/ viernes 13 de abril de 2018

¿Y el sindicalismo cuándo?

Finalmente comenzaron las campañas políticas; hemos empezado a escuchar propuestas de la candidata y los candidatos presidenciales en torno a los diversos problemas que todos conocemos: oportunidades para los jóvenes, más y mejores empleos, desaparición de personas, impulso a la inversión, apoyo a las mujeres, derechos de la infancia, erradicar la corrupción y la impunidad, relación con Estados Unidos y rechazo al “muro”, pensiones de ex presidentes, negociación digna del TLC, combate al crimen organizado y una larga lista de temas más.

Son tantos los desafíos que como Nación tenemos por delante, que por momentos pareciera que la situación de cada grupo de la población y de cada asunto de la agenda nacional está peor que antes. Al menos en los temas de expansión del crimen organizado, espiral de violencia e inseguridad, impunidad, pobreza y corrupción no nos queda la menor duda de que el país vive un verdadero desastre.

Y esto apenas da cuenta de lo mucho que falta por hacer para que haya justicia, equidad, bienestar, crecimiento económico, respeto al estado de derecho y fundamentalmente, mejores condiciones de vida para todos los mexicanos.

Más allá de lo anterior, existe un punto que en esta ocasión quiero abordar: el sindicalismo, que actualmente se encuentra severamente cuestionado por los mexicanos.

A principios del mes de febrero, Consulta Mitofsky nos compartió los resultados sobre confianza en las instituciones. Los datos son sorprendentes: de 17 instancias, los sindicatos resultan ser los segundos peor evaluados al obtener una calificación reprobatoria de 4.6 y sólo fueron superados por los partidos políticos con una evaluación de 4.4.

También, a principios de ese año, el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, de la Cámara de Diputados, hizo públicos los resultados de la encuesta “Derechos Sociales y Cohesión Social”, destacando a los sindicatos como las instituciones que menos credibilidad tienen entre los ciudadanos. Con una aprobación del 14.7 %; en este caso, sólo fueron superados por la Policía, que obtuvo un 13 %.

Sin lugar a dudas, el sindicalismo sigue siendo uno de los pocos ámbitos que se resisten al cambio y a la innovación. En pleno siglo XXI la representación de los trabajadores sigue anclada a los vicios del pasado.

Tras la alternancia política que tuvo lugar en el año 2000, el esquema corporativo prácticamente se mantuvo intacto y fue funcional a los regímenes en turno. El esquema de subordinación de las organizaciones obreras y campesinas hacia el Estado siempre ha traído beneficios tanto para el gobierno -legitimación y apoyo político electoral- como para los dirigentes -beneficios personales y privilegios que poco tienen que ver con las condiciones de vida de sus agremiados-.

Son varios los frentes desde los cuales se cuestiona al sindicalismo: la falta de democracia interna, desvinculación de su base trabajadora, pactos con el gobierno a espaldas de los agremiados, verticalidad en el quehacer sindical, ausencia de transparencia y rendición de cuentas.

En este último punto, a pesar de que la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública establece que los sindicatos son sujetos obligados en materia de transparencia y rendición de cuentas -en virtud de que reciben y ejercen recursos públicos- dicha disposición muy pocos la cumplen.

Igualmente, el voto “personal, libre y secreto” para la elección de dirigentes está plasmado tanto en la Constitución -artículo 123- como en el Ley Federal del Trabajo; pero también, muy raramente sucede así para la elección de las dirigencias.

La razón por la abordé el tema del sindicalismo, también se debe a que me surge una inquietud: en plenas campañas electorales, son obligados los encuentros de la candidata y los candidatos presidenciales con los trabajadores y las cúpulas gremiales a quienes expondrán su proyecto de país; pero me pregunto si la y los aspirantes a la Presidencia también les expondrán a los trabajadores la visión que tienen respecto al tipo de sindicalismo que México y la clase trabajadora necesitan.

En lo personal, dudo mucho que suceda lo anterior. En medio de la disputa electoral, la cercanía de dirigentes y ex dirigentes sindicales -más allá de su buena o mala reputación- es un valioso apoyo que nadie puede darse el lujo de despreciar.

Con justa razón, los sindicatos cargan con una de las peores calificaciones en términos de confianza y credibilidad, pero no pueden escudarse en la “autonomía” para mantener sus viejas prácticas.

El conjunto del sindicalismo necesita modernizarse, pues esta es la única forma de servir a sus trabajadores y sumarse a la construcción de un mejor futuro.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación

Finalmente comenzaron las campañas políticas; hemos empezado a escuchar propuestas de la candidata y los candidatos presidenciales en torno a los diversos problemas que todos conocemos: oportunidades para los jóvenes, más y mejores empleos, desaparición de personas, impulso a la inversión, apoyo a las mujeres, derechos de la infancia, erradicar la corrupción y la impunidad, relación con Estados Unidos y rechazo al “muro”, pensiones de ex presidentes, negociación digna del TLC, combate al crimen organizado y una larga lista de temas más.

Son tantos los desafíos que como Nación tenemos por delante, que por momentos pareciera que la situación de cada grupo de la población y de cada asunto de la agenda nacional está peor que antes. Al menos en los temas de expansión del crimen organizado, espiral de violencia e inseguridad, impunidad, pobreza y corrupción no nos queda la menor duda de que el país vive un verdadero desastre.

Y esto apenas da cuenta de lo mucho que falta por hacer para que haya justicia, equidad, bienestar, crecimiento económico, respeto al estado de derecho y fundamentalmente, mejores condiciones de vida para todos los mexicanos.

Más allá de lo anterior, existe un punto que en esta ocasión quiero abordar: el sindicalismo, que actualmente se encuentra severamente cuestionado por los mexicanos.

A principios del mes de febrero, Consulta Mitofsky nos compartió los resultados sobre confianza en las instituciones. Los datos son sorprendentes: de 17 instancias, los sindicatos resultan ser los segundos peor evaluados al obtener una calificación reprobatoria de 4.6 y sólo fueron superados por los partidos políticos con una evaluación de 4.4.

También, a principios de ese año, el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública, de la Cámara de Diputados, hizo públicos los resultados de la encuesta “Derechos Sociales y Cohesión Social”, destacando a los sindicatos como las instituciones que menos credibilidad tienen entre los ciudadanos. Con una aprobación del 14.7 %; en este caso, sólo fueron superados por la Policía, que obtuvo un 13 %.

Sin lugar a dudas, el sindicalismo sigue siendo uno de los pocos ámbitos que se resisten al cambio y a la innovación. En pleno siglo XXI la representación de los trabajadores sigue anclada a los vicios del pasado.

Tras la alternancia política que tuvo lugar en el año 2000, el esquema corporativo prácticamente se mantuvo intacto y fue funcional a los regímenes en turno. El esquema de subordinación de las organizaciones obreras y campesinas hacia el Estado siempre ha traído beneficios tanto para el gobierno -legitimación y apoyo político electoral- como para los dirigentes -beneficios personales y privilegios que poco tienen que ver con las condiciones de vida de sus agremiados-.

Son varios los frentes desde los cuales se cuestiona al sindicalismo: la falta de democracia interna, desvinculación de su base trabajadora, pactos con el gobierno a espaldas de los agremiados, verticalidad en el quehacer sindical, ausencia de transparencia y rendición de cuentas.

En este último punto, a pesar de que la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública establece que los sindicatos son sujetos obligados en materia de transparencia y rendición de cuentas -en virtud de que reciben y ejercen recursos públicos- dicha disposición muy pocos la cumplen.

Igualmente, el voto “personal, libre y secreto” para la elección de dirigentes está plasmado tanto en la Constitución -artículo 123- como en el Ley Federal del Trabajo; pero también, muy raramente sucede así para la elección de las dirigencias.

La razón por la abordé el tema del sindicalismo, también se debe a que me surge una inquietud: en plenas campañas electorales, son obligados los encuentros de la candidata y los candidatos presidenciales con los trabajadores y las cúpulas gremiales a quienes expondrán su proyecto de país; pero me pregunto si la y los aspirantes a la Presidencia también les expondrán a los trabajadores la visión que tienen respecto al tipo de sindicalismo que México y la clase trabajadora necesitan.

En lo personal, dudo mucho que suceda lo anterior. En medio de la disputa electoral, la cercanía de dirigentes y ex dirigentes sindicales -más allá de su buena o mala reputación- es un valioso apoyo que nadie puede darse el lujo de despreciar.

Con justa razón, los sindicatos cargan con una de las peores calificaciones en términos de confianza y credibilidad, pero no pueden escudarse en la “autonomía” para mantener sus viejas prácticas.

El conjunto del sindicalismo necesita modernizarse, pues esta es la única forma de servir a sus trabajadores y sumarse a la construcción de un mejor futuro.

Presidente de la Academia Mexicana de Educación