Roberto Rondero
La novela pasional por excelencia del romanticismo puro en el siglo XIX, se titula “Cumbres borrascosas” (Clásicos B, 364 páginas), la única escrita en este género por Emiliy Brontë, publicada en 1847, fiel reflejo de la tradición en el que sus personajes no saben de emociones a medias.
Llevada también al cine en 1939 bajo la dirección de WiliamWyler, con las actuaciones de Laurence Olivier, Merle Oberon y David Nivel, y guión de Charles MacArthur y Ben Hecht, tuvo ocho nominaciones al Oscar y obteniendo Mejor Fotografía a Gregg Toland.
HIZO QUE EL TRUENO RUGIERA
“Con un par de pinceladas, Emily Brontë podía conseguir retratar el espíritu de una cara de modo que no precisara cuerpo; al hablar del páramo conseguía hacer que el viento soplara y el trueno rugiera”, dijo en su momento Virginia Woolf.
En “Cumbres borrascosas” un amor está hecho de los vientos, la lluvia y el baro de los páramos ingleses. Una pasión que atraviesa paredes y acecha a través de las ventanas. Una pasión que burla a la muerte y atormenta a los vivos, una mor parecido a una energía sobrenatural que se divide y toma cuerpo en dos seres: Catherine y Heatchliff.
…”Al principio, Heatchliff toleró bastante resignadamente su nuevo estado. Catherine le enseñaba lo que ella aprendía, trabajaba en el campo con él y jugaban juntos. Los dos iban creciendo en una abandono completo, y el joven amo no se preocupaba para nada de lo que hacía, con tal de que no lo estorbaran. Ni siquiera se preocupaba de que fueran a la iglesia los domingos. Cada vez que los chicos se escapaban y Joseph o el cura censuraban su descuido, se limitaba a mandar que pegasen a Heathcliff y que dejasen sin comer a a Catherine”.
…”Heatchcliff apareció enseguida. El muchacho ya era de por sí muy dejado y nadie se ocupaba de él antes de la ausencia de Catherine, pero ahora todo ello había empeorado. Yo era la única que me preocupa a de hacer se lavase una vez a la semana. Los muchachos de su edad no suelen ser amigos del agua. Tenía el pelo desgreñado y la cara y las manos cubiertas con una capa de suciedad, por no hablar de su ropa, que llevaba desde hacía tres meses, sometiéndola al barro y al polvo. Permanecía escondido, mirando a la bonita joven que acababa de entrar, asombrado de verla tan bien vestida y no hecha una facha como él mismo”.