/ jueves 3 de junio de 2021

Votar, que no botar

El próximo domingo 6 de junio es de enorme trascendencia política para México. Pocas veces una elección federal y local, no importa que intermedia, lo ha sido. La desilusión, el desencanto, la esperanza desgastada, la violencia y el narcotráfico, el desempleo, la crisis económica y la pandemia han hecho su agosto, como se dice, aunque esperamos que no hagan su junio. Para qué negarlo u ocultar el sol con un dedo. Una de dos, o no se tiene confianza en la organización del proceso electoral, o no se ve calificado para el puesto al que aspira el mayor numero de candidatos. Esto aparte de lo saltos de chapulín acostumbrados, o sea, ir de un partido al otro sin ideología ni auténtica convicción. Salvo contadas excepciones se ve hoy más que nunca que se trata de un juego de intereses, de confabulaciones pseudo partidistas para luego dar el salto. ¿Y qué pasa en este escenario con la Cuarta Transformación, con los “ideales” de una izquierda endeble, deslucida, que navega en un mar de contradicciones e incertidumbres y donde la regeneración nacional tan prometida, quizá muy al margen de sus promotores, es una degeneración manifiesta.

¿Entonces para qué votar, por quien o por quienes votar? Sin embargo el voto es autónomo, independiente de los feroces vaivenes de la política, de las atroces maquinaciones de las mentes tartufas de ellos y de ellas. Y no solo en la teoría, sino también en la realidad. Me explico. Votar debe ser en primer lugar un acto de conciencia, no importa la desinformación o la tendenciosa información que se tenga. Es un acto de encuentro con la conciencia social del individuo. Salvo los eremitas desesperados y desconocedores del gran destino social del hombre -que en lo más mínimo riñe con el individual-, herederos tardíos de Diógenes, votar debe ser, primero, el planteamiento propio y particular de por qué se vota. Es decir, debe ser algo aparte de las personas, como una especie de reflexión en que se diga uno qué sentido tiene el voto, el hecho en sí de emitir una opinión; por qué pienso, me hagan caso los demás o no, me tomen en cuenta o no. Es un encuentro con uno mismo en una decisión que atañe al mundo social. No votar sería creer que el mundo es una isla apartada, exclusivamente hecha para mí, negando o desconociendo que hay otros. Luego vendrán los otros, pero primero es una decisión de conciencia. En este orden de ideas el voto tiene un profundo sentido filosófico. Y todo indica que renunciar al voto sería renunciar al reconocimiento de mí mismo. ¿Cómo me podría interesar así en los demás? Hecho lo anterior quedaré solo ante la urna, frente a una opción de posibilidades buenas, malas, regulares o hasta pésimas. Lo cierto es que allí compondré el mundo social a mi juicio, ya que me manejaré por un “lo que debe ser”. Y siempre habrá salida en el orden humano de cosas, siempre el voto, mi voto, representará algo. El silencio es la tumba de la democracia, ha dicho Sartori. Y es verdad porque ignorar a los demás es ignorarse uno mismo. El mundo social en que vivimos no es una ilusión, es un principio, un paso en un caminar infinito. En tal virtud no votar y botar mi voto a la basura equivale a despreciar el mundo y el país en el que inevitablemente estoy. No votar es una negación. Siempre hay un medio para opinar, aunque las opciones puedan ser muy endebles; sin perder de vista que tarde o temprano la abstención da paso a la imposición.

PROFESOR EMÉRITO DE LA UNAM

Sígueme en Twitter: @RaulCarranca

Y Facebook: www.facebook.com/despacho.raulcarranca

El próximo domingo 6 de junio es de enorme trascendencia política para México. Pocas veces una elección federal y local, no importa que intermedia, lo ha sido. La desilusión, el desencanto, la esperanza desgastada, la violencia y el narcotráfico, el desempleo, la crisis económica y la pandemia han hecho su agosto, como se dice, aunque esperamos que no hagan su junio. Para qué negarlo u ocultar el sol con un dedo. Una de dos, o no se tiene confianza en la organización del proceso electoral, o no se ve calificado para el puesto al que aspira el mayor numero de candidatos. Esto aparte de lo saltos de chapulín acostumbrados, o sea, ir de un partido al otro sin ideología ni auténtica convicción. Salvo contadas excepciones se ve hoy más que nunca que se trata de un juego de intereses, de confabulaciones pseudo partidistas para luego dar el salto. ¿Y qué pasa en este escenario con la Cuarta Transformación, con los “ideales” de una izquierda endeble, deslucida, que navega en un mar de contradicciones e incertidumbres y donde la regeneración nacional tan prometida, quizá muy al margen de sus promotores, es una degeneración manifiesta.

¿Entonces para qué votar, por quien o por quienes votar? Sin embargo el voto es autónomo, independiente de los feroces vaivenes de la política, de las atroces maquinaciones de las mentes tartufas de ellos y de ellas. Y no solo en la teoría, sino también en la realidad. Me explico. Votar debe ser en primer lugar un acto de conciencia, no importa la desinformación o la tendenciosa información que se tenga. Es un acto de encuentro con la conciencia social del individuo. Salvo los eremitas desesperados y desconocedores del gran destino social del hombre -que en lo más mínimo riñe con el individual-, herederos tardíos de Diógenes, votar debe ser, primero, el planteamiento propio y particular de por qué se vota. Es decir, debe ser algo aparte de las personas, como una especie de reflexión en que se diga uno qué sentido tiene el voto, el hecho en sí de emitir una opinión; por qué pienso, me hagan caso los demás o no, me tomen en cuenta o no. Es un encuentro con uno mismo en una decisión que atañe al mundo social. No votar sería creer que el mundo es una isla apartada, exclusivamente hecha para mí, negando o desconociendo que hay otros. Luego vendrán los otros, pero primero es una decisión de conciencia. En este orden de ideas el voto tiene un profundo sentido filosófico. Y todo indica que renunciar al voto sería renunciar al reconocimiento de mí mismo. ¿Cómo me podría interesar así en los demás? Hecho lo anterior quedaré solo ante la urna, frente a una opción de posibilidades buenas, malas, regulares o hasta pésimas. Lo cierto es que allí compondré el mundo social a mi juicio, ya que me manejaré por un “lo que debe ser”. Y siempre habrá salida en el orden humano de cosas, siempre el voto, mi voto, representará algo. El silencio es la tumba de la democracia, ha dicho Sartori. Y es verdad porque ignorar a los demás es ignorarse uno mismo. El mundo social en que vivimos no es una ilusión, es un principio, un paso en un caminar infinito. En tal virtud no votar y botar mi voto a la basura equivale a despreciar el mundo y el país en el que inevitablemente estoy. No votar es una negación. Siempre hay un medio para opinar, aunque las opciones puedan ser muy endebles; sin perder de vista que tarde o temprano la abstención da paso a la imposición.

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