/ domingo 5 de mayo de 2019

Hojas de Papel Volando | 5 de mayo... Cinco años de intervención francesa

El 5 de mayo se celebra en México una victoria: La de un ejército pobre que con muchas dificultades subsistía en un país en crisis económica, frente a uno de los ejércitos más poderosos de la época en el mundo

Tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, organización, disciplina, moralidad y elevación de sentimientos, que os ruego digáis al emperador que a partir de este momento, y a la cabeza de seis mil soldados, soy el amo de México.

Este fue el mensaje que el general francés Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, envío a sus superiores el 26 de abril de 1862, nueve días antes de su fracaso en Puebla. Fue un mensaje cargado de arrogancia, soberbia, racismo y predisposición para la monarquía que Francia pretendía instaurar en el México juarista.

El 5 de mayo de cada año se celebra en México una victoria: La de un ejército pobre que con muchas dificultades subsistía en un país en crisis económica, frente a uno de los ejércitos más poderosos de la época, en el mundo.

Aquello fue una inyección de vitalidad y frescura en días aciagos. Porque la lucha no sólo era en contra de los franceses, sino también en contra de mexicanos monarquistas y conservadores.

A la derrota de los ejércitos conservadores, siguió la entrada triunfal del general Jesús González Ortega a la capital del país el 1° de enero de 1861. Días después, Benito Juárez también sería recibido de forma apoteótica en la Ciudad de México, lo que significaba el triunfo de la República Liberal.

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Inmediato el oaxaqueño convocó a elecciones para integrar las cortes y la presidencia del país. Ganó él, que estaba en plena actividad política y en plena decisión de gobernar con las leyes en la mano: La Constitución liberal de 1857.

Con todo, el país estaba dividido, esos grupos monarquistas y conservadores seguían acechando y, en su sed de venganza no escatimarían ni recursos ni voluntades para aniquilar al gobierno constitucional y a su gente.

Pero sobre todo el país estaba en crisis económica. Se tenía enfrente una cantidad enorme de gastos y muy pocos ingresos a la hacienda pública. Los estados de la República, que podrían contribuir, no lo hacían. Dinero no había para el pago de la burocracia y muy poco para mantener a un Ejército siempre necesario. La precariedad absoluta en el país. Y una gran depresión social.

Esto llevó a que el 17 de julio de 1861 Juárez emitiera un decreto declarando la moratoria de deuda: “… Quedarán suspensos, en el término de dos años, todos los pagos, incluso el de las asignaciones destinadas para la deuda contraída en Londres y para las convenciones extranjeras”. Era, de hecho, una medida urgente para enderezar la situación interna.

“Debo, no niego; pago, no tengo”: Juárez no negaba la deuda, pero no había con qué pagarla y en el país había muchas carencias producto de muchos años de guerra, de improductividad, de bienes en manos muertas, de saqueo y de abusos de una y otra parte.

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Y esta era la oportunidad que esperaban tres países europeos para contener la ambición expansionista estadounidense en la región y en el mundo: una ambición que llevaba al gobierno de la Unión Americana a querer más territorios, como Cuba (por la que le habían ofrecido cien millones de dólares a España), como Alaska, que ya habían comprado a Rusia, como Puerto Rico, como Filipinas, Hawai…, pero sobre todo su ambición incontenible por el sur del continente.

Los europeos se veían desplazados y con riesgo en sus propios intereses internacionales. Por tanto la Gran Bretaña como Francia y España al último, decidieron exigir el pago de deudas ya sea por pasteles o por quítame estas pajas y así intervenir en México.

A sabiendas de las dificultades económicas de México, y al anuncio de la suspensión de pagos, los europeos convinieron, a principios de septiembre de 1861, presionar a Juárez.

“A pesar de que se advierte el deseo de Inglaterra de detener los intentos monarquistas de Francia y España, sus pretensiones son netamente intervencionistas. Arguyendo que ‘la conducta arbitraria y vejatoria de las autoridades de la República de México’ les obliga a exigir de esas autoridades una protección más eficaz para las personas y propiedades de sus súbditos, así como el cumplimento de las obligaciones que la misma República tiene contraídas para con ellas, han convenido: enviar a las costas de México fuerzas combinadas de mar y tierra, para poder tomar y ocupar las diversas fortalezas y posiciones militares del litoral mexicano…” (V. Ernesto de la Torre Villar).

Pero por abusos de Francia y España en contra de la posición inglesa de no involucrarse en política interna de México, se envió una nota diplomática al entonces ministro de Relaciones Exteriores mexicano, Manuel Doblado, en el que se le advertía que la presencia de los tres países tenía que ver con razones del cobro de derechos y deuda, pero no para involucrarse en “la vida feliz de México”. Esto derivó en los Tratados de la Soledad del 19 de febrero de 1862, a instancias del general español Juan Prim y Prats.

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Esto era un triunfo de la diplomacia mexicana: se reconocía al gobierno de Juárez como el único constitucional; se reconocía la soberanía de México y que México tendría que satisfacer los reclamos económicos de los países. Todo bien. Pero no.

Francia decidió que no: que iba a más. Y mientras Inglaterra y España se retiran luego de haber llegado con militares a Veracruz entre diciembre de 1861 y enero de 1862; los galos deciden continuar e intervenir militarmente a México. Napoleón III quería a México. Así que la intervención comenzó en enero de 1862 con 3 mil hombres dirigidos por el conde Dubois de Saligny. Éste pidió refuerzos que llegaron pronto: otros 4 mil hombres…

Y comenzó la intervención francesa en México. Una intervención que contó con apoyo económico y militar de los conservadores y monárquicos mexicanos. Así que de Paso Ancho, en donde se había acordado su estancia según los Tratados de La Soledad, siguieron hacia Córdoba.

El plan francés era tomar Puebla y de ahí la Ciudad de México, según Lorencez, Saligny y Almonte (Juan Nepomuceno Almonte, el hijo de Morelos). Las tropas francesas eran de 6 mil hombres bien dispuestos; las tropas de Zaragoza que estaba en Orizaba eran de 4 mil y ocho cañones.

Lorencez inició el avance hacia Puebla el 27 de abril; a sus fuerzas se sumaron las tropas aportadas por Zuloaga y otros militares mexicanos conservadores. Zaragoza, con Escobedo, Porfirio Díaz y Negrete intentaron detener su avance en Acultzingo. En San Agustín del Palmar las fuerzas mexicanas se replegaron. Para el 1 de mayo las tropas de Saligny, entusiasmados, avanzaron hacia Puebla.

En Puebla, Zaragoza reunió a todas sus tropas, ordenó que se levantaran barricadas en las calles y planeo hacer la defensa desde tres fortificaciones: los cerros de San Juan, Guadalupe y Loreto. Su tropa era de 12 mil soldados ya. Dispuestos a dar la batalla estaban los generales Negrete, Berriozábal, Porfirio Díaz, Lamadrid, Tapia, Álvarez, Carbajal, O’Horan.

En su ensayo “La intervención francesa” el historiador Ernesto de la Torre Villar relata así lo ocurrido el 5 de mayo: ‘De Amozoc, en donde pernoctaron, las fuerzas invasoras salieron en la madrugada hacia Puebla. Lorencez pensó que al atacar y vencer a las tropas mexicanas posesionadas de las alturas le permitiría apoderarse de Puebla, cuya caída sería un triunfo espectacular para su causa.

‘A las once de la mañana los franceses iniciaron el ataque del fuerte de Guadalupe con dos compañías de zuavos y diez piezas de artillería. Después de 1 hora y cuarto de ataque. Los franceses habían agotado sin resultado favorable la mitad de sus municiones, por lo cual Lorencez ordenó un ataque general.

‘Hizo avanzar cuatro batallones de cazadores para reforzar a los zuavos y marinos, los cuales no lograron adelantar gran cosa, debido al fuego graneado que los mexicanos les enviaban desde Guadalupe y Loreto.

Foto: Especial

‘Cuando dos nuevas compañías de zuavos iban a apoyar a sus compañeros en difícil situación, una fuerte tormenta, acompañada de una copiosa granizada, complicó el avance de los franceses que rodaban por las pendientes resbalosas, soportando una lluvia de fuego y de agua. Esto obligó al general Lorencez ordenar la retirada, habiendo perdido 476 soldados y recogiendo 345 heridos. El ejército mexicano contó con 83 muertos, 132 heridos y 12 desaparecidos.’

Ese mismo día Zaragoza envió un mensaje al presidente Juárez: “Las armas mexicanas se han cubierto de gloria. La armada francesa se batió con enorme valor; su general en jefe demostró torpeza en el ataque”.

Se había ganado una batalla. No la guerra. La intervención francesa duró en México hasta 1867, cuando fueron expulsados por Juárez y por presiones internacionales y porque el reinado de Maximiliano y Carlota terminó en tragedia. Zaragoza murió unos meses después de la batalla del 5 de mayo, por tifoidea.

Tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, organización, disciplina, moralidad y elevación de sentimientos, que os ruego digáis al emperador que a partir de este momento, y a la cabeza de seis mil soldados, soy el amo de México.

Este fue el mensaje que el general francés Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, envío a sus superiores el 26 de abril de 1862, nueve días antes de su fracaso en Puebla. Fue un mensaje cargado de arrogancia, soberbia, racismo y predisposición para la monarquía que Francia pretendía instaurar en el México juarista.

El 5 de mayo de cada año se celebra en México una victoria: La de un ejército pobre que con muchas dificultades subsistía en un país en crisis económica, frente a uno de los ejércitos más poderosos de la época, en el mundo.

Aquello fue una inyección de vitalidad y frescura en días aciagos. Porque la lucha no sólo era en contra de los franceses, sino también en contra de mexicanos monarquistas y conservadores.

A la derrota de los ejércitos conservadores, siguió la entrada triunfal del general Jesús González Ortega a la capital del país el 1° de enero de 1861. Días después, Benito Juárez también sería recibido de forma apoteótica en la Ciudad de México, lo que significaba el triunfo de la República Liberal.

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Inmediato el oaxaqueño convocó a elecciones para integrar las cortes y la presidencia del país. Ganó él, que estaba en plena actividad política y en plena decisión de gobernar con las leyes en la mano: La Constitución liberal de 1857.

Con todo, el país estaba dividido, esos grupos monarquistas y conservadores seguían acechando y, en su sed de venganza no escatimarían ni recursos ni voluntades para aniquilar al gobierno constitucional y a su gente.

Pero sobre todo el país estaba en crisis económica. Se tenía enfrente una cantidad enorme de gastos y muy pocos ingresos a la hacienda pública. Los estados de la República, que podrían contribuir, no lo hacían. Dinero no había para el pago de la burocracia y muy poco para mantener a un Ejército siempre necesario. La precariedad absoluta en el país. Y una gran depresión social.

Esto llevó a que el 17 de julio de 1861 Juárez emitiera un decreto declarando la moratoria de deuda: “… Quedarán suspensos, en el término de dos años, todos los pagos, incluso el de las asignaciones destinadas para la deuda contraída en Londres y para las convenciones extranjeras”. Era, de hecho, una medida urgente para enderezar la situación interna.

“Debo, no niego; pago, no tengo”: Juárez no negaba la deuda, pero no había con qué pagarla y en el país había muchas carencias producto de muchos años de guerra, de improductividad, de bienes en manos muertas, de saqueo y de abusos de una y otra parte.

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Y esta era la oportunidad que esperaban tres países europeos para contener la ambición expansionista estadounidense en la región y en el mundo: una ambición que llevaba al gobierno de la Unión Americana a querer más territorios, como Cuba (por la que le habían ofrecido cien millones de dólares a España), como Alaska, que ya habían comprado a Rusia, como Puerto Rico, como Filipinas, Hawai…, pero sobre todo su ambición incontenible por el sur del continente.

Los europeos se veían desplazados y con riesgo en sus propios intereses internacionales. Por tanto la Gran Bretaña como Francia y España al último, decidieron exigir el pago de deudas ya sea por pasteles o por quítame estas pajas y así intervenir en México.

A sabiendas de las dificultades económicas de México, y al anuncio de la suspensión de pagos, los europeos convinieron, a principios de septiembre de 1861, presionar a Juárez.

“A pesar de que se advierte el deseo de Inglaterra de detener los intentos monarquistas de Francia y España, sus pretensiones son netamente intervencionistas. Arguyendo que ‘la conducta arbitraria y vejatoria de las autoridades de la República de México’ les obliga a exigir de esas autoridades una protección más eficaz para las personas y propiedades de sus súbditos, así como el cumplimento de las obligaciones que la misma República tiene contraídas para con ellas, han convenido: enviar a las costas de México fuerzas combinadas de mar y tierra, para poder tomar y ocupar las diversas fortalezas y posiciones militares del litoral mexicano…” (V. Ernesto de la Torre Villar).

Pero por abusos de Francia y España en contra de la posición inglesa de no involucrarse en política interna de México, se envió una nota diplomática al entonces ministro de Relaciones Exteriores mexicano, Manuel Doblado, en el que se le advertía que la presencia de los tres países tenía que ver con razones del cobro de derechos y deuda, pero no para involucrarse en “la vida feliz de México”. Esto derivó en los Tratados de la Soledad del 19 de febrero de 1862, a instancias del general español Juan Prim y Prats.

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Esto era un triunfo de la diplomacia mexicana: se reconocía al gobierno de Juárez como el único constitucional; se reconocía la soberanía de México y que México tendría que satisfacer los reclamos económicos de los países. Todo bien. Pero no.

Francia decidió que no: que iba a más. Y mientras Inglaterra y España se retiran luego de haber llegado con militares a Veracruz entre diciembre de 1861 y enero de 1862; los galos deciden continuar e intervenir militarmente a México. Napoleón III quería a México. Así que la intervención comenzó en enero de 1862 con 3 mil hombres dirigidos por el conde Dubois de Saligny. Éste pidió refuerzos que llegaron pronto: otros 4 mil hombres…

Y comenzó la intervención francesa en México. Una intervención que contó con apoyo económico y militar de los conservadores y monárquicos mexicanos. Así que de Paso Ancho, en donde se había acordado su estancia según los Tratados de La Soledad, siguieron hacia Córdoba.

El plan francés era tomar Puebla y de ahí la Ciudad de México, según Lorencez, Saligny y Almonte (Juan Nepomuceno Almonte, el hijo de Morelos). Las tropas francesas eran de 6 mil hombres bien dispuestos; las tropas de Zaragoza que estaba en Orizaba eran de 4 mil y ocho cañones.

Lorencez inició el avance hacia Puebla el 27 de abril; a sus fuerzas se sumaron las tropas aportadas por Zuloaga y otros militares mexicanos conservadores. Zaragoza, con Escobedo, Porfirio Díaz y Negrete intentaron detener su avance en Acultzingo. En San Agustín del Palmar las fuerzas mexicanas se replegaron. Para el 1 de mayo las tropas de Saligny, entusiasmados, avanzaron hacia Puebla.

En Puebla, Zaragoza reunió a todas sus tropas, ordenó que se levantaran barricadas en las calles y planeo hacer la defensa desde tres fortificaciones: los cerros de San Juan, Guadalupe y Loreto. Su tropa era de 12 mil soldados ya. Dispuestos a dar la batalla estaban los generales Negrete, Berriozábal, Porfirio Díaz, Lamadrid, Tapia, Álvarez, Carbajal, O’Horan.

En su ensayo “La intervención francesa” el historiador Ernesto de la Torre Villar relata así lo ocurrido el 5 de mayo: ‘De Amozoc, en donde pernoctaron, las fuerzas invasoras salieron en la madrugada hacia Puebla. Lorencez pensó que al atacar y vencer a las tropas mexicanas posesionadas de las alturas le permitiría apoderarse de Puebla, cuya caída sería un triunfo espectacular para su causa.

‘A las once de la mañana los franceses iniciaron el ataque del fuerte de Guadalupe con dos compañías de zuavos y diez piezas de artillería. Después de 1 hora y cuarto de ataque. Los franceses habían agotado sin resultado favorable la mitad de sus municiones, por lo cual Lorencez ordenó un ataque general.

‘Hizo avanzar cuatro batallones de cazadores para reforzar a los zuavos y marinos, los cuales no lograron adelantar gran cosa, debido al fuego graneado que los mexicanos les enviaban desde Guadalupe y Loreto.

Foto: Especial

‘Cuando dos nuevas compañías de zuavos iban a apoyar a sus compañeros en difícil situación, una fuerte tormenta, acompañada de una copiosa granizada, complicó el avance de los franceses que rodaban por las pendientes resbalosas, soportando una lluvia de fuego y de agua. Esto obligó al general Lorencez ordenar la retirada, habiendo perdido 476 soldados y recogiendo 345 heridos. El ejército mexicano contó con 83 muertos, 132 heridos y 12 desaparecidos.’

Ese mismo día Zaragoza envió un mensaje al presidente Juárez: “Las armas mexicanas se han cubierto de gloria. La armada francesa se batió con enorme valor; su general en jefe demostró torpeza en el ataque”.

Se había ganado una batalla. No la guerra. La intervención francesa duró en México hasta 1867, cuando fueron expulsados por Juárez y por presiones internacionales y porque el reinado de Maximiliano y Carlota terminó en tragedia. Zaragoza murió unos meses después de la batalla del 5 de mayo, por tifoidea.

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