/ sábado 30 de octubre de 2021

¿Usos y costumbres?

Los Usos y Costumbres se han vuelto una discusión bizantina. Hay quien los defiende a capa y espada, mientras otros consideran que solo son un pretexto para violar la Ley. Es en el campo jurídico donde más se han debatido, aunque en el de los Derechos Humanos existe una mayor fragilidad.

Son un sistema de autogobierno para normar la vida de la comunidad. Incluye todos los aspectos de la convivencia y fija normas y sanciones. Están aceptados por la Constitución, aunque con frecuencia se usan en forma tergiversada y que propicia se cometan lo que en realidad son delitos, aunque se oculten bajo la cantaleta de que “se tiene derecho a actuar de equis manera”.

En el mundo indígena la mujer tiene un papel preponderante, a la vez que resulta doblemente castigada. Desde chiquita se le asignan tareas tanto en la casa como en el campo.

Siempre ocupa un papel secundario, en relación al hombre y se le niegan incluso los estudios, a fin de beneficiar a sus hermanos varones. Lleva la carga más dura, aunque no en todas las comunidades se le ningunea con la misma ferocidad de algunas.

Vive sujeta a lo que se puede tachar de auténtica esclavitud, por parte del varón. Con este patrón cultural educa a las hijas, herederas de la tragedia de haber nacido mujeres y condenadas al inframundo.

Entre tantos “usos y costumbres”, reaparece el del matrimonio acordado, a cambio de una dote para los padres de la novia. Lo que era tradición milenaria, con el tiempo y las condiciones de miseria e ignorancia agravadas, se ha convertido en trata de personas.

El escándalo surgió cuando, a una jovencita de13 años -Angélica-, originaria de La Montaña de Guerrero, las autoridades comunitarias encarcelaron, junto con su abuela y dos pequeñas hermanas, por haber huido de la casa conyugal.

La casaron con un hombre que se fue a buscar fortuna, a Estados Unidos y que la dejó en el hogar familiar, bajo el yugo de un suegro que intentó violarla cuatro veces, que le decía que podía hacer lo que quisiera con ella, porque para eso la habían comprado.

Como es “costumbre”, la mujer que se casa pasa a vivir en el hogar del marido, donde se convierte en la esclava. Se le obliga a realizar todo tipo de trabajos, incluida la siembra. De rechazarlos, o no hacerlos al gusto de quien se los ordena, se la sujeta a malos tratos, golpes y abusos sexuales, por parte de más de un miembro consanguíneo del marido.

Se presume que esta práctica, que se ha vuelto mercantilista y delictiva, está más generalizada en las comunidades de Guerrero, aunque también se lleva a cabo en Oaxaca, Michoacán y otras entidades en las que se asientan los cerca de 620 municipios indígenas, de los que 420 se rigen por los Usos y Costumbres.

Se estima que se han vendido a unas 300 mil niñas y adolescentes y, entre 2017 y 2020, más de tres mil se convirtieron en madres, entre los 9 y los 17 años. El precio de estas ventas va de 20 a 200 mil pesos, aunque también se sitúa entre los 30 y 350 mil. A mayor pobreza, más venta de estas sufridas menores, a las que se condena para toda la vida.

En su espeluznante misoginia, AMLO salió de nuevo, con una batea de babas, diciendo que el problema “no era tan grave y que las comunidades tenían grandes valores”. Le gana su aversión por las mujeres, patente en todos los renglones de su actividad. Notorio que solo gobierna para los machos y “para los que ha hecho pobres”, con sus garrafales errores.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq

Los Usos y Costumbres se han vuelto una discusión bizantina. Hay quien los defiende a capa y espada, mientras otros consideran que solo son un pretexto para violar la Ley. Es en el campo jurídico donde más se han debatido, aunque en el de los Derechos Humanos existe una mayor fragilidad.

Son un sistema de autogobierno para normar la vida de la comunidad. Incluye todos los aspectos de la convivencia y fija normas y sanciones. Están aceptados por la Constitución, aunque con frecuencia se usan en forma tergiversada y que propicia se cometan lo que en realidad son delitos, aunque se oculten bajo la cantaleta de que “se tiene derecho a actuar de equis manera”.

En el mundo indígena la mujer tiene un papel preponderante, a la vez que resulta doblemente castigada. Desde chiquita se le asignan tareas tanto en la casa como en el campo.

Siempre ocupa un papel secundario, en relación al hombre y se le niegan incluso los estudios, a fin de beneficiar a sus hermanos varones. Lleva la carga más dura, aunque no en todas las comunidades se le ningunea con la misma ferocidad de algunas.

Vive sujeta a lo que se puede tachar de auténtica esclavitud, por parte del varón. Con este patrón cultural educa a las hijas, herederas de la tragedia de haber nacido mujeres y condenadas al inframundo.

Entre tantos “usos y costumbres”, reaparece el del matrimonio acordado, a cambio de una dote para los padres de la novia. Lo que era tradición milenaria, con el tiempo y las condiciones de miseria e ignorancia agravadas, se ha convertido en trata de personas.

El escándalo surgió cuando, a una jovencita de13 años -Angélica-, originaria de La Montaña de Guerrero, las autoridades comunitarias encarcelaron, junto con su abuela y dos pequeñas hermanas, por haber huido de la casa conyugal.

La casaron con un hombre que se fue a buscar fortuna, a Estados Unidos y que la dejó en el hogar familiar, bajo el yugo de un suegro que intentó violarla cuatro veces, que le decía que podía hacer lo que quisiera con ella, porque para eso la habían comprado.

Como es “costumbre”, la mujer que se casa pasa a vivir en el hogar del marido, donde se convierte en la esclava. Se le obliga a realizar todo tipo de trabajos, incluida la siembra. De rechazarlos, o no hacerlos al gusto de quien se los ordena, se la sujeta a malos tratos, golpes y abusos sexuales, por parte de más de un miembro consanguíneo del marido.

Se presume que esta práctica, que se ha vuelto mercantilista y delictiva, está más generalizada en las comunidades de Guerrero, aunque también se lleva a cabo en Oaxaca, Michoacán y otras entidades en las que se asientan los cerca de 620 municipios indígenas, de los que 420 se rigen por los Usos y Costumbres.

Se estima que se han vendido a unas 300 mil niñas y adolescentes y, entre 2017 y 2020, más de tres mil se convirtieron en madres, entre los 9 y los 17 años. El precio de estas ventas va de 20 a 200 mil pesos, aunque también se sitúa entre los 30 y 350 mil. A mayor pobreza, más venta de estas sufridas menores, a las que se condena para toda la vida.

En su espeluznante misoginia, AMLO salió de nuevo, con una batea de babas, diciendo que el problema “no era tan grave y que las comunidades tenían grandes valores”. Le gana su aversión por las mujeres, patente en todos los renglones de su actividad. Notorio que solo gobierna para los machos y “para los que ha hecho pobres”, con sus garrafales errores.

catalinanq@hotmail.com

@catalinanq