POR MARÍA ESTHER ZAMORA
¡Un rebozo cálido, y la carrillera bien puesta!
Así es como en el vaivén de un par de noches, anduve, dejando pasar sus mañanas, pensando en aquel personaje que llevó por nombre la Adelita, y que de ella he sabido más que varios, muchas anécdotas, por ejemplo: De voz en voz, llegó a mis oídos que dejó todo por seguir a su Juan en la rebelión, algunas fotografías dan fe de que fue caminando detrás de él, su acompañar en la causa. También escuche decir, que vestía con enaguas amplias y largas, para disimular lo que sucede en esos días de toda mujer. Otros pregonan que hubo de cubrir con pantalón ancho y camisa holgada, su feminidad, ah, pero eso sí, de una forma u otra la carrillera y el fusil que no soltaba; solo lo bajaba para guisar o atender al crío, o a la tropa del General. Sin embargo, la historia documenta que aquella heroína revolucionaria, la Adelita, nació el 8 de septiembre de 1900, y que al cumplir 13 años dejaba el seno familiar para enlistarse y servir en la Revolución. En un marco de arrojo y valentía, describen a una joven que además de bella, fue parte fundamental de las tropas y de la historia, pasando a la posteridad.
Llegó en esos días de desvelo, un libro, que no he leído, porque en su portada me detuve, es una caricatura que muestra la máquina de un tren con dos vagones cargados de revolucionarios, siendo aquella bella mujer quien participó en las filas rebeldes del caudillo, Pancho Villa, y que, amén de ayudar a curar a los heridos, es la que empuja el tren, sí, es ella, la Adelita.
Hube de soplar fuerte antes de escribir con hechos ocurridos en esta brevedad de la historia para dar paso, encontrando la forma de que al describirle no ofendiese la memoria de aquella mujer de carácter férreo, que acomoda, de alguna manera, a más mujeres en la modernidad.
No siendo un personaje de leyenda, su historia terminó catapultando su nombre: La Adelita.
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