/ domingo 25 de febrero de 2018

Hojas de papel volando | Los muchachos locos del 76 aquel

Miguel Angel Granados Chapa,

in memorian


Uno llega a una universidad para ver si se puede ser otra cosa en la vida. A lo mejor un gran abogado o dentista o sicólogo, o quizá un científico de fuste, o hasta un razonable periodista. Uno llega ahí, privilegiado, para cambiar la ruta que ya se lleva y, si hay vocación, a lo mejor para cambiar las cosas que ve el que vive, como dijo Ricardo Garibay.

Resulta que así, un día, aparece uno en los pasillos universitarios para compartir con otros esa expectativa de ser otro en el mundo. Nuestra vida, nuestro tiempo, nuestras ilusiones y nuestra incertidumbre están a disposición de quienes en las aulas nos harán diferentes, quienes amueblarán nuestras entendederas y pondrán ahí la posibilidad de justicias o injusticias, de igualdades o desigualdades, de feroces aciertos o frustraciones.

Esos personajes que nos harán diferentes son en mucho nuestros compañeros de aula, porque con ellos el sí o el no en las discusiones son moneda corriente; pero sobre todo están ahí nuestros maestros, como médicos cirujanos del conocimiento a la espera de aquel cuerpo estudiantil para iniciar la trepanación.

Quienes llegamos a la UNAM para estudiar periodismo, encontramos ahí buenos compañeros y muy buenos maestros. Todos ellos merecedores del premio Tercer mundo LeClub por su paciencia y generosidad.

Luego, en la universidad hay de maestros a maestros. Hay los que mecánicamente nos dicen lo que es; hay los que se pasan de exigentes y ven en cada uno de nosotros al recluta que siempre hubieran querido en su pelotón particular. Hay los maestros ‘barco’, por supuesto: sin ellos la mar no sería la mar. Y los hay sabios que hacen que uno contenga la respiración, que mantenga firme la mirada, nervioso el pensamiento y dispuestos a la acción inmediata porque ese maestro tiene el don de predecir el futuro del mundo, del país, de nuestra universidad, de nuestra aula y de lo que somos y seremos cada uno.

En 1976, que es de cuando les hablo, el país tenía un presidente entre mesiánico y parlanchín y a quien se acusaba de inteligencia limitada. Debió ser cierto por los resultados. En todo caso, por esos días vivíamos la colita de su gobierno porque ese mismo año, en diciembre, habría de tomar posesión aquel que habría de defender al país como un perro. Pero mientras eran peras o perones, en 1976 ya éramos 58 millones de habitantes del país y de ese gran mundo mexicano, en el turno vespertino de la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva de Acatlán éramos cincuenta aspirantes a tomar por asalto al mundo y su circunstancia.

Con todo, los buenos estudiantes que también éramos, ya sabíamos quién era quien entre los maestros, y si no, lo imaginábamos o suponíamos.

De entre ellos ya venía precedido de gran prestigio como periodista don Miguel Ángel Granados Chapa, quien era además el coordinador de la carrera y quien, en unos días más de este 2018 habría de cumplir 77 añitos, pues nació el 10 de marzo de 1941 en Mineral del Monte, Hidalgo.

Escribía artículos en Excélsior desde1969 a donde había llegado en 1967. Le ubicaron primero en la mesa de redacción como corrector. Venía de Crucero, la publicación que hacía don Manuel Buendía y en donde ya había sufrido una mala experiencia cuando integrantes del MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación –agrupación de ultraderecha-) le golpearon por algo que escribió y que no les gustó.

En aquel Excélsior hizo una carrera rápida y sólida. No sólo porque ya había pasado por la UNAM en donde hizo dos carreras y en donde había sido adjunto de su maestro, Fernando Solana, sino por sus sobresalientes capacidades personales. Pronto pasó de la mesa de redacción a hacer trabajo editorial, al tiempo que era un socio muy activo de la cooperativa en donde fue electo para puestos importantes en los órganos de dirección

En junio de 1976 fue nuestra primera clase con él:

“Ustedes que han decidido ser periodistas están condenados y obligados a ver las cosas de manera diferente, mucho más intensa; mucho más profunda. Ustedes ya no podrán ver lo que pasa de la manera más inocente; una película ya no será lo mismo para ustedes; un programa de televisión tampoco, porque ustedes encontrarán otras connotaciones en ello; y si esto es así en estas expresiones, mucho más lo será en los hechos de la vida: ustedes ya no pasarán frente a estos y mirarán hacia otro lado; están obligados a no perderlos de vista y a verlos con diferentes intensidades y con la interminable pregunta del ¿por qué?” Y así, esa primera inolvidable clase de junio de 1976.

Poco tiempo después de esas primeras clases ocurrió el golpe a aquel Excélsior, el 8 de julio de 1976. Aquella generación de estudiantes nos veíamos en la lucha de nuestros maestros y en la transformación que habrían de vivir los medios de comunicación impresos. El maestro Granados Chapa seguía con su clase y nunca, jamás, nos inoculó el odio o el desprecio; pero sí puso en la mesa del análisis los hechos para que cada uno sacara sus propias conclusiones de lo ocurrido.

Pero hubo una ganancia en todo esto: en medio de ese marasmo pude valorar aún más el carácter firme y el espíritu profesional y ético del maestro Granados Chapa; desde entonces hasta hoy he podido abrevar con más conciencia lo esencial de cada uno de sus artículos; su compromiso social, su sentido de lo justo, su rechazo al abuso, al engaño y a las formas de poder abyectas; su reprobación de lo corrupto y la simulación y por supuesto, su exigencia por la democratización de este país y por terminar con la pobreza y la desigualdad que tanto daño nos hacen.

Busqué la forma de mantener su magisterio, aun fuera de las aulas. Me acercaba para comentarle asuntos; le perseguía para que leyera esto u otro que había escrito; pedía su consejo en asuntos diversos, pero sobre todo quería mantener un vínculo próximo porque le veía como ejemplo de lo que yo quería hacer en el periodismo. Y él me atendía siempre con mucha paciencia.

En 1978 aceptó ser director general de Radio Educación y después de una insospechada recriminación mía, quise trabajar con él y le insistí hasta que finalmente ocurrió. Por primera vez trabajaría en un medio de comunicación: milagroso y victorioso, temeroso e inolvidable porque desde ese momento uno siente que ya se es periodista: Mucho tiempo habría de pasar desde entonces, antes de aproximarnos a la verdad del periodismo y la de ser periodista.

Y desde entonces se cumpliría para siempre lo que ha sido su magisterio para muchos de nosotros: al término de las aulas lo sería también fuera de ellas. Y fuera de ellas no sólo significaba trabajo o sesudas reflexiones. También había tiempo de solaz y hasta de bohemia.

Ahí, en Radio Educación observé con la sorpresa de un estudiante lector de Marx, de Hegel, de Lenin y de toda la galería que nos otorgaba la editorial Progreso, cómo puede ser posible que en un espacio oficial se puede hacer milagros de justicia informativa, de equilibrio, de democracia, de pluralidad, de independencia, de ética y de libertad; nunca como la lección de aquellos días me ha servido luego, hasta nuestros días.

Me siento privilegiado porque por entonces él comenzó a involucrarme en otros proyectos suyos, lo que en otras palabra significaba que había ganado su confianza.

Ya pasaron cuarenta años desde que estuve frente al maestro en las aulas. Y aunque parezca mentira o exageración, aún se extrañan aquellos días en los que predominaba la ilusión por el futuro, al que –sin dejar de ser ilusión- veíamos asegurado porque los maestros estaban ahí para explicárnoslo; pero había uno en especial que decidió compartir nuestro futuro profesional con el de él mismo.

Hoy ya estamos en ese futuro. Está bien. Cada uno de quienes fuimos sus alumnos en las aulas hemos hecho en el periodismo lo que corresponde a nuestra propia responsabilidad, pero sin duda tuvimos un gran privilegio al contar con un maestro de tiempo completo como fue el Maestro Granados Chapa.

Un día me dijo que “los triunfos y las victorias profesionales de los alumnos de uno producen una gran satisfacción personal”. Ojalá que lo que hemos hecho sus alumnos, y lo que sigamos haciendo, le haga sentirse orgulloso de nosotros; los errores son responsabilidad de cada uno.

Si estuviera aquí, como es que está, este cumpleaños 77 lo celebraríamos con una buena comida ranchera, unos copetines ligeros y muchas canciones: las suyas: “…No quiero arrepentirme después, de lo que pudo haber sido y no fue…”; “Como espuma, que inerte lleva el caudaloso río… flor de azalea, la vida en su avalancha te arrastró…”


jhsantiago@prodigy.net.mx

Miguel Angel Granados Chapa,

in memorian


Uno llega a una universidad para ver si se puede ser otra cosa en la vida. A lo mejor un gran abogado o dentista o sicólogo, o quizá un científico de fuste, o hasta un razonable periodista. Uno llega ahí, privilegiado, para cambiar la ruta que ya se lleva y, si hay vocación, a lo mejor para cambiar las cosas que ve el que vive, como dijo Ricardo Garibay.

Resulta que así, un día, aparece uno en los pasillos universitarios para compartir con otros esa expectativa de ser otro en el mundo. Nuestra vida, nuestro tiempo, nuestras ilusiones y nuestra incertidumbre están a disposición de quienes en las aulas nos harán diferentes, quienes amueblarán nuestras entendederas y pondrán ahí la posibilidad de justicias o injusticias, de igualdades o desigualdades, de feroces aciertos o frustraciones.

Esos personajes que nos harán diferentes son en mucho nuestros compañeros de aula, porque con ellos el sí o el no en las discusiones son moneda corriente; pero sobre todo están ahí nuestros maestros, como médicos cirujanos del conocimiento a la espera de aquel cuerpo estudiantil para iniciar la trepanación.

Quienes llegamos a la UNAM para estudiar periodismo, encontramos ahí buenos compañeros y muy buenos maestros. Todos ellos merecedores del premio Tercer mundo LeClub por su paciencia y generosidad.

Luego, en la universidad hay de maestros a maestros. Hay los que mecánicamente nos dicen lo que es; hay los que se pasan de exigentes y ven en cada uno de nosotros al recluta que siempre hubieran querido en su pelotón particular. Hay los maestros ‘barco’, por supuesto: sin ellos la mar no sería la mar. Y los hay sabios que hacen que uno contenga la respiración, que mantenga firme la mirada, nervioso el pensamiento y dispuestos a la acción inmediata porque ese maestro tiene el don de predecir el futuro del mundo, del país, de nuestra universidad, de nuestra aula y de lo que somos y seremos cada uno.

En 1976, que es de cuando les hablo, el país tenía un presidente entre mesiánico y parlanchín y a quien se acusaba de inteligencia limitada. Debió ser cierto por los resultados. En todo caso, por esos días vivíamos la colita de su gobierno porque ese mismo año, en diciembre, habría de tomar posesión aquel que habría de defender al país como un perro. Pero mientras eran peras o perones, en 1976 ya éramos 58 millones de habitantes del país y de ese gran mundo mexicano, en el turno vespertino de la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva de Acatlán éramos cincuenta aspirantes a tomar por asalto al mundo y su circunstancia.

Con todo, los buenos estudiantes que también éramos, ya sabíamos quién era quien entre los maestros, y si no, lo imaginábamos o suponíamos.

De entre ellos ya venía precedido de gran prestigio como periodista don Miguel Ángel Granados Chapa, quien era además el coordinador de la carrera y quien, en unos días más de este 2018 habría de cumplir 77 añitos, pues nació el 10 de marzo de 1941 en Mineral del Monte, Hidalgo.

Escribía artículos en Excélsior desde1969 a donde había llegado en 1967. Le ubicaron primero en la mesa de redacción como corrector. Venía de Crucero, la publicación que hacía don Manuel Buendía y en donde ya había sufrido una mala experiencia cuando integrantes del MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación –agrupación de ultraderecha-) le golpearon por algo que escribió y que no les gustó.

En aquel Excélsior hizo una carrera rápida y sólida. No sólo porque ya había pasado por la UNAM en donde hizo dos carreras y en donde había sido adjunto de su maestro, Fernando Solana, sino por sus sobresalientes capacidades personales. Pronto pasó de la mesa de redacción a hacer trabajo editorial, al tiempo que era un socio muy activo de la cooperativa en donde fue electo para puestos importantes en los órganos de dirección

En junio de 1976 fue nuestra primera clase con él:

“Ustedes que han decidido ser periodistas están condenados y obligados a ver las cosas de manera diferente, mucho más intensa; mucho más profunda. Ustedes ya no podrán ver lo que pasa de la manera más inocente; una película ya no será lo mismo para ustedes; un programa de televisión tampoco, porque ustedes encontrarán otras connotaciones en ello; y si esto es así en estas expresiones, mucho más lo será en los hechos de la vida: ustedes ya no pasarán frente a estos y mirarán hacia otro lado; están obligados a no perderlos de vista y a verlos con diferentes intensidades y con la interminable pregunta del ¿por qué?” Y así, esa primera inolvidable clase de junio de 1976.

Poco tiempo después de esas primeras clases ocurrió el golpe a aquel Excélsior, el 8 de julio de 1976. Aquella generación de estudiantes nos veíamos en la lucha de nuestros maestros y en la transformación que habrían de vivir los medios de comunicación impresos. El maestro Granados Chapa seguía con su clase y nunca, jamás, nos inoculó el odio o el desprecio; pero sí puso en la mesa del análisis los hechos para que cada uno sacara sus propias conclusiones de lo ocurrido.

Pero hubo una ganancia en todo esto: en medio de ese marasmo pude valorar aún más el carácter firme y el espíritu profesional y ético del maestro Granados Chapa; desde entonces hasta hoy he podido abrevar con más conciencia lo esencial de cada uno de sus artículos; su compromiso social, su sentido de lo justo, su rechazo al abuso, al engaño y a las formas de poder abyectas; su reprobación de lo corrupto y la simulación y por supuesto, su exigencia por la democratización de este país y por terminar con la pobreza y la desigualdad que tanto daño nos hacen.

Busqué la forma de mantener su magisterio, aun fuera de las aulas. Me acercaba para comentarle asuntos; le perseguía para que leyera esto u otro que había escrito; pedía su consejo en asuntos diversos, pero sobre todo quería mantener un vínculo próximo porque le veía como ejemplo de lo que yo quería hacer en el periodismo. Y él me atendía siempre con mucha paciencia.

En 1978 aceptó ser director general de Radio Educación y después de una insospechada recriminación mía, quise trabajar con él y le insistí hasta que finalmente ocurrió. Por primera vez trabajaría en un medio de comunicación: milagroso y victorioso, temeroso e inolvidable porque desde ese momento uno siente que ya se es periodista: Mucho tiempo habría de pasar desde entonces, antes de aproximarnos a la verdad del periodismo y la de ser periodista.

Y desde entonces se cumpliría para siempre lo que ha sido su magisterio para muchos de nosotros: al término de las aulas lo sería también fuera de ellas. Y fuera de ellas no sólo significaba trabajo o sesudas reflexiones. También había tiempo de solaz y hasta de bohemia.

Ahí, en Radio Educación observé con la sorpresa de un estudiante lector de Marx, de Hegel, de Lenin y de toda la galería que nos otorgaba la editorial Progreso, cómo puede ser posible que en un espacio oficial se puede hacer milagros de justicia informativa, de equilibrio, de democracia, de pluralidad, de independencia, de ética y de libertad; nunca como la lección de aquellos días me ha servido luego, hasta nuestros días.

Me siento privilegiado porque por entonces él comenzó a involucrarme en otros proyectos suyos, lo que en otras palabra significaba que había ganado su confianza.

Ya pasaron cuarenta años desde que estuve frente al maestro en las aulas. Y aunque parezca mentira o exageración, aún se extrañan aquellos días en los que predominaba la ilusión por el futuro, al que –sin dejar de ser ilusión- veíamos asegurado porque los maestros estaban ahí para explicárnoslo; pero había uno en especial que decidió compartir nuestro futuro profesional con el de él mismo.

Hoy ya estamos en ese futuro. Está bien. Cada uno de quienes fuimos sus alumnos en las aulas hemos hecho en el periodismo lo que corresponde a nuestra propia responsabilidad, pero sin duda tuvimos un gran privilegio al contar con un maestro de tiempo completo como fue el Maestro Granados Chapa.

Un día me dijo que “los triunfos y las victorias profesionales de los alumnos de uno producen una gran satisfacción personal”. Ojalá que lo que hemos hecho sus alumnos, y lo que sigamos haciendo, le haga sentirse orgulloso de nosotros; los errores son responsabilidad de cada uno.

Si estuviera aquí, como es que está, este cumpleaños 77 lo celebraríamos con una buena comida ranchera, unos copetines ligeros y muchas canciones: las suyas: “…No quiero arrepentirme después, de lo que pudo haber sido y no fue…”; “Como espuma, que inerte lleva el caudaloso río… flor de azalea, la vida en su avalancha te arrastró…”


jhsantiago@prodigy.net.mx

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