El artista plástico Arturo Rivera, quien falleció ayer a los 75 años de edad, pintaba para mirar el interior del ser humano. Sus óleos son ventanas abiertas a la mente del hombre y, contrario a lo que se piense, no siempre eran oscuras ni tenebristas. Su obra es una radiografía psicológica de las personas, una explosión de posibilidades de lo que sucede en el interior de la mente.
“En México hubo un movimiento que se llamó los interioristas donde estaban los pinturas de los figurativos de los años 60 que eran muy parecidos a los que estaba en la nueva figuración inglesa con Freud y el último de estos artistas es Arturo Rivera, de los que veía en el interior del ser humano, el interior de la psicología del ser humano, de la visión tanto destructiva como erótica”, afirma Juan Coronel, historiador de arte, sobre el pintor que falleció por un derrame cerebral.
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Por ello es un error encasillar su obra como tenebrista, advierte el también poeta. La pintura de quien ganó el Primer Premio en la II Bienal de Beijing, China, es una fusión entre el surrealismo, el hiperrealismo y el expresionismo en una manera muy particular que convirtió a Arturo Rivera en uno de los principales representantes del arte mexicano del siglo XX.
Coronel añade en entrevista que en sus pinturas se puede encontrar la dicotomía entre el eros y el tanatos, y la muerte y la sexualidad, pero no en un sentido propiamente gótico sino como mera exploración del hombre. También reflejó en sus pinturas de animales y paisajes ilusorios un júbilo limitado: la festividad como marco de la oscuridad humana.
“Era muy talentoso y cuando digo talentoso me refiero como a los grandes de la primera mitad del siglo XX, le interesaba mucho la técnica de orden renacentista, se interesaba mucho en la preparación de la tela, que hubiera una primera capa, él mismo preparaba sus tablas, le metía el siena que es un tipo de rojo para que ahí entrara el color y vibrara de una manera distinta, se preocupaba por esas cosas que le llevaban mucho tiempo”, apunta Coronel al recordar que Rivera era un pintor de carácter complejo.
Aunque nunca desentendido de sus amigos o colegas. Es el caso del poeta Ernesto Lumbreras quien contó en Facebook que apenas el martes pasado había recibido un correo electrónico del artista, pues le planteaba que una pintura suya fuera portada de su nuevo libro. “Sin tardanza me envió cinco piezas para escoger. Me contó que en las últimas semanas batallaba para caminar, que había pasado unos días en Tepoztlán prácticamente mirando por la ventana. Había dejado de pintar, leía, pensaba, recordaba su vida. Lo escuché de buen ánimo, malediciente, pícaro y jovial. Gracias Arturo Rivera por nuestra conversación de luz y tiniebla”, escribió el poeta.
El pintor estudió en la Academia de San Carlos y serigrafía y fotoserigrafía en The City Lit Art School Londres, y por ocho años vivió y trabajó en Nueva York. En 1979 el surrealista Mac Zimmerman invitó a Rivera a trabajar en Alemania, y un año después regresó a México por invitación de Fernando Gamboa. Desde entonces conquistó museos y galerías de Nueva York, Chicago, Puerto Rico, Medellín, Roma, Berlín, París, Tokio, Londres y Polonia.
“Su legado está en su propia expresión, no veo a ningún artista actual que tenga su nivel, dentro de la figuración que él hacia”, lamenta el historiador.
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