/ domingo 23 de septiembre de 2018

Volvamos al vasconcelismo originario


La cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral.

José Vasconcelos


Corre el año de 1920, en la madrugada del 21 de mayo, México será una vez más estremecido: en Tlaxcalantongo, Puebla, el presidente de la República Mexicana, general Venustiano Carranza, es asesinado, víctima de la traición. La primera magistratura de la Nación será ocupada a partir del 1º de junio y hasta el 31 de diciembre, de modo interino, por Adolfo de la Huerta. Un gobierno breve, pero cuyo sello habrá de marcar la historia de la educación, el arte y la cultura de México en el siglo XX, desde el momento en que De la Huerta nombra, apenas unos cuantos días después, como titular del Departamento Universitario y de Bellas Artes y rector de la Universidad Nacional de México a José Vasconcelos: el intelectual a quien más debe la cultura mexicana de la primera mitad del siglo XX.

Él, uno de los escritores más prolíficos de nuestras letras y que mayor polémica ha suscitado, no solo lo fue por lo intensa que fue su vida y lo caleidoscópica que fue su obra, sino también por los vaivenes que aparentemente tuvo su conducta y, sobre todo, por el legado que nos dejó, el cual, de no haber sido abandonado a su suerte y haber sido continuado y multiplicado, habría hecho de México otra Nación muy distinta a la que hoy somos.

Su divisa fue la educación: educar al pueblo a través de su alfabetización, implementando una amplia campaña a cargo de profesores honorarios de educación elemental a los que la propia Universidad acreditaría para ejercer tal función, así como construir escuelas y bibliotecas por todos los confines del territorio nacional, ya que desde su visión no había mayor motor de la sociedad que impulsar su educación. Paralelamente, su vía por excelencia para impulsar la inteligencia del hombre era el arte, el cual no solo aproximaría al ser humano a la belleza sino también a la cultura y qué mejor que abrir las paredes de los más importantes edificios educativos y de gobierno, comenzando por Palacio Nacional, a los jóvenes pintores para que pudieran plasmar, a través de murales, la historia, los retos, las conquistas, la identidad misma del ser nacional, ya que si algo justamente buscaba la mística vasconceliana era crear conciencia, una conciencia de Nación y de mexicanidad.

A su vez, fray Pedro de Gante y Tata Vasco, constituirían la fuente de inspiración suprema para que Vasconcelos estableciera las que denominó “misiones culturales” –que más tarde retomaría Lázaro Cárdenas-, por medio de las cuales buscó reforzar su labor educativa en todos los ámbitos de la Nación. Divulgar la obra de los autores de la cultura clásica fue, en ese sentido, pieza clave para la promoción de su educación popular, a la par que el impulso del intercambio educativo y cultural entre los alumnos de México y sus pares de Centro y Sudamérica, al ser uno de sus principales objetivos la formación y fortalecimiento de la conciencia nacional y latinoamericana a partir de su elemento base: el indígena. Indigenismo del que para muchos fue padre y de ahí su concepto fundamental en torno a la raza cósmica, la quinta raza en las Américas, de la que creía habría de emerger una nueva civilización, la Universópolis.

¿Una raza universal, un hombre universal? Probablemente, pero sobre todo un nuevo hombre, empático, sensible. Un nuevo hombre humano. Algo que hemos ya olvidado, pero ¿cómo explicarlo desde su perspectiva? A partir del pitagorismo, que aparece vivo desde sus primeros ensayos. El pitagorismo vasconceliano, raíz y origen de su filosofía, que se encuentra fuera del ámbito matemático porque está centrado en el ámbito vibratorio, pues cree que las cosas influyen a través de su vibración. De ahí que el proceso de conocer no sea sino un proceso de empatía vibratoria entre el sujeto cognoscente y el objeto de su atención. Es el estro metafísico que pronto comenzará a manifestarse, cada vez con mayor nitidez, en el pensamiento de nuestro personaje, para quien el universo pronto se erige en un concierto de ritmo consciente, porque si algo también era Vasconcelos, como buen neopitagórico, era ser un gran amante del arte musical, para prueba: el gran apoyo que a la educación musical y a la formación de orquestas profesionales brindó.

Un siglo ha transcurrido. México lo recuerda permanentemente por el lema que dio a la hoy Universidad Nacional Autónoma de México: “Por mi raza hablará el espíritu” y que tanto compromete a quienes transcurren por sus aulas. Sin embargo, éste opaca otro no menos trascendente y que pronunció cuando llegó a asumir el cargo rectoral, antes de cimbrar la educación nacional: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”, pero la Universidad ha sido congruente con ello, y cuando no ha sido así, no ha sido por ella, sino por los hombres que, de tanto en tanto, no solo no sirven al pueblo, sino que se sirven descaradamente, arteramente, de la Universidad: la más grande institución educativa y cultural que ha dado México.

Ojalá los próximos cambios que puedan darse en la educación mexicana, no olviden el legado vasconcelista y la nueva o nuevas reformas que así nazcan, vuelvan a nutrirse de su obra, de su ejemplo y, sobre todo, de su mística en favor de la Nación por el bien del pueblo de México.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli




La cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral.

José Vasconcelos


Corre el año de 1920, en la madrugada del 21 de mayo, México será una vez más estremecido: en Tlaxcalantongo, Puebla, el presidente de la República Mexicana, general Venustiano Carranza, es asesinado, víctima de la traición. La primera magistratura de la Nación será ocupada a partir del 1º de junio y hasta el 31 de diciembre, de modo interino, por Adolfo de la Huerta. Un gobierno breve, pero cuyo sello habrá de marcar la historia de la educación, el arte y la cultura de México en el siglo XX, desde el momento en que De la Huerta nombra, apenas unos cuantos días después, como titular del Departamento Universitario y de Bellas Artes y rector de la Universidad Nacional de México a José Vasconcelos: el intelectual a quien más debe la cultura mexicana de la primera mitad del siglo XX.

Él, uno de los escritores más prolíficos de nuestras letras y que mayor polémica ha suscitado, no solo lo fue por lo intensa que fue su vida y lo caleidoscópica que fue su obra, sino también por los vaivenes que aparentemente tuvo su conducta y, sobre todo, por el legado que nos dejó, el cual, de no haber sido abandonado a su suerte y haber sido continuado y multiplicado, habría hecho de México otra Nación muy distinta a la que hoy somos.

Su divisa fue la educación: educar al pueblo a través de su alfabetización, implementando una amplia campaña a cargo de profesores honorarios de educación elemental a los que la propia Universidad acreditaría para ejercer tal función, así como construir escuelas y bibliotecas por todos los confines del territorio nacional, ya que desde su visión no había mayor motor de la sociedad que impulsar su educación. Paralelamente, su vía por excelencia para impulsar la inteligencia del hombre era el arte, el cual no solo aproximaría al ser humano a la belleza sino también a la cultura y qué mejor que abrir las paredes de los más importantes edificios educativos y de gobierno, comenzando por Palacio Nacional, a los jóvenes pintores para que pudieran plasmar, a través de murales, la historia, los retos, las conquistas, la identidad misma del ser nacional, ya que si algo justamente buscaba la mística vasconceliana era crear conciencia, una conciencia de Nación y de mexicanidad.

A su vez, fray Pedro de Gante y Tata Vasco, constituirían la fuente de inspiración suprema para que Vasconcelos estableciera las que denominó “misiones culturales” –que más tarde retomaría Lázaro Cárdenas-, por medio de las cuales buscó reforzar su labor educativa en todos los ámbitos de la Nación. Divulgar la obra de los autores de la cultura clásica fue, en ese sentido, pieza clave para la promoción de su educación popular, a la par que el impulso del intercambio educativo y cultural entre los alumnos de México y sus pares de Centro y Sudamérica, al ser uno de sus principales objetivos la formación y fortalecimiento de la conciencia nacional y latinoamericana a partir de su elemento base: el indígena. Indigenismo del que para muchos fue padre y de ahí su concepto fundamental en torno a la raza cósmica, la quinta raza en las Américas, de la que creía habría de emerger una nueva civilización, la Universópolis.

¿Una raza universal, un hombre universal? Probablemente, pero sobre todo un nuevo hombre, empático, sensible. Un nuevo hombre humano. Algo que hemos ya olvidado, pero ¿cómo explicarlo desde su perspectiva? A partir del pitagorismo, que aparece vivo desde sus primeros ensayos. El pitagorismo vasconceliano, raíz y origen de su filosofía, que se encuentra fuera del ámbito matemático porque está centrado en el ámbito vibratorio, pues cree que las cosas influyen a través de su vibración. De ahí que el proceso de conocer no sea sino un proceso de empatía vibratoria entre el sujeto cognoscente y el objeto de su atención. Es el estro metafísico que pronto comenzará a manifestarse, cada vez con mayor nitidez, en el pensamiento de nuestro personaje, para quien el universo pronto se erige en un concierto de ritmo consciente, porque si algo también era Vasconcelos, como buen neopitagórico, era ser un gran amante del arte musical, para prueba: el gran apoyo que a la educación musical y a la formación de orquestas profesionales brindó.

Un siglo ha transcurrido. México lo recuerda permanentemente por el lema que dio a la hoy Universidad Nacional Autónoma de México: “Por mi raza hablará el espíritu” y que tanto compromete a quienes transcurren por sus aulas. Sin embargo, éste opaca otro no menos trascendente y que pronunció cuando llegó a asumir el cargo rectoral, antes de cimbrar la educación nacional: “Yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo”, pero la Universidad ha sido congruente con ello, y cuando no ha sido así, no ha sido por ella, sino por los hombres que, de tanto en tanto, no solo no sirven al pueblo, sino que se sirven descaradamente, arteramente, de la Universidad: la más grande institución educativa y cultural que ha dado México.

Ojalá los próximos cambios que puedan darse en la educación mexicana, no olviden el legado vasconcelista y la nueva o nuevas reformas que así nazcan, vuelvan a nutrirse de su obra, de su ejemplo y, sobre todo, de su mística en favor de la Nación por el bien del pueblo de México.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli