/ sábado 18 de enero de 2020

Verse en el espejo de la vida

La docencia es una de las actividades más gratificantes del profesionista, desde cualquier punto de vista. Ser maestro es acceder a un nivel de superación personal que implica sacrificio y estudio. Sin estos dos factores no se es maestro. Ser maestro es encontrarse a sí mismo en un salón de clase, muchos años después, y con otra perspectiva. Ser maestro es verse en el espejo de la vida y saber cuánta experiencia hemos acumulado. Es necesario aprender a enseñar. Es necesario estar capacitado para tan elevada misión.

La capacitación de maestros ha sido y es deficiente. Es un caso serio porque afronta el problema más grave de nuestra sociedad: la educación. Este problema que no se ha solucionado ha creado desajustes, como los miles y miles de alumnos que año con año se quedan sin alfabetizar. Por si fuera poco, los egresados de diferentes licenciaturas pasan a engrosar las filas de maestros que actúan, en una gran mayoría, sin saber lo que enseñan, a quién enseñan y cómo lo enseñan.

Las reformas educativas de los últimos lustros han dejado ver ya su incipiente crecimiento, que hasta hoy es eso, incipiente. Pero es una semilla que tardará otros varios lustros en dar flores y frutos.

La enseñanza es una de las tareas más difíciles de cumplir. Satisfacer constantemente decenas o cientos de inquietudes y prepararse para transmitir en forma adecuada los conocimientos, llevan al maestro a dedicar a estas cuestiones gran parte de su tiempo fuera de las aulas. Al maestro no se le ubica socialmente en el peldaño que le corresponde; es sujeto de honores y menciones, pero las más de las veces se le vitupera, se le subestima y no se le toma en cuenta.

Cuando los maestros empiezan a ejercer su carrera, el divorcio entre lo que aprendieron y las realidades que encuentran suele producir en ellos un fuerte impacto. Teniendo que enfrentarse cada día con niños y adolescentes hostiles, que regatean sin tregua por conseguir siempre un poco más de autonomía, hay que preguntarse cómo es posible que alguno siquiera desee continuar.

La carrera docente dista mucho de ser una de las más seleccionadas para una profesión. Debido a las pocas investigaciones al respecto, lo único que puedo hacer es especular, pero es probable que la razón de que muchas personas se hallen practicando la enseñanza sea porque antes fracasaron en su carrera preferida.

Es posible también que algunos se entreguen a la enseñanza y continúen en ella aún a disgusto porque esa ocupación les permite otras actividades. Un maestro casado puede sentir la necesidad, debido a lo escaso de su sueldo, de tomar a su cargo clases nocturnas de adultos, y este otro trabajo, compatible con el horario escolar, puede resultarle tan compensador que decida continuar con la enseñanza. Se maneja mucho el concepto de que los maestros tienen que ser modelos de buena conducta para los jóvenes, aún los adultos se sienten cohibidos delante de un maestro.

Los maestros sienten que su imagen pública no es buena y que la gente no les tiene la consideración debida, pero para muchos la enseñanza constituye un escalón en su deseo de mejorar de posición social y, en consecuencia, de ganar prestigio.

Los maestros no son profesionales en el sentido que habitualmente se da a esta palabra. No tienen clientes que los escojan o soliciten, llevados por una necesidad.

Impartir una clase o una cátedra no es solamente pararse frente a un grupo de alumnos, demandar comportamiento y dictar un curso basado en un programa. Hay que tomar conciencia de que se está frente a cincuenta, sesenta o cien inquietudes, y para contestarlas hay que tener agilidad mental para pasar de un cuestionamiento a otro, transmitiendo conocimientos, impartiendo cultura, formando personalidades, enseñando a ser, enseñando a pensar.

Es necesario que el maestro enseñe al alumno a pensar, no únicamente a estudiar. Somos seres pensantes y debemos desarrollar nuestra inteligencia para sortear exitosamente las diversas vicisitudes que se nos presentan. No es suficiente la capacidad cerebral que obtiene genéticamente cada individuo. Hay que incrementar esta capacidad, y ejercitarla mientas se viva. Una forma de recibir esta formación, tal vez la más adecuada, es en la escuela de profesores capacitados.

Desgraciadamente muy tarde nos damos cuenta del valor del maestro, y fuera de tiempo les agradecemos y tomamos en cuenta lo que hicieron por nosotros. Fueron formadores de una etapa muy importante de nuestra vida y debemos transitar por ella con su ejemplo

Es necesario repetir y repetir: ser maestro es, tal vez, la actividad más honrosa y prestigiada de cualquier sociedad. Es menester verse en el espejo de la vida. Quienes hemos tenido la suerte de transitar por ese camino sabemos que no hay satisfacción más grande que despejar una duda, que resolver una inquietud, que encender una luz.

Presea Ricardo Flores Magón

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx

La docencia es una de las actividades más gratificantes del profesionista, desde cualquier punto de vista. Ser maestro es acceder a un nivel de superación personal que implica sacrificio y estudio. Sin estos dos factores no se es maestro. Ser maestro es encontrarse a sí mismo en un salón de clase, muchos años después, y con otra perspectiva. Ser maestro es verse en el espejo de la vida y saber cuánta experiencia hemos acumulado. Es necesario aprender a enseñar. Es necesario estar capacitado para tan elevada misión.

La capacitación de maestros ha sido y es deficiente. Es un caso serio porque afronta el problema más grave de nuestra sociedad: la educación. Este problema que no se ha solucionado ha creado desajustes, como los miles y miles de alumnos que año con año se quedan sin alfabetizar. Por si fuera poco, los egresados de diferentes licenciaturas pasan a engrosar las filas de maestros que actúan, en una gran mayoría, sin saber lo que enseñan, a quién enseñan y cómo lo enseñan.

Las reformas educativas de los últimos lustros han dejado ver ya su incipiente crecimiento, que hasta hoy es eso, incipiente. Pero es una semilla que tardará otros varios lustros en dar flores y frutos.

La enseñanza es una de las tareas más difíciles de cumplir. Satisfacer constantemente decenas o cientos de inquietudes y prepararse para transmitir en forma adecuada los conocimientos, llevan al maestro a dedicar a estas cuestiones gran parte de su tiempo fuera de las aulas. Al maestro no se le ubica socialmente en el peldaño que le corresponde; es sujeto de honores y menciones, pero las más de las veces se le vitupera, se le subestima y no se le toma en cuenta.

Cuando los maestros empiezan a ejercer su carrera, el divorcio entre lo que aprendieron y las realidades que encuentran suele producir en ellos un fuerte impacto. Teniendo que enfrentarse cada día con niños y adolescentes hostiles, que regatean sin tregua por conseguir siempre un poco más de autonomía, hay que preguntarse cómo es posible que alguno siquiera desee continuar.

La carrera docente dista mucho de ser una de las más seleccionadas para una profesión. Debido a las pocas investigaciones al respecto, lo único que puedo hacer es especular, pero es probable que la razón de que muchas personas se hallen practicando la enseñanza sea porque antes fracasaron en su carrera preferida.

Es posible también que algunos se entreguen a la enseñanza y continúen en ella aún a disgusto porque esa ocupación les permite otras actividades. Un maestro casado puede sentir la necesidad, debido a lo escaso de su sueldo, de tomar a su cargo clases nocturnas de adultos, y este otro trabajo, compatible con el horario escolar, puede resultarle tan compensador que decida continuar con la enseñanza. Se maneja mucho el concepto de que los maestros tienen que ser modelos de buena conducta para los jóvenes, aún los adultos se sienten cohibidos delante de un maestro.

Los maestros sienten que su imagen pública no es buena y que la gente no les tiene la consideración debida, pero para muchos la enseñanza constituye un escalón en su deseo de mejorar de posición social y, en consecuencia, de ganar prestigio.

Los maestros no son profesionales en el sentido que habitualmente se da a esta palabra. No tienen clientes que los escojan o soliciten, llevados por una necesidad.

Impartir una clase o una cátedra no es solamente pararse frente a un grupo de alumnos, demandar comportamiento y dictar un curso basado en un programa. Hay que tomar conciencia de que se está frente a cincuenta, sesenta o cien inquietudes, y para contestarlas hay que tener agilidad mental para pasar de un cuestionamiento a otro, transmitiendo conocimientos, impartiendo cultura, formando personalidades, enseñando a ser, enseñando a pensar.

Es necesario que el maestro enseñe al alumno a pensar, no únicamente a estudiar. Somos seres pensantes y debemos desarrollar nuestra inteligencia para sortear exitosamente las diversas vicisitudes que se nos presentan. No es suficiente la capacidad cerebral que obtiene genéticamente cada individuo. Hay que incrementar esta capacidad, y ejercitarla mientas se viva. Una forma de recibir esta formación, tal vez la más adecuada, es en la escuela de profesores capacitados.

Desgraciadamente muy tarde nos damos cuenta del valor del maestro, y fuera de tiempo les agradecemos y tomamos en cuenta lo que hicieron por nosotros. Fueron formadores de una etapa muy importante de nuestra vida y debemos transitar por ella con su ejemplo

Es necesario repetir y repetir: ser maestro es, tal vez, la actividad más honrosa y prestigiada de cualquier sociedad. Es menester verse en el espejo de la vida. Quienes hemos tenido la suerte de transitar por ese camino sabemos que no hay satisfacción más grande que despejar una duda, que resolver una inquietud, que encender una luz.

Presea Ricardo Flores Magón

Fundador de Notimex

pacofonn@yahoo.com.mx