/ viernes 28 de febrero de 2020

Hojas de papel volando | Carnaval, máscaras, disfraces…

"Aquel viaje fue fenomenal. Digamos que inolvidable. Es de esas escapadas que se comienzan a disfrutar días antes de iniciarlas"...

Aquel viaje fue fenomenal. Digamos que inolvidable. Es de esas escapadas que se comienzan a disfrutar días antes de iniciarlas. Y nosotros, jóvenes estudiantes preparatorianos que lo que queríamos era conocer el mundo y sus ‘circunstancias’, pues nada, que iniciamos aquella “travesía” desde que la planeamos; desde que nos organizamos juntando dinerito de por aquí, de por allá, de los ahorros y hasta de préstamos “sin enganche y sin fiador”.

Uno de nosotros tenía aquel vocho color crema que nos llevaría sin problema alguno. Éramos cinco –no cabían más en el bólido—y para amenizar el camino llevamos tortas de jamón y queso de puerco envueltas en servilletas y metidas en bolsas de papel de estraza, refrescos y ‘casetes’ que poníamos en una ‘casetera’ con nuestros “éxitos” preferidos que por entonces era música latinoamericana: Los Chalchaleros; Soledad Bravo; Los Folkloristas...

Salimos del entonces muy leal y querido Distrito Federal en la madrugada, a eso de las cuatro de la mañana, para llegar a nuestro destino como a eso de las diez horas, según nuestros cálculos, aunque “la charchanita” no levantaba a más de 80 kilómetros por hora por aquello de cargar a cinco sujetos y mochilas apretujadas en su cajuelita delantera. Llegamos al puerto de Veracruz a eso de las 11 de la mañana crujientes: es que al bajar nos crujían los huesos por tanto venir apretados.

Pero ya estaba ahí ese descubrimiento. Veracruz “rinconcito donde hacen su nido las olas del mar...”, que ya desde esa hora estaba de fiesta. Todo era movimiento en sus calles. Todo era color. El aire olía a mar. El mar olía a mar. El malecón rechinaba de limpio y los barcos estaban vestidos de banderolas de colores...

Al día siguiente la gran fiesta, las “carnestolendas” ¡el gran Carnaval de Veracruz! “¡Chiquitiqui-bum-bum, banderines panderetas; chiquitiqui-bum-bum todo es ritmo todo es fiesta...! ¡ha comenzado el Carnaval!...” Bueno, no, sería el día siguiente. Mientras tanto corrimos a buscar hospedaje en algún hotel que, según nuestro presupuesto, debería de ser de un pico de estrella. Como fue.

Acomodamos “nuestras cosas” –jajajajajaja- y salimos pronto a disfrutar un rico desayuno en aquel “pedacito de patria que sabe sufrir y cantar...” Estuvo bueno el manjar, y de ahí en adelante todo sería fiesta y Carnaval. Como fue al día siguiente cuando comenzó el gran desfile en el que predominaban la música, los colores chillantes, las máscaras, los disfraces, los antifaces, el meneo y el jaleo; el ruido y si, deveras, la cordialidad. Porque la gente ahí estaba contenta y, por entonces, no había aquello de “miradas que matan”. No. Lo llevamos bien con todos ahí.

Pero eso del Carnaval era para mí una novedad. Es cierto. Por lo que a mí respecta, la verdad es que no sabía de la existencia de los famosos Carnavales hasta que un día una comparsa de enmascarados y pintados de mil colores se me acercó en la colonia a la que llegué a vivir en el DF.

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Al principio pensé que se trataba de una broma macabra por aquello de las máscaras sonrientes casi diabólicas, pero luego vi que los participantes bailaban y cantaban y se movían al ritmo musical como si trajeran lombrices en el cuerpo. De ahí en adelante ya supe de qué iba esto y cómo ser parte de la celebración.

‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento’ supe bien de qué se trataba el asunto luego de que el maestro José Ignacio Aceves nos relató la historia:

Esto es, que el Carnaval es una celebración que se lleva a cabo unos días antes del inicio de la Cuaresma cristiana, que es decir, unos días antes del Miércoles de ceniza y esto, porque la iglesia católica le dio el sentido pagano que no tiene que ver con los ‘días de guardar’ pero que está ahí y, por lo mismo, su fecha es variable en razón a los días de Semana Santa que se definen en base a los periodos lunares.

Que sus orígenes se podrían remontar a unos cinco mil años antes con las fiestas que se celebraban en honor al toro Apis en Egipto, aunque también podrían tener un origen en Sumeria, fiestas aquellas muy parecidas a las que luego celebrarían los romanos en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y lupercales, que eran bacanales y dionisiacas... (“Que se me acabe la vida, frente a una copa de vino...”)

Que a comienzos de la Edad Media la Iglesia Católica propuso una etimología de Carnaval: esto del latín vulgar Carnem-levare, que significa “abandonar la carne”, lo que conviene porque termina precisamente cuando comienza la abstención de la carne los viernes de la Cuaresma. Otros la describieron como Carne-vale, que es “adiós a la carne”, en lo que coinciden ambas definiciones.

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“Sin embargo –dijo Aceves- el historiador del siglo XIX, Jacob Burckhardt, propuso que el vocablo “Carnaval” deriva de la expresión “ Carrus-Navalis” que se usaba para designar una procesión de máscaras que culminaba con la botadura de una nave de madera decorada con ofrendas florales en honor de la diosa Isis...

“Se realizaba todos los años a primeros de marzo como símbolo y apertura de la temporada de navegación. Esta celebración, quizás procedente de Egipto, formaba parte de las festividades de la Navigum Isidis (Nave de Isis) y habría quedado como herencia trasladada a Roma y desde Roma se expandió la celebración por Europa y estas pasaron a América traídas por los conquistadores portugueses y españoles.

Y se dice –esto ya no lo dijo Aceves-: que en el Carnaval no hay límites. Podemos gozar y reír. Hacer lo que no ocurre a lo largo del año. Es una fiesta de libertad, pagana, absoluta y expansiva. Es la fiesta de la locura carnal, dionisiaca y mundana.

Es la fiesta en la que el disfraz es indispensable, y las máscaras y antifaces que ocultan al personaje, lo hacen anónimo, lo esconden del mundo por todo aquello que habrá de celebrar. El disfraz transforma. Hace otros distintos. ‘Convierte por unos días en aquel o aquello que más anhelamos o repudiamos. También sirve para burlarnos de nosotros, y de los demás.’

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“Disfrazarse es también jugar. Jugamos a ser ese que queríamos ser o que ni en nuestras peores pesadillas nos atreveríamos a ser. Y jugar es siempre un arte creativo, donde imaginamos qué haríamos si fuéramos aquellos que querríamos ser.” En todo caso –se dice también- ‘en Carnaval todo tipo de excesos está permitido.’ Luego, enseguida, vendrán los Días de Guardar.

Pero mientras son peras o son perones, hay Carnavales famosos. Uno de ellos acaba de ser pospuesto por aquello del Corona Virus –Covid-19-, es el de Venecia, famoso por sus bellas máscaras y disfraces que ostentan un lujo y un arte hecho de elegancia, color, brillo y expresión.

También están los Carnavales famosos en España: el de Santa Cruz de Tenerife, el de Cádiz; también está el de Niza, en Francia y, por supuesto, están en América algunos de los carnavales más famosos del mundo:

Uno de ellos es el Carnaval de Río de Janeiro, en Brasil, con sus famosas comparsas y sus escuelas de Samba, en el famoso sambódromo, con sus alegres carros alegóricos, con sus hermosas mujeres que bailan emplumadas y vestidas –sic- bueno, vestidas con ropas mínimas-breves-pequeñas y sin respirar. Está ahí mismo el Carnaval de Sao Paulo y el de Salvador de Bahía. En Estados Unidos el de Nueva Orleans y en Colombia el de Barranquilla. Pero el de Río se lleva las palmas por ser eso: todo fiesta y júbilo.

Foto: AFP

En México están los carnavales de Veracruz, como el de Mazatlán, el de Huejotzingo, Puebla, el de Tlaxcala, el de Morelos y sus Chinelos y tantos más. Bien. Eso es. Tiempo de carnestolendas. Tiempo de libertad y de regocijo. Porque son los tres días previos al inicio de la Cuaresma, que se vuelven días de abstinencia y de ayuno...

Pero ya: luego de tres días de Carnaval, los amigos regresamos a como pudimos; llenos de serpentinas y confeti en la cabeza; con los ojos rojos, por el aire del mar; llenas nuestras panzas de ‘huracanes’; vacíos nuestros bolsillos y pleno nuestro ser de buenos recuerdos y memorias sanas.

Para recordar, como lo hacemos cada vez que nos vemos y reímos y cantar como entonces, como ahora mismo, porque al final de cuentas la vida es eso: un gran Carnaval lleno de fiesta, de luces, de alegría, de disfraces, de máscaras, de antifaces... como también de nostalgias y de tristezas.

“Chiquitiqui-bum-bum, banderines panderetas; chiquitiqui bum-bum todo es ritmo todo es fiesta... ¡Ha comenzado el Carnaval!”


joelhsantiago@gmail.com


Aquel viaje fue fenomenal. Digamos que inolvidable. Es de esas escapadas que se comienzan a disfrutar días antes de iniciarlas. Y nosotros, jóvenes estudiantes preparatorianos que lo que queríamos era conocer el mundo y sus ‘circunstancias’, pues nada, que iniciamos aquella “travesía” desde que la planeamos; desde que nos organizamos juntando dinerito de por aquí, de por allá, de los ahorros y hasta de préstamos “sin enganche y sin fiador”.

Uno de nosotros tenía aquel vocho color crema que nos llevaría sin problema alguno. Éramos cinco –no cabían más en el bólido—y para amenizar el camino llevamos tortas de jamón y queso de puerco envueltas en servilletas y metidas en bolsas de papel de estraza, refrescos y ‘casetes’ que poníamos en una ‘casetera’ con nuestros “éxitos” preferidos que por entonces era música latinoamericana: Los Chalchaleros; Soledad Bravo; Los Folkloristas...

Salimos del entonces muy leal y querido Distrito Federal en la madrugada, a eso de las cuatro de la mañana, para llegar a nuestro destino como a eso de las diez horas, según nuestros cálculos, aunque “la charchanita” no levantaba a más de 80 kilómetros por hora por aquello de cargar a cinco sujetos y mochilas apretujadas en su cajuelita delantera. Llegamos al puerto de Veracruz a eso de las 11 de la mañana crujientes: es que al bajar nos crujían los huesos por tanto venir apretados.

Pero ya estaba ahí ese descubrimiento. Veracruz “rinconcito donde hacen su nido las olas del mar...”, que ya desde esa hora estaba de fiesta. Todo era movimiento en sus calles. Todo era color. El aire olía a mar. El mar olía a mar. El malecón rechinaba de limpio y los barcos estaban vestidos de banderolas de colores...

Al día siguiente la gran fiesta, las “carnestolendas” ¡el gran Carnaval de Veracruz! “¡Chiquitiqui-bum-bum, banderines panderetas; chiquitiqui-bum-bum todo es ritmo todo es fiesta...! ¡ha comenzado el Carnaval!...” Bueno, no, sería el día siguiente. Mientras tanto corrimos a buscar hospedaje en algún hotel que, según nuestro presupuesto, debería de ser de un pico de estrella. Como fue.

Acomodamos “nuestras cosas” –jajajajajaja- y salimos pronto a disfrutar un rico desayuno en aquel “pedacito de patria que sabe sufrir y cantar...” Estuvo bueno el manjar, y de ahí en adelante todo sería fiesta y Carnaval. Como fue al día siguiente cuando comenzó el gran desfile en el que predominaban la música, los colores chillantes, las máscaras, los disfraces, los antifaces, el meneo y el jaleo; el ruido y si, deveras, la cordialidad. Porque la gente ahí estaba contenta y, por entonces, no había aquello de “miradas que matan”. No. Lo llevamos bien con todos ahí.

Pero eso del Carnaval era para mí una novedad. Es cierto. Por lo que a mí respecta, la verdad es que no sabía de la existencia de los famosos Carnavales hasta que un día una comparsa de enmascarados y pintados de mil colores se me acercó en la colonia a la que llegué a vivir en el DF.

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Al principio pensé que se trataba de una broma macabra por aquello de las máscaras sonrientes casi diabólicas, pero luego vi que los participantes bailaban y cantaban y se movían al ritmo musical como si trajeran lombrices en el cuerpo. De ahí en adelante ya supe de qué iba esto y cómo ser parte de la celebración.

‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento’ supe bien de qué se trataba el asunto luego de que el maestro José Ignacio Aceves nos relató la historia:

Esto es, que el Carnaval es una celebración que se lleva a cabo unos días antes del inicio de la Cuaresma cristiana, que es decir, unos días antes del Miércoles de ceniza y esto, porque la iglesia católica le dio el sentido pagano que no tiene que ver con los ‘días de guardar’ pero que está ahí y, por lo mismo, su fecha es variable en razón a los días de Semana Santa que se definen en base a los periodos lunares.

Que sus orígenes se podrían remontar a unos cinco mil años antes con las fiestas que se celebraban en honor al toro Apis en Egipto, aunque también podrían tener un origen en Sumeria, fiestas aquellas muy parecidas a las que luego celebrarían los romanos en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y lupercales, que eran bacanales y dionisiacas... (“Que se me acabe la vida, frente a una copa de vino...”)

Que a comienzos de la Edad Media la Iglesia Católica propuso una etimología de Carnaval: esto del latín vulgar Carnem-levare, que significa “abandonar la carne”, lo que conviene porque termina precisamente cuando comienza la abstención de la carne los viernes de la Cuaresma. Otros la describieron como Carne-vale, que es “adiós a la carne”, en lo que coinciden ambas definiciones.

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“Sin embargo –dijo Aceves- el historiador del siglo XIX, Jacob Burckhardt, propuso que el vocablo “Carnaval” deriva de la expresión “ Carrus-Navalis” que se usaba para designar una procesión de máscaras que culminaba con la botadura de una nave de madera decorada con ofrendas florales en honor de la diosa Isis...

“Se realizaba todos los años a primeros de marzo como símbolo y apertura de la temporada de navegación. Esta celebración, quizás procedente de Egipto, formaba parte de las festividades de la Navigum Isidis (Nave de Isis) y habría quedado como herencia trasladada a Roma y desde Roma se expandió la celebración por Europa y estas pasaron a América traídas por los conquistadores portugueses y españoles.

Y se dice –esto ya no lo dijo Aceves-: que en el Carnaval no hay límites. Podemos gozar y reír. Hacer lo que no ocurre a lo largo del año. Es una fiesta de libertad, pagana, absoluta y expansiva. Es la fiesta de la locura carnal, dionisiaca y mundana.

Es la fiesta en la que el disfraz es indispensable, y las máscaras y antifaces que ocultan al personaje, lo hacen anónimo, lo esconden del mundo por todo aquello que habrá de celebrar. El disfraz transforma. Hace otros distintos. ‘Convierte por unos días en aquel o aquello que más anhelamos o repudiamos. También sirve para burlarnos de nosotros, y de los demás.’

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“Disfrazarse es también jugar. Jugamos a ser ese que queríamos ser o que ni en nuestras peores pesadillas nos atreveríamos a ser. Y jugar es siempre un arte creativo, donde imaginamos qué haríamos si fuéramos aquellos que querríamos ser.” En todo caso –se dice también- ‘en Carnaval todo tipo de excesos está permitido.’ Luego, enseguida, vendrán los Días de Guardar.

Pero mientras son peras o son perones, hay Carnavales famosos. Uno de ellos acaba de ser pospuesto por aquello del Corona Virus –Covid-19-, es el de Venecia, famoso por sus bellas máscaras y disfraces que ostentan un lujo y un arte hecho de elegancia, color, brillo y expresión.

También están los Carnavales famosos en España: el de Santa Cruz de Tenerife, el de Cádiz; también está el de Niza, en Francia y, por supuesto, están en América algunos de los carnavales más famosos del mundo:

Uno de ellos es el Carnaval de Río de Janeiro, en Brasil, con sus famosas comparsas y sus escuelas de Samba, en el famoso sambódromo, con sus alegres carros alegóricos, con sus hermosas mujeres que bailan emplumadas y vestidas –sic- bueno, vestidas con ropas mínimas-breves-pequeñas y sin respirar. Está ahí mismo el Carnaval de Sao Paulo y el de Salvador de Bahía. En Estados Unidos el de Nueva Orleans y en Colombia el de Barranquilla. Pero el de Río se lleva las palmas por ser eso: todo fiesta y júbilo.

Foto: AFP

En México están los carnavales de Veracruz, como el de Mazatlán, el de Huejotzingo, Puebla, el de Tlaxcala, el de Morelos y sus Chinelos y tantos más. Bien. Eso es. Tiempo de carnestolendas. Tiempo de libertad y de regocijo. Porque son los tres días previos al inicio de la Cuaresma, que se vuelven días de abstinencia y de ayuno...

Pero ya: luego de tres días de Carnaval, los amigos regresamos a como pudimos; llenos de serpentinas y confeti en la cabeza; con los ojos rojos, por el aire del mar; llenas nuestras panzas de ‘huracanes’; vacíos nuestros bolsillos y pleno nuestro ser de buenos recuerdos y memorias sanas.

Para recordar, como lo hacemos cada vez que nos vemos y reímos y cantar como entonces, como ahora mismo, porque al final de cuentas la vida es eso: un gran Carnaval lleno de fiesta, de luces, de alegría, de disfraces, de máscaras, de antifaces... como también de nostalgias y de tristezas.

“Chiquitiqui-bum-bum, banderines panderetas; chiquitiqui bum-bum todo es ritmo todo es fiesta... ¡Ha comenzado el Carnaval!”


joelhsantiago@gmail.com


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