/ miércoles 1 de noviembre de 2017

Zempaxóchitl

Para las víctimas del 7 y 19 de septiembre

La celebración del Día de Muertos, fue declarada por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) en 2008.

Es una tradición que ha cobrado carta de identidad entre la población mexicana y va más allá de nuestras fronteras. Los mexicanos de fuera conservan un vínculo muy estrecho a pesar de las fiestas del conocido Halloween y sobrevivirá, así mismo, sobre los desfiles de las calaveras que nos impuso el agente 007. Incluso, los de adentro, la han adaptado a las diferentes regiones que conforman México.

Si bien nació entre las poblaciones originarias rurales, los citadinos también han asumido como suya la costumbre de recordar a sus muertos en los panteones o en sus propias casas, al igual que en las iglesias, en un sincretismo que caracteriza a este tipo de tradiciones que con el tiempo han tenido algunos cambios sin que pierdan su esencia.

La ofrenda de muertos que se coloca en estos días es la más viva representación de los ya difuntos, quienes desde el más allá agradecen a sus seres queridos, marcando el fin del ciclo anual del maíz, aunque los moradores actuales desconozcan que a este alimento originario de nuestras tierras, se le rinde un tributo.

Una ofrenda estará incompleta si no se adorna con flores características de este tiempo: el cempasúchil. Esta planta, además de algunas de sus propiedades curativas y de un raro y penetrante aroma que además de recordarnos estos días tan especiales, tiene un uso industrial muy importante.

Aunque la producción es suficiente para satisfacer la demanda nacional por razones principalmente culturales, hasta hace poco, en el siglo pasado, éramos uno de los exportadores más importantes en el mundo por su colorante muy apreciado en la alimentación de ciertos animales; para pigmentar y darles un aspecto más atractivo a sus productos.

Después de los sismos, por ejemplo, la zona de Xochimilco para hablar de una de las más ricas en producción de las flores y la que cubre un mercado tan importante como lo es el área metropolitana, sufrió graves daños por lo que habrá que impulsarla nuevamente. La exposición que año tras año se ha venido celebrando de barrio a barrio, hoy nos empuja a ser más empáticos con sus habitantes y agricultores, como una forma de resiliencia por las pérdidas tenidas recientemente.

Como ha sucedido con otras plantas, desafortunadamente el cempasúchil no se ha protegido debidamente en cuanto a apoyar a los productores, elevar sus volúmenes y volver a retomar el lugar que hoy ocupan China e India como sus principales comercializadores a escala internacional. En México, se han desarrollado diversas variedades con mayores beneficios que podrían competir nuevamente en el exterior y que con los ingresos obtenidos propiciar el mejoramiento económico de uno de los sectores demográficos con mayor precariedad: el agrícola.

Las crónicas sobre las flores datan desde el siglo XVI y es una riqueza ancestral que debemos seguir protegiendo y estimulando para no tener que ponerle paradójicamente un altar de muertos al propio zempaxóchitl.

Para las víctimas del 7 y 19 de septiembre

La celebración del Día de Muertos, fue declarada por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) en 2008.

Es una tradición que ha cobrado carta de identidad entre la población mexicana y va más allá de nuestras fronteras. Los mexicanos de fuera conservan un vínculo muy estrecho a pesar de las fiestas del conocido Halloween y sobrevivirá, así mismo, sobre los desfiles de las calaveras que nos impuso el agente 007. Incluso, los de adentro, la han adaptado a las diferentes regiones que conforman México.

Si bien nació entre las poblaciones originarias rurales, los citadinos también han asumido como suya la costumbre de recordar a sus muertos en los panteones o en sus propias casas, al igual que en las iglesias, en un sincretismo que caracteriza a este tipo de tradiciones que con el tiempo han tenido algunos cambios sin que pierdan su esencia.

La ofrenda de muertos que se coloca en estos días es la más viva representación de los ya difuntos, quienes desde el más allá agradecen a sus seres queridos, marcando el fin del ciclo anual del maíz, aunque los moradores actuales desconozcan que a este alimento originario de nuestras tierras, se le rinde un tributo.

Una ofrenda estará incompleta si no se adorna con flores características de este tiempo: el cempasúchil. Esta planta, además de algunas de sus propiedades curativas y de un raro y penetrante aroma que además de recordarnos estos días tan especiales, tiene un uso industrial muy importante.

Aunque la producción es suficiente para satisfacer la demanda nacional por razones principalmente culturales, hasta hace poco, en el siglo pasado, éramos uno de los exportadores más importantes en el mundo por su colorante muy apreciado en la alimentación de ciertos animales; para pigmentar y darles un aspecto más atractivo a sus productos.

Después de los sismos, por ejemplo, la zona de Xochimilco para hablar de una de las más ricas en producción de las flores y la que cubre un mercado tan importante como lo es el área metropolitana, sufrió graves daños por lo que habrá que impulsarla nuevamente. La exposición que año tras año se ha venido celebrando de barrio a barrio, hoy nos empuja a ser más empáticos con sus habitantes y agricultores, como una forma de resiliencia por las pérdidas tenidas recientemente.

Como ha sucedido con otras plantas, desafortunadamente el cempasúchil no se ha protegido debidamente en cuanto a apoyar a los productores, elevar sus volúmenes y volver a retomar el lugar que hoy ocupan China e India como sus principales comercializadores a escala internacional. En México, se han desarrollado diversas variedades con mayores beneficios que podrían competir nuevamente en el exterior y que con los ingresos obtenidos propiciar el mejoramiento económico de uno de los sectores demográficos con mayor precariedad: el agrícola.

Las crónicas sobre las flores datan desde el siglo XVI y es una riqueza ancestral que debemos seguir protegiendo y estimulando para no tener que ponerle paradójicamente un altar de muertos al propio zempaxóchitl.