/ domingo 20 de diciembre de 2020

Ya no hay milagros

Por Luis Wertman Zaslav


Pero sí hay voluntad, compromiso y fe, para salir de esta crisis que vivimos y solo se agrava conforme ignoramos en todo el país sus dimensiones y riesgos a futuro, porque los milagros, efectivamente, se nos acabaron hace tiempo cuando no pudimos reducir la velocidad de los contagios.

Sin embargo, esta historia empieza antes de que surgiera una nueva cepa de coronavirus y debemos ser muy honestos con nosotros mismos para reconocer que contábamos con un sistema de salud, público y privado, insuficiente para una emergencia de este tamaño. Olvidarnos de eso es autoengañarnos y tampoco hay un remedio milagroso para ello.

Esa falta de capacidad técnica y física no pudo hacerse de la noche a la mañana, tardó sexenios en los que, como no nos pasaba algo así, se veía una oportunidad de hacer fortuna con insumos, medicinas, contratos para construir hospitales, brindar servicios médicos y casi cualquier aspecto relacionado con la delicada atención de la salud en un país.

La llegada del coronavirus SarCov-2 solo reveló que tan mal estábamos y el tamaño del negocio que significa no contar con una infraestructura sanitaria que hoy podría ser la de Escandinavia o no, porque todos los países considerados industrializados han pasado por una fase similar, ya que el deterioro era internacional, lo mismo que la falta de gobiernos que se enfocaran en lo importante y no nada más en lo urgente.

Que la Ciudad de México y el Estado de México, las dos entidades más pobladas, oficializaran el regreso al semáforo rojo, y que la Organización Mundial de la Salud advirtiera el mismo día que vienen seis meses más muy difíciles de esta pandemia, son auténticamente noticias irrelevantes ante la renuncia social que hemos atestiguado en miles de mexicanas y mexicanos que no se toman en serio esta crisis.

Nuestro egoísmo ha llegado a tal grado, que preferimos el corto plazo, la fiesta y los planes postergados al inicio del año, por encima de cuidar nuestra salud y exponer la vida. Aquí no pueden dejar de mencionarse los contradictorios mensajes que dieron las autoridades de todos los niveles, la desinformación, la grilla nuestra de cada día, y la defensa de malos hábitos sociales que solo nos corresponde a nosotros como ciudadanos.

Pero ya estamos aquí y ante la falta de soluciones mágicas, lo que nos toca es encontrar aquellas que sí funcionen, las que nos ayuden a arreglar este descontrol que solo va a complicar la vacunación masiva, si no antes va a sabotear la credibilidad de la vacuna, creando (si se pudiera) mayor desconfianza en lo que se está haciendo para resolver una crisis cuya dimensión todavía no alcanzamos a ver.

Catastrófico o no, la terca realidad se ha empeñado en alcanzarnos cada vez que hemos podido avanzar un poco en la corresponsabilidad necesaria para mitigar los efectos de esta pandemia, no importa de qué estado del país hablemos.

Esta situación se nos juntará con las elecciones, para algunos una batalla campal en la que se juega el futuro de muchas oposiciones y afinidades, aunque para otros será la misma historia de promesas vacías, solo que con el riesgo de contagios a plena luz del día.

La violencia, la falta de oportunidades, de educación, esas siguen ahí, ni siquiera agazapadas esperando a que el coronavirus les dé espacio, están como el primer día de sana distancia y confinamiento, creciendo y acelerando sus efectos en el peor momento posible.

¿Qué estamos haciendo las y los ciudadanos? Espero que mucho más que pensar cómo le vamos a dar vuelta a las restricciones para acudir a una posada, una fiesta o a la reunión con los amigos que llevamos meses sin ver. De navidades y años nuevos, mejor no hablamos.

Esta será, sin ninguna duda, nuestra prueba de fuego y vamos tarde para enfrentarla como una sola sociedad, responsable y articulada, para coordinarse con unas autoridades previsoras y eficientes.

Si no es así, el proceso de vacunación nos traerá muchos dolores de cabeza, pocas alternativas y un descontrol que perjudicará, otra vez, a los más vulnerables. Es una decisión colectiva, que no puede postergarse y que debería movernos a que en estas semanas nos organicemos en todo el país para que asumamos el papel que nos toca y ese es el de colaborar y coordinar la aplicación de las dosis que serán la diferencia entre la vida y la muerte de muchas personas.

Creo que son suficientes fallecimientos, además de las carencias en las que han caído miles de familias y el estrés permanente de millones de mexicanos que tienen que salir a las calles a ganarse el sustento para sus familias, sin ningún respaldo o protección. Podemos comprender la magnitud de estos problemas, todas y todos los vemos a diario, deberían convencernos ¿cierto?

Ese es mi deseo, porque los milagros se nos acabaron, ya solo estamos nosotros. Y eso puede que sea suficiente. Voluntad, compromiso y mis bendiciones para todos ustedes en estos momentos tan complicados.

Por Luis Wertman Zaslav


Pero sí hay voluntad, compromiso y fe, para salir de esta crisis que vivimos y solo se agrava conforme ignoramos en todo el país sus dimensiones y riesgos a futuro, porque los milagros, efectivamente, se nos acabaron hace tiempo cuando no pudimos reducir la velocidad de los contagios.

Sin embargo, esta historia empieza antes de que surgiera una nueva cepa de coronavirus y debemos ser muy honestos con nosotros mismos para reconocer que contábamos con un sistema de salud, público y privado, insuficiente para una emergencia de este tamaño. Olvidarnos de eso es autoengañarnos y tampoco hay un remedio milagroso para ello.

Esa falta de capacidad técnica y física no pudo hacerse de la noche a la mañana, tardó sexenios en los que, como no nos pasaba algo así, se veía una oportunidad de hacer fortuna con insumos, medicinas, contratos para construir hospitales, brindar servicios médicos y casi cualquier aspecto relacionado con la delicada atención de la salud en un país.

La llegada del coronavirus SarCov-2 solo reveló que tan mal estábamos y el tamaño del negocio que significa no contar con una infraestructura sanitaria que hoy podría ser la de Escandinavia o no, porque todos los países considerados industrializados han pasado por una fase similar, ya que el deterioro era internacional, lo mismo que la falta de gobiernos que se enfocaran en lo importante y no nada más en lo urgente.

Que la Ciudad de México y el Estado de México, las dos entidades más pobladas, oficializaran el regreso al semáforo rojo, y que la Organización Mundial de la Salud advirtiera el mismo día que vienen seis meses más muy difíciles de esta pandemia, son auténticamente noticias irrelevantes ante la renuncia social que hemos atestiguado en miles de mexicanas y mexicanos que no se toman en serio esta crisis.

Nuestro egoísmo ha llegado a tal grado, que preferimos el corto plazo, la fiesta y los planes postergados al inicio del año, por encima de cuidar nuestra salud y exponer la vida. Aquí no pueden dejar de mencionarse los contradictorios mensajes que dieron las autoridades de todos los niveles, la desinformación, la grilla nuestra de cada día, y la defensa de malos hábitos sociales que solo nos corresponde a nosotros como ciudadanos.

Pero ya estamos aquí y ante la falta de soluciones mágicas, lo que nos toca es encontrar aquellas que sí funcionen, las que nos ayuden a arreglar este descontrol que solo va a complicar la vacunación masiva, si no antes va a sabotear la credibilidad de la vacuna, creando (si se pudiera) mayor desconfianza en lo que se está haciendo para resolver una crisis cuya dimensión todavía no alcanzamos a ver.

Catastrófico o no, la terca realidad se ha empeñado en alcanzarnos cada vez que hemos podido avanzar un poco en la corresponsabilidad necesaria para mitigar los efectos de esta pandemia, no importa de qué estado del país hablemos.

Esta situación se nos juntará con las elecciones, para algunos una batalla campal en la que se juega el futuro de muchas oposiciones y afinidades, aunque para otros será la misma historia de promesas vacías, solo que con el riesgo de contagios a plena luz del día.

La violencia, la falta de oportunidades, de educación, esas siguen ahí, ni siquiera agazapadas esperando a que el coronavirus les dé espacio, están como el primer día de sana distancia y confinamiento, creciendo y acelerando sus efectos en el peor momento posible.

¿Qué estamos haciendo las y los ciudadanos? Espero que mucho más que pensar cómo le vamos a dar vuelta a las restricciones para acudir a una posada, una fiesta o a la reunión con los amigos que llevamos meses sin ver. De navidades y años nuevos, mejor no hablamos.

Esta será, sin ninguna duda, nuestra prueba de fuego y vamos tarde para enfrentarla como una sola sociedad, responsable y articulada, para coordinarse con unas autoridades previsoras y eficientes.

Si no es así, el proceso de vacunación nos traerá muchos dolores de cabeza, pocas alternativas y un descontrol que perjudicará, otra vez, a los más vulnerables. Es una decisión colectiva, que no puede postergarse y que debería movernos a que en estas semanas nos organicemos en todo el país para que asumamos el papel que nos toca y ese es el de colaborar y coordinar la aplicación de las dosis que serán la diferencia entre la vida y la muerte de muchas personas.

Creo que son suficientes fallecimientos, además de las carencias en las que han caído miles de familias y el estrés permanente de millones de mexicanos que tienen que salir a las calles a ganarse el sustento para sus familias, sin ningún respaldo o protección. Podemos comprender la magnitud de estos problemas, todas y todos los vemos a diario, deberían convencernos ¿cierto?

Ese es mi deseo, porque los milagros se nos acabaron, ya solo estamos nosotros. Y eso puede que sea suficiente. Voluntad, compromiso y mis bendiciones para todos ustedes en estos momentos tan complicados.