/ viernes 29 de mayo de 2020

Hojas de papel volando | Estampas del interior

A veces, la lectura de algún libro no llega pronto o de plano no llega, sobre todo, si se trata de libros que aparecen de pronto por ahí como por arte de magia...

Sigo hurgando en el mar de libros. Y aunque el tiempo parece ser un buen aliado en estos días de confinamiento necesario, parece una tarea imposible conseguir un orden en todo esto, tal y como el que se ve en las grandes bibliotecas del mundo...

Como la del Trinity College, de Dublín; la Biblioteca Real de Copenhague; la de Estocolmo; la de Alejandría; la Humboldt, de Berlín, la Biblioteca Pública de Nueva York o nuestra muy querida Biblioteca Nacional de México. Todas ellas ejemplo de respeto al libro, de prioridad por la lectura y alimento para el conocimiento y para el alma.

Allá, en aquellas catedrales de libros, tienen clasificaciones muy estrictas, orden, facilidad de acceso, catálogos, aplicaciones digitales que permiten a los bibliotecarios saber en dónde está cada tomo, en qué estante, a qué altura y bajo qué registro. Están los ficheros que uno mismo puede consultar... pero no, no y no... Ya hay bibliotecas que ofrecen servicios digitales por los que uno puede leer un libro desde el sacrosanto refugio hogareño.

Lo mío es una selva con bellos paisajes, pero al mismo tiempo impredecible...; es un mar desordenado de libros que en cuanto llegan se ponen en buen lugar... o se leen inmediato si el interés es mucho. De otra manera se reservan en “la fila de los que habrá que leerse pronto...”

Y sí, al paso se escuchan los murmullos de sus historias, de sus personajes, de sus alegrías o tragedias... Esto es así porque, a fin de cuentas, los libros quieren hablar con cada uno de nosotros y decirnos lo que contienen y por qué... Fíjense, ahí está Gogol y ya se escucha a su enorme personaje Poprischin del “ Diario de un loco” en su lamento final:

“... Bajo mis pies se extiende una niebla azul oscura; oigo una cuerda que sueña en la niebla; de un lado está el mar, y del otro, Italia; allí, a lo lejos, se ven las chozas rusas. ¿Quizá sea mi casa la que se vislumbra allá a lo lejos? ¿Es mi madre la que está sentada a la ventana? ¡Madrecita, salva a tu pobre hijo! ¡Vierte unas cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! ¡Mira cómo lo martirizan! ¡Ampara en tu pecho a tu pobre huérfano! En el mundo no hay sitio para él. ¡Lo persiguen! ¡Madrecita, ten piedad de tu niño enfermo!… ¡Ah! ¿Sabe usted que el bey de Argel tiene una verruga debajo de la nariz?”... Nadie ha sufrido tanto como Poprischin la incomprensión humana...

A veces, la lectura de algún libro no llega pronto o de plano no llega, sobre todo, si se trata de libros que aparecen de pronto por ahí como por arte de magia, aquellos que son de autoayuda, de manualidades, de “quién se llevó mi queso”...; pero ahí están, junto con muchos otros depositados, sí, con cariño, como si cada título, cada autor, personajes, historias, argumentos, tristezas o alegrías descansaran aquí del ajetreo de su creación y edición...

¿Cómo es que llegaron estos libros aquí? Me pregunto mientras intento “poner orden”. A veces creo que llegaron por su propia cuenta, como si buscaran refugio, como si quisieran estar en la tibieza de un hogar en el que saben que siempre son bien recibidos y en donde conviven unos y otros como si se integraran a una enorme familia que en la que no se miden edades, ni tiempo, ni circunstancia, porque cada uno de ellos tienen su propia historia y distinto origen, mientras que su edad ‘no tiene la menor importancia’.

Hay libros con mi marca. Con mis subrayados. Mi mensaje o mi sorpresa al margen. Son los que mientras los leía me mandaban señales de vida; los que me decían cosas que debía recordar porque me descubría en ellos y por su importancia, por su novedad, la comprensión de sus intensidades, por su aporte para que se entendiera su propia historia ya hermosa o agria o arrebatada...

Como cuando Bernal del Castillo, me llevó de la mano para conocer su presunta versión y perspectiva de cómo fue aquello, cómo ocurrió, quienes estaban, quienes eran y cómo eran cada uno de quienes iniciaron una nueva forma de vida, ya de manera dramática o afectiva; ya mediante la traición y la sangre o quizá porque se presagiaba el nacimiento doloroso de una Nación y el entuerto. Es su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España...

Aquel fue un soldado que llegó aquí el Jueves Santo del 21 de abril de 1519, a los 20 años, desde Medina del Campo, en Castilla, para servir a los Reyes de Castilla y Aragón y, de paso, para hacerse opulento desde su pobreza española.

Es a Bernal, a quien se atribuye la Crónica. Siendo ya un viejo y encerrado en su regiduría en Guatemala, quería demostrar su grandeza y la grandeza de su gesta ante el menosprecio de sus paisanos españoles que le escatimaban privilegios y acciones de guerra. Francisco López de Gomara uno de ellos quien escribió una crónica de aquellos hechos, aunque nunca vino a América.

Pero el libro es al mismo tiempo la historia de un encuentro dramático como la historia de unos hombres de su tiempo, allá y acá y en esos términos habrá que entender los sucesos, que son parte importante de nuestra historia como país, como mestizos y como mexicanos.

Ahí está... si... ya la veo... es la colección de Sherlock Holmes que busqué antes y que tanto me gustó cuando me encerré a dialogar con el gran investigador creado por Arthur Conan Doyle.

Y lo escribió casi a regañadientes, en sus ratos de ocio mientras esperaba pacientes en su fracasado consultorio médico de Londres.

En 1876 comenzó a estudiar medicina –dice su biografía-, en la Universidad de Edimburgo, en realidad con muy pocas ganas, pero a instancias de su madre, aunque no era un estudiante excepcional si tenía una rigurosa disciplina de trabajo obtenida desde sus estudios medios en el Colegio de Lancashirey de la Orden de los Jesuitas.

Pero para lo que más tarde sería su personaje, Conan Doyle se inspiraría en un forense escocés: Joseph Bell. Los métodos deductivos de su maestro le asombrarían; la observación minuciosa que lleva al ejercicio deductivo fue la enseñanza principal que el profesor Bell transmitió a sus alumnos; la sagacidad para percibir las causas de un hecho originó el sedimento que, años después, sería llevado a la ficción como atributo de un detective que resolverá casos siguiendo las reglas del empirismo científico.

El personaje tiene además otros orígenes. Están en la lectura que hizo Conan de la obra de Edgar Allan Poe, y de su personaje C. Auguste Dupin, un detective que hizo su primera aparición en 1841 en ” Los crímenes de la calle Morgue”. Una obra considerada como el primer relato policial. Luego vendría una saga muy exitosa, como fue “ El misterio de Marie Rogêt”, “ La carta robada” y más.

Pero Sherlock es especial. Digamos que es uno de los personajes que a más de 143 años sigue tan campante, resolviendo casos insospechados, misteriosos, terroríficos, sangrientos y, al final puestos en manos de la ley. Y, a pesar de su frialdad británica, indiferencia, silencios y gusto por el opio y proclive a la melancolía es asimismo apasionado en su amor imposible por Irene Adler, la bella extorsionadora de “ Un escándalo en Bohemia”, y su amistad única e irrepetible por John Watson... “ Elemental, mi querido Watson”...

Leer estas obras todas es bueno. Y leer a Sherlock en tiempos de aislamiento social, de confinamiento necesario y de sobrevivencia le va bien a nuestras vidas porque no hay complicaciones ahí, apenas las que genera la trama siempre resuelta con final feliz...

... Acaso porque lo que queremos por estos días son eso: finales felices, distracción y esa solidaridad humana que habrá de redimirnos como una generación que este 2020 vivió días de agobio, de tristeza, de soledad, de miedo y de esperanza. Si: eso de esperanza, en su sentido absoluto... Pero, bueno, sigo hurgando por aquí y por allá...

“–No quiero parecer indiscreto, pero ¿ha habido alguna mujer en su vida?

Y un Sherlock de pestañas rizadas y mejillas sonrosadas responde:

–La respuesta es sí: me parece usted indiscreto.”


joelhsantiago@gmail.com


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Sigo hurgando en el mar de libros. Y aunque el tiempo parece ser un buen aliado en estos días de confinamiento necesario, parece una tarea imposible conseguir un orden en todo esto, tal y como el que se ve en las grandes bibliotecas del mundo...

Como la del Trinity College, de Dublín; la Biblioteca Real de Copenhague; la de Estocolmo; la de Alejandría; la Humboldt, de Berlín, la Biblioteca Pública de Nueva York o nuestra muy querida Biblioteca Nacional de México. Todas ellas ejemplo de respeto al libro, de prioridad por la lectura y alimento para el conocimiento y para el alma.

Allá, en aquellas catedrales de libros, tienen clasificaciones muy estrictas, orden, facilidad de acceso, catálogos, aplicaciones digitales que permiten a los bibliotecarios saber en dónde está cada tomo, en qué estante, a qué altura y bajo qué registro. Están los ficheros que uno mismo puede consultar... pero no, no y no... Ya hay bibliotecas que ofrecen servicios digitales por los que uno puede leer un libro desde el sacrosanto refugio hogareño.

Lo mío es una selva con bellos paisajes, pero al mismo tiempo impredecible...; es un mar desordenado de libros que en cuanto llegan se ponen en buen lugar... o se leen inmediato si el interés es mucho. De otra manera se reservan en “la fila de los que habrá que leerse pronto...”

Y sí, al paso se escuchan los murmullos de sus historias, de sus personajes, de sus alegrías o tragedias... Esto es así porque, a fin de cuentas, los libros quieren hablar con cada uno de nosotros y decirnos lo que contienen y por qué... Fíjense, ahí está Gogol y ya se escucha a su enorme personaje Poprischin del “ Diario de un loco” en su lamento final:

“... Bajo mis pies se extiende una niebla azul oscura; oigo una cuerda que sueña en la niebla; de un lado está el mar, y del otro, Italia; allí, a lo lejos, se ven las chozas rusas. ¿Quizá sea mi casa la que se vislumbra allá a lo lejos? ¿Es mi madre la que está sentada a la ventana? ¡Madrecita, salva a tu pobre hijo! ¡Vierte unas cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! ¡Mira cómo lo martirizan! ¡Ampara en tu pecho a tu pobre huérfano! En el mundo no hay sitio para él. ¡Lo persiguen! ¡Madrecita, ten piedad de tu niño enfermo!… ¡Ah! ¿Sabe usted que el bey de Argel tiene una verruga debajo de la nariz?”... Nadie ha sufrido tanto como Poprischin la incomprensión humana...

A veces, la lectura de algún libro no llega pronto o de plano no llega, sobre todo, si se trata de libros que aparecen de pronto por ahí como por arte de magia, aquellos que son de autoayuda, de manualidades, de “quién se llevó mi queso”...; pero ahí están, junto con muchos otros depositados, sí, con cariño, como si cada título, cada autor, personajes, historias, argumentos, tristezas o alegrías descansaran aquí del ajetreo de su creación y edición...

¿Cómo es que llegaron estos libros aquí? Me pregunto mientras intento “poner orden”. A veces creo que llegaron por su propia cuenta, como si buscaran refugio, como si quisieran estar en la tibieza de un hogar en el que saben que siempre son bien recibidos y en donde conviven unos y otros como si se integraran a una enorme familia que en la que no se miden edades, ni tiempo, ni circunstancia, porque cada uno de ellos tienen su propia historia y distinto origen, mientras que su edad ‘no tiene la menor importancia’.

Hay libros con mi marca. Con mis subrayados. Mi mensaje o mi sorpresa al margen. Son los que mientras los leía me mandaban señales de vida; los que me decían cosas que debía recordar porque me descubría en ellos y por su importancia, por su novedad, la comprensión de sus intensidades, por su aporte para que se entendiera su propia historia ya hermosa o agria o arrebatada...

Como cuando Bernal del Castillo, me llevó de la mano para conocer su presunta versión y perspectiva de cómo fue aquello, cómo ocurrió, quienes estaban, quienes eran y cómo eran cada uno de quienes iniciaron una nueva forma de vida, ya de manera dramática o afectiva; ya mediante la traición y la sangre o quizá porque se presagiaba el nacimiento doloroso de una Nación y el entuerto. Es su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España...

Aquel fue un soldado que llegó aquí el Jueves Santo del 21 de abril de 1519, a los 20 años, desde Medina del Campo, en Castilla, para servir a los Reyes de Castilla y Aragón y, de paso, para hacerse opulento desde su pobreza española.

Es a Bernal, a quien se atribuye la Crónica. Siendo ya un viejo y encerrado en su regiduría en Guatemala, quería demostrar su grandeza y la grandeza de su gesta ante el menosprecio de sus paisanos españoles que le escatimaban privilegios y acciones de guerra. Francisco López de Gomara uno de ellos quien escribió una crónica de aquellos hechos, aunque nunca vino a América.

Pero el libro es al mismo tiempo la historia de un encuentro dramático como la historia de unos hombres de su tiempo, allá y acá y en esos términos habrá que entender los sucesos, que son parte importante de nuestra historia como país, como mestizos y como mexicanos.

Ahí está... si... ya la veo... es la colección de Sherlock Holmes que busqué antes y que tanto me gustó cuando me encerré a dialogar con el gran investigador creado por Arthur Conan Doyle.

Y lo escribió casi a regañadientes, en sus ratos de ocio mientras esperaba pacientes en su fracasado consultorio médico de Londres.

En 1876 comenzó a estudiar medicina –dice su biografía-, en la Universidad de Edimburgo, en realidad con muy pocas ganas, pero a instancias de su madre, aunque no era un estudiante excepcional si tenía una rigurosa disciplina de trabajo obtenida desde sus estudios medios en el Colegio de Lancashirey de la Orden de los Jesuitas.

Pero para lo que más tarde sería su personaje, Conan Doyle se inspiraría en un forense escocés: Joseph Bell. Los métodos deductivos de su maestro le asombrarían; la observación minuciosa que lleva al ejercicio deductivo fue la enseñanza principal que el profesor Bell transmitió a sus alumnos; la sagacidad para percibir las causas de un hecho originó el sedimento que, años después, sería llevado a la ficción como atributo de un detective que resolverá casos siguiendo las reglas del empirismo científico.

El personaje tiene además otros orígenes. Están en la lectura que hizo Conan de la obra de Edgar Allan Poe, y de su personaje C. Auguste Dupin, un detective que hizo su primera aparición en 1841 en ” Los crímenes de la calle Morgue”. Una obra considerada como el primer relato policial. Luego vendría una saga muy exitosa, como fue “ El misterio de Marie Rogêt”, “ La carta robada” y más.

Pero Sherlock es especial. Digamos que es uno de los personajes que a más de 143 años sigue tan campante, resolviendo casos insospechados, misteriosos, terroríficos, sangrientos y, al final puestos en manos de la ley. Y, a pesar de su frialdad británica, indiferencia, silencios y gusto por el opio y proclive a la melancolía es asimismo apasionado en su amor imposible por Irene Adler, la bella extorsionadora de “ Un escándalo en Bohemia”, y su amistad única e irrepetible por John Watson... “ Elemental, mi querido Watson”...

Leer estas obras todas es bueno. Y leer a Sherlock en tiempos de aislamiento social, de confinamiento necesario y de sobrevivencia le va bien a nuestras vidas porque no hay complicaciones ahí, apenas las que genera la trama siempre resuelta con final feliz...

... Acaso porque lo que queremos por estos días son eso: finales felices, distracción y esa solidaridad humana que habrá de redimirnos como una generación que este 2020 vivió días de agobio, de tristeza, de soledad, de miedo y de esperanza. Si: eso de esperanza, en su sentido absoluto... Pero, bueno, sigo hurgando por aquí y por allá...

“–No quiero parecer indiscreto, pero ¿ha habido alguna mujer en su vida?

Y un Sherlock de pestañas rizadas y mejillas sonrosadas responde:

–La respuesta es sí: me parece usted indiscreto.”


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