/ viernes 10 de abril de 2020

Rafael Sanzio, pintor renacentista que marcó el canon de belleza

A pesar de su corta vida, sólo 37 años, fue el pintor que más evolucionó, donde una obra tardía anticipaba la siguiente

Rafael Sanzio no poseía ni la vastedad de conocimientos que tenía Leonardo, ni la fuerza titánica de Miguel Ángel, pero mientras estos resultaron esquivos, incluso intratables, él poseía una dulzura de carácter y un don de gentes que atraía a los mecenas más influyentes, todo un "divo" de la época que murió en plena fama.

Hijo del pintor Giovani Sanzio, Rafael nació en Urbino en 1483, donde se formó junto a su maestro, Pietro Perugino. Inspirado por éste, pintó madonas con niños Jesús, que le recuerdan a su madre fallecida cuando él tenía 8 años. Tres años después, con 11 muere también su padre del que hereda su estudio y con sólo 16 años se habla ya de él como 'magister'.

A los 21 años se instala en Florencia, la capital del Renacimiento, donde Miguel Ángel y Leonardo estaban revolucionando el arte florentino y donde pinta “Los desposorios de la Virgen” (1504), una obra de emoción contenida, en la que predomina la serenidad y la delicadeza, pero donde demuestra que ya ha superado a su maestro. Aquella aparente sencillez era fruto ya de una esmerada composición donde nada resultaba forzado ni artificioso.

Tres años después, llega a Roma, donde vivirá el resto de su vida, envuelto en una frenética actividad artística y donde en poco tiempo se convierte en el pintor predilecto de la ciudad, en especial gracias a los papas León X y Julio II.

Ahí, su éxito fue tal que tuvo que asumir decenas de encargos -retratos, tablas religiosas, frescos, murales, hasta tapices…-, por lo que su taller se convirtió en uno de los motores de la vida artística de la ciudad. Fue entonces cuando se replantea una nueva fórmula de creación artística, por la que se entiende, -explica Miguel Falomir, director del Museo del Prado y especialista en pintura italiana-, su prolífica obra, al delegar en sus ayudantes las zonas secundarias o menos vitales de la obra, para centrarse él en lo verdaderamente importante.

La escuela de atenas

Cuando Julio II le encarga decorar las paredes de varias salas del Vaticano conocidas como las “stanzes”, incluida la famosa Sala de la Signatura, coincide allí con Miguel Ángel justo cuando está pintando la Capilla Sixtina y si bien éste, receloso y huraño, no le permitió nunca ver su obra, Rafael, mucho más generoso, representó a Miguel Ángel, al que tanto admiraba, como Heráclito, con su ropa de cantero sentado y pensativo en todo el centro de la escalinata de su monumental “La escuela de Atenas” (1511), su obra más ambiciosa en la que quiso representar, nada menos, que los orígenes del pensamiento occidental, en la Antigua Grecia.

Rafael pinta a los clásicos con los rostros de contemporáneos estableciendo un paralelismo. Esta obra constituye todo un ejemplo de clasicismo: perspectiva geométrica para dar sensación de profundidad, colores vivos y armoniosos, orden, equilibrio, serenidad... donde la arquitectura sirve para centrar la perspectiva en las dos figuras centrales, Platón y Aristóteles.

La escalinata divide el pensamiento especulativo, a la izquierda, del experimental, a la derecha. Platón (Leonardo), señala al cielo al mundo de las ideas, mientras Aristóteles con su Ética señala hacia la tierra, así representa las dos tendencias filosóficas: el idealismo -neoplatonismo renacentista- y el realismo. Hasta el propio Rafael se retrata a la derecha del todo, único personaje que mira al espectador, a excepción de Hipatia de Alejandría, quien, desde el lado opuesto, con el rostro de su amada MargheritaLuti, (conocida por “La Fornarina”), también nos observa.

Rafael mostró en todas las estancias vaticanas su consabida maestría en el dibujo y su composición armónica, si bien adquiere ahora -tras su contacto con Miguel Ángel- una fuerza y energía que antes no tenía.

A Rafael siempre le apasionó la arquitectura y la arqueología, con lo que su trabajo se dispara cuando el papa León X le nombra responsable de restauración del legado arqueológico romano, trabajos que combinó con la decoración de Villa Farnesina, inspirándose en las estancias de la Domus Aurea de Nerón, donde las figuras adquieren más soltura, son más airosas, prevalece el equilibrio y la armonía del conjunto.

Ideal de belleza

A pesar de su corta vida, sólo 37 años, Rafael fue el pintor que más evolucionó, donde una obra tardía anticipaba la siguiente, un pintor que siempre resulta moderno, actual, ya que marcó el canon de belleza que estuvo vigente durante más tres siglos. Sirvió de inspiración para la creación de academias oficiales en distintos países, que veían en su pintura ejemplo de equilibrio, serenidad y armonía, el modelo ideal hacia el que debía aspirar la pintura perfecta, creando lo que se conoce desde entonces como pintura academicista.

Cuando en Francia se crea en 1678 la Academia de Bellas Artes se hace precisamente sobre el modelo de Rafael, que sigue siendo el ideal de belleza en pintura. Francia será el país rafaeliano por excelencia hasta muy entrado el siglo XIX. Es entonces cuando comienza a cuestionarse a Rafael, primero se empezó por su etapa tardía, la manierista, y luego cuando el academicismo empieza a caer en barrena, su ídolo cae también con él.

Pero lo que resulta extraordinario es que un mismo pintor, Rafael, contituyera el ideal de belleza durante tanto tiempo, sin que ningún otro hubiera hecho una lectura propia de ella. Hubo que esperar hasta los llamados “Prerrafaelistas”, que fueron los primeros pintores en postularse en contra de todo lo que Rafael representó, una crítica al uso y abuso de aquel academicismo que minó la libertad creativa.

Rafael Sanzio no poseía ni la vastedad de conocimientos que tenía Leonardo, ni la fuerza titánica de Miguel Ángel, pero mientras estos resultaron esquivos, incluso intratables, él poseía una dulzura de carácter y un don de gentes que atraía a los mecenas más influyentes, todo un "divo" de la época que murió en plena fama.

Hijo del pintor Giovani Sanzio, Rafael nació en Urbino en 1483, donde se formó junto a su maestro, Pietro Perugino. Inspirado por éste, pintó madonas con niños Jesús, que le recuerdan a su madre fallecida cuando él tenía 8 años. Tres años después, con 11 muere también su padre del que hereda su estudio y con sólo 16 años se habla ya de él como 'magister'.

A los 21 años se instala en Florencia, la capital del Renacimiento, donde Miguel Ángel y Leonardo estaban revolucionando el arte florentino y donde pinta “Los desposorios de la Virgen” (1504), una obra de emoción contenida, en la que predomina la serenidad y la delicadeza, pero donde demuestra que ya ha superado a su maestro. Aquella aparente sencillez era fruto ya de una esmerada composición donde nada resultaba forzado ni artificioso.

Tres años después, llega a Roma, donde vivirá el resto de su vida, envuelto en una frenética actividad artística y donde en poco tiempo se convierte en el pintor predilecto de la ciudad, en especial gracias a los papas León X y Julio II.

Ahí, su éxito fue tal que tuvo que asumir decenas de encargos -retratos, tablas religiosas, frescos, murales, hasta tapices…-, por lo que su taller se convirtió en uno de los motores de la vida artística de la ciudad. Fue entonces cuando se replantea una nueva fórmula de creación artística, por la que se entiende, -explica Miguel Falomir, director del Museo del Prado y especialista en pintura italiana-, su prolífica obra, al delegar en sus ayudantes las zonas secundarias o menos vitales de la obra, para centrarse él en lo verdaderamente importante.

La escuela de atenas

Cuando Julio II le encarga decorar las paredes de varias salas del Vaticano conocidas como las “stanzes”, incluida la famosa Sala de la Signatura, coincide allí con Miguel Ángel justo cuando está pintando la Capilla Sixtina y si bien éste, receloso y huraño, no le permitió nunca ver su obra, Rafael, mucho más generoso, representó a Miguel Ángel, al que tanto admiraba, como Heráclito, con su ropa de cantero sentado y pensativo en todo el centro de la escalinata de su monumental “La escuela de Atenas” (1511), su obra más ambiciosa en la que quiso representar, nada menos, que los orígenes del pensamiento occidental, en la Antigua Grecia.

Rafael pinta a los clásicos con los rostros de contemporáneos estableciendo un paralelismo. Esta obra constituye todo un ejemplo de clasicismo: perspectiva geométrica para dar sensación de profundidad, colores vivos y armoniosos, orden, equilibrio, serenidad... donde la arquitectura sirve para centrar la perspectiva en las dos figuras centrales, Platón y Aristóteles.

La escalinata divide el pensamiento especulativo, a la izquierda, del experimental, a la derecha. Platón (Leonardo), señala al cielo al mundo de las ideas, mientras Aristóteles con su Ética señala hacia la tierra, así representa las dos tendencias filosóficas: el idealismo -neoplatonismo renacentista- y el realismo. Hasta el propio Rafael se retrata a la derecha del todo, único personaje que mira al espectador, a excepción de Hipatia de Alejandría, quien, desde el lado opuesto, con el rostro de su amada MargheritaLuti, (conocida por “La Fornarina”), también nos observa.

Rafael mostró en todas las estancias vaticanas su consabida maestría en el dibujo y su composición armónica, si bien adquiere ahora -tras su contacto con Miguel Ángel- una fuerza y energía que antes no tenía.

A Rafael siempre le apasionó la arquitectura y la arqueología, con lo que su trabajo se dispara cuando el papa León X le nombra responsable de restauración del legado arqueológico romano, trabajos que combinó con la decoración de Villa Farnesina, inspirándose en las estancias de la Domus Aurea de Nerón, donde las figuras adquieren más soltura, son más airosas, prevalece el equilibrio y la armonía del conjunto.

Ideal de belleza

A pesar de su corta vida, sólo 37 años, Rafael fue el pintor que más evolucionó, donde una obra tardía anticipaba la siguiente, un pintor que siempre resulta moderno, actual, ya que marcó el canon de belleza que estuvo vigente durante más tres siglos. Sirvió de inspiración para la creación de academias oficiales en distintos países, que veían en su pintura ejemplo de equilibrio, serenidad y armonía, el modelo ideal hacia el que debía aspirar la pintura perfecta, creando lo que se conoce desde entonces como pintura academicista.

Cuando en Francia se crea en 1678 la Academia de Bellas Artes se hace precisamente sobre el modelo de Rafael, que sigue siendo el ideal de belleza en pintura. Francia será el país rafaeliano por excelencia hasta muy entrado el siglo XIX. Es entonces cuando comienza a cuestionarse a Rafael, primero se empezó por su etapa tardía, la manierista, y luego cuando el academicismo empieza a caer en barrena, su ídolo cae también con él.

Pero lo que resulta extraordinario es que un mismo pintor, Rafael, contituyera el ideal de belleza durante tanto tiempo, sin que ningún otro hubiera hecho una lectura propia de ella. Hubo que esperar hasta los llamados “Prerrafaelistas”, que fueron los primeros pintores en postularse en contra de todo lo que Rafael representó, una crítica al uso y abuso de aquel academicismo que minó la libertad creativa.

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