/ viernes 25 de agosto de 2017

Nada de cilicio, el teatro es placer: López Tarso

A sus 92 años el primer actor continúa trabajando en el medio artístico

“¿Qué? ¿Qué dice usted? ¿Cansarme yo, hastiarme yo de actuar? ¿Fatigarme de trabajar en el teatro? ¡Qué ocurrencia! Cierto que ya tengo 92 años. Pero también condición y gusto para trabajar -hasta por partida doble- varios días a la semana. Oígame bien: Yo no me canso de actuar. A mi me hace falta el escenario”.

Eso dijo con perceptibles puntos y comas don Ignacio López Tarso quien murmuró:

“¡Quiero tanto el teatro. Lo extraño tantísimo..!”

MACARIO Y GAVALDÓN

Avanzó hacia su escritorio. Un paso. Dos. Detuvo la marcha:

“Se suspendió Un Picasso. ¿Ya la vio? La hacíamos viernes, sábado y domingo. ¡Dos funciones! Una detrás de otra. Con pocos minutos de intervalo. Para a toda carrera ir al baño. Y arreglarse un poco el maquillaje y vestuario. A toda carrera. Y la empresa decidió reponer Aeroplanos. Con el Loco Manuel Valdés. ¡Qué mente tan ágil tiene! ¡Admirable capacidad para improvisar! Ayer, el aguacero, la granizada, el tráfico infernal obligaron a un terrible retraso. La función que debería comenzar a las ocho de la noche se inició hasta las nueve y media. Con teatro -el Rafael Solana de la Tasqueña- lleno. El público -maravilloso- esperó paciente. Y disfrutó la obra”.

Reanudó su caminata. José Luis Rubio echó un ojo al óleo que en primer plano y en la profunda perspectiva muestra velas encendidas. Velas prendidas.

“¿Por Macario, maestro?”, sugirió el reportero. “Cuando la Muerte enseña a Macario que cada vela es una vida”, abundó.

“Pues, sí. Puede ser que sea por Macario. Aunque José Ignacio -mi hijo- lo rechaza. Es que en la película no aparece ningún perro. Y en esta pintura sí. Véalo. La Muerte ¿recuerda? Enrique Lucero interpretó ese papel. Llegaba al set y anunciaba: ‘Me voy a maquillaje. A caracterizarme’. Y Roberto Gavaldón -que era un director muy exigente y ácido le soltaba: ‘¿Para qué? ¡Mírate, nomás! Eres una calaca perfecta, Enrique’. Y todos reíamos.

“Pero Gavaldón era perfeccionista. En Macario yo tenía que cargar un haz de leña muy pesado. Sujetarlo con el macapal en la frente. Y subir por las empinadas y muy empedradas calles de Taxco. Ya estaba listo cuando Gavaldón preguntó: ‘¿Qué madera le pusieron a Nacho?’ Le respondió un asistente: ‘Madera de balsa, ligera, director’. Estalló Gavaldón: ‘¡Quiero leños de verdad. Troncos pesados. Y que se vea el esfuerzo que Nacho hace. Que la cámara lo siga. Le tome el impulso de los talones. Y el vigor de la pantorrilla. Eso es lo que quiero!’. Y así se hizo. Me eché al lomo la carga de troncos. Y la escena salió redonda.

”Gavaldón tenía fama de traer cortitos a los actores. Que no se descuidaran. Ni olvidaran sus líneas. Un día me llamó: ‘Tú no te preocupes, Nacho. Yo le aprieto las tuercas a los que no cumplen. Tú no eres así. Te respeto mucho, Nacho’.

PÉSIMA COSTUMBRE

Desde su silla don Ignacio López Tarso contempla sus atestados libreros. Colección Historia del Mundo. Volúmenes bien alineados, ordenados. En sus lomos los periodos que describen. Y fotografías de otro tiempo. Con el premier indú Nehru. A paso vivo con ancha sonrisa y traje de etiqueta. Con la nutrida cabellera intensamente obscura. Ahí va. Elástico, elegante. Es un triunfador. Ve -en el lugar de siempre- una menorah. “Esa la entregaban los dirigentes de la Comunidad Israelita. La Menorah de Oro. Ya hace mucho que no se oye que la den…”.

Hace un gesto de resignación. Se conforma con lo que ocurre. Corrige la ubicación de un papel. Lo traslada. Transmite buena disposición. Estar a gusto. En su casa. Cerca de sus hijos, nietos y bisnietos.

“Sabina tiene 10 años, ya va en quinto. Ya tiene un hermanito”, comparte.

Pide algo a Lourdes, su secretaria. Reanuda:

“¿Así que no ha visto usted Un Picasso? Obra formidable. Anticlimática, a mi ver. La escribió un judío. Hacher, creo que se llama. La ambientó en el París de la ocupación alemana. Una mujer responsable de un elevado cargo en la Secretaría de Cultura de Hitler recibe la orden de conseguir -a cualquier costo- un Picasso. Una obra auténtica, original de Pablo Picasso. Las tropas alemanas que se adueñan de Francia se asientan en París. Quieren tener un cuadro de Picasso ¡para quemarlo! Como lo habían hecho con libros y otras expresiones del arte. Incendiarlo en una pira. Frente a una densa muchedumbre. La mujer debe buscarla. Y en su búsqueda llega a Pablo Picasso.

“Yo soy Picasso. Ahora soy mucho más viejo de lo que era Pablo Picasso. No me le parezco El pintor murió en 1973. Y yo, ya le dije, ando en mis buenos 92. La mujer, pues da con Pablo Ruiz. En la obra la actriz venezolana Gabriela Spanic la encarna. ¿Conoce usted a esta actriz? Es una grande, una hermosa mujer. Alta. Con unos ojazos. ¡Y un cuerpazo escultural! Y fíjese también es buena actriz. Y lo increíble: Un Picasso es su primera obra de teatro profesional. Antes perteneció a un grupo de teatro experimental. Es una joven estupenda.

“Antes la empresa contrató para esta obra a otra mujer muy atractiva: Araceli Arámbula. ¡Bellísima! Muy buena compañera. Ya llevamos 500 representaciones de Un Picasso. En San Jerónimo. Un Teatro del IMSS. ¿Sabe usted que yo inauguré todos los teatros del Seguro Social? Magníficos muchos, El director del Seguro Social, Mikel Arriola, tiene grandes planes para estimular el desarrollo teatral. Y quiere imponer mi nombre a alguno. Pues le decía que Araceli Arámbula inició conmigo esta obra. Lleva más de un año en cartelera. Aquí. Y en la República toda. Araceli fue compañera de Luis Miguel. El cantante. Oiga parece que anda en muchos líos ..¿Qué le parece a usted?”.

“Que hay una prensa que ensalza endiosa casi a algún personaje. Para luego darse el gusto de contribuir a su caída. Así fue con El Púas, Rubén Olivares. Le festejaban su gusto por el pulque. Su desparpajo…Y más tarde ¿qué? De borrachales y escandaloso no se cansaron de llamarlo…”.

“Sí -concedió caviloso don Ignacio López Tarso. Sí. Esa es una pésima costumbre mexicana. Festejar el derrumbe de algún famoso. Obstaculizar el progreso del que quiere avanzar, de quien destaca. Como si de una consigna se tratara. Una acción subterránea; sorda. Yo, afortunadamente no lo padecí. O -se contuvo, dudó-, quizá sí. ¡Claro! Veladamente, sí. Jeje Sííí…”.

UN HERMOSO TRABAJO

Don Ignacio López Tarso hace que su rostro actúe. Frente a su interlocutor -mientras desgrana anécdotas o revive importantes instantes de su dilatada vida- hace que su rostro, sus facciones -elásticas, obedientes, disciplinadas- den la expresión adecuada. Ahora:

“Fue cuando estrené Macbeth. Como es costumbre todo el elenco recibe su dosis de aplausos. Cuando aparecen los principales protagonistas, la ovación llega a estruendo. Espectadores arrebatados -hechizados por lo que acaban de ver, de vivir-aplauden con mayor intensidad. Exaltados gritan ¡Bravo! ¡Bravo! Y entonces todos los actores se toman de la mano y avanzan hasta el borde mismo del escenario. Ejecutan una elegante inclinación. Graciosos, agradecen.

“Esa noche yo tenía de la mano a la actriz Isabela Corona. Célebre. Famosa. ¡Consagrada ya! Y mientras compartíamos tal instante de la sala surgió un grito: ¡López Tarso! ¡López Tarso!, que irritó a Isabela Corona profundamente. Le provocó ira a la gran actriz. Que se pronunciara mi nombre en un marco de aplausos y exclamaciones admirativas la enojó. Le provocó una mezcla de ira, rencor, altanería. Orgullo agraviado que la llevó a zafarse con gran violencia de mi mano. Fue más allá: Me dio la espalda, se alejó.

“Su marcha enojó al director. Le reprochó: ‘¡Nunca debiste hacer eso! Era tu obligación participar, permanecer junto a tu compañero. No permitas que sentimientos de envidia o desdén te apresen: no’”.

 “Creo que esa fue la única ocasión que viví un trance semejante. Es que yo vivo el teatro en forma natural.

El teatro exige una disciplina muy especial. Constante. Disciplina. Que determina la Vida. Qué y a qué hora se come. Y se duerme. Cuidado. De salud. De voz. De respiración. De forma física. La preparación constante. El estudio. La cultura. Desarrollar, pulir, perfeccionar aptitudes. Y todo con absoluta naturalidad.

“Para mí el teatro, el actuar es un hermoso trabajo. Demanda concentración. E imaginación. Espíritu flexible, libre. Ansia de perfección. Tesón. Voluntad. Mente y oído abierto a voces, modas, costumbres de otras épocas. O lugares. Sondear mentes. Para comprender un gesto, una conducta. Comprender al personaje. Aprender sus giros y acciones. Todo y con seguridad mucho más con frescura y naturalidad. Observación, concentración, abstracción.

“Stanislavsky y su El Actor se Prepara está muy bien. Lee Strasberg lo elevó en su Actor’s Studio. Ahí se formaron Marlon Brando, Dustin Hoffman, James Dean y muchos más. Yo aprendí…”.

De Xavier Villaurrutia, maestro? -sugirió el entrevistador.

“Yo descubrí a Xavier Villaurrutia y la música culta el año que convalecí de una dura operación de columna vertebral que me practicó el famoso traumatólogo Velasco Zimbrón. A Villaurrutia en su poesía. A la música clásica en un radiecito de bulbos. Leí y escuché acostado sobre tablas cuya dureza ayudaban a recuperar flexibilidad de mi columna vertebral. Debía soldarse tras la fractura que sufrió cuando caí en un huerto estadounidense. Saldo de mi aventura de bracero. Aquella tabla era mi prisión. Me amarraban a la madera cuando llegaba el sueño. No debía moverme ni tantito así. Fracturado, inmóvil -en compañía de Clara prima lejana mía- permanecí todo un año. Descubrí a Xavier Villaurrutia. Me pareció un muy buen poeta. Acepté su invitación, entre a estudiar teatro en Bellas Artes. Villaurrutia mi maestro. Me pareció mejor poeta. Él, Villaurrutia, me dirigió. Lo aprecié mejor poeta. Xavier Villauurutia -a quien admiro- lo aprecio como poeta.

“¿Director? Seki Sano. ¿Director? Alejandro Jodorowsky. ¿Director? Ignacio Retes. ¡Ah! Xavier Villaurrutia me enseñó a caminar en un escenario. Xavier Villaurrutia me enseñó a respetar el teatro. Xavier Villaurrutia me llevó a respetar al actor.

“ ¡Yo soy actor!” -exclamó entonces jubiloso don Ignacio López Tarso. Gesto contundente. Actitud inapelable la suya. Fresca. Contagiosa. Sonreía. Permitía que José Luis Rubio lo fotografiara. Que probara que tiene buen ojo y sensibilidad para apropiarse de un gesto efímero; fugaz.

“¡Yo soy actor! Y disfruto serlo. Trabajo a profundidad mis personajes. Impregno mi mente de sus rasgos. Memorizo mis diálogos. Practico mis movimientos. Estimulo mi ánimo. En Un Picasso existen momentos de gran tensión. Instantes en que los personajes mudan de ánimo en un abrir y cerrar de ojos. Alzan la voz. Discuten. Gritan. Aparece la violencia. La obra lo demanda. Ya llevamos 500 representaciones. El actor gradúa, dosifica pulso y tiempo. Para arribar -con absoluta naturalidad- a la cima de la emoción.

“Stanislavky, sí. Yo me concentro, me abstraigo. Y soy yo. Vi, veo, supe, sé de actores que llevan su sentimiento a rangos de martirio. No gozan. Sufren, se torturan. Yo gozo mientras voy con mis resortes internos, disfruto. Existen los que casi se tornan ermitaños o integrantes de una orden de aislados. A mi me divierte prepararme.

“Escucho que existen directores que recomiendan a sus actores compartir vida. Una suerte de comunidad. No sé. Pero sí afirmo que el teatro es sitio de goce. Tal me enseñó Xavier Villaurrutia. Si no vas lleno de gozo al teatro, -decía- mejor no vayas. Nada de cilicio. Nada de disciplina ni flagelo. El teatro es placer. Aunque, por desgracia, existan quienes en este universo han perdido hasta el gusto por la vida. Sí. Como lo oye. María Douglas se sintió tan trastornada que terminó quitándose la vida.

/afa

“¿Qué? ¿Qué dice usted? ¿Cansarme yo, hastiarme yo de actuar? ¿Fatigarme de trabajar en el teatro? ¡Qué ocurrencia! Cierto que ya tengo 92 años. Pero también condición y gusto para trabajar -hasta por partida doble- varios días a la semana. Oígame bien: Yo no me canso de actuar. A mi me hace falta el escenario”.

Eso dijo con perceptibles puntos y comas don Ignacio López Tarso quien murmuró:

“¡Quiero tanto el teatro. Lo extraño tantísimo..!”

MACARIO Y GAVALDÓN

Avanzó hacia su escritorio. Un paso. Dos. Detuvo la marcha:

“Se suspendió Un Picasso. ¿Ya la vio? La hacíamos viernes, sábado y domingo. ¡Dos funciones! Una detrás de otra. Con pocos minutos de intervalo. Para a toda carrera ir al baño. Y arreglarse un poco el maquillaje y vestuario. A toda carrera. Y la empresa decidió reponer Aeroplanos. Con el Loco Manuel Valdés. ¡Qué mente tan ágil tiene! ¡Admirable capacidad para improvisar! Ayer, el aguacero, la granizada, el tráfico infernal obligaron a un terrible retraso. La función que debería comenzar a las ocho de la noche se inició hasta las nueve y media. Con teatro -el Rafael Solana de la Tasqueña- lleno. El público -maravilloso- esperó paciente. Y disfrutó la obra”.

Reanudó su caminata. José Luis Rubio echó un ojo al óleo que en primer plano y en la profunda perspectiva muestra velas encendidas. Velas prendidas.

“¿Por Macario, maestro?”, sugirió el reportero. “Cuando la Muerte enseña a Macario que cada vela es una vida”, abundó.

“Pues, sí. Puede ser que sea por Macario. Aunque José Ignacio -mi hijo- lo rechaza. Es que en la película no aparece ningún perro. Y en esta pintura sí. Véalo. La Muerte ¿recuerda? Enrique Lucero interpretó ese papel. Llegaba al set y anunciaba: ‘Me voy a maquillaje. A caracterizarme’. Y Roberto Gavaldón -que era un director muy exigente y ácido le soltaba: ‘¿Para qué? ¡Mírate, nomás! Eres una calaca perfecta, Enrique’. Y todos reíamos.

“Pero Gavaldón era perfeccionista. En Macario yo tenía que cargar un haz de leña muy pesado. Sujetarlo con el macapal en la frente. Y subir por las empinadas y muy empedradas calles de Taxco. Ya estaba listo cuando Gavaldón preguntó: ‘¿Qué madera le pusieron a Nacho?’ Le respondió un asistente: ‘Madera de balsa, ligera, director’. Estalló Gavaldón: ‘¡Quiero leños de verdad. Troncos pesados. Y que se vea el esfuerzo que Nacho hace. Que la cámara lo siga. Le tome el impulso de los talones. Y el vigor de la pantorrilla. Eso es lo que quiero!’. Y así se hizo. Me eché al lomo la carga de troncos. Y la escena salió redonda.

”Gavaldón tenía fama de traer cortitos a los actores. Que no se descuidaran. Ni olvidaran sus líneas. Un día me llamó: ‘Tú no te preocupes, Nacho. Yo le aprieto las tuercas a los que no cumplen. Tú no eres así. Te respeto mucho, Nacho’.

PÉSIMA COSTUMBRE

Desde su silla don Ignacio López Tarso contempla sus atestados libreros. Colección Historia del Mundo. Volúmenes bien alineados, ordenados. En sus lomos los periodos que describen. Y fotografías de otro tiempo. Con el premier indú Nehru. A paso vivo con ancha sonrisa y traje de etiqueta. Con la nutrida cabellera intensamente obscura. Ahí va. Elástico, elegante. Es un triunfador. Ve -en el lugar de siempre- una menorah. “Esa la entregaban los dirigentes de la Comunidad Israelita. La Menorah de Oro. Ya hace mucho que no se oye que la den…”.

Hace un gesto de resignación. Se conforma con lo que ocurre. Corrige la ubicación de un papel. Lo traslada. Transmite buena disposición. Estar a gusto. En su casa. Cerca de sus hijos, nietos y bisnietos.

“Sabina tiene 10 años, ya va en quinto. Ya tiene un hermanito”, comparte.

Pide algo a Lourdes, su secretaria. Reanuda:

“¿Así que no ha visto usted Un Picasso? Obra formidable. Anticlimática, a mi ver. La escribió un judío. Hacher, creo que se llama. La ambientó en el París de la ocupación alemana. Una mujer responsable de un elevado cargo en la Secretaría de Cultura de Hitler recibe la orden de conseguir -a cualquier costo- un Picasso. Una obra auténtica, original de Pablo Picasso. Las tropas alemanas que se adueñan de Francia se asientan en París. Quieren tener un cuadro de Picasso ¡para quemarlo! Como lo habían hecho con libros y otras expresiones del arte. Incendiarlo en una pira. Frente a una densa muchedumbre. La mujer debe buscarla. Y en su búsqueda llega a Pablo Picasso.

“Yo soy Picasso. Ahora soy mucho más viejo de lo que era Pablo Picasso. No me le parezco El pintor murió en 1973. Y yo, ya le dije, ando en mis buenos 92. La mujer, pues da con Pablo Ruiz. En la obra la actriz venezolana Gabriela Spanic la encarna. ¿Conoce usted a esta actriz? Es una grande, una hermosa mujer. Alta. Con unos ojazos. ¡Y un cuerpazo escultural! Y fíjese también es buena actriz. Y lo increíble: Un Picasso es su primera obra de teatro profesional. Antes perteneció a un grupo de teatro experimental. Es una joven estupenda.

“Antes la empresa contrató para esta obra a otra mujer muy atractiva: Araceli Arámbula. ¡Bellísima! Muy buena compañera. Ya llevamos 500 representaciones de Un Picasso. En San Jerónimo. Un Teatro del IMSS. ¿Sabe usted que yo inauguré todos los teatros del Seguro Social? Magníficos muchos, El director del Seguro Social, Mikel Arriola, tiene grandes planes para estimular el desarrollo teatral. Y quiere imponer mi nombre a alguno. Pues le decía que Araceli Arámbula inició conmigo esta obra. Lleva más de un año en cartelera. Aquí. Y en la República toda. Araceli fue compañera de Luis Miguel. El cantante. Oiga parece que anda en muchos líos ..¿Qué le parece a usted?”.

“Que hay una prensa que ensalza endiosa casi a algún personaje. Para luego darse el gusto de contribuir a su caída. Así fue con El Púas, Rubén Olivares. Le festejaban su gusto por el pulque. Su desparpajo…Y más tarde ¿qué? De borrachales y escandaloso no se cansaron de llamarlo…”.

“Sí -concedió caviloso don Ignacio López Tarso. Sí. Esa es una pésima costumbre mexicana. Festejar el derrumbe de algún famoso. Obstaculizar el progreso del que quiere avanzar, de quien destaca. Como si de una consigna se tratara. Una acción subterránea; sorda. Yo, afortunadamente no lo padecí. O -se contuvo, dudó-, quizá sí. ¡Claro! Veladamente, sí. Jeje Sííí…”.

UN HERMOSO TRABAJO

Don Ignacio López Tarso hace que su rostro actúe. Frente a su interlocutor -mientras desgrana anécdotas o revive importantes instantes de su dilatada vida- hace que su rostro, sus facciones -elásticas, obedientes, disciplinadas- den la expresión adecuada. Ahora:

“Fue cuando estrené Macbeth. Como es costumbre todo el elenco recibe su dosis de aplausos. Cuando aparecen los principales protagonistas, la ovación llega a estruendo. Espectadores arrebatados -hechizados por lo que acaban de ver, de vivir-aplauden con mayor intensidad. Exaltados gritan ¡Bravo! ¡Bravo! Y entonces todos los actores se toman de la mano y avanzan hasta el borde mismo del escenario. Ejecutan una elegante inclinación. Graciosos, agradecen.

“Esa noche yo tenía de la mano a la actriz Isabela Corona. Célebre. Famosa. ¡Consagrada ya! Y mientras compartíamos tal instante de la sala surgió un grito: ¡López Tarso! ¡López Tarso!, que irritó a Isabela Corona profundamente. Le provocó ira a la gran actriz. Que se pronunciara mi nombre en un marco de aplausos y exclamaciones admirativas la enojó. Le provocó una mezcla de ira, rencor, altanería. Orgullo agraviado que la llevó a zafarse con gran violencia de mi mano. Fue más allá: Me dio la espalda, se alejó.

“Su marcha enojó al director. Le reprochó: ‘¡Nunca debiste hacer eso! Era tu obligación participar, permanecer junto a tu compañero. No permitas que sentimientos de envidia o desdén te apresen: no’”.

 “Creo que esa fue la única ocasión que viví un trance semejante. Es que yo vivo el teatro en forma natural.

El teatro exige una disciplina muy especial. Constante. Disciplina. Que determina la Vida. Qué y a qué hora se come. Y se duerme. Cuidado. De salud. De voz. De respiración. De forma física. La preparación constante. El estudio. La cultura. Desarrollar, pulir, perfeccionar aptitudes. Y todo con absoluta naturalidad.

“Para mí el teatro, el actuar es un hermoso trabajo. Demanda concentración. E imaginación. Espíritu flexible, libre. Ansia de perfección. Tesón. Voluntad. Mente y oído abierto a voces, modas, costumbres de otras épocas. O lugares. Sondear mentes. Para comprender un gesto, una conducta. Comprender al personaje. Aprender sus giros y acciones. Todo y con seguridad mucho más con frescura y naturalidad. Observación, concentración, abstracción.

“Stanislavsky y su El Actor se Prepara está muy bien. Lee Strasberg lo elevó en su Actor’s Studio. Ahí se formaron Marlon Brando, Dustin Hoffman, James Dean y muchos más. Yo aprendí…”.

De Xavier Villaurrutia, maestro? -sugirió el entrevistador.

“Yo descubrí a Xavier Villaurrutia y la música culta el año que convalecí de una dura operación de columna vertebral que me practicó el famoso traumatólogo Velasco Zimbrón. A Villaurrutia en su poesía. A la música clásica en un radiecito de bulbos. Leí y escuché acostado sobre tablas cuya dureza ayudaban a recuperar flexibilidad de mi columna vertebral. Debía soldarse tras la fractura que sufrió cuando caí en un huerto estadounidense. Saldo de mi aventura de bracero. Aquella tabla era mi prisión. Me amarraban a la madera cuando llegaba el sueño. No debía moverme ni tantito así. Fracturado, inmóvil -en compañía de Clara prima lejana mía- permanecí todo un año. Descubrí a Xavier Villaurrutia. Me pareció un muy buen poeta. Acepté su invitación, entre a estudiar teatro en Bellas Artes. Villaurrutia mi maestro. Me pareció mejor poeta. Él, Villaurrutia, me dirigió. Lo aprecié mejor poeta. Xavier Villauurutia -a quien admiro- lo aprecio como poeta.

“¿Director? Seki Sano. ¿Director? Alejandro Jodorowsky. ¿Director? Ignacio Retes. ¡Ah! Xavier Villaurrutia me enseñó a caminar en un escenario. Xavier Villaurrutia me enseñó a respetar el teatro. Xavier Villaurrutia me llevó a respetar al actor.

“ ¡Yo soy actor!” -exclamó entonces jubiloso don Ignacio López Tarso. Gesto contundente. Actitud inapelable la suya. Fresca. Contagiosa. Sonreía. Permitía que José Luis Rubio lo fotografiara. Que probara que tiene buen ojo y sensibilidad para apropiarse de un gesto efímero; fugaz.

“¡Yo soy actor! Y disfruto serlo. Trabajo a profundidad mis personajes. Impregno mi mente de sus rasgos. Memorizo mis diálogos. Practico mis movimientos. Estimulo mi ánimo. En Un Picasso existen momentos de gran tensión. Instantes en que los personajes mudan de ánimo en un abrir y cerrar de ojos. Alzan la voz. Discuten. Gritan. Aparece la violencia. La obra lo demanda. Ya llevamos 500 representaciones. El actor gradúa, dosifica pulso y tiempo. Para arribar -con absoluta naturalidad- a la cima de la emoción.

“Stanislavky, sí. Yo me concentro, me abstraigo. Y soy yo. Vi, veo, supe, sé de actores que llevan su sentimiento a rangos de martirio. No gozan. Sufren, se torturan. Yo gozo mientras voy con mis resortes internos, disfruto. Existen los que casi se tornan ermitaños o integrantes de una orden de aislados. A mi me divierte prepararme.

“Escucho que existen directores que recomiendan a sus actores compartir vida. Una suerte de comunidad. No sé. Pero sí afirmo que el teatro es sitio de goce. Tal me enseñó Xavier Villaurrutia. Si no vas lleno de gozo al teatro, -decía- mejor no vayas. Nada de cilicio. Nada de disciplina ni flagelo. El teatro es placer. Aunque, por desgracia, existan quienes en este universo han perdido hasta el gusto por la vida. Sí. Como lo oye. María Douglas se sintió tan trastornada que terminó quitándose la vida.

/afa

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