/ sábado 20 de noviembre de 2021

Vicente Saldívar: yo quiero saber (II)

Por Miguel Reyes Razo

Después de perseguirlo por gimnasios y en su rutina de carrera, seguí buscando una entrevista con el campeón de box, Vicente Saldívar.

Lo encontré más tarde. En los baños Margarita de la colonia Doctores. Frente a un famoso mercado. Llegó pasadas las once. En el Mustang que un puñado de chiquillos quería cuidar.

Rounds de sombra. Ante el espejo. Una pared completa para perfeccionar sus movimientos. Ojos y voz ronca de Adolfo Pérez, su manager. Sensibilidad y tacto de Ignacio Beristain, el discreto "second" que conservaría por el resto de sus días "el afán de perfección, el ansia de dominio que movía a Chente en sus entrenamientos. Horas y horas ensayaba un golpe. Horas y horas. Hasta que sentía que era capaz de dominarlo ...hasta dormido".

Venía de atrás. Del trato áspero de un padre dado a la bebida. Con punzante -doloroso- humor soltó:

"Uh, mi "jefe" fue muy dado al box. Todos los días se metía a una cantina que se llamaba "El Rhin". Yo la llamé el "ring". Dejaba tirado el trabajo de reparar camas. Las de antes, de latón. En la cortina se recargaban todas las noches, las "mariposillas" que aguardaban a los borrachines que salían de "La Burbuja", El "Balalaika", los cabaretuchos de Niño Perdido...y anexas. Ahí las oímos cuchichear. Mi hermano Memo y yo dormíamos ahí, en el taller. Cuando nos cansaban les echábamos un chorro de orines. Las corríamos.

"En una cantina me dieron trabajo. Apilé cientos de cartones de cerveza. Barrí kilómetros de piso. Esparcí aserrín. Trapear y trapear. Exprimir jergas y asear la barra. Mantener limpia la taberna.

Luego me metí a trabajar en una imprenta. Aprendí a cuidar las manos. Peligran en el sacar y meter tarjetas. La máquina. La palanca. Va, viene. A su ritmo. No se puede uno distraer. Hay que estar muy "almeja". Ojo avizor. Alerta durante muchas horas.

Entré al boxeo. Y llegué a la Olimpiada de Italia. Perdí. Dejé el deporte amateur y me hice profesional. Con el señor Adolfo Pérez. Me hice campeón nacional. Le gané el título a Juanito Ramírez. Era panadero en la pastelería "Tinoco". Y los dos éramos entrenados por don Adolfo Pérez. El día de la pelea , él no aconsejó a ninguno. Don Adolfo no fue a la pelea. Gané. Y luego salí al mundo.

"Hasta septiembre de 1964 cuando gané el campeonato mundial de peso pluma. “Pelié” con Ultiminio Ramos. Un cubano muy bueno que boxeaba y pegaba. Meses, tres o cuatro de encierro. Me iba a Jurica, con la familia Torres Landa y ahí te quiero ver. Nada de nada. Ningún gusto. Adolfo Pérez es muy estricto. Y todo el día me traía entrene y entrene. Condición física para aguantar. Entrenamiento para fortalecer. Uno aprende.

"Fui a Inglaterra. Le gané a Winstone. Ya van tres veces que le gano. Gané dinero. Me casé con Malú Reyes. Por estos días nacerá mi primer hijo. Volví al boxeo. Voy a pelear con Kuniaki Shibata. Un japonés. Los conozco bien. Hace tiempo le gané a Mitsunori Seki..."

Así comenzó a contar Vicente Saldivar. Era 1970. La pelea contra Shibata ocurriría el 11 de diciembre en Tijuana.

Unos días antes nos encontramos. Vicente me soltó:

"¿Por qué dicen que "Cien años de soledad" es un gran libro?.¿Dónde está lo bueno de "La ciudad y los perros? Quiero leer. Quiero entender. Ya leí el libro de García Márquez tres veces. Poco a poco le agarro el hilo a la historia.

"¿Qué libro me recomienda? Yo quiero saber.

Vicente Saldívar siempre quiso hallarse. Saberse. Conocerse.

El 11 de diciembre Shibata le dio una golpiza fenomenal. Ya nunca recuperó su título de campeón mundial.

Por Miguel Reyes Razo

Después de perseguirlo por gimnasios y en su rutina de carrera, seguí buscando una entrevista con el campeón de box, Vicente Saldívar.

Lo encontré más tarde. En los baños Margarita de la colonia Doctores. Frente a un famoso mercado. Llegó pasadas las once. En el Mustang que un puñado de chiquillos quería cuidar.

Rounds de sombra. Ante el espejo. Una pared completa para perfeccionar sus movimientos. Ojos y voz ronca de Adolfo Pérez, su manager. Sensibilidad y tacto de Ignacio Beristain, el discreto "second" que conservaría por el resto de sus días "el afán de perfección, el ansia de dominio que movía a Chente en sus entrenamientos. Horas y horas ensayaba un golpe. Horas y horas. Hasta que sentía que era capaz de dominarlo ...hasta dormido".

Venía de atrás. Del trato áspero de un padre dado a la bebida. Con punzante -doloroso- humor soltó:

"Uh, mi "jefe" fue muy dado al box. Todos los días se metía a una cantina que se llamaba "El Rhin". Yo la llamé el "ring". Dejaba tirado el trabajo de reparar camas. Las de antes, de latón. En la cortina se recargaban todas las noches, las "mariposillas" que aguardaban a los borrachines que salían de "La Burbuja", El "Balalaika", los cabaretuchos de Niño Perdido...y anexas. Ahí las oímos cuchichear. Mi hermano Memo y yo dormíamos ahí, en el taller. Cuando nos cansaban les echábamos un chorro de orines. Las corríamos.

"En una cantina me dieron trabajo. Apilé cientos de cartones de cerveza. Barrí kilómetros de piso. Esparcí aserrín. Trapear y trapear. Exprimir jergas y asear la barra. Mantener limpia la taberna.

Luego me metí a trabajar en una imprenta. Aprendí a cuidar las manos. Peligran en el sacar y meter tarjetas. La máquina. La palanca. Va, viene. A su ritmo. No se puede uno distraer. Hay que estar muy "almeja". Ojo avizor. Alerta durante muchas horas.

Entré al boxeo. Y llegué a la Olimpiada de Italia. Perdí. Dejé el deporte amateur y me hice profesional. Con el señor Adolfo Pérez. Me hice campeón nacional. Le gané el título a Juanito Ramírez. Era panadero en la pastelería "Tinoco". Y los dos éramos entrenados por don Adolfo Pérez. El día de la pelea , él no aconsejó a ninguno. Don Adolfo no fue a la pelea. Gané. Y luego salí al mundo.

"Hasta septiembre de 1964 cuando gané el campeonato mundial de peso pluma. “Pelié” con Ultiminio Ramos. Un cubano muy bueno que boxeaba y pegaba. Meses, tres o cuatro de encierro. Me iba a Jurica, con la familia Torres Landa y ahí te quiero ver. Nada de nada. Ningún gusto. Adolfo Pérez es muy estricto. Y todo el día me traía entrene y entrene. Condición física para aguantar. Entrenamiento para fortalecer. Uno aprende.

"Fui a Inglaterra. Le gané a Winstone. Ya van tres veces que le gano. Gané dinero. Me casé con Malú Reyes. Por estos días nacerá mi primer hijo. Volví al boxeo. Voy a pelear con Kuniaki Shibata. Un japonés. Los conozco bien. Hace tiempo le gané a Mitsunori Seki..."

Así comenzó a contar Vicente Saldivar. Era 1970. La pelea contra Shibata ocurriría el 11 de diciembre en Tijuana.

Unos días antes nos encontramos. Vicente me soltó:

"¿Por qué dicen que "Cien años de soledad" es un gran libro?.¿Dónde está lo bueno de "La ciudad y los perros? Quiero leer. Quiero entender. Ya leí el libro de García Márquez tres veces. Poco a poco le agarro el hilo a la historia.

"¿Qué libro me recomienda? Yo quiero saber.

Vicente Saldívar siempre quiso hallarse. Saberse. Conocerse.

El 11 de diciembre Shibata le dio una golpiza fenomenal. Ya nunca recuperó su título de campeón mundial.