/ domingo 26 de febrero de 2017

Danza de los Matlachines, tradición arraigada

Por Alejandra de Ávila

ZACATECAS, Zac. (OEM-Informex).- Al ritmo del tambor y marcando el son con cada “pisada”, resaltan entre la multitud los penachos multicolores, y es ahí donde están los danzantes, bailando con fervor al pie del templo, como un ritual de fe y esperanza, ofrecido usualmente a la Virgen o al santo patrono de algún municipio con un profundo sentido religioso; esa es la danza de los Ma-tlachines, el rito más representativo de Zacatecas.

La tradición, proviene de la cultura nómada, la historia cuenta que desde la época prehispánica, surgió la costumbre en que los pueblos bailaban en honor a sus dioses, se presume que los tlaxcaltecas cristianizados lo practicaban, aunque no se descarta que tal vez fue una mezcla de la cultura guachichil, pues si analizamos la danza a detalle, es evidente que también es un acto de guerra, que tiene que ver con indígenas, cazadores y recolectores, por el uso del arco y la flecha, así como la ejecución del tambor, que llama al combate.

En su libro “Al son de nuestra piel, historias de las máscaras del Estado de Zacatecas” de Martín Letechipía Alvarado, el autor desglosa dos interesantes conceptos de Matlachín: El primero de ellos bajo la pluma de Juan J. Zaldívar, quien propone que la palabra proviene del vocablo Náhuatl “mala-cotzin” de malacochos, que significa girar o dar vueltas como malacate, y la segunda teoría de la antropóloga Esser Brody, que dice que en Europa este término se deriva del árabe mutawajjihin, “el que adopta una máscara” refiriendo a un bufón –lo que conocemos como el viejo de la danza-.

Bajo un contexto además festivo, se sabe que la actividad dancística, en la época antigua se bailaba en círculos concéntricos girando, en donde participaban los adultos mayores “los viejos”, siendo representaciones multitudinarias.

En la actualidad, y pese a las transformaciones la danza de los Matlachines es un importante ritual que se efectúa en la entidad, en forma de petición o agradecimiento, con raíces indígenas, que sin duda son parte de nuestra identidad cultural.

Además la práctica se ha extendido a otros lugares como Aguascalientes, Coahuila y Monterrey, convirtiéndose en una de los más importantes de la República, con variantes en algunos sitios como en Puebla por ejemplo, donde se le conoce como danza de los Matachines.

Foto: Cuartoscuro

EL PASO DE LA CRUZ

Es común acudir a un festejo religioso y ver a grupos de danzantes exhibiendo su fe a través de este culto, en el cual predomina el paso de la cruz, que consiste en que con el pie trazan una cruz y la pisan varias veces.

Técnica que representa el desprecio que surge porque en la época antigua, había un resentimiento, durante muchos años se aceptó la religión católica pero detrás de los altares católicos estaban los ídolos, lo que provocó un sincretismo cuando los españoles creían que el pueblo estaba totalmente evangelizado.

Con los años, la coreografía se ha transformado, ahora observamos como los creyentes forman dos filas encabezadas por los “capitanes”, quienes comienzan las pisadas fuertes de doble remate en cada pie y son seguidos por los demás participantes, bailando por horas y sin descanso.

Los conjuntos pueden ser de diez, o más bailarines, incluso ya figura la inclusión de las mujeres y los infantes, pues se ha convertido en una costumbre familiar que va de generación en generación; tal es el caso de los Matlachines “De Bracho Zacatecas” dirigidos por su fundador Juan Pérez Lumbreras, quien fundó el grupo desde 2006 y que a su vez, hereda la costumbre a sus nietos que van desde los tres años de edad.

EL VIEJO DE LA DANZA

Una de las principales características de esta ceremonia, es la participación del famoso “viejo de la danza”, un personaje, que incluso a manera de comedia hace acto de presencia durante el baile. Es tradición observarlo portando una máscara con rasgos españoles, representando a policías y guardianes, esto significa que de manera oculta, en la época colonial, se hacía burla al conquistador, aunque no se afrontaba, se ridiculizaba.

Si bien es cierto, que hubo una imposición del culto a determinadas figuras, santos y vírgenes, también es cierto que no fue un adoctrinamiento automático, pues los pueblos mesoamericanos en realidad tardaron en ser dominados espiritualmente.

Fray Toribio de Motolinía, decía que en las danzas prehispánicas los tlaxcaltecas se reunían en la plaza donde eran guiados por viejos que bailaban, por eso el conocido término “viejo de la danza”.

VARIACIONES EN CADA REGIÓN

Claro está que el baile se conoce en los 58 municipios del Estado, aunque no en todos se baila igual, pues las variaciones han tomado presencia; en el caso de Jerez, por ejemplo, los danzantes del Barrio de San Pedro se comen al “viejo de la danza” y el mismo dice que representa a un español, de forma concéntrica y simbólicamente le quitan su sangre y se lo llevan cargando.

Con el paso del tiempo también se le ha agregado el elemento mestizo, lo interesante es que en cada región hay un acto que los distingue; en Pinos se ofrece la danza de Los Broncos, en Jerez también existe la de Los Carrizos que se ofrece el 25 de mayo, y la de La Pluma del Monarca en Juan Aldama, en la zona de los cañones la conocida danza de Los Tastuanes, todas con algo de la influencia Matlachín.

Aunque no se sabe con exactitud sobre cuántas danzas son en Zacatecas, según el testimonio de Susana Palacios, titular de la Unidad de Culturas Populares, del Instituto Zacatecano de Cultura (IZC) “Ramón López Velarde”, señala que si en la entidad hay más de cinco mil comunidades, contemplando que sea una danza por cada una de ellas, se puede descifrar que existe mismo número de danzas.

Foto: Cuartoscuro

VESTUARIO SIMBÓLICO

La indumentaria es fundamental para la ceremonia, se utiliza la nahuilla, hecha de carrizo y metal, con lentejuelas donde predomina el color verde, blanco y rojo; los huaraches de tres piquetes con correas y láminas (para que hagan más ruido); ataderas, huaje y flecha, y el penacho amplio de plumas en el que cuelga una trenza de cabello humano y que por el frente porta tiras de cuentas que ocultan parte del rostro del danzante, una vestimenta colorida y artesanal que pesa alrededor de tres kilogramos.

Aunque la descripción es del traje tradicional, hay sitios donde varía, como en La luz Casa Blanca, ahí no usan penacho, usan paliacate y playera roja, los distingue las nahuillas, pero sin adornos de lentejuelas, otro caso es el de Jerez lugar donde utilizan chaparreras llenas de huesos.

LA MODERNIZACIÓN DEL RITUAL

La danza de Matlachines es el vestigio más antiguo y evidente de nuestras tradiciones nómadas y chichimecas, una costumbre milenaria que se ha modernizado, existen dos críticas dentro de la cultura popular, según explica el investigador Martín Letechipía; los tradicionalistas que dicen que si en la práctica no se usa huarache ya no vale, y el otro grupo flexible que menciona que lo que importa es la intención de bailar, son parte de nuestro patrimonio.

Las danzas son tradición y cambio, las que hoy vemos, no son las originales, todo evoluciona, lo importante es el sentido de colectividad, simbolismo, pertenencia, y la combinación de lo sagrado con lo profano.

Y pese a que hay transformación, se sigue bailando, no hay crisis de esta danza pues los creyentes de ella, la heredan por generaciones, incluso los grupos migrantes la difunden en otros países. Se ejecuta para pagar mandas, para encontrar el perdón y por festividad, es la más difundida, querida y reconocida por nuestro pueblo, pero sin duda, la más practicada.

Por Alejandra de Ávila

ZACATECAS, Zac. (OEM-Informex).- Al ritmo del tambor y marcando el son con cada “pisada”, resaltan entre la multitud los penachos multicolores, y es ahí donde están los danzantes, bailando con fervor al pie del templo, como un ritual de fe y esperanza, ofrecido usualmente a la Virgen o al santo patrono de algún municipio con un profundo sentido religioso; esa es la danza de los Ma-tlachines, el rito más representativo de Zacatecas.

La tradición, proviene de la cultura nómada, la historia cuenta que desde la época prehispánica, surgió la costumbre en que los pueblos bailaban en honor a sus dioses, se presume que los tlaxcaltecas cristianizados lo practicaban, aunque no se descarta que tal vez fue una mezcla de la cultura guachichil, pues si analizamos la danza a detalle, es evidente que también es un acto de guerra, que tiene que ver con indígenas, cazadores y recolectores, por el uso del arco y la flecha, así como la ejecución del tambor, que llama al combate.

En su libro “Al son de nuestra piel, historias de las máscaras del Estado de Zacatecas” de Martín Letechipía Alvarado, el autor desglosa dos interesantes conceptos de Matlachín: El primero de ellos bajo la pluma de Juan J. Zaldívar, quien propone que la palabra proviene del vocablo Náhuatl “mala-cotzin” de malacochos, que significa girar o dar vueltas como malacate, y la segunda teoría de la antropóloga Esser Brody, que dice que en Europa este término se deriva del árabe mutawajjihin, “el que adopta una máscara” refiriendo a un bufón –lo que conocemos como el viejo de la danza-.

Bajo un contexto además festivo, se sabe que la actividad dancística, en la época antigua se bailaba en círculos concéntricos girando, en donde participaban los adultos mayores “los viejos”, siendo representaciones multitudinarias.

En la actualidad, y pese a las transformaciones la danza de los Matlachines es un importante ritual que se efectúa en la entidad, en forma de petición o agradecimiento, con raíces indígenas, que sin duda son parte de nuestra identidad cultural.

Además la práctica se ha extendido a otros lugares como Aguascalientes, Coahuila y Monterrey, convirtiéndose en una de los más importantes de la República, con variantes en algunos sitios como en Puebla por ejemplo, donde se le conoce como danza de los Matachines.

Foto: Cuartoscuro

EL PASO DE LA CRUZ

Es común acudir a un festejo religioso y ver a grupos de danzantes exhibiendo su fe a través de este culto, en el cual predomina el paso de la cruz, que consiste en que con el pie trazan una cruz y la pisan varias veces.

Técnica que representa el desprecio que surge porque en la época antigua, había un resentimiento, durante muchos años se aceptó la religión católica pero detrás de los altares católicos estaban los ídolos, lo que provocó un sincretismo cuando los españoles creían que el pueblo estaba totalmente evangelizado.

Con los años, la coreografía se ha transformado, ahora observamos como los creyentes forman dos filas encabezadas por los “capitanes”, quienes comienzan las pisadas fuertes de doble remate en cada pie y son seguidos por los demás participantes, bailando por horas y sin descanso.

Los conjuntos pueden ser de diez, o más bailarines, incluso ya figura la inclusión de las mujeres y los infantes, pues se ha convertido en una costumbre familiar que va de generación en generación; tal es el caso de los Matlachines “De Bracho Zacatecas” dirigidos por su fundador Juan Pérez Lumbreras, quien fundó el grupo desde 2006 y que a su vez, hereda la costumbre a sus nietos que van desde los tres años de edad.

EL VIEJO DE LA DANZA

Una de las principales características de esta ceremonia, es la participación del famoso “viejo de la danza”, un personaje, que incluso a manera de comedia hace acto de presencia durante el baile. Es tradición observarlo portando una máscara con rasgos españoles, representando a policías y guardianes, esto significa que de manera oculta, en la época colonial, se hacía burla al conquistador, aunque no se afrontaba, se ridiculizaba.

Si bien es cierto, que hubo una imposición del culto a determinadas figuras, santos y vírgenes, también es cierto que no fue un adoctrinamiento automático, pues los pueblos mesoamericanos en realidad tardaron en ser dominados espiritualmente.

Fray Toribio de Motolinía, decía que en las danzas prehispánicas los tlaxcaltecas se reunían en la plaza donde eran guiados por viejos que bailaban, por eso el conocido término “viejo de la danza”.

VARIACIONES EN CADA REGIÓN

Claro está que el baile se conoce en los 58 municipios del Estado, aunque no en todos se baila igual, pues las variaciones han tomado presencia; en el caso de Jerez, por ejemplo, los danzantes del Barrio de San Pedro se comen al “viejo de la danza” y el mismo dice que representa a un español, de forma concéntrica y simbólicamente le quitan su sangre y se lo llevan cargando.

Con el paso del tiempo también se le ha agregado el elemento mestizo, lo interesante es que en cada región hay un acto que los distingue; en Pinos se ofrece la danza de Los Broncos, en Jerez también existe la de Los Carrizos que se ofrece el 25 de mayo, y la de La Pluma del Monarca en Juan Aldama, en la zona de los cañones la conocida danza de Los Tastuanes, todas con algo de la influencia Matlachín.

Aunque no se sabe con exactitud sobre cuántas danzas son en Zacatecas, según el testimonio de Susana Palacios, titular de la Unidad de Culturas Populares, del Instituto Zacatecano de Cultura (IZC) “Ramón López Velarde”, señala que si en la entidad hay más de cinco mil comunidades, contemplando que sea una danza por cada una de ellas, se puede descifrar que existe mismo número de danzas.

Foto: Cuartoscuro

VESTUARIO SIMBÓLICO

La indumentaria es fundamental para la ceremonia, se utiliza la nahuilla, hecha de carrizo y metal, con lentejuelas donde predomina el color verde, blanco y rojo; los huaraches de tres piquetes con correas y láminas (para que hagan más ruido); ataderas, huaje y flecha, y el penacho amplio de plumas en el que cuelga una trenza de cabello humano y que por el frente porta tiras de cuentas que ocultan parte del rostro del danzante, una vestimenta colorida y artesanal que pesa alrededor de tres kilogramos.

Aunque la descripción es del traje tradicional, hay sitios donde varía, como en La luz Casa Blanca, ahí no usan penacho, usan paliacate y playera roja, los distingue las nahuillas, pero sin adornos de lentejuelas, otro caso es el de Jerez lugar donde utilizan chaparreras llenas de huesos.

LA MODERNIZACIÓN DEL RITUAL

La danza de Matlachines es el vestigio más antiguo y evidente de nuestras tradiciones nómadas y chichimecas, una costumbre milenaria que se ha modernizado, existen dos críticas dentro de la cultura popular, según explica el investigador Martín Letechipía; los tradicionalistas que dicen que si en la práctica no se usa huarache ya no vale, y el otro grupo flexible que menciona que lo que importa es la intención de bailar, son parte de nuestro patrimonio.

Las danzas son tradición y cambio, las que hoy vemos, no son las originales, todo evoluciona, lo importante es el sentido de colectividad, simbolismo, pertenencia, y la combinación de lo sagrado con lo profano.

Y pese a que hay transformación, se sigue bailando, no hay crisis de esta danza pues los creyentes de ella, la heredan por generaciones, incluso los grupos migrantes la difunden en otros países. Se ejecuta para pagar mandas, para encontrar el perdón y por festividad, es la más difundida, querida y reconocida por nuestro pueblo, pero sin duda, la más practicada.

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