/ domingo 11 de junio de 2017

Arte en el Museo Nacional de San Carlos

Mañana, el Museo Nacional de San Carlos (MNSC) cumple 49 años de abrir los ojos y la sensibilidad del público a partir de su acervo y de sus muestras. A decir de la directora del recinto, Carmen Gaitán, el recinto cultural “otorga la posibilidad de proporcionar un momento de esparcimiento, de paz, de alegría y de comprensión de sí mismo al público a través del arte, un espejo en el que a todos nos gusta reflejarnos”.

En entrevista, Gaitán menciona que el arte también refleja a las sociedades pasadas. A partir de él, agrega, se rescatan historias, valores, conocimientos y memorias en obras pictóricas y escultóricas que están bajo el resguardo de este museo. Pero, ¿cómo llegaron esas obras? ¿Por cuáles caminos pasaron para que hoy los visitantes puedan conmoverse con este legado?

El inmueble construido por Manuel Tolsá a petición de María Josefa Rodríguez de Pinillos y Gómez de Bárcena, quien se lo regalaría a su hijo –el Conde de Buenavista–, preserva más de dos mil obras de arte que se distribuyen en ocho salas, mientras que otras permanecen preservadas en su bodega.

Además, grandes colecciones que se guardaban en palacios o casas de abolengo de aristócratas, fueron puestas a la vista del público con la finalidad de compartir las máximas expresiones de la creación europea del siglo XIV a inicios del XX con todo el público.

Gótico, Renacimiento, Manierismo, Barroco, Rococó, Neoclásico, Romanticismo, Impresionismo, Academia en México y Realismo son los núcleos en los que se divide el acervo que contiene piezas de artistas como Joaquín Sorolla, Francisco de Zurbarán, Peter Paul Rubens, Piero di Cosimo, Alonso Cano, Antoon van Dyck y Bartolomé Esteban Murillo, entre muchos más.

El origen de las piezas que integran la colección del recinto es diverso: desde peticiones a artistas que pudieron haber dado cátedra en la Academia de San Carlos, pero prefirieron rechazar la oportunidad, como Giovanni Silvagni, hasta las adquisiciones a coleccionistas realizadas por encargo gubernamental.

En el cuadro La destrucción de Jerusalén por Tito ,del pintor romano Silvagni, se muestra la tragedia que significó la destrucción de Jerusalén a través de tres personajes: un soldado muerto con sus implementos de batalla a un lado, un niño y una mujer desesperada que parece implorar al cielo. A pesar de la negativa del artista a ocupar el puesto de catedrático, la obra fue mostrada en una exposición en la Academia, en 1850. El camino que tuvo que recorrer para llegar a este museo no fue tortuoso. Sin embargo, no todas las piezas llegaron de esa forma a la colección del recinto.

La Magdalena penitente, de Francisco de Zurbarán, es un ejemplo representativo de las obras que dieron tumbos por el mundo para finalmente encontrar un espacio en el MNSC.

En esta pieza, el artista barroco plasmó, a partir de claroscuros, una joven pensativa y con actitud pasiva que concuerda con los elementos dispuestos frente a ella, mismos que son una metáfora de la fugacidad de la vida: una vela consumida, un cráneo y un reloj de arena.

Esta pieza del llamado Caravaggio español llegó al museo después de haber pertenecido al coronel inglés John Meade, quien la vendió en 1851 a Richard Ford, para subastarla en 1929 en Christie’s. De tal forma llegó a la galería Savile para posteriormente formar parte de la Spanish Gallery de Thomas Harris, donde la compró el ingeniero Alberto J. Pani en 1933 por encargo gubernamental para ser donada al INBA en 1934.

Mañana, el Museo Nacional de San Carlos (MNSC) cumple 49 años de abrir los ojos y la sensibilidad del público a partir de su acervo y de sus muestras. A decir de la directora del recinto, Carmen Gaitán, el recinto cultural “otorga la posibilidad de proporcionar un momento de esparcimiento, de paz, de alegría y de comprensión de sí mismo al público a través del arte, un espejo en el que a todos nos gusta reflejarnos”.

En entrevista, Gaitán menciona que el arte también refleja a las sociedades pasadas. A partir de él, agrega, se rescatan historias, valores, conocimientos y memorias en obras pictóricas y escultóricas que están bajo el resguardo de este museo. Pero, ¿cómo llegaron esas obras? ¿Por cuáles caminos pasaron para que hoy los visitantes puedan conmoverse con este legado?

El inmueble construido por Manuel Tolsá a petición de María Josefa Rodríguez de Pinillos y Gómez de Bárcena, quien se lo regalaría a su hijo –el Conde de Buenavista–, preserva más de dos mil obras de arte que se distribuyen en ocho salas, mientras que otras permanecen preservadas en su bodega.

Además, grandes colecciones que se guardaban en palacios o casas de abolengo de aristócratas, fueron puestas a la vista del público con la finalidad de compartir las máximas expresiones de la creación europea del siglo XIV a inicios del XX con todo el público.

Gótico, Renacimiento, Manierismo, Barroco, Rococó, Neoclásico, Romanticismo, Impresionismo, Academia en México y Realismo son los núcleos en los que se divide el acervo que contiene piezas de artistas como Joaquín Sorolla, Francisco de Zurbarán, Peter Paul Rubens, Piero di Cosimo, Alonso Cano, Antoon van Dyck y Bartolomé Esteban Murillo, entre muchos más.

El origen de las piezas que integran la colección del recinto es diverso: desde peticiones a artistas que pudieron haber dado cátedra en la Academia de San Carlos, pero prefirieron rechazar la oportunidad, como Giovanni Silvagni, hasta las adquisiciones a coleccionistas realizadas por encargo gubernamental.

En el cuadro La destrucción de Jerusalén por Tito ,del pintor romano Silvagni, se muestra la tragedia que significó la destrucción de Jerusalén a través de tres personajes: un soldado muerto con sus implementos de batalla a un lado, un niño y una mujer desesperada que parece implorar al cielo. A pesar de la negativa del artista a ocupar el puesto de catedrático, la obra fue mostrada en una exposición en la Academia, en 1850. El camino que tuvo que recorrer para llegar a este museo no fue tortuoso. Sin embargo, no todas las piezas llegaron de esa forma a la colección del recinto.

La Magdalena penitente, de Francisco de Zurbarán, es un ejemplo representativo de las obras que dieron tumbos por el mundo para finalmente encontrar un espacio en el MNSC.

En esta pieza, el artista barroco plasmó, a partir de claroscuros, una joven pensativa y con actitud pasiva que concuerda con los elementos dispuestos frente a ella, mismos que son una metáfora de la fugacidad de la vida: una vela consumida, un cráneo y un reloj de arena.

Esta pieza del llamado Caravaggio español llegó al museo después de haber pertenecido al coronel inglés John Meade, quien la vendió en 1851 a Richard Ford, para subastarla en 1929 en Christie’s. De tal forma llegó a la galería Savile para posteriormente formar parte de la Spanish Gallery de Thomas Harris, donde la compró el ingeniero Alberto J. Pani en 1933 por encargo gubernamental para ser donada al INBA en 1934.

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