/ domingo 28 de abril de 2019

Spike le quita lo gris a la ciudad

Oriundo de Tlaxcala pero avecindado en Michoacán, este joven artista llena de color los muros de Morelia al igual que lo ha hecho en otros lugares como París o Los Ángeles

Bien a bien no recuerda desde cuándo empezó a utilizar el nombre de Spike.

La palabra que en inglés se traduce como “espiga” para él no tiene un significado preciso y le gusta pensar que más bien el nombre lo encontró a él en un lote baldío, cuando la policía lo perseguía por grafitear las calles de su natal Zacaltenco.

Este tlaxcalteca que aterrizó en Morelia hace poco más de 10 años, después de recorrer más de 25 de los 32 estados del país, en realidad no tiene un lugar fijo en el mundo, su ruta, su casa y su camino lo marcan los muros y las paredes que escoge para hacer lo que él llama su pasión: tomar el aerosol y pintar y plasmar lo que lleva dentro.

Muchos han comparado a Israel Guerra, como se llama en realidad, con uno de los mejores y mayores representantes del neomuralismo mexicano o como uno de los maestros del street art mexicano, pero él declara con desenfado: “No sé bien donde encajo, pero lo que sí sé es que me gusta lo que hago, y lo hago porque me nace y es lo que quiero hacer durante toda mi vida”.

INSPIRACIÓN

Alguien pasa por la calle donde pintó su más reciente mural en la ciudad de Morelia, y le lanza un silbido comprometedor que lo hace reír y apenarse, pero responde con otro igual para la banda que lo saluda.

A Spike es claro que la banda y su barrio lo respaldan. Su mural lleva intacto casi un mes en la recién inaugurada Plaza de la Paz, un antiguo predio abandonado donde se juntaban a drogarse los chavos y las prostitutas que antes merodeaban la antigua central camionera de la ciudad de Morelia, y que recién fue rescatado por el ayuntamiento de la ciudad.

Le pusieron iluminación, pasto, bancas, bardas y rampas, para eskatos que ahora se juntan para entrenar en patines, bicis y bicicletas.

“No sé si sea muralismo o nuevo muralismo, pero estoy experimentando con algunas cosas de diseño, por ahora sigo buscando muros y paredes en todo el mundo y los pinto porque me gusta, porque tengo algo que decir con los colores y los aerosoles”, resalta.

Su adolescencia en Tlaxcala estuvo marcada por las carencias de una familia tradicional, que no concebía que su hijo sólo pudiera tener talento para pintar paredes y luego huir como delincuente de la policía.

Entonces Spike decidió que podía darle una satisfacción a su familia y estudio cine en la ciudad de Morelia. “Para que ellos se quedaran satisfechos, y también pensé en ese momento que si no la hacía en otra cosa, al menos podría dar clases”, dice siempre con esa sonrisa franca, que trata de ocultar su lado introvertido.

Su inspiración vendría entonces de los grandes clásicos muralistas mexicanos, como Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco y otros afamados, pero el que lo marcó para siempre fue el menos afamado de todos los artistas, Jorge González Camarena, el muralista jalisciense del cual Spike decidió hacer su tesis.

“Este güey está cabroncísimo, fue el primero en fusionar técnicas y disciplinas y eso está bien difícil”, admite.

De él aprendió los colores vivos que hoy están presentes en todos sus muros, la forma y dimensión de las figuras y sobre todo el arte de plasmar las expresiones.

LO QUE QUIERO

Francia, Italia, Colombia, Estados Unidos y muchos otros lugares del mundo albergan los muros de este joven mexicano, quien ha encontrado un mejor eco en el extranjero que en México, pero que se niega a admitir que lo vean como un profeta fuera de su tierra.

“Creo que más bien soy un afortunado, porque la verdad yo no empecé en esto por dinero, lo hacía porque me gustaba, pero con el tiempo entiendes que las cosas no caen por arte de magia, y creo que me rodee de personas clave que ya estaban en la industria artística y ellos fueron los que me dijeron `tienes talento` y me ofrecieron contratos. Yo ni sabía que esto se pagaba”.

Le molesta pensar que en esta época todo se monetiza, pero señala que es “un morro con suerte” que ha logrado lo que muchos les viene después de los 40 o 50 años.

“Nunca pienso en vender, pero siempre mi trabajo acaba en algo, no está mal, pero lo hago porque quiero y ahora siempre hay gente que se fija en lo que haces y eso me ha llevado a estar casi todos los veranos fuera de México, en Estados Unidos y Europa”.

Al año, Spike hace dos o tres intervenciones urbanas en México y asegura que no es por falta de interés o apoyo de las autoridades, sino porque la mayor parte del tiempo se encuentra viajando.

En el país ha hecho muralismo en Quintana Roo, Oaxaca, Ciudad Juárez y Ciudad de México, varias ciudades del norte y por primera vez ahora en Michoacán, en la ciudad que lo recibió hace 11 años, cuando recién Morelia se conmocionaba con los granadazos del 2007.

“En ese tiempo sí se sentía un ambiente extraño y no había ni ánimos de quitarle lo gris a la ciudad. Hoy –visualiza- es diferente, hay otra gente, otro ambiente; la gente no es mala, todos queremos vivir bien y el arte reivindica” reflexiona.

Confiesa entonces que él es un ejemplo vivo y señala que de no haber sido por lo que hace hubiera acabado en la cárcel… o muerto.

El color es el foco central de su obra. “También el color es foco de esperanza y nos sirve para quitarle la mancha gris a la urbe, y eso es mucho aunque parezca que no sirve de nada”.

Por eso ahora está concentrado en proyectos sociales como el de La Plaza de la Paz, en Morelia, y tiene la mira en proyectos en Ciudad Juárez y otras ciudades con zonas conflictivas en las que pretende pintar en gran formato.

Su idea es seguir pintando con simbolismo de los pueblos originarios, de quien retoma las danzas, las artesanías, la vida cotidiana, “porque he encontrado que la gente marginada es más feliz y sonríe a diario, sin importar lo que pase”.

Para estas fechas Spike ha tomado la maleta llena de aerosoles y se encuentra en París, participando en la Bienal de Arte Urbano de Montmartre, esperando el verano para viajar por el mundo, hasta que llegue el tiempo de tomar un break y regresar a Morelia, el lugar donde se refugia cuando ya no quiere saber nada de nada, “porque todo cansa, hasta comer frijoles”.

Bien a bien no recuerda desde cuándo empezó a utilizar el nombre de Spike.

La palabra que en inglés se traduce como “espiga” para él no tiene un significado preciso y le gusta pensar que más bien el nombre lo encontró a él en un lote baldío, cuando la policía lo perseguía por grafitear las calles de su natal Zacaltenco.

Este tlaxcalteca que aterrizó en Morelia hace poco más de 10 años, después de recorrer más de 25 de los 32 estados del país, en realidad no tiene un lugar fijo en el mundo, su ruta, su casa y su camino lo marcan los muros y las paredes que escoge para hacer lo que él llama su pasión: tomar el aerosol y pintar y plasmar lo que lleva dentro.

Muchos han comparado a Israel Guerra, como se llama en realidad, con uno de los mejores y mayores representantes del neomuralismo mexicano o como uno de los maestros del street art mexicano, pero él declara con desenfado: “No sé bien donde encajo, pero lo que sí sé es que me gusta lo que hago, y lo hago porque me nace y es lo que quiero hacer durante toda mi vida”.

INSPIRACIÓN

Alguien pasa por la calle donde pintó su más reciente mural en la ciudad de Morelia, y le lanza un silbido comprometedor que lo hace reír y apenarse, pero responde con otro igual para la banda que lo saluda.

A Spike es claro que la banda y su barrio lo respaldan. Su mural lleva intacto casi un mes en la recién inaugurada Plaza de la Paz, un antiguo predio abandonado donde se juntaban a drogarse los chavos y las prostitutas que antes merodeaban la antigua central camionera de la ciudad de Morelia, y que recién fue rescatado por el ayuntamiento de la ciudad.

Le pusieron iluminación, pasto, bancas, bardas y rampas, para eskatos que ahora se juntan para entrenar en patines, bicis y bicicletas.

“No sé si sea muralismo o nuevo muralismo, pero estoy experimentando con algunas cosas de diseño, por ahora sigo buscando muros y paredes en todo el mundo y los pinto porque me gusta, porque tengo algo que decir con los colores y los aerosoles”, resalta.

Su adolescencia en Tlaxcala estuvo marcada por las carencias de una familia tradicional, que no concebía que su hijo sólo pudiera tener talento para pintar paredes y luego huir como delincuente de la policía.

Entonces Spike decidió que podía darle una satisfacción a su familia y estudio cine en la ciudad de Morelia. “Para que ellos se quedaran satisfechos, y también pensé en ese momento que si no la hacía en otra cosa, al menos podría dar clases”, dice siempre con esa sonrisa franca, que trata de ocultar su lado introvertido.

Su inspiración vendría entonces de los grandes clásicos muralistas mexicanos, como Siqueiros, Diego Rivera, José Clemente Orozco y otros afamados, pero el que lo marcó para siempre fue el menos afamado de todos los artistas, Jorge González Camarena, el muralista jalisciense del cual Spike decidió hacer su tesis.

“Este güey está cabroncísimo, fue el primero en fusionar técnicas y disciplinas y eso está bien difícil”, admite.

De él aprendió los colores vivos que hoy están presentes en todos sus muros, la forma y dimensión de las figuras y sobre todo el arte de plasmar las expresiones.

LO QUE QUIERO

Francia, Italia, Colombia, Estados Unidos y muchos otros lugares del mundo albergan los muros de este joven mexicano, quien ha encontrado un mejor eco en el extranjero que en México, pero que se niega a admitir que lo vean como un profeta fuera de su tierra.

“Creo que más bien soy un afortunado, porque la verdad yo no empecé en esto por dinero, lo hacía porque me gustaba, pero con el tiempo entiendes que las cosas no caen por arte de magia, y creo que me rodee de personas clave que ya estaban en la industria artística y ellos fueron los que me dijeron `tienes talento` y me ofrecieron contratos. Yo ni sabía que esto se pagaba”.

Le molesta pensar que en esta época todo se monetiza, pero señala que es “un morro con suerte” que ha logrado lo que muchos les viene después de los 40 o 50 años.

“Nunca pienso en vender, pero siempre mi trabajo acaba en algo, no está mal, pero lo hago porque quiero y ahora siempre hay gente que se fija en lo que haces y eso me ha llevado a estar casi todos los veranos fuera de México, en Estados Unidos y Europa”.

Al año, Spike hace dos o tres intervenciones urbanas en México y asegura que no es por falta de interés o apoyo de las autoridades, sino porque la mayor parte del tiempo se encuentra viajando.

En el país ha hecho muralismo en Quintana Roo, Oaxaca, Ciudad Juárez y Ciudad de México, varias ciudades del norte y por primera vez ahora en Michoacán, en la ciudad que lo recibió hace 11 años, cuando recién Morelia se conmocionaba con los granadazos del 2007.

“En ese tiempo sí se sentía un ambiente extraño y no había ni ánimos de quitarle lo gris a la ciudad. Hoy –visualiza- es diferente, hay otra gente, otro ambiente; la gente no es mala, todos queremos vivir bien y el arte reivindica” reflexiona.

Confiesa entonces que él es un ejemplo vivo y señala que de no haber sido por lo que hace hubiera acabado en la cárcel… o muerto.

El color es el foco central de su obra. “También el color es foco de esperanza y nos sirve para quitarle la mancha gris a la urbe, y eso es mucho aunque parezca que no sirve de nada”.

Por eso ahora está concentrado en proyectos sociales como el de La Plaza de la Paz, en Morelia, y tiene la mira en proyectos en Ciudad Juárez y otras ciudades con zonas conflictivas en las que pretende pintar en gran formato.

Su idea es seguir pintando con simbolismo de los pueblos originarios, de quien retoma las danzas, las artesanías, la vida cotidiana, “porque he encontrado que la gente marginada es más feliz y sonríe a diario, sin importar lo que pase”.

Para estas fechas Spike ha tomado la maleta llena de aerosoles y se encuentra en París, participando en la Bienal de Arte Urbano de Montmartre, esperando el verano para viajar por el mundo, hasta que llegue el tiempo de tomar un break y regresar a Morelia, el lugar donde se refugia cuando ya no quiere saber nada de nada, “porque todo cansa, hasta comer frijoles”.

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