L a literatura juvenil en México tiene autoras tan interesantes como Tamar Cohen. Su primera novela juvenil, “El año terrible” narra un periodo difícil en la vida de Dana, una joven mujer mexicana con situaciones complicadas en su familia, sus compañeros, el despertar a la sexualidad y lo que en un principio se diagnosticó como depresión, pero es algo más, resulta ser la transición de la infancia a la juventud.
¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en “El año terrible”? Muchas lectoras y lectores se lo preguntarán al leer el libro. La voz narrativa de Dana incluye a tantas mujeres como se sientan identificadas con la noche oscura de la protagonista. Leer a Tamar Cohen es leernos, reconocernos o reconocer a quien transita este periodo en los inicios de milenio siglo, es decir, “El año terrible” es tan reciente como para ser leído por un lado, como el original y talentoso trabajo de una escritora y, por el otro, como la emergencia de una enfermedad profundamente estigmatizada, a la que es necesario atender como un padecimiento con base fisiológica, es decir, como cualquier otro padecimiento.
¿Hay una evolución en Dana? Sí la hay. Cohen elige narrar en primera persona, lo cual me parece un acierto porque los lectores avanzan con Dana a lo largo de esta breve, pero reveladora, novela del mundo juvenil. Las referencias narrativas identifican espacios conocidos, situaciones también conocidas. Es una obra cercana que puede funcionar como orientación sobre las relaciones interpersonales, problemas familiares, el primer amor, la primera relación sexual, la depresión como una enfermedad con base fisiológica y sus posibles medios terapéuticos para conseguir recuperar el equilibrio entre presiones de todo tipo al que están sometidas las jóvenes mexicanas.
Dana toca fondo. Una tarde piensa que dio todo lo que tenía para dar, ya no tiene energía más que para escribir una nota póstuma para sus padres, Rubén y Yoshi (sus hermanos), toma varias dosis de Rivotril y así deslizarse en un sueño sin retorno. A Dana la salva del intento de suicidio su papá, mas ella piensa en los días posteriores que el estigma de ser una “Suicida”, será también, una marca indeleble en su vida. “El año terrible” tiene muchos aciertos, entre ellos señalar la enfermedad mental como una condición médica requerida de atención y no solo pretender curarla con el “¡Échale ganas!” La depresión y la epilepsia, por mencionar los diagnósticos de Dana, acercan a los lectores hasta una posición realista ante un problema más común y grave de lo que desearíamos aceptar. Medicación y terapia más un sistema emocional solidario —familiar y de amistades— configuran la posibilidad de una rehabilitación, si no definitiva y total, sí funcional.
“El año terrible” es el producto de una escritora sensibilizada por una experiencia médica parecida; como todas las autoras, su trabajo denota una percepción de la que carecemos quienes no vivimos con este don magnificado por su propia transición por el túnel oscuro de la depresión, un diagnóstico complementario e inesperado como el de la epilepsia, el itinerario obligado de psicólogos, psiquiatras y terapeutas. La novela echa por tierra el silencio prescrito por inducción cultural a todo lo que suene a locura. Hay que leer “El año terrible” para diferenciar cuánto hay de normalidad o de patología en la melancolía al dejar la infancia.
Reconocida por el Premio Gran Angular 2015 de Fundación SM México y la editorial SM, “El año terrible” está coeditado por el Departamento de Publicaciones de Conaculta.