/ domingo 1 de septiembre de 2019

Violencia Desbordada

Por más que uno desea escribir de otro tema o referir mejores noticias sobre la seguridad en el país, todavía no es posible. Esta semana que recién concluyó tuvimos crímenes atroces, que rebasaron los niveles de violencia a los que tristemente nos hemos acostumbrado. En Ciudad Juárez, Chihuahua, en diversos puntos de Tamaulipas, y en Coatzacoalcos, Veracruz, ocurrieron auténticas masacres que rayan en el sinsentido.

De acuerdo con las autoridades de todos los rangos, que fueron bastante confusas en sus declaraciones dicho sea de paso en la tragedia de Veracruz, el origen es la venta de drogas y los delitos relacionados con ella como son el llamado “derecho de piso”, que no es otra cosa que una variante de la extorsión, y las deudas de distribuidores a proveedores.

Sin embargo, la manera en que el propio crimen ha superado sus propios límites llama a la indignación social y a la exigencia de que, juntos, colaboremos para detener una espiral que no para tener fin.

Aunque se trate de zonas consideradas inseguras o de sitios de “mala muerte” a los ojos de la ciudadanía, no podemos aceptar que esta realidad continúe. Aún ahí, hay vecinas y vecinos que saben perfectamente lo que ocurre, además de clientes, proveedores de licor y comida, empleados y un círculo comercial, legal e ilegal, para el que no pasa desapercibido el giro auténtico del negocio.

Pero mientras no tengamos canales de denuncia confiables, que permitan el anonimato, con un respaldo civil legítimo, no habrá ciudadano que considere la posibilidad de dar un paso al frente. Menos si no tiene la confianza necesaria en las autoridades que están para protegerlo o cuenta con señales de que son ellas mismas las que patrocinan al crimen.

La seguridad es el gran pendiente en el primer informe del gobierno en turno. Pienso que así lo manifestará hoy el presidente de la República y deberá urgir a sus funcionarios para que aprieten el paso y den resultados visibles.

No obstante, si no adoptamos como nuestras a las policías municipales, estatales y a la Guardia Nacional, la meta se ve lejana. Colaborar con las autoridades de justicia, todas, es un elemento indispensable para cerrarle el paso a una delincuencia que tiene claro que una de sus herramientas es el terror. Y una sociedad sumida en el miedo no puede prosperar, por mucho que los indicadores económicos digan otra cosa.

Con ello no hago un lado la responsabilidad que tenemos las y los ciudadanos de hacer la denuncia por todos los medios posibles. El delincuente cuenta con nuestra apatía, porque es uno de los combustibles de la impunidad; cuenta también con nuestra complicidad y además con nuestro silencio.

Pero callarnos nunca nos ha protegido de ningún delincuente y tampoco de algún crimen. Solo nos ha convertido en un número estadístico que sirve para evaluar si la incidencia sube o baja, a pesar de que estamos hablando de personas de carne y hueso que sufren una desagradable experiencia que tardarán en superar.

Ya va poco más de un año de este cambio de época y la principal demanda social sigue vigente. Sin seguridad es poco probable que se logre el desarrollo y el espejismo del crecimiento económico solo servirá como paliativo. Sociedad y gobierno deben unirse en esta tarea, ninguno de los dos puede solo, los criminales nos lo recuerdan a diario.

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Por más que uno desea escribir de otro tema o referir mejores noticias sobre la seguridad en el país, todavía no es posible. Esta semana que recién concluyó tuvimos crímenes atroces, que rebasaron los niveles de violencia a los que tristemente nos hemos acostumbrado. En Ciudad Juárez, Chihuahua, en diversos puntos de Tamaulipas, y en Coatzacoalcos, Veracruz, ocurrieron auténticas masacres que rayan en el sinsentido.

De acuerdo con las autoridades de todos los rangos, que fueron bastante confusas en sus declaraciones dicho sea de paso en la tragedia de Veracruz, el origen es la venta de drogas y los delitos relacionados con ella como son el llamado “derecho de piso”, que no es otra cosa que una variante de la extorsión, y las deudas de distribuidores a proveedores.

Sin embargo, la manera en que el propio crimen ha superado sus propios límites llama a la indignación social y a la exigencia de que, juntos, colaboremos para detener una espiral que no para tener fin.

Aunque se trate de zonas consideradas inseguras o de sitios de “mala muerte” a los ojos de la ciudadanía, no podemos aceptar que esta realidad continúe. Aún ahí, hay vecinas y vecinos que saben perfectamente lo que ocurre, además de clientes, proveedores de licor y comida, empleados y un círculo comercial, legal e ilegal, para el que no pasa desapercibido el giro auténtico del negocio.

Pero mientras no tengamos canales de denuncia confiables, que permitan el anonimato, con un respaldo civil legítimo, no habrá ciudadano que considere la posibilidad de dar un paso al frente. Menos si no tiene la confianza necesaria en las autoridades que están para protegerlo o cuenta con señales de que son ellas mismas las que patrocinan al crimen.

La seguridad es el gran pendiente en el primer informe del gobierno en turno. Pienso que así lo manifestará hoy el presidente de la República y deberá urgir a sus funcionarios para que aprieten el paso y den resultados visibles.

No obstante, si no adoptamos como nuestras a las policías municipales, estatales y a la Guardia Nacional, la meta se ve lejana. Colaborar con las autoridades de justicia, todas, es un elemento indispensable para cerrarle el paso a una delincuencia que tiene claro que una de sus herramientas es el terror. Y una sociedad sumida en el miedo no puede prosperar, por mucho que los indicadores económicos digan otra cosa.

Con ello no hago un lado la responsabilidad que tenemos las y los ciudadanos de hacer la denuncia por todos los medios posibles. El delincuente cuenta con nuestra apatía, porque es uno de los combustibles de la impunidad; cuenta también con nuestra complicidad y además con nuestro silencio.

Pero callarnos nunca nos ha protegido de ningún delincuente y tampoco de algún crimen. Solo nos ha convertido en un número estadístico que sirve para evaluar si la incidencia sube o baja, a pesar de que estamos hablando de personas de carne y hueso que sufren una desagradable experiencia que tardarán en superar.

Ya va poco más de un año de este cambio de época y la principal demanda social sigue vigente. Sin seguridad es poco probable que se logre el desarrollo y el espejismo del crecimiento económico solo servirá como paliativo. Sociedad y gobierno deben unirse en esta tarea, ninguno de los dos puede solo, los criminales nos lo recuerdan a diario.

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