/ lunes 15 de junio de 2020

Voto electrónico

En la tercera ola, Samuel Huntington señala que la historia política del último siglo está marcada por tres grandes movimientos hacia la democracia, pero también advierte que los dos primeros, a los que llama olas de democratización, fueron seguidos de retrocesos en regímenes que pasaron de democráticos a no democráticos.

Siguiendo al autor, el inicio de la tercera ola democrática en América Latina se dio en 1978 con la transición en República Dominicana, seguida de Perú y Ecuador. A partir de entonces avanzamos en diversos cambios políticos y económicos que llevaron a 18 países de la región (sin contar a Cuba), a estructurar elecciones limpias y transparentes que garantizan la posibilidad de alternancia en el poder y dan garantías para ejercer derechos políticos.

México no es la excepción. Alejar fraudes electorales y proteger el voto efectivo requirió del diseño e implementación de candados de confianza excesivamente detallados que incluyen un listado de votantes avalado por todos los actores, urnas transparentes, casillas integradas por nuestros vecinos, representación de partidos en todos los órganos electorales, tinta indeleble para atender el principio de una persona es igual a un solo voto y boletas foliadas e impresas en papel seguridad.

Ese diseño barroco ha dado buenos resultados si vemos que en los últimos 20 años ningún partido ha sido inamovible en la silla presidencial y que la alternancia está presente en los diversos niveles, que ha pasado por todo el espectro de la oferta partidaria porque así lo decidieron los votos en un modelo que permite hacer valer la voluntad ciudadana.

Hoy no hay fuerzas políticas con derrotas o triunfos predefinidos, pero sí una complejidad logística y presupuestal cada vez más pesada para mantener e incrementar esos candados de confianza, debido a que, por ejemplo, los votantes aumentan año con año, y con ello, la organización es siempre más densa. Un dato que ilustra es que en 2018, los votantes fueron casi 10 millones más que en 2012, pasamos de 79 a 89 millones y esa tendencia a crecer se mantiene.

La realidad política que vivimos exige responder al ¿cómo fortalecer para preservar a los órganos electorales?, aceptando someterlos a evaluación permanente sobre su funcionamiento y resultados pero dando impulso vital a cambios que signifiquen avanzar en el rediseño de sus marcos normativos y en los rendimientos a los que están obligados.

México tiene nuevas realidades que no permiten postergar el uso de instrumentos destinados a elevar la calidad de la democracia y que esperan turno para discutirse e implementarse. Uno de ellos es el voto electrónico que antes de la reforma electoral de 2013-2014 tuvo expresiones significativas en entidades como Coahuila, Jalisco y la Ciudad de México, y que hoy requieren ser considerados con seriedad para resolver con mayor eficacia la recepción y contabilidad del voto ciudadano en las casillas.

Como sociedad logramos remontar tiempos en los que la única certeza era que ganaría el candidato postulado por el partido gobernante y eso no debe tener marcha atrás. Ahora lo habitual es la incertidumbre en los resultados, porque es el voto el que decide periódicamente cómo se integran las geografías políticas, hay cambio constante, no “el cambio” único, hay gobernabilidad democrática que estamos llamados a defender sin importar la orientación ideológica.

Las razones en las que se funda la desconfianza para transitar a una votación electrónica como la que se aplica en muchas democracias europeas, en Estados Unidos o países de América Latina sin mayores problemas, no repara en que ningún sistema, ni los físicos ni los electrónicos, son infalibles si no se diseñan con mecanismos adecuados de seguridad.

Se trata de una discusión añeja con argumentos razonables que pueden atenderse de uno y otro lado, pero de ningún modo apostar por el voto electrónico significa desestimar la certeza o aligerar los candados de confianza, al revés, la tecnología ayudará a reducir costos y errores humanos y a reducir tiempos en los que podemos saber quién ha ganado o perdido una elección.



Especialista en temas político electorales

@MarcoBanos

En la tercera ola, Samuel Huntington señala que la historia política del último siglo está marcada por tres grandes movimientos hacia la democracia, pero también advierte que los dos primeros, a los que llama olas de democratización, fueron seguidos de retrocesos en regímenes que pasaron de democráticos a no democráticos.

Siguiendo al autor, el inicio de la tercera ola democrática en América Latina se dio en 1978 con la transición en República Dominicana, seguida de Perú y Ecuador. A partir de entonces avanzamos en diversos cambios políticos y económicos que llevaron a 18 países de la región (sin contar a Cuba), a estructurar elecciones limpias y transparentes que garantizan la posibilidad de alternancia en el poder y dan garantías para ejercer derechos políticos.

México no es la excepción. Alejar fraudes electorales y proteger el voto efectivo requirió del diseño e implementación de candados de confianza excesivamente detallados que incluyen un listado de votantes avalado por todos los actores, urnas transparentes, casillas integradas por nuestros vecinos, representación de partidos en todos los órganos electorales, tinta indeleble para atender el principio de una persona es igual a un solo voto y boletas foliadas e impresas en papel seguridad.

Ese diseño barroco ha dado buenos resultados si vemos que en los últimos 20 años ningún partido ha sido inamovible en la silla presidencial y que la alternancia está presente en los diversos niveles, que ha pasado por todo el espectro de la oferta partidaria porque así lo decidieron los votos en un modelo que permite hacer valer la voluntad ciudadana.

Hoy no hay fuerzas políticas con derrotas o triunfos predefinidos, pero sí una complejidad logística y presupuestal cada vez más pesada para mantener e incrementar esos candados de confianza, debido a que, por ejemplo, los votantes aumentan año con año, y con ello, la organización es siempre más densa. Un dato que ilustra es que en 2018, los votantes fueron casi 10 millones más que en 2012, pasamos de 79 a 89 millones y esa tendencia a crecer se mantiene.

La realidad política que vivimos exige responder al ¿cómo fortalecer para preservar a los órganos electorales?, aceptando someterlos a evaluación permanente sobre su funcionamiento y resultados pero dando impulso vital a cambios que signifiquen avanzar en el rediseño de sus marcos normativos y en los rendimientos a los que están obligados.

México tiene nuevas realidades que no permiten postergar el uso de instrumentos destinados a elevar la calidad de la democracia y que esperan turno para discutirse e implementarse. Uno de ellos es el voto electrónico que antes de la reforma electoral de 2013-2014 tuvo expresiones significativas en entidades como Coahuila, Jalisco y la Ciudad de México, y que hoy requieren ser considerados con seriedad para resolver con mayor eficacia la recepción y contabilidad del voto ciudadano en las casillas.

Como sociedad logramos remontar tiempos en los que la única certeza era que ganaría el candidato postulado por el partido gobernante y eso no debe tener marcha atrás. Ahora lo habitual es la incertidumbre en los resultados, porque es el voto el que decide periódicamente cómo se integran las geografías políticas, hay cambio constante, no “el cambio” único, hay gobernabilidad democrática que estamos llamados a defender sin importar la orientación ideológica.

Las razones en las que se funda la desconfianza para transitar a una votación electrónica como la que se aplica en muchas democracias europeas, en Estados Unidos o países de América Latina sin mayores problemas, no repara en que ningún sistema, ni los físicos ni los electrónicos, son infalibles si no se diseñan con mecanismos adecuados de seguridad.

Se trata de una discusión añeja con argumentos razonables que pueden atenderse de uno y otro lado, pero de ningún modo apostar por el voto electrónico significa desestimar la certeza o aligerar los candados de confianza, al revés, la tecnología ayudará a reducir costos y errores humanos y a reducir tiempos en los que podemos saber quién ha ganado o perdido una elección.



Especialista en temas político electorales

@MarcoBanos