Por Java
Hace 34 años se fue Buñuel, el cineasta surrealista por excelencia. Luis Buñuel, el aprendiz de ingeniero agrónomo que no quiso serlo y, en su lugar, prefirió el cine. Luis Buñuel, quien practicó el boxeo pero se inclinó, mejor, por la filosofía, las letras y el arte. En México se le recuerda con admiración y cariño porque aquí se hizo mexicano.
Considerado uno de los grandes realizadores del séptimo arte de todos los tiempos, Luis (Calanda, España, 22 de febrero de 1900) llegó con el exilio republicano huyendo de la dictadura y encontró en nuestro país campo propicio para desarrollar su intelecto y sus inquietudes.
Todavía lo vimos poco antes de su muerte una ocasión que viajaba a España. El Solde México lo alcanzó abordando el avión a escasos minutos del despegue en el aeropuerto internacional Benito Juárez y don Luis, una de aquellas figuras enormes, inteligentes, que no se escondían de la prensa sino todo lo contrario, concedió muy cordial una rápida entrevista para externarnos su satisfacción y orgullo tras su brillante trayectoria cristalizada.
Es que era un cineasta fuera de serie, así de sencillo. El mundo lo reconocía y se le rendía a sus pies en los grandes festivales fílmicos como el de Cannes, el de Berlín o la “Mostra” veneciana, debido evidentemente a la inconmensurable calidad de sus películas: Un perro andaluz, Los olvidados, Viridiana, Simón del desierto, El ángel exterminador, El discreto encanto de la burguesía (ganadora del Oscar en 1972), Belle de jour... trabajos todos ellos de una realización excepcional donde quedaba de manifiesto su genio creador.
Con Los olvidados (1950), Buñuel retrató a un México surrealista, pero muy apegado a la realidad que desnudó la pobreza y marginación de unos mexicanos y mexicanas soslayados ciertamente por la sociedad, en el marco de una trama que capta al mismo tiempo la fatalidad del destino. La cinta se encuentra ubicada en el lugar número dos de las 100 mejores películas del cine mexicano, pero representa apenas una pequeña porción del talento y el quehacer cinematográfico de Luis Buñuel y forma parte, desde luego, de su etapa mexicana.
¿QUIÉN ERA?
Hijo de Leonardo Manuel Buñuel y María Portolés, el cineasta de origen español creció en un ambiente cuasi feudal que se insertó en la religión siendo muy niño, pero perdió en la adolescencia luego de leer libros como El origen de las especies, de Charles Darwin. A Luis se le debe aquella frase célebre de “soy ateo, gracias a Dios”.
Inquieto a más no poder y ávido de comerse al mundo en pedazos de celuloide, el joven Buñuel terminó al fin la carrera de filosofía y letras en 1923, el mismo año en que falleció su padre y dos años más tarde opta por trasladarse a París, donde, inspirado por el realizador alemán Fritz Lang cuya película Der müde tod (Las tres luces) había visto, decide dedicarse al cine.
Fue precisamente en la capital gala donde se acercó al ideario anarquista al unirse al grupo parisino de jóvenes revolucionarios encabezados por André Bretón que enarbolaban el estandarte del surrealismo; entonces se dedicó a montar documentales antifranquistas durante la Guerra Civil Española.
Buñuel había estudiado el bachillerato con los jesuitas de Zaragoza antes de que su padre lo enviara a Madrid con el fin de convertirlo en ingeniero agrónomo, idea que, como señalamos al principio, no atrajo en lo más mínimo a la futura estrella del cine.
Ese era su destino natural: el séptimo arte; plasmar en la pantalla sus ideas y su forma de ver el mundo, pero con un estilo definido que lo convertía en un artista apartado de lo común, instalado en el surrealismo puro a la altura del que expresaba su amigo el pintor Salvador Dalí. Precisamente con este último, Luis coescribió su primer guión fílmico: Un perro Andaluz. (Así se llamaba un restaurante-bar de la Zona Rosa de la Ciudad de México, en los años 80, donde se le rendía culto al cineasta aragonés, válganos el apunte).
Hay que recordar también que en la villa del oso y el madroño Luis fue a parar a la residencia de estudiantes donde conoció a algunos de los poetas y artistas más relevantes de la época, como Federico García Lorca y el propio Salvador Dalí.
Como boxeador, estuvo a un tris de proclamarse campeón amateur, pero su destino, no podía equivocarse y lo condujo por el sendero del celuloide, la actividad artística en la que realizó, entre otras películas, La edad de oro, Robinson Crusoe, Tristana, Nazarín, Ese oscuro objeto del deseo y tantos títulos más que lo mantienen hoy en día como uno de los grandes cineastas del mundo... poco o nada conocido para los nuevos públicos, lamentablemente.
Casado en 1933 con Jeanne Rucar de Lille, procreó dos hijos: Juan Luis (1934) y Rafael (1940).
Su traslado a México ocurrió en 1947 luego de haber trabajado como conservador de películas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. A México lo adoptó como su segunda patria. Aquí rodó un filme que resultó un rotundo fracaso: Gran casino, protagonizado nada menos que por Jorge Negrete. Luego, regresó a España y filmó Viridiana (1961), con Silvia Pinal, conquistando la cima.
Dejó de existir en la Ciudad de México el 29 de julio de 1983 atacado por un cáncer. Sus cenizas fueron esparcidas en 1997 en un monte de su natal Calanda.