/ martes 11 de agosto de 2020

Venías muy león

Querido lector, los primeros días de este agosto, vimos un video que contiene dos brutalidades. La primera es un intento de robo: dos sujetos tratan de asaltar una combi. El primero sube al vehículo y comienza el atraco. El segundo espera afuera del transporte. Sin embargo, en segundos, el que está abajo esperando, empieza a huir de la escena del crimen, sin que conozcamos el motivo. El primero nota que su cómplice se le está escurriendo e intenta hacer lo mismo. No lo logró.


Esta imagen es una constante en todo el país. El robo con violencia sucede todos los días y, el Estado mexicano no puede garantizar nuestra seguridad. Es un albur subirse al transporte público, tal vez un día nos asalten, tal vez no, todo depende de la suerte. La segunda tragedia, es cuando las personas que estaban siendo víctimas del asalto empiezan a tomar la justicia por propia mano. Las víctimas se convertirán en victimarios.


Uno de los pasajeros evita que el presunto ladrón escape. Más adelante, el resto de los usuarios comienzan a golpear al otrora atacante. Son aproximadamente cuatro minutos de golpes. Una andanada de puñetazos, patadas, jaloneos e insultos. En un primer momento, parece que el sentido común va a triunfar y se escucha “llama a la tira”, el pasajero que se baja de la combi tenía la misión de hablarle a la policía, sin embargo, no lo hace. Espera unos momentos abajo, y después sube para unirse al acto que entienden como justicia de propia mano. Los insultos llueven igual que los golpes, le dicen: “pinche rata culero”, “venías muy león”, “ a dónde vas”, etc. Un acto de defensa legítima para recuperar un objeto robado, se transforma en un linchamiento sin sentido. No existen elementos que justifiquen la violencia sobre un ser humano, que no representa una amenaza, pues ya lo único que podía hacer era recibir golpes e insultos, ahora solo suplica piedad desde el piso de la combi. Aquí está la segunda escena que empieza a ser una cotidianeidad. Los linchamientos y una supuesta justicia de propia mano comienzan a clarear todos los días en los periódicos. La ausencia de Estado se llena con la coordinación de vecinos, justicieros anónimos o la repentina acción colectiva de víctimas que se convierten en victimarios.


En el caso que nos ocupa, los dos hechos se deben de condenar: el robo y una golpiza sin sentido. Esa justicia de propia mano acaba cuando le quitan los pantalones a quien les quiso robar, y lo tiran al piso. Una persona desnuda y golpeada en el concreto gris jamás será una escena que se pueda asociar con el concepto justicia.


Las autoridades del Estado mexicano deben hacer que este país sea seguro. Ese es un deber del gobierno. Décadas y décadas de fracaso en las políticas de seguridad pública nos han llevado a romantizar y ensalzar los linchamientos. Ahora tenemos otro problema, del que deberíamos de reflexionar: ¿Qué hacen las víctimas cuando se convierten en victimarios?, ¿cómo se comporta quien tuvo el papel de víctima en una posición de poder?, ¿la víctima de robo respetará la ley cuando se trata de lesiones? Mientras todo esto sucede y reflexionamos, el Estado mexicano sigue con las viejas fórmulas de aumentar las penas, crear nuevos delitos, empujando la prisión preventiva oficiosa y dejándonos a nuestra suerte.



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Querido lector, los primeros días de este agosto, vimos un video que contiene dos brutalidades. La primera es un intento de robo: dos sujetos tratan de asaltar una combi. El primero sube al vehículo y comienza el atraco. El segundo espera afuera del transporte. Sin embargo, en segundos, el que está abajo esperando, empieza a huir de la escena del crimen, sin que conozcamos el motivo. El primero nota que su cómplice se le está escurriendo e intenta hacer lo mismo. No lo logró.


Esta imagen es una constante en todo el país. El robo con violencia sucede todos los días y, el Estado mexicano no puede garantizar nuestra seguridad. Es un albur subirse al transporte público, tal vez un día nos asalten, tal vez no, todo depende de la suerte. La segunda tragedia, es cuando las personas que estaban siendo víctimas del asalto empiezan a tomar la justicia por propia mano. Las víctimas se convertirán en victimarios.


Uno de los pasajeros evita que el presunto ladrón escape. Más adelante, el resto de los usuarios comienzan a golpear al otrora atacante. Son aproximadamente cuatro minutos de golpes. Una andanada de puñetazos, patadas, jaloneos e insultos. En un primer momento, parece que el sentido común va a triunfar y se escucha “llama a la tira”, el pasajero que se baja de la combi tenía la misión de hablarle a la policía, sin embargo, no lo hace. Espera unos momentos abajo, y después sube para unirse al acto que entienden como justicia de propia mano. Los insultos llueven igual que los golpes, le dicen: “pinche rata culero”, “venías muy león”, “ a dónde vas”, etc. Un acto de defensa legítima para recuperar un objeto robado, se transforma en un linchamiento sin sentido. No existen elementos que justifiquen la violencia sobre un ser humano, que no representa una amenaza, pues ya lo único que podía hacer era recibir golpes e insultos, ahora solo suplica piedad desde el piso de la combi. Aquí está la segunda escena que empieza a ser una cotidianeidad. Los linchamientos y una supuesta justicia de propia mano comienzan a clarear todos los días en los periódicos. La ausencia de Estado se llena con la coordinación de vecinos, justicieros anónimos o la repentina acción colectiva de víctimas que se convierten en victimarios.


En el caso que nos ocupa, los dos hechos se deben de condenar: el robo y una golpiza sin sentido. Esa justicia de propia mano acaba cuando le quitan los pantalones a quien les quiso robar, y lo tiran al piso. Una persona desnuda y golpeada en el concreto gris jamás será una escena que se pueda asociar con el concepto justicia.


Las autoridades del Estado mexicano deben hacer que este país sea seguro. Ese es un deber del gobierno. Décadas y décadas de fracaso en las políticas de seguridad pública nos han llevado a romantizar y ensalzar los linchamientos. Ahora tenemos otro problema, del que deberíamos de reflexionar: ¿Qué hacen las víctimas cuando se convierten en victimarios?, ¿cómo se comporta quien tuvo el papel de víctima en una posición de poder?, ¿la víctima de robo respetará la ley cuando se trata de lesiones? Mientras todo esto sucede y reflexionamos, el Estado mexicano sigue con las viejas fórmulas de aumentar las penas, crear nuevos delitos, empujando la prisión preventiva oficiosa y dejándonos a nuestra suerte.



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