/ sábado 21 de septiembre de 2019

¡Viva la grandeza cultural de México!

Llegar a ocho décadas de vida es un privilegio. Y así me siento, privilegiado, porque pasado mañana estaré alcanzando esa cúspide de mi vida

Dice la numerología que el número 8 significa el comienzo. Simboliza la transición entre el cielo y la tierra, y escrito horizontalmente, representa el infinito. Está considerado como el número de la justicia y de la equidad. Para la Iglesia Católica es el símbolo de la resurrección, símbolo de nueva vida. El 8 nos habla de la organización, la perseverancia y el control de la energía para producir logros materiales y espirituales. Como aficionado al ajedrez puedo decir que el tablero posee dimensiones de 8 por 8 escaques, dando lugar a sus 64 casillas.

Ví la primera luz en septiembre de 1939, el mes y el año más importantes del siglo 20. ¿Por qué? Pues porque el primer día de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia buscando controlar el corredor hacia el puerto de Danzig, y así dio inicio a la Segunda Guerra Mundial, evento dramático con una duración de cinco años que influyó definitivamente en la definición y desarrollo de la segunda mitad del ese siglo en materia de tecnología, de democracia, de geopolítica, y de actitudes humanas, y cuya inercia se sigue sintiendo. Aquel mes de aquel año sigue haciendo sentir su importancia, desde la digitalización de la vida moderna hasta la búsqueda de nuevos horizontes en otros astros y planetas.

Quiero enfocarme al aspecto de la cultura en México y en el mundo. Y lo quiero así porque en la ceremonia del Grito del pasado domingo 15 de septiembre, el Presidente de la República dijo, entre otras 20 arengas: ¡Viva la grandeza cultural de México!

Qué importante y cuánta importancia tienen estas palabras. Siempre he sido un convencido de que la cultura y la educación son las únicas dos palancas que pueden levantar el pesado bloque de inutilidades que aprisionan al país entero en un clima de analfabetismo, incultura y desestabilización brutales desde hace siglos; esto no es actual; se arrastra desde la mal llamada época de la colonia. Fuimos sojuzgados, mutilados, oprimidos, esclavizados hasta el punto de acabar con nuestra identidad indígena. Las deidades fueron destruidas o enterradas, las pirámides y los templos derribados, las costumbres manipuladas y contrahechas.

Comprender la cultura es más que un pasatiempo; es un compromiso moral, sobre todo si entendemos que es la raíz primera y la más honda de la identidad nacional. La historia nos ha demostrado que sólo los pueblos que han sabido preservar y tonificar su cultura pueden librar el aislamiento para acceder al futuro. Por ello es imprescindible que los mexicanos, principalmente los gobernantes entiendan y quieran a México. Decía don Alfonso Reyes que “el presidente debe ser el mexicano que más quiera a México”.

La cultura es, por tanto, una compleja gama de símbolos y valores que la comunidad gesta y desarrolla, recrea, preserva, enriquece y se vincula incorporándola, integrándola a su modelo social de vida.

La cultura quiere decir el sueño compartido, la inagotable energía, el poder de la creación estética, el milagro de la belleza. La cultura popular ha sobrevivido a todas las tempestades, porque el proceso de recreación le devuelve a cada instante la posibilidad del florecimiento.

México, nuestro país, es uno de los ejemplos más claros del impulso de los herederos de la grandeza humana y la perfección estética: mosaico plural y diverso de expresiones minúsculas y de mentalidad cósmica, de creencias y búsquedas, de diferencias y acercamientos que se funden cada día en un sólo crisol que continúa vivo para robustecer nuestro destino como nación madura, plena de posibilidades.

Alguien se preguntaba: ¿seremos capaces de asumir, como seres humanos civilizados, la responsabilidad social de fortalecer y de proteger el arte popular, la raíz profunda de la identidad nacional?

Por supuesto que sí. Y no solo eso. En años recientes tuvimos movimientos telúricos que nos sacudieron el alma y todos los sentidos. Inmediatamente surgieron las voces y las manos para auxiliar, ayudar, convocar. Eso significa cultura; somos un pueblo que, a pesar de nuestras otras calamidades, tenemos una cultura ancestral y única, y que nos mantiene unidos en momentos ríspidos.

Para definir nuestro perfil de mexicanos tenemos que mantener vivo el espíritu vigoroso y fecundo de la tierra múltiple; debemos preservar y consolidar la expresión auténtica, la dignidad del lenguaje, el trazo firme, la comunicación directa, el tono del color y el ritmo de la melodía que queremos.

Tenemos que acudir a la cultura, que es nuestra única opción. Sólo con esa mira lograremos conservar lo perdurable y trascendente, el mensaje que en el decurso de la historia, paso a paso, nuestros antepasados han logrado transmitir para que las nuevas generaciones lo repitan y renueven.

pacofonn@yahoo.com.mx


Llegar a ocho décadas de vida es un privilegio. Y así me siento, privilegiado, porque pasado mañana estaré alcanzando esa cúspide de mi vida

Dice la numerología que el número 8 significa el comienzo. Simboliza la transición entre el cielo y la tierra, y escrito horizontalmente, representa el infinito. Está considerado como el número de la justicia y de la equidad. Para la Iglesia Católica es el símbolo de la resurrección, símbolo de nueva vida. El 8 nos habla de la organización, la perseverancia y el control de la energía para producir logros materiales y espirituales. Como aficionado al ajedrez puedo decir que el tablero posee dimensiones de 8 por 8 escaques, dando lugar a sus 64 casillas.

Ví la primera luz en septiembre de 1939, el mes y el año más importantes del siglo 20. ¿Por qué? Pues porque el primer día de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia buscando controlar el corredor hacia el puerto de Danzig, y así dio inicio a la Segunda Guerra Mundial, evento dramático con una duración de cinco años que influyó definitivamente en la definición y desarrollo de la segunda mitad del ese siglo en materia de tecnología, de democracia, de geopolítica, y de actitudes humanas, y cuya inercia se sigue sintiendo. Aquel mes de aquel año sigue haciendo sentir su importancia, desde la digitalización de la vida moderna hasta la búsqueda de nuevos horizontes en otros astros y planetas.

Quiero enfocarme al aspecto de la cultura en México y en el mundo. Y lo quiero así porque en la ceremonia del Grito del pasado domingo 15 de septiembre, el Presidente de la República dijo, entre otras 20 arengas: ¡Viva la grandeza cultural de México!

Qué importante y cuánta importancia tienen estas palabras. Siempre he sido un convencido de que la cultura y la educación son las únicas dos palancas que pueden levantar el pesado bloque de inutilidades que aprisionan al país entero en un clima de analfabetismo, incultura y desestabilización brutales desde hace siglos; esto no es actual; se arrastra desde la mal llamada época de la colonia. Fuimos sojuzgados, mutilados, oprimidos, esclavizados hasta el punto de acabar con nuestra identidad indígena. Las deidades fueron destruidas o enterradas, las pirámides y los templos derribados, las costumbres manipuladas y contrahechas.

Comprender la cultura es más que un pasatiempo; es un compromiso moral, sobre todo si entendemos que es la raíz primera y la más honda de la identidad nacional. La historia nos ha demostrado que sólo los pueblos que han sabido preservar y tonificar su cultura pueden librar el aislamiento para acceder al futuro. Por ello es imprescindible que los mexicanos, principalmente los gobernantes entiendan y quieran a México. Decía don Alfonso Reyes que “el presidente debe ser el mexicano que más quiera a México”.

La cultura es, por tanto, una compleja gama de símbolos y valores que la comunidad gesta y desarrolla, recrea, preserva, enriquece y se vincula incorporándola, integrándola a su modelo social de vida.

La cultura quiere decir el sueño compartido, la inagotable energía, el poder de la creación estética, el milagro de la belleza. La cultura popular ha sobrevivido a todas las tempestades, porque el proceso de recreación le devuelve a cada instante la posibilidad del florecimiento.

México, nuestro país, es uno de los ejemplos más claros del impulso de los herederos de la grandeza humana y la perfección estética: mosaico plural y diverso de expresiones minúsculas y de mentalidad cósmica, de creencias y búsquedas, de diferencias y acercamientos que se funden cada día en un sólo crisol que continúa vivo para robustecer nuestro destino como nación madura, plena de posibilidades.

Alguien se preguntaba: ¿seremos capaces de asumir, como seres humanos civilizados, la responsabilidad social de fortalecer y de proteger el arte popular, la raíz profunda de la identidad nacional?

Por supuesto que sí. Y no solo eso. En años recientes tuvimos movimientos telúricos que nos sacudieron el alma y todos los sentidos. Inmediatamente surgieron las voces y las manos para auxiliar, ayudar, convocar. Eso significa cultura; somos un pueblo que, a pesar de nuestras otras calamidades, tenemos una cultura ancestral y única, y que nos mantiene unidos en momentos ríspidos.

Para definir nuestro perfil de mexicanos tenemos que mantener vivo el espíritu vigoroso y fecundo de la tierra múltiple; debemos preservar y consolidar la expresión auténtica, la dignidad del lenguaje, el trazo firme, la comunicación directa, el tono del color y el ritmo de la melodía que queremos.

Tenemos que acudir a la cultura, que es nuestra única opción. Sólo con esa mira lograremos conservar lo perdurable y trascendente, el mensaje que en el decurso de la historia, paso a paso, nuestros antepasados han logrado transmitir para que las nuevas generaciones lo repitan y renueven.

pacofonn@yahoo.com.mx