/ jueves 19 de octubre de 2017

Y la corrupción sigue en pie

Renunció el procurador general de la República, Raúl Cervantes Andrade. Son muchas y de distinta naturaleza las versiones sobre la salida del gabinete presidencial del que apuntaba para fiscal general de la República, entre ellas la de que preparaba un plan de ocultamiento a largo plazo de fechorías atribuibles a actuales funcionarios. Sin embargo, en todas hay una sombra de duda, de indefinición. ¿Cómo saber la realidad? La política es en México una cueva de secretos, de verdades a medias, de mentiras mal disimuladas.

Por otra parte ha corrido la especie de que el coordinador de los senadores del PRI, Emilio Gamboa Patrón, viajaba en un helicóptero que aterrizó en el Campo Marte acompañado de personas que llevaban consigo palos de golf. El helicóptero pertenece a la Coordinación General de Transportes Aéreos Presidenciales, que depende del Estado Mayor. Lo evidente es que la corrupción no siempre es descarada y por eso se presta a versiones de diferente clase. Por eso los funcionarios públicos deben llevar una vida, personal y familiar, punto menos que impoluta. Hay actos de corrupción disimulados o mal disimulados. Y corrupción es también, en las condiciones actuales del país, toda sospecha lógica generada por hechos sinuosos, con recodos en que claramente se ve que se trata de ocultar el propósito o fin a que se dirigen aquellos.

Ahora bien, “cuando el río suena, agua lleva”, dice el refrán. Es claro que los rumores pueden tener fundamento. La corrupción se define como corromper, que es alterar y trastocar la forma de algo. Y hay signos, señales, que llevan a suponer esa alteración y trastrocamiento. En especial, insisto, si están de por medio funcionarios públicos. César, en Roma, dio una clave que es importante atender. Cuando repudió a su esposa Pompeya Sila por simples rumores de adulterio, afirmó textualmente de acuerdo con Plutarco: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino tam bién parecerlo”.
 

La ética del polí tico no debe tener flexibilidad. Lo digo porque México está tan herido que en materia de inseguridad y corrupción le pasa lo mismo, toda proporción guardada, que con los temblores, o sea, que queda en un estado de nerviosismo, de inseguridad latente, que la menor señal lo altera como individuo y como ciudadano que el año entrante votará. En otros términos, no se les debe permitir a los funcionarios públicos el más mínimo desliz o flaqueza en sentido moral. Cualquier desacierto o error se ve como corrupción, y verlo así es algo corrupto, dañado, torcido. Claro que hay una forma de evitar lo anterior y es que se diga rigurosamente la verdad.

Que se diga por qué salió el procurador y por qué un senador destacado utiliza los servicios reservados al Estado Mayor Presidencial. Sí, que se diga pero que se crea. Y he aquí el problema, la falta de credibilidad que es por cierto otra forma de corrupción. Parece, pues, un callejón sin salida. Es grave porque México se halla muy confuso, alterado y susceptible a menos de un año de votar. Lo notable es que la autoridad afina los mecanismos para elegir o seleccionar a los candidatos, y el votante queda solo con su conciencia y sin que nadie se ocupe directamente de él. Soledad peligrosa. ¿Bomba de tiempo cargada de rumores? O como alguien dijo, tiempo a la bomba. En consecuencia, lo menos que se puede hacer es dejar satisfecha la incertidumbre de la gente. ¿Pero cómo? Del votante habría que ocuparse para que confíe en la democracia, para que crea en ella. De él habría que ocuparse después de sexenios y más sexenios en que apenas si se dan pasos débiles hacia esa meta, hoy en un medio social corrupto, violento, desmoralizado e incrédulo.

@RaulCarranca

www.facebook.com/ despacho.raulcarranca

Renunció el procurador general de la República, Raúl Cervantes Andrade. Son muchas y de distinta naturaleza las versiones sobre la salida del gabinete presidencial del que apuntaba para fiscal general de la República, entre ellas la de que preparaba un plan de ocultamiento a largo plazo de fechorías atribuibles a actuales funcionarios. Sin embargo, en todas hay una sombra de duda, de indefinición. ¿Cómo saber la realidad? La política es en México una cueva de secretos, de verdades a medias, de mentiras mal disimuladas.

Por otra parte ha corrido la especie de que el coordinador de los senadores del PRI, Emilio Gamboa Patrón, viajaba en un helicóptero que aterrizó en el Campo Marte acompañado de personas que llevaban consigo palos de golf. El helicóptero pertenece a la Coordinación General de Transportes Aéreos Presidenciales, que depende del Estado Mayor. Lo evidente es que la corrupción no siempre es descarada y por eso se presta a versiones de diferente clase. Por eso los funcionarios públicos deben llevar una vida, personal y familiar, punto menos que impoluta. Hay actos de corrupción disimulados o mal disimulados. Y corrupción es también, en las condiciones actuales del país, toda sospecha lógica generada por hechos sinuosos, con recodos en que claramente se ve que se trata de ocultar el propósito o fin a que se dirigen aquellos.

Ahora bien, “cuando el río suena, agua lleva”, dice el refrán. Es claro que los rumores pueden tener fundamento. La corrupción se define como corromper, que es alterar y trastocar la forma de algo. Y hay signos, señales, que llevan a suponer esa alteración y trastrocamiento. En especial, insisto, si están de por medio funcionarios públicos. César, en Roma, dio una clave que es importante atender. Cuando repudió a su esposa Pompeya Sila por simples rumores de adulterio, afirmó textualmente de acuerdo con Plutarco: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino tam bién parecerlo”.
 

La ética del polí tico no debe tener flexibilidad. Lo digo porque México está tan herido que en materia de inseguridad y corrupción le pasa lo mismo, toda proporción guardada, que con los temblores, o sea, que queda en un estado de nerviosismo, de inseguridad latente, que la menor señal lo altera como individuo y como ciudadano que el año entrante votará. En otros términos, no se les debe permitir a los funcionarios públicos el más mínimo desliz o flaqueza en sentido moral. Cualquier desacierto o error se ve como corrupción, y verlo así es algo corrupto, dañado, torcido. Claro que hay una forma de evitar lo anterior y es que se diga rigurosamente la verdad.

Que se diga por qué salió el procurador y por qué un senador destacado utiliza los servicios reservados al Estado Mayor Presidencial. Sí, que se diga pero que se crea. Y he aquí el problema, la falta de credibilidad que es por cierto otra forma de corrupción. Parece, pues, un callejón sin salida. Es grave porque México se halla muy confuso, alterado y susceptible a menos de un año de votar. Lo notable es que la autoridad afina los mecanismos para elegir o seleccionar a los candidatos, y el votante queda solo con su conciencia y sin que nadie se ocupe directamente de él. Soledad peligrosa. ¿Bomba de tiempo cargada de rumores? O como alguien dijo, tiempo a la bomba. En consecuencia, lo menos que se puede hacer es dejar satisfecha la incertidumbre de la gente. ¿Pero cómo? Del votante habría que ocuparse para que confíe en la democracia, para que crea en ella. De él habría que ocuparse después de sexenios y más sexenios en que apenas si se dan pasos débiles hacia esa meta, hoy en un medio social corrupto, violento, desmoralizado e incrédulo.

@RaulCarranca

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