/ viernes 19 de junio de 2020

Hojas de papel volando | Hojas de junio

Junio tiene entre sus preseas la de contener, tan sólo en un día, tres fechas celebrativas

Junio es un mes de promisión. Es el mes al que se le carga la emoción por la llegada del verano; el tiempo de lluvias mexicano, la luz blanca del sol que ya ha cruzado el dorado de la primavera; la emoción del día nuevo y la carga de entusiasmos que se desbordan en la idea de que –a pesar de los pesares-- para cada uno todo cambiará, para bien, por eso, simple y sencillamente, porque llegaron las lluvias... “ Le jour où la pluie viendra”.

En el campo es el tiempo de la siembra fuerte y, con lluvias pródigas, dentro de tres meses el término del verano significará cosecha y habrá comida para todos y frescura y vendimia. Ahí estarán los frutos resplandecientes que nos llaman desde las ramas frondosas del durazno, manzana, pera, membrillo. A lo mejor será que de niño disfrutaba aquellas salidas al campo, para ver, palpar, oler, saborear el milagro de la vida... Das Lied von der Erde, según Gustav Mahler.

Junio tiene entre sus preseas la de contener, tan sólo en un día, tres fechas celebrativas. El 21 de junio ocurre el solsticio de verano; es decir, este día se marca el inicio de la segunda estación del año, que es cuando el sol pasa por el trópico de Cáncer... Comienza el verano.

Para los norteños planetarios el sol está más cerca y, por eso mismo, ese día 21 de junio contiene, además, a la segunda celebración importante: el Día Mundial de El Sol... (¡Ah, verdad, esta no se la sabían!) Y es que –por todo lo antes dicho- este es el día más largo del año en cuanto a horas de luz se refiere. Y, como se sabe, el sol redondo y colorado es indispensable para la vida en la Tierra.

Para que haya fotosíntesis; para que haya oxígeno; para que haya luz; para que haya calorcito tirano; para que haya vitamina D en el cuerpo humano; para que haya humanos en el planeta tierra; para que nos veamos a la luz del día unos a otros; para la coloración de nuestra piel…

Para ser la fuente de energía más grande para la tierra (aunque hoy en México esta energía alterna esté tan ninguneada por la 4-T); para que haya eclipses; para que las playas tengan sentido y poder echar ojo por aquí, ojo por allá; para que haya amaneceres y atardeceres entre las montañas... Uhhh, tanto más.

Además –dicen los científicos, --también tan ninguneados por estos días en México- que la actividad solar, como las tormentas solares, afectan directamente a las comunicaciones en la tierra, influyendo en los satélites que se encuentran orbitando alrededor del planeta: “Por todo ello, se ha convertido en un reto para los científicos conocer mejor el Sol, conocer su comportamiento y su evolución.”

El sol ha sido fuente de inspiración de poetas, compositores, artistas plásticos, en el cine también: “ Duelo al sol”, por ejemplo. A lo largo de la historia, para las culturas originarias atentas a lo que se mueve fuera del planeta azul, era una deidad: El Sol como dios supremo. El dador de vida. El omnipresente y generoso. Y por lo mismo se le ofrecía el sustento para su permanencia...

Y, bueno, ahí está el Sol. Y ahí estará. Y el 21 de junio se le celebra y se le mira, aunque sea desde el confinamiento y a través de las rendijas, los tragaluces, las persianas, las cortinas y desde el patio de la casa, que es particular...

Y ya en otra celebración está que ese mismo día se celebra en México un día trascendente, enorme, de incalculable valor emotivo, emocional y de “¡Niño, deja ya de joder con esa pelota!”

Foto: Cuartoscuro

Ni más ni menos que el día del Padre. Sí, quien junto con nuestra ‘madre querida, madre adorada’ nos fabricaron y nos dieron luz del sol y veranos que saborear.

Ya hemos comentado aquí mismo cómo en las distintas artes se le ha dedicado un titipuchal de loas a la madre. En cambio, al padre... mmmm... pues así como que no tanto. Será porque él no se anda por las ramas ni con remilgos y sí con la mirada dura y segura que nos pone en orden y nos carajea con todas sus palabras y luego nos dice: “es porque te quiero” y nos mira dulce.

Pues nada, que es la celebración al padre. Pero cada año como que pasa desapercibida para muchos. Originalmente se celebraba en honor a San José, padre de Jesús. El 19 de marzo, pero luego a los gringos se les ocurrió que debía ser cada tercer domingo de junio y pues eso: ahora se celebra ese día cada año...

Y este día cada año no hay ese jaleo emocionado, emotivo y social como ocurre para reunirse “con la jefecita” el 10 de mayo... Al padre se le quiere, se le adora, se le respeta, se le teme... se le ve como ejemplo a seguir en lo de construir una vida... y todo eso...Pero “es otra cosa”.

Y es que en todo hogar mexicano, por citar nuestro caso clínico, hay un “si” y un “no”. La madre asume para sí el puesto del “si”... Si te doy permiso, pero no le digas a tu papá; si comete esa fruta, que es la de tu padre, pero ya veré cómo le hago luego; si ponte esa corbata, pero la pones en su lugar luego, que no se dé cuenta tu papá; si ten las novias que quieras; si pórtate bien, y aunque te portes mal, si te quiero.

En cambio el papá (quien es en muchos casos, aunque no siempre, es el que apoquina los haberes domésticos y vitales) es el “no” de nuestra película esencial: “Oye-oye, cuidadito con que saques malas calificaciones”; “No llegues tarde porque ya sabes cómo te va”; “No te doy para tus gastos si sigues igual de haragán”; “No se cómo ya estás vaquetón y no haces algo útil”... “No te me quedes ahí echado, ve a buscar trabajo”... “¡Mueve las manos, acomídete!”...

“¡Nomás no me salgas con que debes materias porque aquí tu única responsabilidad es la de estudiar... para eso me chingo bien y bonito...!”; “Ese muchacho no me gusta para ti –a la hija-, a leguas se ve que es un flojo, mugroso, primitivo y sin cepillar...”

Y es el padre el que tiene la tarea de que con sus “no” nos endereza, no a la manera melosa y caramelosa de la madre, pero sí a la manera del rudo del ring: a tres caídas sin límite de tiempo... Un lobo feroz, que aunque es feroz con todos los demás lobos feroces, es amoroso y cariñoso con sus lobitos, a su modo.

Pero eso: el padre sin aspavientos nunca deja que uno pierda la ruta y el estilo. Y por eso al final de cuentas nos mira con orgullo porque sabe que ‘somos su obra’.

Aunque también los hay maloras. Los desobligados. Los irresponsables. Los machotes a carta cabal, que exigen con malos modos en la casa a la que ni aportan ni portan. También de esto se ha escrito...

“Queridísimo padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio”... Y así “ La carta al padre”, que escribió al suyo Franz Kafka en un documento lo mismo arte como reclamo.

Y qué tal:

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo –me recomendó-. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.” Y de ahí en adelante el desgrane de murmullos en esa obra de arte que es “ Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.

Pero tampoco es cosa del otro mundo, porque en eso de las incomprensiones filiales ocurre con cualquiera de las dos partes: padre o madre; aunque predomina para todos esa madre amorosa, y ese padre amoroso, gritón y exigente, pero ejemplo nuestro de lo que se debe ser en la vida. Al que queremos y recordamos. Al que muchos años después recurrimos con la cantaleta de “esto lo hacía mi papá así”; “si viera esto mi papá verías cómo te iba”... “Mi papá era el mejor papá del mundo”...

Así que ahí está todo cifrado: Junio el mes de promisión, con su verano lluvioso y emotivo; el ‘sol redondo y colorado, como una rueda de cobre...’ y el padre que es de uno y que vive en nosotros porque ahora nosotros ya somos “el ejemplo a seguir”.


joelhsantiago@gmail.com


Junio es un mes de promisión. Es el mes al que se le carga la emoción por la llegada del verano; el tiempo de lluvias mexicano, la luz blanca del sol que ya ha cruzado el dorado de la primavera; la emoción del día nuevo y la carga de entusiasmos que se desbordan en la idea de que –a pesar de los pesares-- para cada uno todo cambiará, para bien, por eso, simple y sencillamente, porque llegaron las lluvias... “ Le jour où la pluie viendra”.

En el campo es el tiempo de la siembra fuerte y, con lluvias pródigas, dentro de tres meses el término del verano significará cosecha y habrá comida para todos y frescura y vendimia. Ahí estarán los frutos resplandecientes que nos llaman desde las ramas frondosas del durazno, manzana, pera, membrillo. A lo mejor será que de niño disfrutaba aquellas salidas al campo, para ver, palpar, oler, saborear el milagro de la vida... Das Lied von der Erde, según Gustav Mahler.

Junio tiene entre sus preseas la de contener, tan sólo en un día, tres fechas celebrativas. El 21 de junio ocurre el solsticio de verano; es decir, este día se marca el inicio de la segunda estación del año, que es cuando el sol pasa por el trópico de Cáncer... Comienza el verano.

Para los norteños planetarios el sol está más cerca y, por eso mismo, ese día 21 de junio contiene, además, a la segunda celebración importante: el Día Mundial de El Sol... (¡Ah, verdad, esta no se la sabían!) Y es que –por todo lo antes dicho- este es el día más largo del año en cuanto a horas de luz se refiere. Y, como se sabe, el sol redondo y colorado es indispensable para la vida en la Tierra.

Para que haya fotosíntesis; para que haya oxígeno; para que haya luz; para que haya calorcito tirano; para que haya vitamina D en el cuerpo humano; para que haya humanos en el planeta tierra; para que nos veamos a la luz del día unos a otros; para la coloración de nuestra piel…

Para ser la fuente de energía más grande para la tierra (aunque hoy en México esta energía alterna esté tan ninguneada por la 4-T); para que haya eclipses; para que las playas tengan sentido y poder echar ojo por aquí, ojo por allá; para que haya amaneceres y atardeceres entre las montañas... Uhhh, tanto más.

Además –dicen los científicos, --también tan ninguneados por estos días en México- que la actividad solar, como las tormentas solares, afectan directamente a las comunicaciones en la tierra, influyendo en los satélites que se encuentran orbitando alrededor del planeta: “Por todo ello, se ha convertido en un reto para los científicos conocer mejor el Sol, conocer su comportamiento y su evolución.”

El sol ha sido fuente de inspiración de poetas, compositores, artistas plásticos, en el cine también: “ Duelo al sol”, por ejemplo. A lo largo de la historia, para las culturas originarias atentas a lo que se mueve fuera del planeta azul, era una deidad: El Sol como dios supremo. El dador de vida. El omnipresente y generoso. Y por lo mismo se le ofrecía el sustento para su permanencia...

Y, bueno, ahí está el Sol. Y ahí estará. Y el 21 de junio se le celebra y se le mira, aunque sea desde el confinamiento y a través de las rendijas, los tragaluces, las persianas, las cortinas y desde el patio de la casa, que es particular...

Y ya en otra celebración está que ese mismo día se celebra en México un día trascendente, enorme, de incalculable valor emotivo, emocional y de “¡Niño, deja ya de joder con esa pelota!”

Foto: Cuartoscuro

Ni más ni menos que el día del Padre. Sí, quien junto con nuestra ‘madre querida, madre adorada’ nos fabricaron y nos dieron luz del sol y veranos que saborear.

Ya hemos comentado aquí mismo cómo en las distintas artes se le ha dedicado un titipuchal de loas a la madre. En cambio, al padre... mmmm... pues así como que no tanto. Será porque él no se anda por las ramas ni con remilgos y sí con la mirada dura y segura que nos pone en orden y nos carajea con todas sus palabras y luego nos dice: “es porque te quiero” y nos mira dulce.

Pues nada, que es la celebración al padre. Pero cada año como que pasa desapercibida para muchos. Originalmente se celebraba en honor a San José, padre de Jesús. El 19 de marzo, pero luego a los gringos se les ocurrió que debía ser cada tercer domingo de junio y pues eso: ahora se celebra ese día cada año...

Y este día cada año no hay ese jaleo emocionado, emotivo y social como ocurre para reunirse “con la jefecita” el 10 de mayo... Al padre se le quiere, se le adora, se le respeta, se le teme... se le ve como ejemplo a seguir en lo de construir una vida... y todo eso...Pero “es otra cosa”.

Y es que en todo hogar mexicano, por citar nuestro caso clínico, hay un “si” y un “no”. La madre asume para sí el puesto del “si”... Si te doy permiso, pero no le digas a tu papá; si comete esa fruta, que es la de tu padre, pero ya veré cómo le hago luego; si ponte esa corbata, pero la pones en su lugar luego, que no se dé cuenta tu papá; si ten las novias que quieras; si pórtate bien, y aunque te portes mal, si te quiero.

En cambio el papá (quien es en muchos casos, aunque no siempre, es el que apoquina los haberes domésticos y vitales) es el “no” de nuestra película esencial: “Oye-oye, cuidadito con que saques malas calificaciones”; “No llegues tarde porque ya sabes cómo te va”; “No te doy para tus gastos si sigues igual de haragán”; “No se cómo ya estás vaquetón y no haces algo útil”... “No te me quedes ahí echado, ve a buscar trabajo”... “¡Mueve las manos, acomídete!”...

“¡Nomás no me salgas con que debes materias porque aquí tu única responsabilidad es la de estudiar... para eso me chingo bien y bonito...!”; “Ese muchacho no me gusta para ti –a la hija-, a leguas se ve que es un flojo, mugroso, primitivo y sin cepillar...”

Y es el padre el que tiene la tarea de que con sus “no” nos endereza, no a la manera melosa y caramelosa de la madre, pero sí a la manera del rudo del ring: a tres caídas sin límite de tiempo... Un lobo feroz, que aunque es feroz con todos los demás lobos feroces, es amoroso y cariñoso con sus lobitos, a su modo.

Pero eso: el padre sin aspavientos nunca deja que uno pierda la ruta y el estilo. Y por eso al final de cuentas nos mira con orgullo porque sabe que ‘somos su obra’.

Aunque también los hay maloras. Los desobligados. Los irresponsables. Los machotes a carta cabal, que exigen con malos modos en la casa a la que ni aportan ni portan. También de esto se ha escrito...

“Queridísimo padre:

Hace poco me preguntaste por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo. Y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio”... Y así “ La carta al padre”, que escribió al suyo Franz Kafka en un documento lo mismo arte como reclamo.

Y qué tal:

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. “No dejes de ir a visitarlo –me recomendó-. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte.” Y de ahí en adelante el desgrane de murmullos en esa obra de arte que es “ Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.

Pero tampoco es cosa del otro mundo, porque en eso de las incomprensiones filiales ocurre con cualquiera de las dos partes: padre o madre; aunque predomina para todos esa madre amorosa, y ese padre amoroso, gritón y exigente, pero ejemplo nuestro de lo que se debe ser en la vida. Al que queremos y recordamos. Al que muchos años después recurrimos con la cantaleta de “esto lo hacía mi papá así”; “si viera esto mi papá verías cómo te iba”... “Mi papá era el mejor papá del mundo”...

Así que ahí está todo cifrado: Junio el mes de promisión, con su verano lluvioso y emotivo; el ‘sol redondo y colorado, como una rueda de cobre...’ y el padre que es de uno y que vive en nosotros porque ahora nosotros ya somos “el ejemplo a seguir”.


joelhsantiago@gmail.com


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