/ sábado 28 de marzo de 2020

Urge inteligencia

Circula en las redes un video grabado por Ildefonso Guajardo. El regiomontano, hacedor del nuevo Tratado de Libre Comercio (antes que el lacayo del señor Seade le hiciera componendas desfavorables en lo oscurito), convoca a quienes considera privilegiados, a moverse a favor de quienes los rodean.

Desde que empezó la crisis del coronavirus y a raíz de la sugerencia de quedarse en casa, no paro de pensar en las penurias en las que se encuentran millones de personas.

El altísimo porcentaje que vive de la informalidad. Con los parques vacíos, los restaurantes y las iglesias cerrados, cómo van a subsistir la ancianita –que vende dulces-, el joven paralítico cerebral, también con su cajita de caramelos; el hombre que tuvo un problema cerebral y se gana unos cuantos pesos con el misal mensual.

La mujer indígena y su chorro de niños, que ofrece cucharas de madera. El invidente que toca una desafinada guitarra y tantísimos más que consiguen malcomer, gracias a quienes todavía ven con compasión a esta cara de la miseria.

Guajardo pide que se atienda al peluquero, que ya tuvo que cerrar sus puertas -no se paraban ni las moscas-, al bolero, al mesero que ha perdido sueldo y propinas, en fin, a todos aquellos que nos proporcionan un servicio y que, por supuesto, carecen de ahorros.

Habría también que pensar en las auxiliares del hogar, a quienes muchas familias no tendrán para cubrirles el salario del tiempo de encierro, cuando los ingresos de la casa también sufren merma.

En la misma escala se encuentran quienes se desempeñan en la construcción –gremio de los albañiles que venía en declive por la caída en el rubro-; los taxistas –a la espera de un cliente en largas filas de vehículos estacionados en las bases-.

A esta larga lista hay que sumar al pequeño comercio: el sastre de la esquina, la fonda, el local que arregla computadoras y la plomería. ¿Habrá para ellos alguna ayuda oficial? Es seguro que no.

La jefa de gobierno de la CDMX declaró que se dará un apoyo de 10 mil pesos a los mini negocios. Para quien paga renta –aunque el propietario en esta etapa de crisis acepte no cobrarla, lo que también puede suponer su fuente de ingreso-, la cantidad propuesta no alcanza para cubrir los gastos indispensables.

Miles de habitantes están a la buena de Dios, en relación a sus finanzas y eso si tienen la suerte de no enfermarse. En realidad se pueden tener otros males, más allá del coronavirus. Nadie está exento de una infección intestinal, una gripa o una muela picada.

Cualquier dolencia implica la necesidad de medicinas y, aparte del oneroso desembolso, la posibilidad de encontrarlas. A la par que el pánico ha vaciado los estantes de los supermercados, empieza a sentirse un desabasto de medicamentos.

Difícil encontrar algunos fármacos que combaten la acidez. La paranoia llevó a hordas de compradores, a gastar en cajas y cajas de medicamentos, que quizá ni usen. A la par que el papel higiénico, que se agotó, conozco inconscientes que adquirieron la medicina contra la malaria –se rumoró podía curar el coronavirus, pero aún se desconoce si es efectiva-, como si fuera mercancía a granel.

Lo que se agota por la estulticia de los irresponsables, deja sin el imprescindible medicamento a enfermos, por ejemplo, de lupus, y sin huevos, a quienes no tienen para otra proteína. Son tiempos de angustia, en los que tendríamos que reflexionar en cuanto al ser solidarios con la comunidad.



catalinanq@hotmail.com

@catalinanq


Circula en las redes un video grabado por Ildefonso Guajardo. El regiomontano, hacedor del nuevo Tratado de Libre Comercio (antes que el lacayo del señor Seade le hiciera componendas desfavorables en lo oscurito), convoca a quienes considera privilegiados, a moverse a favor de quienes los rodean.

Desde que empezó la crisis del coronavirus y a raíz de la sugerencia de quedarse en casa, no paro de pensar en las penurias en las que se encuentran millones de personas.

El altísimo porcentaje que vive de la informalidad. Con los parques vacíos, los restaurantes y las iglesias cerrados, cómo van a subsistir la ancianita –que vende dulces-, el joven paralítico cerebral, también con su cajita de caramelos; el hombre que tuvo un problema cerebral y se gana unos cuantos pesos con el misal mensual.

La mujer indígena y su chorro de niños, que ofrece cucharas de madera. El invidente que toca una desafinada guitarra y tantísimos más que consiguen malcomer, gracias a quienes todavía ven con compasión a esta cara de la miseria.

Guajardo pide que se atienda al peluquero, que ya tuvo que cerrar sus puertas -no se paraban ni las moscas-, al bolero, al mesero que ha perdido sueldo y propinas, en fin, a todos aquellos que nos proporcionan un servicio y que, por supuesto, carecen de ahorros.

Habría también que pensar en las auxiliares del hogar, a quienes muchas familias no tendrán para cubrirles el salario del tiempo de encierro, cuando los ingresos de la casa también sufren merma.

En la misma escala se encuentran quienes se desempeñan en la construcción –gremio de los albañiles que venía en declive por la caída en el rubro-; los taxistas –a la espera de un cliente en largas filas de vehículos estacionados en las bases-.

A esta larga lista hay que sumar al pequeño comercio: el sastre de la esquina, la fonda, el local que arregla computadoras y la plomería. ¿Habrá para ellos alguna ayuda oficial? Es seguro que no.

La jefa de gobierno de la CDMX declaró que se dará un apoyo de 10 mil pesos a los mini negocios. Para quien paga renta –aunque el propietario en esta etapa de crisis acepte no cobrarla, lo que también puede suponer su fuente de ingreso-, la cantidad propuesta no alcanza para cubrir los gastos indispensables.

Miles de habitantes están a la buena de Dios, en relación a sus finanzas y eso si tienen la suerte de no enfermarse. En realidad se pueden tener otros males, más allá del coronavirus. Nadie está exento de una infección intestinal, una gripa o una muela picada.

Cualquier dolencia implica la necesidad de medicinas y, aparte del oneroso desembolso, la posibilidad de encontrarlas. A la par que el pánico ha vaciado los estantes de los supermercados, empieza a sentirse un desabasto de medicamentos.

Difícil encontrar algunos fármacos que combaten la acidez. La paranoia llevó a hordas de compradores, a gastar en cajas y cajas de medicamentos, que quizá ni usen. A la par que el papel higiénico, que se agotó, conozco inconscientes que adquirieron la medicina contra la malaria –se rumoró podía curar el coronavirus, pero aún se desconoce si es efectiva-, como si fuera mercancía a granel.

Lo que se agota por la estulticia de los irresponsables, deja sin el imprescindible medicamento a enfermos, por ejemplo, de lupus, y sin huevos, a quienes no tienen para otra proteína. Son tiempos de angustia, en los que tendríamos que reflexionar en cuanto al ser solidarios con la comunidad.



catalinanq@hotmail.com

@catalinanq


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