/ martes 15 de junio de 2021

Vuelta a la izquierda

Un tema al que me he referido en estas colaboraciones y al que dedico un amplio apartado en mi libro de Teoría General del Estado, es la constante desorientación del electorado que en todos los sistemas democráticos se bambolea de un lado a otro en un constante movimiento pendular de izquierda a derecha y viceversa.

La insatisfacción popular deriva del hecho de que los gobiernos nacionales han perdido capacidad de maniobra ante la imposición de políticas decididas por el capital transnacional cuyo control del sistema financiero mundial condiciona a las administraciones nacionales de modo tal que la soberanía popular, expresada formalmente a través del voto, busca desesperadamente soluciones a la falta de perspectivas que afecta en todas partes a las grandes mayorías y agudiza la creciente desigualdad entre muy pocos que nadan en la abundancia y los muchos que se ahogan en la miseria.

El predominio de la corriente ideológica neoliberal, pese a su evidente fracaso como fórmula para alcanzar una prosperidad compartida, ha permeado profundamente en las capas medias altas y altas de la sociedad, moldeando una opinión pública prejuiciada que repite los lugares comunes de una dogmática económica orientada al egoísmo y a las pretensiones estrictamente individuales, al tiempo que menosprecia toda política dirigida a los intereses colectivos y a la búsqueda de un balance que propicie una verdadera justicia social.

En el constante zigzag electoral producto de una ciudadanía rehén de estas contradicciones, el desencanto popular es el común denominador. La derecha falla porque sus métodos acrecientan la desigualdad y la izquierda porque las presiones externas le impiden consolidar una política popular a la cual la derecha descalifica como “populista” y proclive al “comunismo”, cuando en realidad busca un equilibrio razonable y justo entre la lógica pretensión del capital productivo a obtener beneficios y la equitativa distribución de la riqueza a través de una mejor remuneración al trabajo. Para este fin se necesita fortalecer al Estado frente a la depredación del capital financiero especulativo.

En ese contexto, mientras en Europa predominan los gobiernos de derecha, en Latinoamérica se aprecia una vuelta hacia la izquierda ante el hundimiento de los gobiernos derechistas. En Argentina, la administración de Macri fue un absoluto desastre que permitió al justicialismo regresar a la Casa Rosada con Cristina Kirschner como Vicepresidenta. En Chile, la derecha se desfondó con motivo de la elección de la Asamblea Constituyente donde los independientes y una izquierda fragmentada ocupan más de dos tercios. En Bolivia regresó la corriente de Evo Morales. Brasil, bajo el miserable desempeño de Bolsonaro, se desploma entre problemas económicos y el devastador impacto de la pandemia, en tanto resurge la figura izquierdista del expresidente Lula da Silva. El giro más reciente se ha dado en Perú: el candidato izquierdista Alberto Castillo se impuso por escaso margen a la conservadora Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori, quien acabó perseguido penalmente.

Este nuevo impulso izquierdista en el que México ocupa un lugar preponderante, constituye una buena oportunidad para formar un frente en el que las políticas nacionalistas se combinen con una efectiva cooperación para el desarrollo coordinado de países con un enorme potencial. La conjunción de tareas en materia de vacunas entre Argentina y nuestro país es un ejemplo ilustrativo. Este propósito no tiene por qué chocar con un sector privado que en toda America Latina puede verse beneficiado de la combinación de esfuerzos entre gobiernos que no se proponen destruirlo, sino equilibrar su actividad con acciones del Estado que mejoren efectivamente el nivel de vida de la mayoría de la población lo cual, a la postre, conviene a todos y asegura la estabilidad social y política.

En este ambiente puede ser viable la posibilidad apuntada por el Presidente López Obrador, de que la reforma constitucional que ha anunciado para fortalecer el sector energético con una perspectiva nacionalista, cuente con el apoyo del PRI, para alcanzar la mayoría calificada. La fracción priista en la Cámara tendría la oportunidad de reencontrarse con su mejor tradición nacionalista en lugar de servir de compañera de viaje de una derecha que sigue despreciando al priismo y, si tuviera el poder, inmediatamente lo marginaría. El PRI tuvo siempre un ala orientada a una izquierda progresista y patriótica que por un buen tiempo logró detener la intención de su contraparte neoliberal dirigida a desmontar la exclusividad del Estado en el sector energético. Si de verdad, como lo dijo su dirigente, ahora está en disposición de apoyar iniciativas gubernamentales que sean positivas para la Nación, este es el momento de volver a sus mejores raíces y coadyuvar a la reversión de una reforma energética que pone en riesgo la siempre asediada soberanía nacional.

eduardoandrade1948@gmail.com


Un tema al que me he referido en estas colaboraciones y al que dedico un amplio apartado en mi libro de Teoría General del Estado, es la constante desorientación del electorado que en todos los sistemas democráticos se bambolea de un lado a otro en un constante movimiento pendular de izquierda a derecha y viceversa.

La insatisfacción popular deriva del hecho de que los gobiernos nacionales han perdido capacidad de maniobra ante la imposición de políticas decididas por el capital transnacional cuyo control del sistema financiero mundial condiciona a las administraciones nacionales de modo tal que la soberanía popular, expresada formalmente a través del voto, busca desesperadamente soluciones a la falta de perspectivas que afecta en todas partes a las grandes mayorías y agudiza la creciente desigualdad entre muy pocos que nadan en la abundancia y los muchos que se ahogan en la miseria.

El predominio de la corriente ideológica neoliberal, pese a su evidente fracaso como fórmula para alcanzar una prosperidad compartida, ha permeado profundamente en las capas medias altas y altas de la sociedad, moldeando una opinión pública prejuiciada que repite los lugares comunes de una dogmática económica orientada al egoísmo y a las pretensiones estrictamente individuales, al tiempo que menosprecia toda política dirigida a los intereses colectivos y a la búsqueda de un balance que propicie una verdadera justicia social.

En el constante zigzag electoral producto de una ciudadanía rehén de estas contradicciones, el desencanto popular es el común denominador. La derecha falla porque sus métodos acrecientan la desigualdad y la izquierda porque las presiones externas le impiden consolidar una política popular a la cual la derecha descalifica como “populista” y proclive al “comunismo”, cuando en realidad busca un equilibrio razonable y justo entre la lógica pretensión del capital productivo a obtener beneficios y la equitativa distribución de la riqueza a través de una mejor remuneración al trabajo. Para este fin se necesita fortalecer al Estado frente a la depredación del capital financiero especulativo.

En ese contexto, mientras en Europa predominan los gobiernos de derecha, en Latinoamérica se aprecia una vuelta hacia la izquierda ante el hundimiento de los gobiernos derechistas. En Argentina, la administración de Macri fue un absoluto desastre que permitió al justicialismo regresar a la Casa Rosada con Cristina Kirschner como Vicepresidenta. En Chile, la derecha se desfondó con motivo de la elección de la Asamblea Constituyente donde los independientes y una izquierda fragmentada ocupan más de dos tercios. En Bolivia regresó la corriente de Evo Morales. Brasil, bajo el miserable desempeño de Bolsonaro, se desploma entre problemas económicos y el devastador impacto de la pandemia, en tanto resurge la figura izquierdista del expresidente Lula da Silva. El giro más reciente se ha dado en Perú: el candidato izquierdista Alberto Castillo se impuso por escaso margen a la conservadora Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori, quien acabó perseguido penalmente.

Este nuevo impulso izquierdista en el que México ocupa un lugar preponderante, constituye una buena oportunidad para formar un frente en el que las políticas nacionalistas se combinen con una efectiva cooperación para el desarrollo coordinado de países con un enorme potencial. La conjunción de tareas en materia de vacunas entre Argentina y nuestro país es un ejemplo ilustrativo. Este propósito no tiene por qué chocar con un sector privado que en toda America Latina puede verse beneficiado de la combinación de esfuerzos entre gobiernos que no se proponen destruirlo, sino equilibrar su actividad con acciones del Estado que mejoren efectivamente el nivel de vida de la mayoría de la población lo cual, a la postre, conviene a todos y asegura la estabilidad social y política.

En este ambiente puede ser viable la posibilidad apuntada por el Presidente López Obrador, de que la reforma constitucional que ha anunciado para fortalecer el sector energético con una perspectiva nacionalista, cuente con el apoyo del PRI, para alcanzar la mayoría calificada. La fracción priista en la Cámara tendría la oportunidad de reencontrarse con su mejor tradición nacionalista en lugar de servir de compañera de viaje de una derecha que sigue despreciando al priismo y, si tuviera el poder, inmediatamente lo marginaría. El PRI tuvo siempre un ala orientada a una izquierda progresista y patriótica que por un buen tiempo logró detener la intención de su contraparte neoliberal dirigida a desmontar la exclusividad del Estado en el sector energético. Si de verdad, como lo dijo su dirigente, ahora está en disposición de apoyar iniciativas gubernamentales que sean positivas para la Nación, este es el momento de volver a sus mejores raíces y coadyuvar a la reversión de una reforma energética que pone en riesgo la siempre asediada soberanía nacional.

eduardoandrade1948@gmail.com