoria como es cada una de sus partes, inquietas y migratorias como son sus elementos, sin embargo, perdura. Está sujeto por una ley de permanencia, y aunque está siempre muriendo, siempre vuelve a la vida.

La disolución no hace más que dar nacimiento a nuevos modos de organización, y una muerte es la madre de mil vidas. Cada hora, por lo tanto, no es más que un testimonio de cuán efímera y, sin embargo, cuán segura y cierta es la gran totalidad.

Es como una imagen en el agua, que es siempre la misma, aunque el agua fluye constantemente.

El sol se esconde para levantarse de nuevo; el día es tragado por la oscuridad de la noche, para nacer de ella, tan puro como si nunca se hubiera apagado. La primavera se convierte en verano, y a través del verano y otoño en invierno, para retornar, con mayor seguridad, a triunfar sobre esa tumba hacia la cual se ha acercado rápidamente desde su primera hora.

Nosotros lloramos los capullos de mayo porque se van a marchitar, pero sabemos que un día mayo se vengará de noviembre, por la rotación de ese solemne círculo que nunca se detiene; que nos enseña, en la cúspide de nuestra esperanza, que seamos siempre equilibrados, y en la profundidad de la desolación, que nunca desesperemos...


Fundador de Notimex

Premio Primera Plana

pacofonn@yahoo.com.mx