/ miércoles 2 de junio de 2021

Voto gay: ¿con quién es la Gran Alianza?

Por Jesús Antonio

Es altamente probable que a la fecha en que este artículo sea publicado el panorama electoral de México, o, mejor dicho, la decisión del electorado esté casi definida, a caso movible por algunas circunstancias extraordinarias que no obedecerán a la oferta política. Sin embargo, después de varias semanas de campañas políticas por toda la geografía mexicana algo que ha quedado sumamente claro es la postura de los partidos políticos en torno a la agenda que promueven y con la que pretenden llegar al poder. Lo evidente es que se trata de una agenda política que adolece de insuficiencia.

Ante el avance titánico de la cuarta transformación en los espacios de poder, vimos la creación de dos grandes frentes: uno que opta por permanecer y otro que pretende constituirse como un contrapeso. Respecto al primero no hay mayor comentario pues las coaliciones serias no se construyen entre amigos, sino mas bien, estas deben fraguarse entre adversarios de ideologías incluso completamente dispares. Mientras, el segundo bloque tiene el único acierto de pretender congregar concepciones discordantes sobre la agenda política nacional. Es así como la coalición Va por México logró lo impensable: aglutinar a tres visiones políticas distintas para enfocarlas a un mismo fin, pero pensar que eso será la solución para la agonizante democracia mexicana está más cerca de la fe que de la ciencia.

Ahora, si por democracia entendemos no un mero mecanismo de acceso al poder en donde la mayoría aplastante impone su voluntad, sino que por ella concebimos una forma de vida en donde opiniones divergentes conviven pacíficamente y todas tienen participación real en la construcción de un modelo social exitoso, la coalición Va por México ha quedado muy limitada en su presunta defensa democrática, pues a pesar de haber unido a corrientes políticas distintas no comprendieron la necesidad de incluir a las minorías que históricamente han sido rezagadas y discriminadas, repercutiendo entonces en el alcance de electores que puedan tener. Constituyen un mero bloque de intereses poco sustanciosos. Si revisamos la Plataforma Electoral de los partidos integrantes podremos encontrar que en un pequeño rubro el PRD es el único que ha considerado a la comunidad LGBTTTI+ en su plan de acción, pero lamentablemente esta postura no ha trascendido a la Plataforma Común registrada en el Convenio de Coalición Electoral.

Es cierto que Morena, el hoy partido en el poder, ha dado la espalda a las minorías y grupos vulnerables (LGBTTTI+, comunidades indígenas, migrantes y feministas) y restringido sus derechos, por ello resulta preocupante ver que también esta actitud reaccionaria y antiliberal va tomando ventaja en los partidos políticos de oposición y su oferta. Hoy vemos a un PAN plagado de congresistas que buscan la reelección y se postulan como una opción fresca, pero que en su encargo votaron contra leyes a favor de los derechos humanos de la comunidad LGBTTTI+; o bien, que cobija a impresentables como el ex alcalde de Torreón que durante su mandato toleró redadas contra personas transexuales a manos de la policía municipal. Vemos también a la oferta política del PES abiertamente homofóbica cuyo fin declarado es llevar a rango de ley insensatas restricciones a derechos humanos y ante ellas un PRI y PRD silenciosos, también a un MC simulador.

Aunque gracias a la lucha de las minorías en esta elección existen acciones afirmativas que obligan a los partidos a incluir en sus candidaturas a estos sectores, este esfuerzo no es suficiente pues no será otra cosa mas que un ejercicio simulado que poco modifica sus condiciones de vida o bien, que no trasciende realmente en la esfera de derechos de estas personas. Si la oposición quiere ser un freno verdadero al autoritarismo debe necesariamente ampliar el horizonte de su visión y apostar por incluir en su Plataforma Electoral la materialización de las exigencias de respeto a los derechos humanos de las minorías, lo que implica, es cierto, pasar por alto sus diferencias ideológicas, pero esto en beneficio de la propia democracia.

No es posible pretender ser civilizados cuando en el país aún existen estados donde sigue postergada la positivización de tan elementales derechos humanos y sus garantías, como el matrimonio igualitario y el acceso a la salud, pero que en contraposición, las terapias de conversión o la persecución contra personas por el simple hecho de su orientación sexual permanezcan impunes con el favor de los actores políticos. En el momento en que los partidos como aparatos de la democracia logren entender que es imposible vivir en un país donde los prejuicios religiosos y sociales sean ley transitaremos entonces hacia una genuina democracia. Solo así, luego de una pugna y lucha constante podremos llegar a ser una sociedad más justa, diversa y avanzada.

Por Jesús Antonio

Es altamente probable que a la fecha en que este artículo sea publicado el panorama electoral de México, o, mejor dicho, la decisión del electorado esté casi definida, a caso movible por algunas circunstancias extraordinarias que no obedecerán a la oferta política. Sin embargo, después de varias semanas de campañas políticas por toda la geografía mexicana algo que ha quedado sumamente claro es la postura de los partidos políticos en torno a la agenda que promueven y con la que pretenden llegar al poder. Lo evidente es que se trata de una agenda política que adolece de insuficiencia.

Ante el avance titánico de la cuarta transformación en los espacios de poder, vimos la creación de dos grandes frentes: uno que opta por permanecer y otro que pretende constituirse como un contrapeso. Respecto al primero no hay mayor comentario pues las coaliciones serias no se construyen entre amigos, sino mas bien, estas deben fraguarse entre adversarios de ideologías incluso completamente dispares. Mientras, el segundo bloque tiene el único acierto de pretender congregar concepciones discordantes sobre la agenda política nacional. Es así como la coalición Va por México logró lo impensable: aglutinar a tres visiones políticas distintas para enfocarlas a un mismo fin, pero pensar que eso será la solución para la agonizante democracia mexicana está más cerca de la fe que de la ciencia.

Ahora, si por democracia entendemos no un mero mecanismo de acceso al poder en donde la mayoría aplastante impone su voluntad, sino que por ella concebimos una forma de vida en donde opiniones divergentes conviven pacíficamente y todas tienen participación real en la construcción de un modelo social exitoso, la coalición Va por México ha quedado muy limitada en su presunta defensa democrática, pues a pesar de haber unido a corrientes políticas distintas no comprendieron la necesidad de incluir a las minorías que históricamente han sido rezagadas y discriminadas, repercutiendo entonces en el alcance de electores que puedan tener. Constituyen un mero bloque de intereses poco sustanciosos. Si revisamos la Plataforma Electoral de los partidos integrantes podremos encontrar que en un pequeño rubro el PRD es el único que ha considerado a la comunidad LGBTTTI+ en su plan de acción, pero lamentablemente esta postura no ha trascendido a la Plataforma Común registrada en el Convenio de Coalición Electoral.

Es cierto que Morena, el hoy partido en el poder, ha dado la espalda a las minorías y grupos vulnerables (LGBTTTI+, comunidades indígenas, migrantes y feministas) y restringido sus derechos, por ello resulta preocupante ver que también esta actitud reaccionaria y antiliberal va tomando ventaja en los partidos políticos de oposición y su oferta. Hoy vemos a un PAN plagado de congresistas que buscan la reelección y se postulan como una opción fresca, pero que en su encargo votaron contra leyes a favor de los derechos humanos de la comunidad LGBTTTI+; o bien, que cobija a impresentables como el ex alcalde de Torreón que durante su mandato toleró redadas contra personas transexuales a manos de la policía municipal. Vemos también a la oferta política del PES abiertamente homofóbica cuyo fin declarado es llevar a rango de ley insensatas restricciones a derechos humanos y ante ellas un PRI y PRD silenciosos, también a un MC simulador.

Aunque gracias a la lucha de las minorías en esta elección existen acciones afirmativas que obligan a los partidos a incluir en sus candidaturas a estos sectores, este esfuerzo no es suficiente pues no será otra cosa mas que un ejercicio simulado que poco modifica sus condiciones de vida o bien, que no trasciende realmente en la esfera de derechos de estas personas. Si la oposición quiere ser un freno verdadero al autoritarismo debe necesariamente ampliar el horizonte de su visión y apostar por incluir en su Plataforma Electoral la materialización de las exigencias de respeto a los derechos humanos de las minorías, lo que implica, es cierto, pasar por alto sus diferencias ideológicas, pero esto en beneficio de la propia democracia.

No es posible pretender ser civilizados cuando en el país aún existen estados donde sigue postergada la positivización de tan elementales derechos humanos y sus garantías, como el matrimonio igualitario y el acceso a la salud, pero que en contraposición, las terapias de conversión o la persecución contra personas por el simple hecho de su orientación sexual permanezcan impunes con el favor de los actores políticos. En el momento en que los partidos como aparatos de la democracia logren entender que es imposible vivir en un país donde los prejuicios religiosos y sociales sean ley transitaremos entonces hacia una genuina democracia. Solo así, luego de una pugna y lucha constante podremos llegar a ser una sociedad más justa, diversa y avanzada.