/ viernes 24 de marzo de 2023

Walt Whitman: ‘¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!’

Hay quienes cantan al amor, a la dicha o desdicha; hay quienes entonan la melodía del recuerdo o la esperanza. O quienes disfrutan el momento exacto de la vida y el día a día que es la vida presente: Carpe Diem.

“… Poesía eres tú” grita Becker emocionado y apasionado. Fuera del contexto romántico del poema del sevillano, es lo que es la vida, y somos cada uno: Poesía, de una u otra manera.

Porque la maravilla de la vida está aquí; porque el día a día están aquí; porque mañana “the sun also rises” dice Hemingway repitiendo al canto de Eclesiastés.

Y porque simple y sencillamente la poesía es un refugio, es la salvación, es la redención y es, claro que sí, el espíritu sencillo de quien siente alivio cuando el mundo despierta y canta la Oda a la alegría que enaltece al espíritu humano en dos obras al mismo tiempo: en Schiller, poeta, y Beethoven que es el mundo de la música en su coral de la 9ª. Sinfonía: “¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos! Entonemos otros más agradables y llenos de alegría. ¡Alegría, alegría!

“¡Alegría, hermosa chispa de los dioses hija del Elíseo! ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario! Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave.”

Pero si bien el alemán Friedrich Schiller nos anuncia en 1785 la algarabía porque algún día recuperemos la hermandad humana, muchos años después otro poeta, éste nacido en Estados Unidos de América, recuperó el espíritu de la hermandad, pero además el espíritu de la libertad, el quitar llagas al entendimiento y del amor por la naturaleza como objetivo de la poesía…

Una poesía llena de realismo, de intensidad y de emoción por ser y estar. Esa poesía que nos enseña que el hoy es tan importante como absolutamente cierto y presente y, por tanto, valorar el momento exacto de nuestras vidas es valorar la existencia misma: Carpe Diem, dice el poeta de la desvergüenza y del amor en todas sus expresiones.

Es Walt Whitman el poeta que de pronto aparece en el panorama práctico y objetivo del espíritu estadounidense; un pueblo y un país hechos para el trabajo y para la consecución del éxito; un pueblo y país que se nutren de su ánima calvinista y protestante que grita a los cuatro vientos que es el redentor del mundo: Aunque no lo sean.

Pero es ahí en ese país de contradicciones, que ostenta virtudes como la democracia y la libertad, en el que el poeta tuvo que exigir esa libertad para sí y para aquellos a quienes se les retiene y se les condena…

Así que Withman plantea la aceptación de las diferencias. No sólo de esas diferencias que corren por lo noble y positivo según los cánones establecidos por esa misma sociedad. Su voluntad e intensidad poética abarcan también ‘el mal, la debilidad, la carencia, el defecto y el vicio, todo aquello que la sociedad oculta, margina o reprime.’

Recupera todas las voces, ya sean de amor u odio. A Whitman nada le parece inmoral, porque ‘su amor se dirige a todos: prisioneros, esclavos, desesperados, enfermos, ladrones, enanos, estúpidos, locos, resentidos, fumadores de opio, indios, negros, blancos, trabajadores del campo y obreros, cazadores, policías, porteros, cadáveres, viejos, jóvenes, niños, emigrantes, madres, prostitutas, ricos y pobres, pocas celebridades y muchos seres anónimos, sean profundos o triviales…’. Ese es Walt Whitman y ese es su mundo interior.

Walt Withman es un poeta del verso libre; no se ajusta a la rima y a la métrica tradicionales. Esto hace que su obra esté impregnada de una musicalidad envolvente al mismo tiempo feliz como dramática. Reflexiva y honda, pero no tanto que no se perciba desde el primer atisbo.

Walt Withman, el de origen cuáquero que nació West Hills, Estados Unidos en 1819 y murió en Camden en 1892 fue hijo de madre holandesa y de padre británico; el segundo de los nueve hijos de una familia con muy escasos recursos económicos.

Fue a la escuela de forma ocasional porque tuvo que trabajar pronto, en especial en una imprenta en donde se aproximó a la tinta, al papel, a la palabra. En esas lecturas iniciáticas se aficionó al periodismo. Esto hizo que buscara trabajo en algunos diarios y revistas como parte del cuadro técnico o como colaborador.

En 1846 fue nombrado director del “Brooklyn Eagle” en donde estuvo sólo dos años porque estaba inconforme con la línea editorial abiertamente pro esclavista del periódico. Fue antiesclavista. Se opuso a la opresión, al maltrato y marginación de los grupos minoritarios.

Y fue durante un viaje al sur de EUA en 1848 cuando observó una realidad, la de las provincias, para él totalmente desconocida y que sería determinante para su carrera como escritor. A su regresó a Nueva York, unos meses después, dejó el periodismo y se entregó de tiempo completo a escribir... ¿escribir qué?

Una primera y principal obra se pergeñaba en sus ideas de libertad, de intimidad y de respeto a lo esencial y diferente. “Hojas de hierba” (Leaves of grass), se publicó hasta 1855. Withman era un perfeccionista. Pulía y pulía y reescribía. Era tan obsesivo que a lo largo de 33 años revisó y reescribió el poema monumental que es la oda a su esencia humana y a su esencia estadounidense. Pero es sobre todo una oda al ser humano de todos los tiempos, a su libertad, a sus esencias profundas y a su amor por la vida humana, la suya y la de todos.

La primera edición (de ocho que se publicaron en vida de Withman) constaba de doce poemas sin título, y fue él quien se encargó de editarla y de llevarla a la imprenta. De su bolsillo pagó aquella primera presentación que fue de mil ejemplares que regaló a amigos y conocidos. Sin repercusiones. Sin embargo uno de esos ejemplares cayó en manos de Ralph Waldo Emerson.

Era un importantísimo personaje de la vida literaria de Estados Unidos en aquel momento. Fue él quien quedó deslumbrado por aquella obra al mismo tiempo vigorosas como intensa y profunda. Y fue Emerson quien lo impulsó a seguir escribiendo, a pesar de sus penurias económicas y la inexistente repercusión que habían tenido sus poemas.

Y sin embargo poco a poco aquella obra, “Hojas de hierba” fue calando profundo en el espíritu estadounidense y mundial. Pronto aquellos que la desdeñaban reconocieron su enormidad y reconocieron que era una voz que desde lo profundo del ser humano gritaba por la libertad y la igualdad y la inclusión y el amor que en esta obra no tiene miedo a decir su nombre.

Al año siguiente apareció la segunda edición, y cuatro años más tarde la tercera, que amplió con un poema de presentación y otro de despedida. Y fue en 1865 cuando escribió el famoso poema “O Captain! My Captain! (“¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!”) en homenaje a Abraham Lincoln después de su asesinato. Hondo, emotivo y profundo es un poema de lectura obligada porque impacta al mismo tiempo por el dolor como por la esperanza, a pesar de todo.

En 1891 preparó una edición final llamada comúnmente ‘Del lecho de muerte’. “Escribió: “Hojas de hierba” al fin completo, luego de treinta y tres años de mutilaciones, en todos los tiempos y humores de mi vida, en clima pobre y completo, en todas partes de la tierra, en paz y en guerra, joven y anciano".

Por supuesto su obra completa es vasta y universal. Pero es con “Hojas de hierba” que se encuentra la puerta de acceso al mundo de Withman que es nuestro propio mundo. Es el hombre que desde lo más profundo de su vida encontró la voz lenta, pausada, dulce, generosa, humilde e intensa para decirnos:

Sean libres, sean felices, sean hermanos, no encuentren diferencias, no se ajusten a los cánones establecidos; vivan la vida en toda su intensidad pero sobre todo vivan el presente porque es lo único cierto: Carpe Diem.

¡Oh, camarada que estás a mi lado! ¡Oh, tú y yo, y nadie más que nosotros dos! ¡Oh! ¡Una palabra para despejar definitivamente el sendero que tenemos ante nosotros! ¡Oh! ¡Cosa extática e indemostrable! ¡Oh, música formidable! ¡Oh! ¡La mano en la mano! ¡Oh, el saludable placer! ¡Oh! ¡Todavía un hombre que desee y que ame! ¡Oh! ¡Apresurarse, sosteniéndose uno al otro con firmeza! ¡Apresurarse, apresurarse en mi compañía!


Hay quienes cantan al amor, a la dicha o desdicha; hay quienes entonan la melodía del recuerdo o la esperanza. O quienes disfrutan el momento exacto de la vida y el día a día que es la vida presente: Carpe Diem.

“… Poesía eres tú” grita Becker emocionado y apasionado. Fuera del contexto romántico del poema del sevillano, es lo que es la vida, y somos cada uno: Poesía, de una u otra manera.

Porque la maravilla de la vida está aquí; porque el día a día están aquí; porque mañana “the sun also rises” dice Hemingway repitiendo al canto de Eclesiastés.

Y porque simple y sencillamente la poesía es un refugio, es la salvación, es la redención y es, claro que sí, el espíritu sencillo de quien siente alivio cuando el mundo despierta y canta la Oda a la alegría que enaltece al espíritu humano en dos obras al mismo tiempo: en Schiller, poeta, y Beethoven que es el mundo de la música en su coral de la 9ª. Sinfonía: “¡Oh amigos, cesad esos ásperos cantos! Entonemos otros más agradables y llenos de alegría. ¡Alegría, alegría!

“¡Alegría, hermosa chispa de los dioses hija del Elíseo! ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario! Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave.”

Pero si bien el alemán Friedrich Schiller nos anuncia en 1785 la algarabía porque algún día recuperemos la hermandad humana, muchos años después otro poeta, éste nacido en Estados Unidos de América, recuperó el espíritu de la hermandad, pero además el espíritu de la libertad, el quitar llagas al entendimiento y del amor por la naturaleza como objetivo de la poesía…

Una poesía llena de realismo, de intensidad y de emoción por ser y estar. Esa poesía que nos enseña que el hoy es tan importante como absolutamente cierto y presente y, por tanto, valorar el momento exacto de nuestras vidas es valorar la existencia misma: Carpe Diem, dice el poeta de la desvergüenza y del amor en todas sus expresiones.

Es Walt Whitman el poeta que de pronto aparece en el panorama práctico y objetivo del espíritu estadounidense; un pueblo y un país hechos para el trabajo y para la consecución del éxito; un pueblo y país que se nutren de su ánima calvinista y protestante que grita a los cuatro vientos que es el redentor del mundo: Aunque no lo sean.

Pero es ahí en ese país de contradicciones, que ostenta virtudes como la democracia y la libertad, en el que el poeta tuvo que exigir esa libertad para sí y para aquellos a quienes se les retiene y se les condena…

Así que Withman plantea la aceptación de las diferencias. No sólo de esas diferencias que corren por lo noble y positivo según los cánones establecidos por esa misma sociedad. Su voluntad e intensidad poética abarcan también ‘el mal, la debilidad, la carencia, el defecto y el vicio, todo aquello que la sociedad oculta, margina o reprime.’

Recupera todas las voces, ya sean de amor u odio. A Whitman nada le parece inmoral, porque ‘su amor se dirige a todos: prisioneros, esclavos, desesperados, enfermos, ladrones, enanos, estúpidos, locos, resentidos, fumadores de opio, indios, negros, blancos, trabajadores del campo y obreros, cazadores, policías, porteros, cadáveres, viejos, jóvenes, niños, emigrantes, madres, prostitutas, ricos y pobres, pocas celebridades y muchos seres anónimos, sean profundos o triviales…’. Ese es Walt Whitman y ese es su mundo interior.

Walt Withman es un poeta del verso libre; no se ajusta a la rima y a la métrica tradicionales. Esto hace que su obra esté impregnada de una musicalidad envolvente al mismo tiempo feliz como dramática. Reflexiva y honda, pero no tanto que no se perciba desde el primer atisbo.

Walt Withman, el de origen cuáquero que nació West Hills, Estados Unidos en 1819 y murió en Camden en 1892 fue hijo de madre holandesa y de padre británico; el segundo de los nueve hijos de una familia con muy escasos recursos económicos.

Fue a la escuela de forma ocasional porque tuvo que trabajar pronto, en especial en una imprenta en donde se aproximó a la tinta, al papel, a la palabra. En esas lecturas iniciáticas se aficionó al periodismo. Esto hizo que buscara trabajo en algunos diarios y revistas como parte del cuadro técnico o como colaborador.

En 1846 fue nombrado director del “Brooklyn Eagle” en donde estuvo sólo dos años porque estaba inconforme con la línea editorial abiertamente pro esclavista del periódico. Fue antiesclavista. Se opuso a la opresión, al maltrato y marginación de los grupos minoritarios.

Y fue durante un viaje al sur de EUA en 1848 cuando observó una realidad, la de las provincias, para él totalmente desconocida y que sería determinante para su carrera como escritor. A su regresó a Nueva York, unos meses después, dejó el periodismo y se entregó de tiempo completo a escribir... ¿escribir qué?

Una primera y principal obra se pergeñaba en sus ideas de libertad, de intimidad y de respeto a lo esencial y diferente. “Hojas de hierba” (Leaves of grass), se publicó hasta 1855. Withman era un perfeccionista. Pulía y pulía y reescribía. Era tan obsesivo que a lo largo de 33 años revisó y reescribió el poema monumental que es la oda a su esencia humana y a su esencia estadounidense. Pero es sobre todo una oda al ser humano de todos los tiempos, a su libertad, a sus esencias profundas y a su amor por la vida humana, la suya y la de todos.

La primera edición (de ocho que se publicaron en vida de Withman) constaba de doce poemas sin título, y fue él quien se encargó de editarla y de llevarla a la imprenta. De su bolsillo pagó aquella primera presentación que fue de mil ejemplares que regaló a amigos y conocidos. Sin repercusiones. Sin embargo uno de esos ejemplares cayó en manos de Ralph Waldo Emerson.

Era un importantísimo personaje de la vida literaria de Estados Unidos en aquel momento. Fue él quien quedó deslumbrado por aquella obra al mismo tiempo vigorosas como intensa y profunda. Y fue Emerson quien lo impulsó a seguir escribiendo, a pesar de sus penurias económicas y la inexistente repercusión que habían tenido sus poemas.

Y sin embargo poco a poco aquella obra, “Hojas de hierba” fue calando profundo en el espíritu estadounidense y mundial. Pronto aquellos que la desdeñaban reconocieron su enormidad y reconocieron que era una voz que desde lo profundo del ser humano gritaba por la libertad y la igualdad y la inclusión y el amor que en esta obra no tiene miedo a decir su nombre.

Al año siguiente apareció la segunda edición, y cuatro años más tarde la tercera, que amplió con un poema de presentación y otro de despedida. Y fue en 1865 cuando escribió el famoso poema “O Captain! My Captain! (“¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!”) en homenaje a Abraham Lincoln después de su asesinato. Hondo, emotivo y profundo es un poema de lectura obligada porque impacta al mismo tiempo por el dolor como por la esperanza, a pesar de todo.

En 1891 preparó una edición final llamada comúnmente ‘Del lecho de muerte’. “Escribió: “Hojas de hierba” al fin completo, luego de treinta y tres años de mutilaciones, en todos los tiempos y humores de mi vida, en clima pobre y completo, en todas partes de la tierra, en paz y en guerra, joven y anciano".

Por supuesto su obra completa es vasta y universal. Pero es con “Hojas de hierba” que se encuentra la puerta de acceso al mundo de Withman que es nuestro propio mundo. Es el hombre que desde lo más profundo de su vida encontró la voz lenta, pausada, dulce, generosa, humilde e intensa para decirnos:

Sean libres, sean felices, sean hermanos, no encuentren diferencias, no se ajusten a los cánones establecidos; vivan la vida en toda su intensidad pero sobre todo vivan el presente porque es lo único cierto: Carpe Diem.

¡Oh, camarada que estás a mi lado! ¡Oh, tú y yo, y nadie más que nosotros dos! ¡Oh! ¡Una palabra para despejar definitivamente el sendero que tenemos ante nosotros! ¡Oh! ¡Cosa extática e indemostrable! ¡Oh, música formidable! ¡Oh! ¡La mano en la mano! ¡Oh, el saludable placer! ¡Oh! ¡Todavía un hombre que desee y que ame! ¡Oh! ¡Apresurarse, sosteniéndose uno al otro con firmeza! ¡Apresurarse, apresurarse en mi compañía!


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